¿Cómo hacer frente al infierno climático que (supuestamente) nos espera?

Las cosas, en su sitio…

El primer paso, imprescindible para buscar las soluciones a un problema, es reconocer que el problema existe y colocar las cosas en su sitio. En este sentido, no cabe la menor duda, el problema es real, porque el planeta se está calentando, y como consecuencia derivada del aumento de temperatura, el nivel del mar está subiendo, haciendo que avance la línea de costa en muchos litorales. Una vez aceptada esa realidad, innegable e incuestionable, el segundo paso en la búsqueda de soluciones requiere caracterizar el problema, detectar sus causas y aplicar, si es posible, las medidas correctoras requeridas.

Desgraciadamente, en lo que se refiere a este segundo paso, los planteamientos actuales de muchos gobiernos y organismos internacionales no están considerado adecuadamente todas las variables que controlan el calentamiento global y no se está evaluando el problema de forma integral, no se está teniendo en cuenta la historia completa del planeta. Consecuentemente, las medidas propuestas están lejos de aportar verdaderas soluciones.

El aumento de la temperatura media global del planeta se presenta asiduamente a la sociedad como una cuestión crítica, que puede afectar a la salud del planeta, con consecuencias para la calidad de vida de muchos millones de personas. La extrema gravedad de este problema hace que merezca un serio análisis. Se hace imprescindible evaluar si se está actuando correctamente, si el camino que se está siguiendo es el más adecuado para minimizar, en la medida de lo posible, los impactos previsibles del calentamiento. Y para ello, es absolutamente necesario reflexionar sobre algunas preguntas esenciales, cuyas respuestas no sólo se están dando erróneamente por sabidas, sino que además constituyen la base conceptual para las políticas de lucha contra el calentamiento global que se vienen promoviendo y aplicando, a pesar de que existen muchos datos científicos, rigurosos y contrastados, que plantean serias dudas sobre su validez.

Es absolutamente necesario reflexionar sobre algunas preguntas esenciales, cuyas respuestas no sólo se están dando erróneamente por sabidas, sino que además constituyen la base conceptual para las políticas de lucha contra el calentamiento global

Todas estas cuestiones han sido abordadas, desarrolladas y explicadas a lo largo de artículos anteriores sobre el calentamiento global, el cambio climático y el efecto invernadero, ya publicados en Entrevisttas. No obstante, puede ser conveniente realizar una pequeña síntesis e intentar poner las cosas en su sitio. Para evitar el tedio de la repetición, no se incluirá aquí la argumentación y los datos que apoyan las conclusiones, sino tan sólo, de forma resumida, las preguntas esenciales y las consiguientes respuestas, basadas esencialmente en el conocimiento geológico sobre el pasado de nuestro planeta y cuyos detalles pueden encontrar los lectores interesados en los artículos mencionados.

