Las carnes del tiempo

Capítulo I
José


Hoy

— ¿Lo sabías? ¿Cómo que lo sabías?

— Sí, Rebeca es mi amiga desde que éramos dos niñas. Cuando comenzó a contarme lo de sus viajes… la verdad es que no podía creérmelo. Estuve mucho tiempo pensando que estaba enferma, que tenía demasiada imaginación. Vamos… que no había superado lo del amigo invisible y esas cosas que nos pasan de nanas.

— ¿Nanas?

— Liz, ¿aún no te has hecho con el vocabulario valenciano? Ché, que eres periodista… ¡acostúmbrate ya!

— Vale, sigue…

— Luego me di cuenta de que no me mentía. Busqué en la enciclopedia y luego en Internet, en las hemerotecas… Al final, hasta Wikipedia confirmaba todo lo que me contaba. Pero, claro… es que algunas cosas que me ha contado ¡me las ha contado a principios de los 80! Y… por supuestísimo, fijo que no tenía ni Internet ni Wikipedia. Y estas cosas se han ido dando forma solas a medida que he podido irlas comprobando con diferentes fuentes (del pasado y más contemporáneas). Pero, además: me las ha contado como creo que te contó a ti, ayer, lo de José: resulta absolutamente creíble, ¿no?

— Totalmente, I’m totally freaking out!

— Pues eso (conste que de tanto limpiar tu casa y charlar contigo, te comienzo a entender esas americanadas que me sueltas, hija mía…). Bueno… cuando Rebeca me las contaba a mí, ya mayorcitas, me pasaba lo mismo. Súmale a eso que le tengo amor y confianza desde aquel día en que salvó a mi madre del tren. Rebeca me ama como yo a ella: por esa parte, tampoco creo que me mintiese. Es que no tiene necesidad…

— Por cierto, ¿tu madre lo sabe?

— Ahora lo verás… ¡mamáaaa!

— Ruth, venid vosotras que yo ya no puedo moverme bien.

— Hola Lola.

— Hola Liz, guapa. ¿Cómo estás?

— Bien, bien.

— Mamá, estamos hablando de Rebeca y de su don.

— ¿Ah, sí? ¿Ya lo sabes? Entonces… Liz, nosotras lo creemos.

— En ese caso, ayúdame a confirmar si lo que me contó ayer era cierto…


Ayer

José tiene una piel suave. No me canso de tocarle. Y sabe más que ningún otro hombre sobre el talle de las mujeres. Cuando te toca, se nota: disfruta de buscar las carnes. Es como un maestro de las carnes del tiempo. ¡A veces pienso que es como yo! ¡Que puede viajar en el tiempo y especializarse en lo que le gusta! Y, a él, le gustan las carnes de las mujeres, sus curvas, sus reacciones,… hasta sus imperfecciones. Se nota que le apasionan. De hecho, con lo celosa y feminista que yo era, se me ha pasado: me quedo extasiada y maravillada con su facilidad para notar todo lo que sé que hay en mi perfil. Antes de que llegue a un hueco, yo ya lo estoy esperando para ver si allí se saltará ese pedazo de piel o ese trocito de carne que me sobra… pero, no. Nunca falla: te digo que es un experto.

Es como un maestro de las carnes del tiempo. ¡A veces pienso que es como yo! ¡Que puede viajar en el tiempo y especializarse en lo que le gusta!

Cuando entré en su tienda, la de la calle San Vicente de aquí, de Valencia… en aquel 1900 tan triste, en el que se moría la gente por gripe sin parar, me sentí arropada por un maravilloso olor a tela. ¡Era como un refugio alentador! Un silencio elegante, un buen olor… y, de pronto, su mirada. Una mirada segura y serena que ya te estaba preguntando ¿en qué la puedo ayudar, señorita?

He de regresar. Me hace sentir mujer cuando me pone esos corsés como los que diseñó para Cooper, la tenista que ganó los JJOO en París de aquel mismo año. Pero, lo que de verdad me pone es cuando me coloca los corsés de embarazada y me dice que en ese espacio hueco va a estar nuestro bebé.


Hoy

— Liz, cuando mi madre (que me tuvo muy joven) me contaba que su madre siempre le decía que le apretaba el corsé… ¡me sentía tan afortunada de no llevar uno! Yo he llevado muchas fajas (como mi madre, que siempre me decía que andase recta y que una faja me ayudaría). No sé si ese José Abad que Rebeca menciona también hacía fajas… ¡Ves! ¡Ché… Ahora me asalta la curiosidad!

— Mamá… céntrate.

— Lola, sigue por favor. ¿Qué más decía tu abuela?

— Pues decía que, en Valencia, cuando tenías cierto caché… pues que se estilaba, que las mujeres de bien los usaban. Que era moda, vamos. Y que les hacía un tipito muy bonito.

— Ruth, ¿tú que opinas de eso? No me gustaría nada llevar un corsé porque todas lo lleven. Una cosa es que me dé por ahí un día… pero, ¿por moda?

— Liz, querida, no puedes pensar como entonces se pensaba. Ni sentir tampoco. Hostia, eres periodista pero pareces un poco naïf, ¿no? Es como criticarle a mi madre por que llevase faja… Tenemos mucha suerte. Eso es lo que opino. Más o menos como tú.

— Lo fuerte no es que yo parezca naïf, es que tu querida Rebeca (que a nivel periodístico está por encima de todas nosotras, claro) haya perdido la cabeza por ese José. ¡Ni que fuese el único que sabe tocar a una mujer! Jesus, I’m still freaking out!


Ayer

— Concha, necesito que me dés un año sabático. Tengo que hacer un viaje y ha de ser la próxima semana. Tengo que arreglar un par de cosas en casa, con Ruth (para que me la mantenga bien). Pero, luego he de irme. Intentaré compensártelo.

— Rebeca, eres muy buena y, ¡joder!, no sé cómo lo haces pero todo lo que publicamos es un referente de calidad si lo has escrito tú. ¿Cómo me vas a pedir un año? ¿No puede ser menos?

— Concha, por favor. Gabriel es bueno, muy bueno también. Ponle en mi sección ese año: lo va a defender más que bien. Dale la oportunidad. A parte de Liz, que ya sabemos que fuera de lo referente a su USA, no escribe muy allá… no confío en ninguno más para cubrir mi nombre. Pero, te juro que en Gabriel sí confío.

— OK. Cuando regreses de ese viaje misterioso tuyo, espero que estés fresca y me dés todo de ti, que aceptes trabajar para los catalanes, como te he pedido cien mil veces.

— Claro que sí. Estate tranquila. Te lo juro…


Domingo de la semana siguiente, en Valencia.
Año 1901.

— José, ¿juras tomar por esposa a Rebeca?

— Sí, lo juro.

— Rebeca, ¿juras tomar por esposo a José?

— Sí, lo juro.


La carnes del tiempo | Capítulo I: José
por Carmen Nikol


Publicado por Entrevisttas.com

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