El efecto invernadero y la cuadratura del círculo

Dice la sabiduría popular que cuatro ojos ven más que dos. Extrapolando a partir de ese aforismo, se podría decir también que dos geólogos suspicaces pueden detectar mejor que uno sólo, esas contradicciones que hay entre lo que nos enseña la historia de la Tierra y las medias verdades que nos cuentan los medios de comunicación. Por eso, se ha incorporado como colaborador de Entrevisttas.com y como coautor de esta serie de artículos José Antonio Sáenz de Santa María.

Algún malintencionado suele afirmar, en círculos profesionales, lo siguiente: dos geólogos, tres opiniones. Dejando aparte el innegable y exacerbado individualismo del gremio, debe tenerse en cuenta que la divergencia de criterios es algo común en la ciencia, y muy especialmente en el caso de las ciencias empíricas, como es la medicina, por ejemplo, cuando una misma enfermedad puede tener varios diagnósticos o enfermedades distintas pueden tener síntomas muy similares. No obstante, posiblemente por tratarse de la manida excepción que confirma la regla, en este caso, los dos geólogos firmantes tienen una sola y unánime opinión sobre las distorsionadas, y a veces aberrantes, informaciones que se difunden sobre el calentamiento global y el cambio climático.

Si bien es innegable que el planeta se está calentando, no es menos cierto que ese fenómeno es uno más de los calentamientos cíclicos que afectan a la Tierra por múltiples causas naturales y que, en este caso, el ciclo de calentamiento se inició hace unos 20.000 años. Así mismo,  y en contra de lo que se nos está intentando inculcar, el hecho de que se esté calentando nuestra atmósfera no implica el advenimiento de un cambio climático global y catastrófico generalizado, calentamiento global y cambio climático no son conceptos equivalentes.

Con relativa frecuencia, la validez de las predicciones sobre la futura evolución del clima, se presenta avalada por la potencia de cálculo de los modernísimos ordenadores y la eficiencia de los sofisticados programas estadísticos utilizados, como si este hecho por sí mismo, ya garantizase la fiabilidad de los resultados. Sin embargo, en realidad, la corrección de dichas previsiones depende mucho más de la calidad de los datos introducidos en los sistemas informáticos y de la representatividad de la información procesada que de la sofisticación de la herramienta de cálculo. Por eso, desde hace años, para expresar gráficamente lo que puede ocurrir con la informática cuando no se utiliza la información correcta, se ha acuñado en inglés la expresión rubbish in, rubbish out: si entra basura, sale basura. Es decir, si se alimenta un programa o aplicación informática con datos erróneos, de poca calidad o incompletos, los resultados que se obtendrán nunca podrán ser correctos. Y eso, desgraciadamente, es lo que se está haciendo de forma sistemática en la mayoría de predicciones climáticas que llegan a la opinión pública.

Imaginemos a un niño que vive en una ciudad cualquiera de España, a quien los Reyes Magos le traen como regalo un termómetro. Él, aficionado a la meteorología, empieza a registrar y apuntar en una libreta la temperatura que se registra en la ventana de su habitación cada día antes de irse a la cama. En sus anotaciones, verifica que, desde enero hasta julio, las temperaturas tienen una tendencia claramente ascendente, y basándose en esos datos, predice que al llegar el mes de diciembre, la temperatura ascenderá varios grados más. Evidentemente, esa predicción será totalmente errónea porque no ha tenido en cuenta la ciclicidad anual, el descenso que inexorablemente llegará con la venida del otoño. A modo de ejemplo, a continuación la Figura 1 muestra la evolución a lo largo del año de las temperaturas medias mensuales, tanto máximas como mínimas, en Salamanca, según datos proporcionados por la Agencia Española de Meteorología (AEMET).

Figura 1

Complementariamente, la Figura 2 muestra la evolución de la temperatura del planeta durante los últimos 400.000 años, obtenida mediante isótopos de oxígeno a partir de los sondeos de hielo en Groenlandia. En ella se evidencia que en la actualidad nos estamos acercando al final de un ciclo de calentamiento que se inició hace ya unos 20.000 años.  