  • ¿Ha desencadenado el hombre con sus actividades el calentamiento global? Rotundamente, no. El planeta lleva calentándose unos 20.000 años, desde el último máximo glacial, unos 200 siglos antes del inicio de la época industrial.
  • ¿El calentamiento que está experimentando la Tierra representa un episodio completamente nuevo y nunca experimentado por nuestro planeta? Rotundamente, no. Durante los últimos millones de años, se han sucedido cientos de ciclos de calentamiento y enfriamiento, similares al actual con una duración aproximada de unos 125.000 años para cada uno de ellos.
  • ¿Son las emisiones de CO2 y el efecto invernadero asociado los principales responsables del cambio global? Rotundamente no. Los registros sistemáticos de temperatura y valores de dióxido de carbono en periodos cortos (un par de siglos) muestran que la temperatura varía independientemente de los valores de emisiones de CO2 a la atmósfera. Y en periodos largos (miles años), se observa que en los sucesivos ciclos de calentamiento – enfriamiento, el aumento de temperatura precede al del CO2, y no al revés.
  • ¿Los niveles de CO2 actuales en la atmósfera son inusitadamente elevados y la Tierra nunca ha tenido tanto dióxido de carbono en la atmósfera? Rotundamente, no. En épocas antiguas, el contenido de CO2 en la atmósfera ha llegado a ser hasta 25 veces más elevado que los niveles actuales. De hecho, la atmósfera terrestre de hoy contiene una de las menores concentraciones de CO2 (420 partes por millón) en toda la historia geológica.
  • ¿Están aumentando las temperaturas y ascendiendo el nivel del mar de forma acelerada, a velocidades inusitadas y nunca antes conocidas en la historia de la Tierra? Rotundamente, no. El nivel del mar está ascendiendo en la actualidad más lentamente que hace varios miles de años, y la temperatura está aumentando a un ritmo que no es inusual en comparación con épocas anteriores. Las alarmistas elevaciones con las que pretenden asustarnos no están basadas en las observaciones, sino en modelos estadísticos predictivos que, hasta la fecha, han fracasado en todos sus pronósticos.
  • ¿El aumento de temperatura que está experimentando la Tierra representa un peligro para la vida? Rotundamente, no. El registro geológico de la evolución indica todo lo contrario, ya que durante los periodos más cálidos de la historia del planeta, con temperaturas mucho más elevadas que las actuales, se experimentó un sensible aumento de la biodiversidad.
  • ¿Disminuyendo las emisiones de CO2 a la atmósfera, se podrá frenar y revertir el calentamiento global? Rotundamente, no. Del mismo modo que el aumento de CO2 en la atmósfera no tiene correlación directa con el aumento de la temperatura, tampoco lo tiene su disminución.
  • ¿Tiene el Hombre la capacidad para frenar y revertir el calentamiento global? Rotundamente, no. El calentamiento global está principalmente inducido por fluctuaciones en la radiación solar motivadas por variaciones periódicas en la órbita de la tierra y otros parámetros cósmicos, y el Hombre no tiene capacidad para influir en dichos mecanismos.

Es evidente que las preguntas y las respuestas antes mencionadas contradicen la política actualmente aplicada y se hace necesario evaluar el sentido práctico y la eficacia de las medidas que se están aplicando o proponiendo para su urgente aplicación. El listado de preguntas anteriores nos conduce indefectiblemente a una nueva pregunta: ¿se están proponiendo las soluciones adecuadas?

Implicaciones sociales, económicas y medioambientales

Toda la estrategia para combatir el cambio climático se ha focalizado en reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, medida sobre cuya eficacia existen serias dudas, ya que aun pudiendo tener un cierto impacto en el proceso de calentamiento, sus consecuencias correctoras serían prácticamente insignificantes. Pero además, las consecuencias prácticas de la aplicación de las medidas propuestas van mucho más allá de una simple limpieza atmosférica.  Se trata de un problema muy complejo, con múltiples facetas y muchas implicaciones, todas ellas de gran relevancia social y económica, a las que no se está prestando la atención requerida.

Las implicaciones sociales y económicas de la política de transición ecológica que se está introduciendo en el primer mundo, tiene una enorme gravedad potencial a nivel global. Hoy por hoy, los intentos de sustituir los combustibles fósiles y la energía nuclear por otras fuentes de energía renovables, tienen un impacto económico inmediato, ya que se trata de energías cuya obtención tiene un coste mayor. Las medidas que se están implementando frenan el crecimiento de los países más pobres y tienen consecuencias negativas para su desarrollo. Como ha denunciado el ecologista Paul Driesen (2005), el análisis unidireccional de las consecuencias derivadas del uso de los combustibles fósiles, sin mencionar las ventajas que de ellos se derivan ni tampoco los inconvenientes que conllevaría no usarlos, implican una aproximación parcial y sesgada al problema. En la práctica, inhibir el uso del petróleo y el carbón en países africanos y otros en vías de desarrollo, implica privarles de energía primaria y eléctrica barata, abocándoles al uso de energías más inestables y más caras como la solar y la eólica. Si estas energías renovables ya resultan caras (como se ha comprobado sistemáticamente con los precios alcanzados durante el verano de 2021, independientemente del factor desestabilizador de la guerra de Ucrania, que aún los ha hecho aumentar más durante 2022) para un ciudadano europeo, aún lo es mucho más para un ciudadano rural de un país subdesarrollado.

