1901: Blasco Ibáñez

Mi viaje a la Valencia de finales del año 1900, en esa ocasión, tenía un motivo fundamental: conocer a Blasco Ibáñez. Le admiraba desde temprana edad, desde niña, cuando nos presentó mi padre. Por ello, este viaje requería de ciertos retoques por mi parte (me puse lentillas de color y me alisé el pelo). Los transtiempo somos maestros en el disfraz, lógicamente. Solemos caracterizarnos. Y, aunque dudaba que me llegase a reconocer, no iban a estar de más esos arreglillos…

Quería conocer a Vicente Blasco Ibáñez porque era republicano, como toda mi familia (yo incluida). Era cineasta, escritor y periodista (de hecho yo me animé a serlo, en parte, por él). Un político de fuertes creencias y acciones incesantes. Es decir, lo tenía todo cautivar mi pleno interés. Además era valenciano y amaba su patria. ¡Ideal! Me iba a salir un artículo redondo, perfecto para el semanal. Concha me lo agradecería eternamente, seguro.


Reproducción y mejora de foto de Vicente Blasco Ibáñez, por Carmen Nikol

Al llegar al sótano de la Catedral de la capital Ché (el lugar que solía utilizar para aterrizar de mis transviajes, pues allí solo bajaba el arzobispo Sebastián por aquellos entonces, otro transtiempo y tío de mi abuelo ―un religioso que, como tal, realmente detestaba a Blasco Ibáñez y que, por tanto, no debía saber cuál era la razón para visitarle en ese momento) yo ya estaba preparada para encontrar al personaje que tanto había luchado, sobre el que tanto habían publicado y tantos habrían sufrido por su causa: el fundador del periódico diario El Pueblo.

Sabía que congeniaríamos si conseguía hacerme con él (y no iba a ser difícil por la asiduidad de sus reuniones en el Casino Central, en el consistorio o en la Casa dels Bous, la del barrio del Cabañal). Por otra parte, aunque Montesinos Checa, el alcalde del momento, no comulgaba con el blasquismo muy probablemente me podría facilitar algún tipo de acceso a él. Y, si no, me esperaría a mayo de 1901 y a su entrada en las cortes. En todo caso, sabía que pronto se iba a llevar a cabo una representación wagneriana y Vicente era un forofo de las obras de Wagner (casi le gustaban más que su propia escritura). Por lo que, de algún modo, claramente coincidiría con él.

Imagen recreada
por Carmen Nikol

Sin embargo, lo conseguí de un modo inesperado. Buscado pero inesperado. Fue gracias a su mujer y en su propia casa de la Malvarrosa, una mansión, diría, llena de elementos neoclásicos, victorianos y con toques de decoración valencianos y españoles que me llenaban de alegría y donde, de niña, me agasajaba con cariño infantil cada vez que la visitaba junto a mi padre. Una tarde decidí pasear por allí para conseguir llegar a María. Así que fue buscado. Pero no confiaba en que funcionase. Lo que ocurrió fue que María necesitaba una mujer como yo para poder hablar con tranquilidad de sus inquietudes (que no eran pocas) y esperé a que saliese un momento para abrir una conversación algo frugal y cercana para que se abriese. Ser transtiempo y periodista (y mujer) te brinda muchas tablas…

María Blasco
recreación por parte de Carmen Nikol

María Blasco fue la primera mujer de Blasco Ibáñez y la madre de sus hijos (eso sí: según contaron posteriormente, la que no fue su gran amor ―aunque, leyendo su relación epistolar, bien pudiera querer decir lo contrario). Era una mujer que, a mi parecer, gozaba de un total afecto y complicidad por parte de su erudito y polémico marido, si bien sufría de sus largas ausencias, ya fuese por trabajo o por exilio (o bien por sus entradas en prisión).