Figura 2

Y, yendo más hacia atrás en el tiempo, la Figura 3 (obtenida a partir de isótopos de oxígeno en caparazones fósiles) muestra que durante los últimos 65 millones de años se han sucedido cientos de ciclos de calentamiento y enfriamiento similares a los representados en la Figura 2. Es muy significativo verificar en esa gráfica, que sin contribución de las actividades humanas, muchos millones de años antes de que apareciese el Hombre sobre la Tierra,  se alcanzaron temperaturas muy superiores a las actuales. Incluso, mucho más elevadas que esas que se nos presentan como una amenaza catastrófica para la salud del planeta dentro de pocos siglos. También, contradiciendo las amenazas con las que pretenden asustarnos sobre la salud del planeta, no deja de ser significativo que, de acuerdo con la gráfica de la Figura 3, la Tierra está experimentando actualmente la etapa más fría de las registradas durante los últimos 65 millones de años.

Figura 3

Es posible que pueda parecer aventurado o poco fiable obtener temperaturas de periodos tan antiguos a partir de datos isotópicos. Sin embargo, las mediciones actuales confirman la fiabilidad de dicha técnica, y su capacidad de extrapolación hacia tiempos pasados, como puede observarse en la Figura 4 (publicada en 1990 en el Boletín del Organismo Internacional de la Energía Atómica,  OEIA,  por Kazimierz Rozanski y Roberto Gonfiantini), donde se puede comprobar la estrecha correlación entre los cambios de la temperatura del aire en la superficie terrestre y la composición isotópica del O18 en el agua de lluvia en las precipitaciones mensuales de 8 estaciones europeas.

Figura 4

Otra conclusión interesante que se puede apreciar en la Figura 4 es que, a pesar de las oscilaciones térmicas, habituales en la evolución de la temperatura del Planeta, la tendencia es de equilibrio, sin un aumento sensible en el corto – medio plazo, a pesar de que durante el periodo registrado en la gráfica, las emisiones de CO2 antrópico a la atmósfera se duplicaron, pasando de 10 a 20 Gigatoneladas.

Sin embargo, inexplicablemente, a pesar de las evidencias mostradas en las gráficas anteriores, la Figura 5, la famosísima curva conocida como el palo de hockey en la que se basan las predicciones del grupo de expertos de la ONU, (denominado por sus siglas en inglés IPCC), está restringida a un brevísimo periodo de tiempo que comprende tan sólo los dos últimos milenios. Para una mejor comprensión de estas gráficas y de sus implicaciones, se recomienda la lectura de los artículos El cambio climático y la mecánica celeste y El calentamiento global y la servicial estadística, ya publicados anteriormente en este portal.

La comparación entre las gráficas anteriores sugiere que con las previsiones climáticas se puede estar cometiendo un error similar al del niño aficionado a la meteorología, ya que todas las predicciones realizadas han ignorado la ciclicidad a largo plazo en la evolución de la temperatura media de la Tierra. Uno de los argumentos que suelen utilizarse para apoyar la fiabilidad de las proyecciones climáticas realizadas por el IPCC, complementariamente a la potencia de cálculo de las herramientas informáticas actuales, es la precisión y exactitud que se ha alcanzado en los pronósticos meteorológicos. Porque, en efecto, las mismas herramientas que se usan para los pronósticos meteorológicos, son las que se utilizan para las profecías climáticas. Y, llegados a este punto, se hace imprescindible comprender bien las diferencias entre dos conceptos que con frecuencia se confunden, la meteorología y la climatología.

