El calentamiento global, ¿una cuestión económica, política o medioambiental?

Las mentiras que terminan convirtiéndose en realidad

El refranero español es muy rico en adagios y aforismos, la mayoría de ellos basados en una rancia y añeja sabiduría popular. Pero a esa larga lista se han añadido expresiones de nuevo cuño, asociadas a los nuevos usos y costumbres, algunas de ellas relacionadas con el bombardeo publicitario al que estamos sometidos a diario desde los medios de comunicación. Este es el caso, por ejemplo, de donde no hay publicidad, resplandece la verdad. O también, ese enunciado atribuido a Joseph Goebbels, responsable de las campañas mediáticas que propiciaron el ascenso de Hitler al poder: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Se trata de una frase que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una realidad cotidiana. Un magnífico ejemplo de esta práctica, que se ha implantado como una estrategia frecuente, lo encontramos cualquier día en la mayor parte de los medios de comunicación (recientemente ya se ha integrado hasta en los anuncios publicitarios) en relación con el calentamiento global, donde se aseveran con rotundidad tres grandes falsedades, ya aceptadas por muchas personas como verdades absolutas:

  • El Hombre es el responsable exclusivo del calentamiento global.
  • Modificando las actividades humanas, se puede revertir ese calentamiento.
  • El calentamiento, si no conseguimos detenerlo, afectará gravemente a la salud y el futuro del planeta Tierra y de la Humanidad.

La presente entrada se inscribe dentro de una serie, íntegramente publicada en Entrevisttas.com, que se inició hace aproximadamente nueve meses, con el artículo titulado Imágenes fraudulentas del cambio climático. Desde entonces, a lo largo de una docena de artículos, se han aportado informaciones que, sobre la base de los datos geológicos que han quedado registrados en rocas, fósiles, hielo y sedimentos a lo largo de millones de años, demuestran la falta de fundamento científico de estas afirmaciones.

Es incuestionable que el planeta, en este momento, está sometido a un proceso de cambio climático con tendencia al calentamiento. Pero es también igualmente innegable que ese calentamiento no ha sido iniciado por la acción del Hombre. El aumento progresivo de las temperaturas se inició hace aproximadamente unos 20.000 años, mucho antes de que las actividades humanas tuviesen la capacidad potencial de contribuir al calentamiento de la atmósfera. Y mucho antes de eso, el planeta ya se había enfriado y calentado muchísimas veces, siguiendo ciclos naturales controlados por fuerzas cósmicas, principalmente variaciones de la órbita terrestre y de la radiación solar, cuya periodicidad e incidencia no pueden ser modificadas por el Hombre. Por lo tanto, ni el Hombre es responsable del desencadenamiento del calentamiento global, ni tiene la capacidad para frenarlo y revertirlo, aún en el supuesto de que consiguiera descarbonizar totalmente sus actividades.

Ni el Hombre es responsable del desencadenamiento del calentamiento global, ni tiene la capacidad para frenarlo y revertirlo, aún en el supuesto de que consiguiera descarbonizar totalmente sus actividades

Además, existen múltiples evidencias de que, durante algunos de los ciclos de calentamiento y enfriamiento experimentados desde hace millones de años, se han alcanzado temperaturas mucho más elevadas que las actuales, sin que la salud del planeta ni de la biosfera se hayan visto afectadas. En realidad, las temperaturas que se están alcanzando en este ciclo de calentamiento, no pueden considerarse extremas ni tampoco inusuales. Desde su consolidación como planeta y la formación de su atmósfera, la Tierra ha experimentado temperaturas mucho más elevadas (también mucho más frías) y cambios más bruscos que los que se están produciendo en la actualidad. Las sucesivas especies animales y vegetales que han ido apareciendo como consecuencia de la evolución durante los periodos más cálidos (tórridos si los comparamos con las temperaturas actuales), indican que no ha existido un detrimento de la biodiversidad en dichos momentos, sino todo lo contrario. No puede afirmarse por lo tanto que la vida sobre la Tierra, ni tampoco el planeta mismo, estén amenazados por el aumento de temperatura actual. Por otro lado, debe recordarse que, de acuerdo con los registros geológicos conocidos y ya expuestos en artículos anteriores, la Tierra está atravesando en la actualidad una de sus etapas más frías y con niveles más bajos de CO2 en la atmósfera, en comparación con episodios anteriores de su historia geológica.  