Las medidas que se están implementando frenan el crecimiento de los países más pobres y tienen consecuencias negativas para su desarrollo.

Algunas críticas hacia la transición ecológica van más allá y hablan incluso de que algunos países ricos europeos están poniendo en práctica un soterrado neocolonialismo, un colonialismo verde, basado en una poco edificante doble moral. Así lo ha denunciado en 2021 Vijaya Ramachandran, el Director de Energía y Desarrollo del Breakthrough Institute, refiriéndose a Noruega, cuyo gobierno está forrándose con el aumento de los precios del gas (incluso antes del aumento inducido por la guerra de Ucrania), mientras se esfuerza por impedir que algunos de los países más pobres del mundo produzcan su propio gas natural, presionando a organismos como el Banco Mundial para que deje de financiar proyectos de gas natural en África y en su lugar financie soluciones energéticas limpias como el hidrógeno verde, posiblemente la tecnología energética más compleja y cara que existe, inasequible para la gran mayoría de países africanos,  que no pueden impulsar el desarrollo sin el respaldo energético de los combustibles fósiles. Pero contradictoriamente, cuando se trata de su propio petróleo y gas, Noruega rechaza las restricciones, afirmando que las futuras perforaciones de petróleo y gas serán fundamentales para la transición a las energías renovables.

Pero, ¿son realmente alcanzables los objetivos que proponen las cumbres climáticas para la transición ecológica? Cuatro expertos en energía y recursos renovables del University College de Londres, han calculado la proporción de petróleo, gas y carbón que debería dejar de utilizarse, sin extraerlo del subsuelo, si se quiere alcanzar el objetivo climático global marcado en el Acuerdo de París. Y es nada más y nada menos que el 90% de las reservas de carbón y más del 50% de las de gas y petróleo. ¿Alguien se ha molestado en calcular el impacto que tendría esa medida para los países menos desarrollados? ¿O para los sectores de población menos favorecidos en los países del primer mundo? Por otra parte, la imposibilidad práctica de esta reducción, en términos cuantitativos, ha sido analizada en detalle en la reciente publicación Las energías del siglo XXI (Parte 1.- La utópica sustitución de los combustibles fósiles), también en ENTREVISTTAS.

¿Son realmente alcanzables los objetivos que proponen las cumbres climáticas para la transición ecológica? La campaña actual contra el cambio climático implica que la gente más pobre deberá utilizar la energía más cara. ¿Realmente se puede industrializar un país tan sólo con paneles solares o energía eólica?

Es necesario ser consciente de que la campaña actual contra el cambio climático implica que la gente más pobre deberá utilizar la energía más cara. Si los países del tercer mundo se ven constreñidos en el uso de la energía solar y eólica, en realidad, lo que se les está imponiendo es que restrinjan el uso de la electricidad y que se olviden de su desarrollo. Porque, ¿realmente se puede industrializar un país tan sólo con paneles solares o energía eólica?

Además, en realidad, estas consecuencias negativas no se limitarían a los países menos desarrollados, ya que incluso en los países del primer mundo, la renuncia a los combustibles fósiles pone a las personas pobres en peligro de congelarse durante el invierno por falta de calefacción doméstica asequible. Este no era un argumento teórico hace un año, bastaba con contemplar la evolución de los precios de la electricidad en España en 2021. Ahora, en 2022, con la guerra de Ucrania colapsando el suministro de gas, la amenaza se ha confirmado totalmente.