El clima y los meteoros

Como su nombre indica, la meteorología es la ciencia que se ocupa de estudiar y predecir a corto plazo los cambios que afectan a los meteoros, esos fenómenos naturales presentes en la atmósfera, como son la temperatura, el viento, la cobertura nubosa o la lluvia, entre otros. Por el contrario, el clima es el conjunto de fenómenos meteorológicos registrados a lo largo del tiempo, pero en periodos mucho más largos y la climatología es la ciencia que estudia (entre otras cosas) las variaciones del clima en un mismo lugar a lo largo del tiempo.

Así pues, aunque ambas ciencias estudian los mismos parámetros,  sus periodos de observación son muy diferentes y vienen establecidos por sus distintos objetivos: mientras la meteorología analiza la evolución de los meteoros con el fin de establecer las leyes que los gobiernan y poder hacer una previsión acertada del tiempo, la climatología evalúa su evolución a lo largo de siglos, milenios o periodos incluso mucho más largos.

Veamos un ejemplo sencillo para ilustrar estas diferencias. En un área desértica, la meteorología puede predecir que, en un momento determinado, como ocurre alguna vez aunque sea muy raramente, aparezcan tormentas con lluvias abundantes. Sin embargo, ese fenómeno, aislado y excepcional, no cambiará el carácter desértico del clima de la zona, caracterizado por lluvias muy escasas y donde en el largo plazo, las probabilidades de que aparezcan esos aguaceros son mínimas.

Es indudable que durante los últimos años, la meteorología ha experimentado un enorme avance y la exactitud de sus previsiones ha mostrado una mejora espectacular. Esta progresión se ha debido a la puesta en órbita de satélites meteorológicos, que proporcionan una enorme cantidad de información en tiempo real, y también a la potencia de cálculo de las herramientas informáticas, capaces de procesar ingentes cantidades de datos con enorme rapidez, y compararlos con registros históricos de similares situaciones precedentes. Pero la climatología no puede beneficiarse de la misma manera de esos avances tecnológicos. Aunque las herramientas informáticas puedan ser igualmente válidas para ambas especialidades, mientras la meteorología dispone de una verdadera avalancha de datos cada segundo, la climatología necesita una información dilatada en el tiempo.

Mientras la meteorología dispone de una verdadera avalancha de datos cada segundo, la climatología necesita una información dilatada en el tiempo

Los registros existentes desde que aproximadamente hace un par de siglos se instalaron los primeros observatorios meteorológicos, pueden ser suficientes para determinar las características de los climas actuales, pero cuando pretendemos estudiar la evolución climática del planeta, ¿Dónde están los satélites o los observatorios para saber lo que estaba ocurriendo hace cientos o miles de años?

Esos datos no existen y las condiciones meteorológicas del pasado deben ser obtenidas por indicadores indirectos, conocidos en el lenguaje científico como proxies, que son los utilizados para obtener los datos que han permitido realizar las gráficas de las figuras 2, 3, 4 y 5 antes mencionadas.

En estas condiciones, si el éxito de las predicciones meteorológicas se ha basado en el tratamiento, análisis e interpretación de la ingente cantidad de datos acumulados durante un periodo aproximado de dos siglos, desde que existen los observatorios, sería lógico que la climatología se aprovechase para sus predicciones del dilatado registro geológico, teniendo en cuenta los ciclos climáticos anteriores bien conocidos. Sin embargo, como hemos visto anteriormente, se tiende a despreciar o ignorar esa información, focalizando toda la atención en un brevísimo periodo de dos milenios, totalmente insuficiente para comprender el ritmo de los procesos climáticos.

El primer paso, una condición imprescindible para que las predicciones sean correctas, es tomar en consideración todas las variables climáticas bien conocidas. En este sentido, algo no se debe estar haciendo bien cuando la inmensa mayoría de las predicciones están fracasando estrepitosamente. La Figura 6, elaborada por John Christy, de la Universidad de Huntsville (Alabama), establece la comparación entre las temperaturas reales observadas y las predicciones realizadas para el periodo comprendido entre 1975 y 2015.