Las temperaturas que se están alcanzando en este ciclo de calentamiento, no pueden considerarse extremas ni tampoco inusuales

Estas afirmaciones no implican que el Hombre no pueda tener una parte de responsabilidad en el proceso actual de calentamiento global, pero está muy lejos de quedar demostrado que esa contribución sea importante, ni tan siquiera significativa. Quedan fuera de toda discusión los graves y negativos impactos que las actividades humanas están produciendo en la salud medioambiental del planeta, pero no es categóricamente concluyente que la contaminación antrópica esté influyendo de forma significativa en el calentamiento global. De hecho, como se ha detallado y discutido con datos a lo largo de los anteriores artículos, existen argumentos y evidencias sobre la falta de correlación entre la contaminación atmosférica, el efecto invernadero y el calentamiento global.

Existen argumentos y evidencias sobre la falta de correlación entre la contaminación atmosférica, el efecto invernadero y el calentamiento global

Con estos antecedentes y en este contexto, el objetivo de la presente entrada no es aportar nuevos datos científicos sobre el origen y la dinámica del calentamiento global, sino analizar las posibles causas que pueden estar alentando el sistemático bombardeo de informaciones diseñadas para modificar la verdadera situación de los conocimientos científicos sobre esta materia.  

Orígenes y evolución de la doctrina sobre el calentamiento global

En la década de los años 70 del pasado siglo, cuando se empezó a hablar de forma generalizada sobre el cambio climático y aunque hoy nos pueda parecer impensable, el problema al que se temía no era el calentamiento sino al frío, tal y como declararon Nigel Calder y (prestigioso divulgador científico) y Lord Lawson of Blaby (ex secretario de Estado de la energía del Reino Unido). Este temor estaba justificado porque en aquellos momentos, entre 1950 y 1980, dentro de las habituales oscilaciones térmicas en la historia de la Tierra, se había registrado una etapa de enfriamiento del planeta, tal y como se puede apreciar en la figura adjunta, y en el horizonte del futuro próximo se barruntaban consecuencias catastróficas asociadas a una nueva edad de hielo.  

Porque, en realidad, nuestra civilización es mucho más sensible y débil ante un enfriamiento global generalizado que ante un calentamiento como el actual. Por eso, en aquellos momentos, apareció como una posibilidad salvadora, un proceso que podría compensar la disminución de la temperatura y el empobrecimiento que, según se vaticinaba, el frío traería consigo. Por ello, en aquellos momentos, el aumento de CO2 en la atmósfera y el efecto invernadero eran bienvenidos. Es decir, que los tiempos cambian y lo que hoy se considera como una temible amenaza, fue recibido como una esperanza salvadora. Aunque todo sea dicho, con gran escepticismo por parte de la comunidad científica en general y de los geólogos en particular, como una fantasía, mientras que otros lo consideraron como una posibilidad salvadora, casi como una bendición.

Esa misma figura ilustra también la desarmonía existente entre las emisiones antropogénicas de CO2 y el incremento de la temperatura global. En 1940 se emitieron a la atmósfera 5 Gton (Gigatoneladas) de CO2, que fueron aumentando casi linealmente hasta llegar a las 20 Gton en 1980. Como se puede observar en la gráfica anterior, durante de ese periodo de 40 años, no sólo no se produjo un aumento de temperatura proporcional al aumento del dióxido en la atmósfera, sino que en abierta contradicción con la supuesta correlación entre emisiones y temperaturas proclamada en los medios de comunicación, el planeta experimentó un acusado enfriamiento. Esta discordancia fue analizada con detalle en el artículo El CO2 y el efecto invernadero: presuntos culpables del cambio climático, publicado también en este portal.