Una consecuencia inmediata de esta política es que un buen número de países se niegan a renunciar a su desarrollo (especialmente la gigantesca China) y en la práctica, el consumo y el precio de los combustibles fósiles, especialmente el carbón, están aumentando en lugar de disminuir. Este aumento ha alcanzado incluso a países desarrollados,  como consecuencia de los precios de la electricidad.

Una deriva, tan interesante como importante, que está trayendo consigo la crisis energética es el nuevo enfoque y cambio de opiniones sobre la energía atómica, satanizada durante décadas y que sin embargo empieza a contemplarse para algunos como la solución de futuro para la producción de energía eléctrica, hasta el punto de haber sido oficialmente calificada por la Unión Europea (lo cual sería impensable tan sólo hace un par de años) como energía verde. Hasta la icónica Greta Thunberg ha manifestado públicamente su cambio de opinión, ahora favorable a las centrales nucleares. En efecto, las centrales nucleares presentan bajos costes de producción y mínimas emisiones de gases contaminantes, y lo que hasta hace unos años se consideraba un problema insoluble, el almacenamiento de los residuos nucleares, tiene ya solución. Así lo han demostrado países como Estados Unidos, Suecia o Finlandia, mediante la construcción de sus almacenamientos a gran profundidad en rocas geológicamente favorables. En el caso de las dos naciones europeas y tras varias décadas de investigación sobre diversas estrategias para la eliminación de su combustible nuclear, ambos gobiernos han acordado una cooperación técnica para el desarrollo de una solución de almacenamiento segura basada en el diseño sueco. Esta solución se está construyendo actualmente y constituye el primer depósito geológico profundo para combustible nuclear gastado, situado en la localidad de Olkiluoto, en Finlandia.

También suele olvidarse, como si fuese una cuestión menor, uno de los aspectos más esenciales para la ansiada transición energética, a los minerales imprescindibles para las tecnologías que hacen posible ese cambio en el modelo de producción y uso de la energía eléctrica. Mientras se anuncian a los cuatro vientos las glorias de los nuevos generadores y los motores eléctricos, se restringe la exploración y la explotación de unos recursos (litio, coltán, níquel, paladio, tierras raras, etc.) de los que Europa es totalmente dependiente, aunque la lección que la guerra de Ucrania está impartiendo a marchas forzadas sobre los riesgos de la extrema dependencia de suministros exteriores, quizás haga cambiar algunas mentalidades, al igual que está ocurriendo respecto a la energía atómica.

Foto BOB Strong (Reuters)

Foto BOB Strong (Reuters)

Contemplando el problema desde otra perspectiva, desde el punto de vista táctico, si el objetivo es reducir la cantidad de CO2 en la atmósfera, ¿en lugar de introducir la obligación de pagar por los derechos de emisión, por qué no se incentivan económicamente las acciones que constituyen una trampa o un sumidero de dicho gas? Hay actividades industriales que durante su proceso productivo son capaces de atrapar ingentes cantidades de dióxido de carbono, e incluso reciclarlo como materia prima para la fabricación de otros productos. Sin embargo esta vía alternativa lleva años abandonada. Aparte de que los incentivos económicos suelen ser más eficientes que las penalizaciones, así se podría evitar una parte importante de los problemas que están causando actualmente el aumento desmedido de las tarifas eléctricas.

Otro aspecto a tener en cuenta es que se están pasando por alto las consecuencias medioambientales de las medidas propuestas. La campaña de demonización contra el efecto invernadero, hace olvidar con frecuencia que este fenómeno, al retener parte de la radiación térmica emitida por la superficie terrestre, es esencial porque gracias a él la temperatura se mantiene a un nivel adecuado para el desarrollo de la vida. Por ello, algunos científicos como Luis Pomar, advierten que un planeta con menos dióxido de carbono sería un planeta más frío, lo cual reduciría la extensión de tierra cultivable y la capacidad para alimentar a la humanidad.