Figura 6

En la Figura 6, la línea señalada por cuadrados azules corresponde al promedio de mediciones realizadas mediante satélite, la línea de círculos verdes al promedio de medidas obtenidas mediante globos sonda meteorológicos y la línea de rombos rosados al promedio de datos reanalizados. Por otro lado, la línea roja representa el promedio de las predicciones de más de un centenar de modelos informáticos, entre ellos los utilizados por el IPCC, que sistemáticamente, a partir de la última década del siglo XX, pronostican temperaturas muy superiores a las observadas. Curiosamente, a pesar de su relevancia, este tipo de informaciones nunca llegan a los titulares informativos.

La cuadratura del círculo

Hace más de dos mil años, en la antigua Grecia, se planteó un problema geométrico consistente en construir un cuadrado a partir de un círculo predeterminado, de forma que las superficies de ambos, del círculo y del cuadrado, fuesen idénticas. El problema permaneció insoluble durante muchos siglos, hasta que a finales del siglo XIX, el matemático alemán Carl L. F. von Lindemann demostró que ese problema no tenía solución, que esa construcción era imposible. Por eso, la cuadratura del círculo ha quedado en el lenguaje coloquial como una frase hecha para describir algo inútil o imposible de alcanzar.

Algo muy similar a la cuadratura del círculo está ocurriendo con el calentamiento global, cuando injustificadamente se nos quiere hacer creer que se trata de un problema causado por la Humanidad, cuando la historia geológica del planeta demuestra todo lo contrario. Además, se nos induce a pensar que como causantes del problema, está en nuestras manos revertirlo, algo que es totalmente imposible de alcanzar, ya que las fuerzas cósmicas que han regido los ciclos climáticos durante millones de años, siguen en funcionamiento.

Para cuadrar ese círculo, se le asigna el taimado papel de culpable al dióxido de carbono, al CO2, como principal responsable del efecto invernadero, a pesar de que (como se describe en los artículos anteriormente mencionados y también en El CO2 y el efecto invernadero: presuntos culpables del cambio climático), existen evidencias suficientemente sólidas para cuestionar esa interpretación. De nuevo, la culpabilidad del CO2 sobre el tórrido futuro que nos espera viene avalada por complejísimos modelos estadísticos obtenidos por potentísimas herramientas cibernéticas. Pero, hay ocasiones en que principios geométricos básicos y operaciones matemáticas elementales son suficientes para poner en cuestión las conclusiones obtenidas por los ordenadores más sofisticados.

Matar elefantes con tirachinas

No es nuestra intención aburrir ni abrumar al lector con ecuaciones crípticas ni soporíferos cómputos, pero sí intentaremos describir de forma asequible unos sencillos cálculos que pueden ser realizados por cualquiera que posea los conocimientos adquiridos durante el ciclo de enseñanza media para entender por qué es posible que se estén matando elefantes con tirachinas.

La Tierra es aproximadamente una esfera cuyo radio mide como promedio 6.371 km y la troposfera (es decir, la capa inferior de la atmósfera, que está en contacto con la superficie terrestre) tiene un espesor de 10 km. Aplicando la fórmula que permite calcular el volumen de una esfera, es fácil calcular el volumen de la troposfera: cinco mil cien millones de kilómetros cúbicos (5.100.000.000 km3), aproximadamente.

Por otra parte, las mediciones del observatorio de Mauna Loa (Hawai), que viene registrando la composición de la atmósfera desde hace décadas, indican que, actualmente, ésta contiene cuatrocientas veintiuna partes por millón de CO2 (421 ppm). Esta cantidad, asignándole la proporción correspondiente al volumen de la troposfera, equivaldría aproximadamente a dos millones, ciento cuarenta y siete mil kilómetros cúbicos (2.147.000 km3). Si tenemos en cuenta que la densidad del CO2 es 0,001976 toneladas por metro cúbico, el peso total del CO2 que existe actualmente en la troposfera es superior a las cuatro mil doscientas Gigatoneladas (4.242.670.000.000 Tm).