Cuando comencé a frecuentar la compañía de María, estaba pletórica. Yo la veía guapísima y conseguí animarla en pocos días. Además estaba con el guapo subido por su alegría de tener cerca a Blasco y una amiga con quien conversar. Su amado esposo, en esos días, estaba siempre jugando con sus hijos en el jardín o relajado regando las plantas. Vicente había decidido pasar el 28 de enero (su cumpleaños) celebrándolo en familia. Y pasó bastantes más días en casa: reuniéndose con personajes políticamente allegados y analizando situaciones y fórmulas de exposición bastante más extremas. Quiso rebajar el precio de su diario, para ser más populista aún, y estuvo analizando con sus asesores cómo hacerlo. A María le bastaba con verle un rato mientras charlábamos y él escribía. Con saber que tenían una reunión con los colegas del partido, le bastaba, sí, para sentirse inmensamente feliz (siempre que fuesen en casa). Pero, sobre todo porque lo tenía cerca en una época en que comenzaba a rumorearse sobre los escarceos de su marido. O, al menos, era por entonces cuando ella empezaba a enterarse.

Recreación de imagen de Sorolla junto a Mariano Benlliure por Carmen Nikol

Durante los días de mi estancia, me invitó a una reunión a la que asistirían Sorolla y Mariano Benlliure (estuvimos viendo unos bailes regionales ―como unas jotas― en un ambiente aparentemente muy distendido). ¿Quién pudiera haberme dicho que me encontraría allí, en esa ocasión tan lejana del mundo intelectual y tan festiva, escuchando criterios artísticos y políticos tan contundentes? Entre risas y voces jocosas. Aprendí mucho de su sistema de comunicación propagandístico. Me resultó clave, de hecho, para poder sopesar lo que necesitaría por tal de entrar a trabajar con él.

María, la gran María, era muy amable conmigo: siempre favorecía ocasiones en las que pudiese promocionarme como periodista (le conté que quería serlo) y charlar con todo aquel que pudiese ayudarme a comprender mejor el entorno de su marido. Era una mujer de origen noble de la ciudad de Castellón (como solía decir ella misma: de Castellón de tota la vida) y, por alguna razón, de mí no temía nada. Siempre prefería que Vicente hablase conmigo a que lo hiciese con las demás. Nunca me vio una amenaza y es que… es que no lo era. Lo mío era pura admiración y ansias de aprendizaje. La elegancia de María, y su estilo comedido, pasaron a un segundo plano cuando me quiso recordar que debía visitar la mercería de José Abad: con alegría, y cierto tono picarón, me recomendó una visita para conocerle, para que me hiciese un corsé a medida. A ella le parecía mi tipo y decía que no era normal que no vistiese con sus corsés. Fue gracias a ella, si lo pienso, que me enamoré de mi marido de por aquellos entonces (pero… ¡si hace nada!).

Vicente Blasco Ibáñez.
Imagen por Carmen Nikol.

Blasco Ibáñez tuvo una genial idea a mediados de 1901. Para mí, la mejor que pudo tener: me ofreció un puesto de trabajo en su periódico, en El Pueblo. Yo tenía cierto miedo por mi pariente, el arzobispo, porque si se llegaba a enterar no tendría manera de regresar a mi vida habitual (la verdadera, la del 2017). Bueno, sí podría, pero no desde el mejor lugar, desde el sótano de la catedral, donde nadie se enteraría (o eso creía yo, antes de llegar la inauguración del nuevo museo). Y bien, por supuesto comencé a trabajar allí, entregada a su programa.

Fui una de las pocas mujeres periodistas que trabajó bajo sus indicaciones. Ser republicano favorecía a ese parecer, a la educación y la profesionalización de la mujer (aunque no fue hasta el movimiento Krausista y de la Institución libre de Enseñanza, en 1910, que se reconoció el derecho de la mujer a la educación superior). Pero no fui una excepción: cobraba mucho menos que los hombres del diario, haciendo el mismo trabajo que ellos. Pero, sin duda, yo resultaba más conveniente para poder tratar el tema del sufragio femenino, el divorcio, etcétera: temas que, por entonces, eran una inquietud incómoda para las mujeres y que Blasco sí quería tratar en su diario, a pesar de ser masón y considerado, por muchos, un machista acérrimo, un cacique y un déspota (fama que recogía en muchas de sus intervenciones públicas, en las que no temía insultar o ejercer influencias que llegaban a ser muy comprometidas socialmente).