En la misma línea, un grupo de 50 científicos, expertos internacionales en cambio climático y biodiversidad, difundió en junio de 2021 un estudio alertando de los daños colaterales que tienen para la conservación de la naturaleza algunas medidas propuestas. Así,  las plantaciones masivas de árboles  para atrapar el exceso de dióxido de carbono o la expansión de los biocarburantes , pueden plantear graves amenazas a la diversidad biológica. Sin olvidar, además, la incidencia que está teniendo la producción de biocarburantes en el precio de algunos productos vegetales básicos, como el maíz o la soja, lo que encarece la alimentación para muchos seres humanos, tanto de forma directa como indirecta, al afectar la rentabilidad de las explotaciones ganaderas.

un planeta con menos dióxido de carbono sería un planeta más frío, lo cual reduciría la extensión de tierra cultivable y la capacidad para alimentar a la humanidad.

Tampoco parecen haberse evaluado adecuadamente las consecuencias derivadas de otra de las soluciones propuestas, el uso del hidrógeno como combustible alternativo y ecológico para el transporte. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que su eficiencia es muy baja, ya que durante su utilización sólo se aprovecharía una cuarta parte de la energía consumida para producirlo, por lo que su rentabilidad parece muy complicada. Y en segundo lugar, de su aplicación generalizada podría decirse que sería peor el remedio que la enfermedad. Es cierto que con ese tipo de motores no se emitiría dióxido de carbono, pero en cambio se lanzaría a la atmósfera enormes cantidades de vapor de agua, cuyo efecto invernadero es aún mucho más potente que el del CO2. Prueba de ello pueden ser las elevadas temperaturas alcanzadas durante 2022, que muchos científicos atribuyen al exceso de vapor de agua en la atmósfera, ocasionada por la excepcional erupción volcánica del archipiélago de Tonga en Enero de 2022.

Tampoco puede olvidarse la reciente información, hecha pública por la Organización Meteorológica Mundial y Copernicus (véase El País del 2 de Noviembre de 2022), según la cual las temperaturas en Europa han aumentado más del doble de la media mundial en los últimos 30 años, a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero han disminuido em territorio europeo un 31% entre 1990 y 2020. Parece pues que las soluciones propuestas, extremadamente costosas tanto desde el punto de vista social, económico y medioambiental,  no pueden proporcionar los resultados esperados. Y sin embargo, al proponer y desarrollar la enorme ofensiva contra los gases invernadero, se están dejando de lado otras muchas tareas urgentes a las que no se les está prestando la atención que merecen. Es absolutamente evidente, no lo discute nadie,  que la actividad antrópica está afectando la salud ambiental del planeta. Se están talando selvas, se está vertiendo a lagos, ríos y mares productos tóxicos, los plásticos están invadiendo los océanos, se está abusando de herbicidas y pesticidas, se está permitiendo la obsolescencia programada de electrodomésticos para aumentar artificialmente la demanda y la producción, etc.

las temperaturas en Europa han aumentado más del doble de la media mundial en los últimos 30 años, a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero han disminuido em territorio europeo un 31% entre 1990 y 2020.

Plásticos y basura en el Bósforo (Foto Şebnem Coşkun)

En las multitudinarias cumbres mundiales sobre medioambiente nunca se abordan estos problemas, focalizando su atención de forma prácticamente exclusiva sobre el cambio climático y las emisiones de CO2. Al contrario de lo que ocurre con el calentamiento global, cuya solución integral es utópica (porque el clima seguirá cambiando, hagamos lo que hagamos, como lo ha hecho siempre), corregir los otros problemas medioambientales antes mencionados sería fácil y rápido. En realidad, bastaría con que la humanidad se lo propusiese poniendo en marcha las medidas necesarias, ya que la solución depende única y exclusivamente de nosotros mismos, no hacen falta utópicas modificaciones de los ritmos cósmicos.