Si tenemos en cuenta que las emisiones humanas a la atmosfera suponen en el momento actual unas 35 gigatoneladas al año (35.000.000.000 Tm), la contribución antrópica al aumento de CO2 en la composición de la troposfera es 3,5 ppm por año, aproximadamente. Sin embargo, las observaciones sobre la evolución de la composición de la atmósfera no confirman dicho balance.

La gráfica de la Figura 7 representa las emisiones humanas expresadas en Gigatoneladas (línea negra) y la evolución en la composición atmosférica medida en la citada estación de Mauna Loa, desde 1960 hasta la actualidad. No deja de resultar llamativo, que durante dicho periodo, el contenido de CO2 en la atmósfera haya aumentado a un ritmo constante (la línea roja es prácticamente una recta), a razón aproximadamente de 1,6 ppm cada año, sin acusar los aumentos en las emisiones, que han ido creciendo a lo largo de ese mismo intervalo temporal.

Figura 7

Es decir, que la variación del contenido de la atmósfera sigue un ritmo constante, independientemente del volumen de las emisiones antrópicas. En otras palabras, nuestras emisiones de CO2 deberían repercutir en un aumento de al menos 3,5 ppm por año en la atmósfera, que además deberían añadirse a las emisiones naturales. Sin embargo, las mediciones en la estación mencionada indican que realmente sólo está creciendo a un ritmo de 1,6 ppm cada año. Entonces, ¿qué está ocurriendo con los ppm que faltan? ¿Y cuántas son las ppm que la naturaleza proporciona espontáneamente a la atmósfera?

Es evidente que el planeta tiene una capacidad muy importante de auto-regulación a través de múltiples sumideros naturales conocidos y evaluados (bosques, fitoplancton, etc.), además de otros no tan bien conocidos aún. Es evidente, pues, que la capacidad de la naturaleza para reconducir por sí misma el CO2 del planeta no está siendo debidamente valorada y que ha de ser tenida en consideración si se quieren evitar errores garrafales, por muy potentes y sofisticados que sean los ordenadores que hacen los cálculos, como se ha comentado anteriormente en relación con la Figura 6.

Si tenemos en cuenta el valor del aumento del CO2 atmosférico, los 1,6 ppm anuales, y realizamos los cálculos en sentido inverso a los anteriores, concluiremos que de las 35 Gigatoneladas al año que tienen origen antrópico, 18,9 (el 54% del total) son absorbidos por mecanismos naturales, y sólo el 46% contribuye a aumentar el valor del CO2 atmosférico. Aunque en realidad la aportación antrópica a dicho aumento es muchísimo menor, ya que ese aumento anual de 1,6 ppm no es exclusivamente producido por las actividades humanas.

En efecto, dentro de ese crecimiento deben incluirse las fuentes naturales, como son las emisiones volcánicas (entre 0,5 y 1 Gigatoneladas por año), la fusión de los suelos congelados o permafrost de los alrededores del casquete polar septentrional (principalmente Siberia y Canadá) o las emisiones producidas por los mismos océanos, que al aumentar la temperatura y disminuir la solubilidad del CO2 en el agua salada, lo expulsan a la atmósfera. Es decir, que las emisiones humanas están representando en realidad una contribución muy minoritaria al aumento del CO2 en la atmósfera. En consecuencia, aun suponiendo que el efecto invernadero fuese la causa principal del calentamiento global, la disminución de la tasa de emisiones antrópicas tendría un impacto mínimo para revertirlo. Entonces, objetivamente, ¿se puede seguir afirmando que al disminuir nuestras emisiones seremos capaces de detener e invertir el proceso de calentamiento? ¿No estaremos intentando matar elefantes con tirachinas?  