Recreación de Imagen de Blasco Ibáñez junto a… (si sabes quién es, deja un comentario)
por Carmen Nikol

Aunque El Pueblo era el diario menos leído (frente a Las Provincias o El Mercantil Valenciano), convirtió a Valencia en la capital de la tendencia republicana. Era el que más accedía a los cafés bajo un formato de panfleto, se podría considerar. Así que que mi firma apareciese en él me garantizaba una plaza de lujo allá por donde pudiese utilizar su influencia. Y siempre que pude la usé: utilicé esa baza. Eso sí, con discreción porque, de un modo u otro, era conocido por ser una diario radical y no era lo mejor que podía ir pregonando por doquier (tan solo en algunos cafés de la ciudad podía decir y pregonar lo que sabía que me iba a ayudar para conseguir más contactos y desarrollar noticias excelentes). Vicente estaba encantado con mi trabajo y yo no podía más que trabajar todo el tiempo del que lograba disponer.

José no estaba muy contento con eso. Ni con eso ni con que desapareciese cada tanto con cualquier excusa, siempre para transviajar para ver a Concha y publicar algo en el futuro. Sin embargo, era suficientemente laxo conmigo y gentil con mis necesidades periodísticas: entendía que trabajar para Blasco, el magnífico escritor que él había leído tanto y admirado más, era una gran oportunidad. José no dejaba de ser un hombre de principios del siglo XX (chapado a la muy antigua) pero era amigo de María y, quizá porque ganaba mucho dinero con su mercería, solíamos salir con ella y con Blasco cada tanto y esto ayudó a diluir el tema de mi entrega al diario. Lo curioso es que Vicente tenía ciertas reticencias respecto a la burguesía a la que José pertenecía. Pero se acabaron cayendo muy bien.

Mi marido era muy paciente y se sentía orgulloso de mí, en aquellos días. Estaba conforme con mi forma de participar dentro de aquel ambiente porque, en realidad, disponía de casi todo mi tiempo y se lo dedicaba a él, a la corsetería, a su cuidado y a disfrutar del ocio en común. Era de los hombres a los que les gusta regalar, engalanar a la mujer que ama, sentirse sinceramente un caballero. Era dadivoso y ¡le gustaba salir más que comer! Si hago una lista de los regalos que me hizo (la que está en mi diario), no la acabo. Y no la acabaré jamás. Me regaló un cuadro de Cecilio Plá y Gallardo, mi más admirado pintor; un perfume de Myrurgia que nadie en mi generación real comprende que mantenga tan nuevo y tan oloroso aún, solo Ruth; también unos maravillosos guantes de El Águila (donde él compraba sus trajes prêt-à-porter porque le sentaban bien y así no necesitaba pagar a un sastre). Me compraba toda la prensa diaria, para que no tuviese que moverme para analizarla. Me llevaba a disfrutar del teatro, al Principal, a ver zarzuelas principalmente, a conocer los premios que el ayuntamiento comenzó a brindarle a los artistas falleros (los primeros que impulsaron desde el ayuntamiento); me llevó a la feria de julio y a conocer las obras de la nueva Calle de la Reina. Me llevaba cada día a comer fresas con nata, lo que más se estilaba por las tardes. Una vez, a escondidas casi, me llevó a conocer y tomar un té con Manuel Polo y Peyrolón.

Readaptación del cartel del champagne Miró y Tarragó, por Carmen Nikol

Por otra parte, teníamos en casa, casi siempre, Champagne de Miró y Tarragó, el depilatorio de Carlos López Moreno (lo que usaba yo para depilarme muy cómodamente), los mejores zapatos (los de Gordillo); jerez, coñac y oporto de González-Byass. Y fotos. Muchas fotos de nosotros por toda la casa: era amigo de Francisco, el del estudio de Sanchís (el de la Calle Serranos). Nos utilizaba para colgarnos en su escaparate a cambio de darnos alguna copia. José era un hombre maravilloso, sensual, considerado, masculino y generoso: amigo de sus amigos, flexible con sus enemigos, amante de la carnes de las mujeres y mi mejor compañero hasta la fecha (mi fecha real). Dudo que jamás vuelva a tener otro. ¿Pero, cómo puedo hablar así?