Sin embargo, en el lugar de abordar estos problemas tal y como ha denunciado MURO & CAMPOY en 2020, en dichas cumbres se presiona a los gobiernos para que aporten gigantescas sumas de dinero para proyectos con objetivos irrealizables, que favorecen los intereses de multinacionales y grupos de poder, que viven de prometer soluciones imposibles para resolver problemas que en algunos casos pueden calificarse de insolubles.

Durante estos días, estamos recibiendo la habitual oleada de mensajes catastrofistas que acompaña a cada cumbre del clima, este año la de Egipto. Desde allí nos llega ahora la demanda de cantidades astronómicas de dinero que deben abonar los países ricos, para paliar los efectos de las sequías que ellos han causado con sus emisiones de CO2 en los países pobres. ¡cómo si se tratase de un hecho demostrado y probado! Además, el alarmismo catastrofista ha subido varios peldaños, al pasar de una situación de emergencia climática a otra que, según la ONU, representa una carnicería climática. O, de acuerdo con las propias palabras de su Secretario General, un infierno climático. Y todo esto, cuando hace tan sólo un par de meses, Patrick Moore, fundador de Greenpeace, ha denunciado que las tesis oficiales sobre el cambio climático se basan en falsas narrativas, y que la teoría del apocalipsis ambiental busca el poder y el control político utilizando el miedo y la culpa de la gente.

Entonces, ¿cómo afrontar el problema? ¿Existen soluciones?

Hay indicios suficientes para pensar que las medidas de lucha contra el cambio climático que están aplicando y proponiendo, están basadas en premisas falsas y que no apuntan en el camino correcto, haciéndose imprescindible una seria reflexión sobre su aplicabilidad y consecuencias derivadas. Pero señalar defectos e indicar lo que no funciona, es siempre más fácil que corregir los problemas proponiendo las medidas necesarias.

Un elemento muy significativo, revelador de que las cosas no se están haciendo bien, es lo ocurrido recientemente en Suiza, uno de los países más avanzados y democráticos del mundo. Allí, sus ciudadanos rechazaron recientemente en referéndum (Junio de 2021) la nueva ley climática, una propuesta que preveía medidas para reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono para frenar el cambio climático. Este rechazo ha representado una mayúscula sorpresa, ya que se trataba de una iniciativa apoyada por el Gobierno y la práctica totalidad de los partidos políticos. 

Entonces, si las propuestas que están actualmente en vías de implementación, no son válidas y empiezan a no ser aceptables por la ciudadanía, ¿existen soluciones adecuadas al problema del cambio climático? Como se ha mencionado al inicio de este artículo, el primer paso para solucionar un problema es tomar conciencia de que el problema existe. Y actualmente, la principal dificultad reside en que se está partiendo de hipótesis equivocadas y aún no existe, ni a nivel ciudadano ni tampoco oficial, conciencia de ese error inicial.

Las medidas de lucha contra el cambio climático que están aplicando y proponiendo, están basadas en premisas falsas y que no apuntan en el camino correcto, haciéndose imprescindible una seria reflexión sobre su aplicabilidad y consecuencias derivadas

Existen muchas evidencias de que la actividad antrópica no ha originado el calentamiento global y hay abundantes argumentos para sembrar muchas dudas sobre el papel del CO2 en dicho calentamiento. Sin embargo, se está procediendo como si esa correlación fuese una verdad absoluta, demostrada e irrebatible, como si detener el cambio climático estuviese realmente en nuestras manos. Los modelos climáticos actuales, cuya eficiencia y limitaciones han sido ya comentadas en artículos anteriores, nos ofrecen predicciones exageradas y alejadas de la realidad, una distorsión que está dificultando la articulación de políticas y estrategias de actuación eficientes para corregir, mitigar y prevenir los efectos del previsible aumento de temperatura y de la elevación del nivel del mar que continuará a lo largo de los próximos decenios.