La percepción benéfica del efecto invernadero cambió a inicios de los años 80 por dos motivos totalmente independientes pero que coincidieron en el tiempo: las temperaturas, siguiendo los caprichosos dictados de la naturaleza, retomaron su camino de ascenso y los mineros ingleses se pusieron en huelga, cuando había una gran recesión económica y una crisis energética (similar a la actual) por problemas con suministro energético, tanto de carbón, como del petróleo de Oriente Medio. En estas condiciones, el inicio del temor al calentamiento global fue considerado como un argumento de apoyo para fomentar la energía atómica, libre de emisiones de CO2, evitando así los riesgos asociados a la producción de energía eléctrica por medio de hidrocarburos

Así fue como se inició la actual fobia hacia el dióxido de carbono, iniciada por Margaret Thatcher, primer ministra británica, que ofreció subvenciones a los científicos para que aportasen argumentos favorables para inhibir el uso de los hidrocarburos como fuente de energía. De este modo comenzó la politización de una cuestión que hasta ese momento había estado restringida al mundo científico. En 1988, el Instituto Británico de Meteorología, a instancias de la primera ministra, creó una unidad especial dedicada a los modelos climáticos. Esa iniciativa pronto trascendió fronteras y ese mismo año, se creó el I.P.C.C. (International Pannel on Climatic Change), el grupo de expertos financiado por la ONU para el estudio del cambio climático que, de inmediato, empezó a vaticinar los “desastres climáticos” que esperan al planeta como consecuencia del calentamiento global.

Algunos científicos mostraron su asombro ante las primeras conclusiones del nuevo grupo de trabajo, como por ejemplo el prestigioso divulgador británico Nigel Calder, ya mencionado, quien manifestó públicamente su perplejidad al comprobar que el IPCC estaba ignorando los trabajos sobre evolución climática que se habían realizado hasta la fecha. Hasta entonces, el parámetro que se había considerado como principal responsable del calentamiento era la radiación solar. Pero esta variable fue bruscamente relegada en beneficio del CO2 y del efecto invernadero. Se puede decir que el ostracismo de la influencia solar en el calentamiento global, continúa hasta la actualidad.

Algunas conclusiones de los primeros informes y estudios del nuevo grupo de científicos, seleccionados por ser expertos investigadores de primer nivel a escala mundial, no fueron del agrado de sus patrocinadores, dando lugar a sonados encontronazos que llegaron a la prensa. Así por ejemplo, el profesor Federick Seitz, que llegó a ser presidente de la Academia Americana de Ciencias, publicó en el Wall Street Journal una carta denunciando que el primer informe del IPCC había sido manipulado a espaldas de sus autores, y algunos puntos importantes de las conclusiones iniciales habían sido suprimidos. La omisión más significativa, se refería a la falta de correlación entre el cambio climático y los gases de efecto invernadero (G.E.I.), estableciendo que no podía atribuirse el calentamiento observado a consecuencias derivadas de las acciones humanas. El comité coordinador del I.P.C.C. se vio obligado a reconocer públicamente que, en efecto, habían borrado esas conclusiones, atendiendo a los comentarios recibidos de algunos gobiernos, algunas Organizaciones No Gubernamentales y otros científicos. Aunque las discrepancias entre la opinión de algunos científicos integrantes del I.P.C.C. y las conclusiones de su primer informe fueron muy graves, el documento vio la luz y desde entonces, en sucesivos informes hasta la actualidad, no se han vuelto a tener noticias de disensiones internas dentro del grupo de trabajo, o al menos, no han llegado hasta la opinión pública.