La tozuda realidad

Los cálculos anteriormente descritos podrían considerarse simplemente como un juego aritmético, sin fundamento, si no fuese porque algunas investigaciones empiezan a desvelar la tozuda realidad que pugna por salir a flote.

n reciente trabajo publicado en la revista Nature en Marzo de 2022, firmado por Margreet van Marle y colaboradores, confirma que aproximadamente la mitad de las emisiones antropogénicas de dióxido de carbono permanecen en la atmósfera, mientras que la otra mitad es absorbida por los sumideros terrestres y oceánicos. Además, y esto es lo más importante, se ha verificado que desde 1958 hasta la actualidad, la capacidad combinada de la tierra y el océano para capturar dióxido de carbono (es decir para actuar como sumidero), ha crecido de una manera al menos tan rápida como las emisiones antropogénicas. Por consiguiente, la reducción de emisiones de CO2 sería muy beneficiosa para tener un planeta más limpio, pero tendría un efecto inapreciable sobre el proceso actual de calentamiento global.

Conviene recordar aquí los datos anteriormente comentados en relación con la Figura 6, donde las mediciones reales contradicen a las previsiones, ya que el aumento de temperatura registrado durante el ciclo de 35 años es tan sólo de un cuarto de grado, muy inferior al pronosticado por los modelos climáticos. No deja de ser sorprendente que, a pesar de esta flagrante discrepancia, los modelos no hayan sido revisados, se estén ignorando aparentemente los registros reales de temperatura y se continúen exagerando las previsiones de aumento de temperatura, cada vez más alarmistas. Es difícil entender por qué, a pesar de estas informaciones científicas contrastadas, se sigue atemorizando a la población mundial con el infierno térmico que nos espera y con las graves amenazas que suponen el aumento de temperatura para la salud del planeta, ignorando las nulas consecuencias que han tenido para la biodiversidad los cientos de ciclos de calentamiento ya experimentados a lo largo de millones de años.

Durante la última década, no han cesado de aparecer autorizadas voces disonantes en contra de estas erróneas predicciones sobre el calentamiento global, como han sido Federick Seitz, Bjorn Lomborg, Michael Shellenberger, Steven Koonin, Pascal Richet, Antonino Zichichi o Ivar Giaever, además de algunas declaraciones corporativas como Declaración de Hohenkammer, entre otras (véase El discutible consenso científico sobre el cambio climático, también publicado aquí). Pero el impacto mediático de estas voces ha sido mínimo, con una influencia totalmente inapreciable en la opinión pública. Muy recientemente, a estas voces se ha unido la prestigiosa opinión del profesor Hermann Harde, profesor retirado de la Universidad de Hamburgo y uno de los científicos atmosféricos más distinguidos de Alemania, afirma taxativamente (en un artículo publicado en Trikooba el 17 de julio de 2022) que la idea de que los humanos pueden controlar el clima con sus emisiones de CO2 es un absoluto engaño, asegurando que la gran mayoría de los estudios publicados y los escenarios de terror sobre el calentamiento global, con los que nos asustan a diario, no tienen una base física segura, sino que representan juegos de computadora que reflejan lo que se introdujo. Es decir…¡rubish in, rubish out!

Entonces, a la luz de la información y los datos disponibles, ¿no deberíamos plantearnos cambiar el rumbo de los esfuerzos y centrarnos en las cuestiones que dependen realmente de nosotros? ¿No deberíamos fijarnos más en los problemas cuya solución está al alcance de nuestras posibilidades, cómo la limpieza de la basura que nos rodea, la erradicación de las talas indiscriminadas, corregir el uso indiscriminado de fertilizantes o la eliminación de los vertidos de plástico al mar? ¿No deberíamos preocuparnos de realizar los trabajos que se requieren en la línea de costa para paliar los efectos del inevitable y previsible ascenso del nivel del mar, estimado en unos 25 centímetros durante el próximo siglo? En definitiva, ¿no tendríamos que dejar de una vez de buscar la cuadratura del círculo jugando con el termómetro?


El efecto invernadero y la cuadratura del círculo
Por Enrique Ortega Gironés
y José Antonio Sáenz de Santa María


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

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