Se nos amenaza y asusta con aumentos insoportables de temperatura y con rapidísimas elevaciones del nivel del mar, todo ello originado por culpa de las actividades humanas. Sin embargo, el registro geológico indica que no está ocurriendo realmente nada anómalo que no haya ocurrido antes en la historia de la tierra. Así, la profesora Caridad Zazo, miembro de la Academia de Ciencias, aun admitiendo que el calentamiento actual puede estar parcialmente relacionado con la emisión humana de gases de efecto invernadero, recuerda que tanto durante los periodos glaciales como interglaciales, ha habido cambios climáticos muy abruptos que se han dado en una escala temporal muy pequeña, de muy pocos decenios, similares a los actuales. De acuerdo con esas observaciones, se considera que los registros del periodo denominado OIS 11, y especialmente los datos pertenecientes al intervalo situado entre los 405.000 y los 340.000 años, es considerado el mejor análogo, el más similar al actual periodo interglaciar. De acuerdo con esta comparación, tendríamos que esperar unos 30.000 años, para llegar a la próxima época glaciar. Nos guste o no, esa es la duración de los ciclos que rigen la vida de nuestro planeta, y por mucho que excedan nuestra perspectiva temporal, no podemos dejar de tenerlos en cuenta a la hora de evaluar la situación actual.

Es decir, que aun en el supuesto teórico de que se consiguiese eliminar totalmente la emisión de gases con efecto invernadero, el planeta seguiría su acenso térmico y el nivel del mar seguiría subiendo, de acuerdo con los ritmos cósmicos que han venido funcionando desde el principio de los tiempos. Por ello, nuestros esfuerzos debieran concentrarse de forma prioritaria en conocer en profundidad la dinámica de los procesos que controlan realmente los cambios de temperatura y del nivel del mar (muy especialmente, introduciendo en los análisis las informaciones geológicas sobre la historia climática del planeta desde sus inicios, que están siendo sistemáticamente ignoradas), en lugar de especular con predicciones basadas en modelos estadísticos que, hasta la fecha, han fracasado estrepitosamente.

Estas reflexiones no deben considerarse una crítica a los miles y miles de científicos que están dedicando su encomiable trabajo, tediosas observaciones y sofisticados cálculos al estudio de la evolución del clima. Dichos esfuerzos han dado lugar a un impresionante desarrollo de conocimientos y a los sofisticados instrumentos de los que ahora disponemos. Tampoco queremos decir que se están obteniendo conclusiones erróneas de los datos utilizados, lo que queremos expresar es, precisamente, que no se están usando todos los datos que el problema requiere, a pesar de disponer de ellos y debe ampliarse el abanico temporal de observaciones hasta tiempos mucho más remotos. Tampoco, ni mucho menos, pretendemos sugerir que todo el mundo está equivocado. Pero sí pretendemos señalar que la visión que de nuestro planeta proporciona la Geología es la de un sistema dinámico, con cambios lentísimos, inapreciables desde nuestra perspectiva vital, pero en perpetua evolución desde sus orígenes. Esta visión es muy diferente de la que con frecuencia se presenta a la opinión pública: un planeta en equilibrio estático, donde los cambios (por ejemplo, un aumento global de la temperatura) se contemplan como algo anómalo en lugar de formar parte de la normalidad. Por eso, consideramos que es imprescindible dar varios pasos hacia atrás y contemplar el problema desde una perspectiva más amplia y revisar en profundidad las hipótesis que fundamentan los modelos climáticos actuales.