El comité coordinador del I.P.C.C. se vio obligado a reconocer públicamente que, en efecto, habían borrado esas conclusiones, atendiendo a los comentarios recibidos de algunos gobiernos, algunas Organizaciones No Gubernamentales y otros científicos

Pero no ha ocurrido lo mismo con la comunidad científica externa al I.P.C.C., donde han sido numerosas las manifestaciones sobre la falta de rigor científico de este comité, llegando hasta denuncias por amenazas de ostracismo científico, dificultando el acceso a algunos investigadores a la publicación en revistas de primera fila (véanse, también en El discutible consenso científico sobre el cambio climático y El calentamiento global y la servicial estadística). Este tipo de censura, no puede llamarse de otra manera, continua en la actualidad y parece haberse extendido incluso hasta algunas organizaciones que tienen gran influencia en la opinión pública a nivel mundial. Ese es el caso, por ejemplo, de lo ocurrido este mismo año con Gregory Wrightstone, que según informa Trikooba el 18 de Julio de 2022, ha sido expulsado de LinkedIn (red social de tipo profesional, propiedad de Microsoft), por editar y comentar gráficos previamente publicados por Berner y Kothavala (2001), donde se aportan informaciones geológicas indicando que hace millones de años, el nivel de CO2 en la atmósfera era muchísimo más elevado que en la actualidad.

La figura anterior, basada en la publicación mencionada, representa la evolución del contenido del CO2 en la atmósfera desde el inicio del Paleozoico (hace aproximadamente 550 millones de años) hasta la actualidad. Los valores del eje de ordenadas se corresponden con el factor multiplicativo de la masa de CO2 en la atmósfera respecto de los valores actuales. Es decir, que durante el Cámbrico, hace unos 520 millones de años, el contenido atmosférico en dióxido de carbono, llegó a ser más de veinticinco veces el actual (unas 10.000 p.p.m.). Por el contrario, el presente contenido de CO2 en la atmósfera (unas 400 p.p.m.) no ha tenido equivalente en ningún momento de la historia geológica del planeta, salvo en el período comprendido entre los 350 y los 250 millones de años antes del presente, durante los períodos Carbonífero y Pérmico. Estas informaciones contradicen frontalmente los postulados del IPCC y la postura oficial de muchos gobiernos. Es evidente que si las concentraciones actuales de CO2 en la atmósfera tienen precedentes, es difícil defender que sean peligrosas para la salud del planeta y la vida sobre la Tierra.

Es evidente que si las concentraciones actuales de CO2 en la atmósfera tienen precedentes, es difícil defender que sean peligrosas para la salud del planeta y la vida sobre la Tierra.

Una de las críticas más serias a los informes del I.P.C.C., sobrevino en 2009 con el caso denominado Climagate, con graves acusaciones de tratamiento inadecuado de los datos climáticos. El escándalo estalló cuando un pirata informático filtró la correspondencia electrónica entre miembros del IPCC, donde quedaba en evidencia la manipulación de datos, la destrucción de pruebas y la existencia de fuertes presiones para acallar a los científicos escépticos.

A pesar de los informes emitidos por la comisión de investigación creada al efecto para aclarar los hechos, las dudas sobre la buena praxis han quedado desde entonces en el aire. Las consecuencias del monopolio científico del que goza el I.P.C.C. respecto de las informaciones sobre la evolución climática, afectan seriamente la fiabilidad de las predicciones y proyecciones hacia el futuro del aumento de temperatura del planeta. En efecto, se han levantado algunas voces indicando que se están obteniendo conclusiones sesgadas a partir de datos y programas de ordenador, que tienden a exagerar sistemáticamente el calentamiento.

