Espejo roto – Capítulo 1: Reflejos idénticos

En una pequeña ciudad costera, donde el mar susurraba secretos a las rocas y el viento jugaba con las hojas de los árboles centenarios, nacieron Lena y Luna, dos gemelas idénticas como dos gotas de agua. Llegaron al mundo en una noche de tormenta, como si el cielo mismo celebrara su llegada con relámpagos y truenos.

Desde sus primeros días, Lena y Luna compartieron un vínculo especial, una conexión que iba más allá de las palabras. Sus padres, Mary y Anthony, observaban maravillados cómo las niñas parecían comunicarse sin hablar, cómo reían y lloraban al unísono, como si fueran una sola alma dividida en dos cuerpos.

A medida que crecían, sus personalidades comenzaron a definirse. Sutilmente al principio, luego con más fuerza. Lena, la mayor por apenas cinco minutos, mostraba una inclinación hacia el liderazgo, siempre tomando la iniciativa en sus juegos. Luna, por su parte, era más reflexiva, observadora, con una creatividad que se manifestaba en sus dibujos y en las historias que inventaba.

Fue a los 7 años donde se dio el primer atisbo de la competencia que marcaría sus vidas. La maestra, la señorita Carmela, había organizado un concurso de dibujo y, Luna, con su talento natural, creó una obra llena de color y fantasía. Lena, determinada a no quedarse atrás, se esforzó como nunca antes.

—Mira, Luna —dijo Lena, mostrando su dibujo con orgullo—. ¿No es el mejor que has visto?

Luna observó el trabajo de su hermana con una mezcla de admiración y un sentimiento que no pudo nombrar. —Es muy bonito, Lena. Pero el mío también lo es.

Cuando la señorita Carmela anunció que el dibujo ganador era el de Luna, la sonrisa de Lena se desvaneció por un instante. Fue solo un momento, pero Luna lo notó, y por primera vez sintió el peso de la victoria sobre su hermana.

Esa noche, en la intimidad de su habitación compartida, las gemelas yacían en sus camas, separadas por apenas un metro de distancia que, de alguna manera, parecía más grande que nunca.

—Lena —susurró Luna en la oscuridad—. ¿Estás despierta?

—Sí —respondió Lena, su voz apenas audible.

—Tu dibujo también era muy bonito. Quizás más bonito que el mío.

Hubo un momento de silencio antes de que Lena respondiera: —El tuyo era mejor, Luna. Te lo merecías.

Las palabras flotaron en el aire, cargadas de un significado que ninguna de las dos podía comprender completamente en ese momento. Era el comienzo de algo, una semilla plantada en el fértil suelo de su relación.

A medida que los años pasaban, Lena y Luna crecían más unidas y, paradójicamente, más separadas. Compartían secretos, risas y lágrimas, pero también una creciente necesidad de destacar, de ser reconocidas como individuos únicos.

En la escuela primaria, la competencia se hizo cada año más evidente. Lena sobresalía en matemáticas y ciencias, mientras que Luna brillaba en literatura y arte. Cada una se esforzaba por superar a la otra en su propio terreno, impulsadas por un deseo de probarse a sí mismas y, quizás, de ganar la admiración de la otra.

Fue a los 13 años cuando conocieron a Mateo, un niño nuevo en la escuela que captó la atención de ambas. Alto para su edad, con ojos verdes y una sonrisa traviesa, Mateo se convirtió sin saberlo en el primer campo de batalla real entre las gemelas.

—Es muy guapo, ¿verdad? —comentó Luna un día, mientras observaban a Mateo jugar fútbol en el recreo.

Lena asintió, sus ojos fijos en el chico. —Sí, lo es.

Ninguna dijo más, pero ambas sintieron el cambio en el aire, la tensión sutil que se instaló entre ellas.

Los días siguientes fueron un torbellino de pequeñas competencias no declaradas. Quién se sentaba más cerca de Mateo en clase, quién reía más fuerte de sus chistes, quién lograba captar su atención por más tiempo.

El punto culminante llegó en la fiesta de fin de curso. Mateo había estado bailando con ambas, alternando entre las gemelas con una facilidad que solo aumentaba la rivalidad entre ellas. Cuando llegó el momento del último baile, una canción lenta y romántica, Mateo se acercó a ellas.

—¿Alguna de vosotras quiere bailar? —preguntó alternando miradas entre Lena y Luna.

Las gemelas se miraron y un desafío silencioso pasó entre ellas. Fue Lena quien dio un paso adelante primero.

—Me encantaría —dijo, tomando la mano de Mateo.

Luna observó cómo su hermana se alejaba con el chico que ambas deseaban, una mezcla de emociones arremolinándose en su interior. Celos, tristeza, y algo más profundo, más oscuro, que no pudo nombrar.

Esa noche, de vuelta en su habitación, el silencio entre ellas era pesado, cargado de palabras no dichas y sentimientos reprimidos.

—Luna —dijo Lena finalmente, su voz quebrando el silencio—. Sobre Mateo…

—No —interrumpió Luna—. No tienes que decir nada.

—Pero quiero que sepas que yo…

Luna se giró en su cama, dando la espalda a su hermana. —Buenas noches, Lena.

Lena se quedó mirando la espalda de su gemela, sintiendo que algo fundamental había cambiado entre ellas. La victoria que había sentido al bailar con Mateo ahora se sentía hueca, pero dulce y algo amarga.

Mientras el sueño finalmente las reclamaba, ninguna de las dos podía imaginar cómo este pequeño incidente sería solo el primero de muchos, cada uno llevándolas un paso más cerca del abismo que amenazaba con separarlas.

En la oscuridad de la noche, el espejo que colgaba en la pared de su habitación reflejaba sus formas dormidas, dos siluetas idénticas que, sin embargo, comenzaban a tomar caminos divergentes. Y en el cristal, casi imperceptible, una pequeña grieta comenzaba a formarse, como un presagio de lo que estaba por venir.


Espejo roto – Capítulo 1
Reflejos idénticos

por Carmen Nikol


Siguiente capítulo: Sombras crecientes


LICENCIA: © 2024 | CC BY-NC-ND 4.0 

Publicado por Entrevisttas.com

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3 comentarios sobre “Espejo roto – Capítulo 1: Reflejos idénticos

  1. Me gusto mucho la historia🙌🏼. Fue tan precisa durante la introducción de los sentimientos y situaciones, que por un momento llegue a pensar que ya habías vivido algo similar. Seguiré leyendo los siguientes capítulos 💪🏻

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