Desde el punto de vista de un geólogo (en realidad, de dos en este caso), acostumbrados a contemplar nuestro planeta con la perspectiva de miles de millones de años, es impensable que se intente analizar su situación climática actual utilizando tan sólo datos de unos pocos siglos, por muy precisos que estos sean. Si se pretende analizar el clima de ahora teniendo en cuenta sólo los dos últimos milenios, es como si un periodista intentase evaluar y analizar la situación actual de la Humanidad considerando tan sólo las noticias de la prensa publicadas durante los últimos cinco meses, sin tener en cuenta nada de lo ocurrido anteriormente desde que se inició la Historia, hace unos 6000 años

Puede parecer una exageración, pero exactamente eso es lo que ese está haciendo actualmente con los modelos de predicción climática. Los dos últimos milenios (algunos análisis incluso se reducen a los dos últimos siglos), respecto de los 3.500 millones de años de historia de la atmósfera del planeta, representan tan sólo el 0,00007 % del total, equivalentes a los cinco meses de la historia del hombre antes mencionados.  Tan sólo este dato debiera ser suficiente para aceptar la necesidad de abrir el abanico temporal, de observar el planeta desde una perspectiva más amplia y de incluir en los análisis los registros geológicos de la evolución climática. Como se ha repetido en varias ocasiones a lo largo de los artículos ya publicados, la principal limitación de los modelos de predicción climática, es que los datos utilizados se restringen a un periodo excesivamente corto, un par de siglos o, como mucho, un par de milenios. ¿Cómo podemos predecir el comportamiento de una atmósfera que viene evolucionando cíclicamente durante miles de millones de años con tan pocos datos?

San Blas - Panamá (Foto Yann Arthus Bertrad)

San Blas – Panamá (Foto Yann Arthus Bertrad)

Cuando nuestros antepasados cromañones perseguían mamuts en Doggerland, no sabían que el nivel de mar iba a invadir sus territorios de caza y tendrían que emigrar tierra adentro para subsistir. Igualmente, cuando los vikingos llegaron a las costas de Groenlandia hace un milenio, ignoraban que un par de siglos después deberían regresar a su casa, porque el frío iba a convertir en inhabitables aquellas tierras.  

Nosotros, sin embargo, tenemos una gran ventaja sobre nuestros antecesores, tenemos la certeza de que la temperatura y el nivel de mar seguirán elevándose (hagamos lo que hagamos), a unos ritmos mucho más moderados de lo que nos quieren hacer creer, con la cadencia impuesta por la naturaleza (unos 6 milímetros por año, a lo largo de los últimos 20.000 años). Por lo tanto, es esencial que cambiemos la base de nuestros razonamientos y aceptemos que es utópico que podamos revertir el calentamiento y el ascenso del nivel del mar. Nuestra actitud hacia el cambio climático debiera ser similar a la que tenemos hacia procesos naturales como los terremotos o las erupciones volcánicas, fenómenos que en cierto modo podemos predecir el nivel de riesgo, aunque no sabemos exactamente cuándo se producirán, sí podemos tomar las medidas preventivas adecuadas para cuando hagan acto de presencia.

Si se pretende analizar el clima de ahora teniendo en cuenta sólo los dos últimos milenios, es como si un periodista intentase evaluar y analizar la situación actual de la Humanidad considerando tan sólo las noticias de la prensa publicadas durante los últimos cinco meses

Es decir, que nuestros esfuerzos debieran encaminarse, en el medio o largo plazo, a ir adaptando nuestro hábitat a los cambios que se avecinan. Como han hecho, por ejemplo, los holandeses para defender su terreno frente a la invasión del mar. Y también, con visión realista a medio y largo plazo, planificar adecuadamente el uso del suelo, especialmente en la proximidad de la línea de costa. Con la misma mentalidad con la que preparamos nuestra casa o nuestras ropas cuando vemos que se acerca el verano, sabiendo que no podemos hacer nada por evitar su llegada. Sin pausa, con visión de futuro, pero también sin las prisas con que nos azuzan unos modelos climáticos basados en premisas insuficientes. Es decir, con la lógica que supuestamente deben regir los actos del Homo supuestamente sapiens.


¿Cómo hacer frente al infierno climático que (supuestamente) nos espera?
Por Enrique Ortega Gironés y
José Antonio Sáenz de Santa María Benedet


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

Deja un comentario