Esta distorsión queda claramente de manifiesto en la gráfica de la figura anterior, elaborada por John Christy (Universidad de Huntsville, Alabama), que establece la comparación entre las temperaturas reales medidas y las predicciones realizadas por los modelos estadísticos al uso, durante el periodo comprendido entre 1975 y 2015. En el eje de ordenadas, el valor “cero” representa tan sólo el dato de referencia como origen para contabilizar las variaciones de temperatura. La línea señalada por cuadrados azules corresponde al promedio de observaciones realizadas mediante satélites, la línea de círculos verdes al promedio de medidas obtenidas mediante globos sonda meteorológicos y la línea de rombos rosados al promedio de todos estos datos homogeneizados y reanalizados. Por otro lado, la línea roja representa el promedio de las predicciones obtenidas a partir de más de un centenar de modelos informatizados de predicción climática, entre ellos, los utilizados por el I.P.C.C. en sus previsiones.

Observando la cronología de dichas gráficas, no deja de ser significativo que los modelos de evolución climática sean más o menos concordantes con las observaciones realizadas durante las dos últimas décadas del siglo XX hasta que, precisamente, a partir de la fecha de creación del IPCC, los pronósticos tiendan sistemáticamente a exagerar el calentamiento.

Durante los últimos años, la tendencia catastrofista es cada vez más acusada y, a pesar de que los pronósticos de los primeros informes no se hayan cumplido, siguen aumentando las diferencias entre las medidas reales y las previsiones. Mientras tanto, la tozuda realidad indica, a partir de las medidas realizadas (como se observa en el mismo gráfico anterior) que durante los últimos 40 años (1975 a 2015) la temperatura ha aumentado tan sólo unos escuálidos 0,3ºC.

¿Por qué el calentamiento global suscita tanto interés?

Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, es inevitable aceptar que desde finales del siglo XX, el estudio del cambio climático dejó de ser una cuestión estrictamente científica para convertirse en un tema social y político. Además, durante las dos décadas siguientes, el nivel de politización ha ido aumentando paulatinamente, de forma que el debate entre las diferentes tendencias se ha convertido en un lugar de confrontación, donde lidian argumentos ideológicos, políticos y económicos, camuflados como razonamientos técnicos. Porque, a ese intenso debate, como no podía ser de otra manera, como abejas al panal de miel, no han dejado de acudir los inevitables intereses particulares, sociales, económicos y geoestratégicos.

Teniendo en cuenta la ofensiva mediática que se ha desplegado y los esfuerzos que realizan los medios por filtrar hacia la opinión pública una visión monolítica del problema, por inducir una sola y única opinión, no queda más remedio que plantearse algunas preguntas: ¿Por qué el calentamiento global ha suscitado tanto interés? ¿Por qué se están movilizando recursos en cantidades astronómicas para solucionar un problema que no está correctamente calibrado, aplicando soluciones cuya eficacia es discutible? ¿Qué intereses políticos y económicos se esconden detrás de este despliegue? Quizás, el actual conflicto entre Rusia y Ucrania, y sus consecuencias para la economía de la Unión Europea, ofrece una respuesta a estas preguntas, una nítida expresión de lo que anda en juego detrás de una dialéctica supuestamente ecológica y bienintencionada.

La realidad es que muchos gobiernos del mundo, especialmente los europeos, han hecho suyas las propuestas adoptadas en las cumbres mundiales sobre el cambio climático, llegado a declarar que nos enfrentamos, nada más y nada menos, que a una emergencia climática. Así, la Unión Europea y sus 27 estados miembros, que son responsables tan sólo de un 9% de las emisiones globales de G.E.I., se postulan como los “primeros de la clase” en la reducción de misiones, mientras que otros países como China (35% de emisiones G.E.I.) y Estados Unidos (25% de emisiones G.E.I.) juegan al despiste y a defender sus propios intereses económicos y nacionales, sin que les preocupe mucho la supuesta emergencia climática. Aunque a juzgar por la evolución de los colores con que se representan las temperaturas en los mapas meteorológicos, quizá sería más exacto decir que nos enfrentamos a una emergencia cromática, ya que para temperaturas del mismo rango, las tonalidades que se utilizan ahora son cada vez más “infernales”.