Ese mismo año, hacia finales de 1901, cuando ya iba terminándose mi periodo de vacaciones (en el 2017 -el que me concedió Concha), ocurrió algo inesperado: José tuvo un accidente de tráfico con su recién estrenado vehículo. Lo habían traído de Guipúzcoa y le dio por conducir como un loco, a pesar de mi terror por los posibles accidentes (nunca le conté, claro está, que mis padres murieron, aparentemente, en el futuro, por un accidente de tránsito). Al cabo de cinco horribles días de sufrimiento, murió dejándome viuda y con una pena que machacó hasta lo más profundo de mis células, obligándome a pasar, de nuevo (como con mis padres) por una situación de terror y desesperación.


Me he refugiado en Ruth, mi fiel amiga. Y ya hablo en pretérito perfecto de José y de mi etapa en Valencia, aunque para mí fue hace nada. Pero es que no puedo hablar en presente ni puedo entregarme a las desgracias que me ocurren cuando viajo en el tiempo. Debo permanecer consciente, aprendiendo la lección de mis funciones, de mis deberes para con la comunicación y recordando que vivo como una transtiempo. Ésa es mi mayor satisfacción y mi mayor responsabilidad. Mi memoria, mis letras y mis vivencias se deben a la oportunidad que la vida me ha dado para ofrecer todo lo que una viajera del tiempo puede ofrecer. José merecía lo mejor de mí: y lo tuvo. Y yo de él. Lo tuve y lo tendré para siempre.

Concha me envía a Barcelona a conocer, de primera mano, qué ocurre con Puigdemont. Mañana debe responder al requerimiento de Rajoy. No me interesa en absoluto, pero se lo prometí y voy a hacerlo bien. Pensaré, como cada día, en José. Y recordaré a Blasco Ibáñez: él odiaba lo que llamaba la lepra catalanista. Si tuviese que escribir esta noticia para El Pueblo (a pesar de la tendencia republicana de ambos, de Blasco y de Puigdemont), tengo claro que no sería como la que he de escribir bajo la línea editorial de Concha. Quizá escriba dos versiones (al menos en éste, mi diario).

Lo que ninguno de ellos sabe aún es que Puigdemont acabará en Waterloo y, a pesar de todo lo que ello supondrá, acabará siendo crucial en la entrada al poder, nuevamente, de Pedro Sánchez. Un país como España puede salir por peteneras y tener cambios tan grandes como, por ejemplo en mi sector, el que realizó la cuerda del ABC. Spain is different. ¡Ya lo pueden decir, ya!

Creo que de entre todas las vidas que llevo hasta ahora, las de mis viajes y la de este momento, la de mi propia edad y etapa en el curso de la historia, me quedo con la presente, si bien sé que tengo muchas aún por vivir… Aquí seguiré plasmándolas. Este diario será un tesoro para el futuro de los transtiempo. Así lo deseo.


1901: Blasco Ibáñez
por Carmen Nikol
(continuación de Rebeca)


Publicado por Entrevisttas.com

Entrevisttas.com comienza su andadura sin ánimo de lucro, como el blog personal de Carmen Nikol. Se nutre, principalmente, de entrevistas y artículos realizados por ella misma y por algunos colaboradores. Con el tiempo, desarrolla su sistema de colaboraciones con autores de renombre en diferentes materias como las ciencias, el derecho, la investigación, el deporte... Y busca constituirse como una revista. ¿Quieres colaborar? No dudes en contactar. Todos lo hacemos de forma gratuita.

2 comentarios sobre “1901: Blasco Ibáñez

Deja un comentario