Durante este verano de 2022, en la prensa y en las redes sociales, se ha abierto un debate bastante álgido en relación con el cambio experimentado en los colores de los mapas de temperaturas. Algunos meteorólogos han protestado, afirmando que el cambio climático no es una cuestión de escalas de color manipuladas, porque las temperaturas son las que son, independientemente del color con que se representen. Debe reconocerse que tienen toda la razón, el calentamiento global es una cuestión de aumento de temperaturas y no de colores. Pero ello no es óbice para reconocer también que, el impacto visual y psicológico de esos mapas es muy diferente según los colores elegidos. Y no deja de sorprender que la moda de los colores tórridos haya sido adoptada de forma unánime y prácticamente simultánea en la mayoría de países y cadenas de televisión.

También, a lo largo de este mismo verano, se han denunciado manipulaciones y falsos registros de temperaturas medidas el siglo pasado, dirigidas a minimizar el impacto del calentamiento actual. Quizá la más sonada y difundida de estas fake ha sido la portada del semanario El Español, que se hacía eco de un registro de 50 grados en algún lugar indeterminado de La Mancha, en el verano de 1957, dato que fue reproducido en uno de los artículos de esta serie (ver La desmemoria meteorológica y los récords falsarios sobre el calentamiento). A raíz de estas falsas informaciones, apareció un artículo en El País (El negacionismo y los bulos del calor: ni se llegó a 50° en 1957 ni se están manipulando los mapas del tiempo) publicado el 25 de Julio de 2022, donde se desmiente contundentemente esta noticia, demostrando con datos del Servicio Meteorológico Nacional, que aquella publicación, aunque fue real y no un montaje posterior, no reflejaba datos correctos. Reconocemos por lo tanto nuestro error por haber utilizado una información inexacta.

Sin embargo, este dato equivocado no cambia mucho las cosas. Aunque realmente no se alcanzaron los 50º en 1957, en ese mismo artículo de El País se admite que existen registros antiguos superiores al récord absoluto de temperatura (oficialmente los 47,4° de Montoro, Córdoba, registrados en agosto de 2021), pero especificando que se trata de valores que están en proceso de verificación, ya que antes no se sometían a los rigurosos controles de calidad que se realizan ahora antes de elevarlos a la categoría de dato oficial. De hecho, en el Banco Nacional de Datos Climatológicos, en el que se almacenan las series históricas tanto de la red principal como de la secundaria, alberga registros de hasta 49 grados, valor que se ha registrado once veces en España, en nueve localidades diferentes del Sur, Centro y Levante, entre 1957 y 1995. Teniendo en cuenta la potencial capacidad de manipulación en los ajustes estadísticos introducidos en la gráfica del palo de hockey y lo ocurrido a nivel global con el Climagate, es imposible que ese proceso de verificación no despierte sospechas a los ojos de dos geólogos suspicaces.  

En ese mismo artículo de El País se mencionaba que, este verano, los meteorólogos están “quemados” por el acoso de los negacionistas. Afortunadamente, los autores de este artículo se sienten a salvo de esa crítica, ya que no niegan el calentamiento global. Al contrario, defienden que existe y que es real, del mismo modo que lo fueron los cientos, probablemente miles, ciclos de calentamiento que le precedieron. Lo que en estos artículos se niega es que el calentamiento sea tan rápido como se nos quiere hacer creer, que tenga únicamente las causas antrópicas que se le atribuyen y que pueda llegar a ser tan catastrófico a escala mundial como se pretende.

A la polémica anterior, durante el verano de 2022, se han sumado las altas temperaturas y una ola de incendios que ha barrido la Península Ibérica, y el calentamiento global ha servido de excusa perfecta para disimular una flagrante mala gestión de los bosques, que llevan años adoleciendo de limpieza. Siempre se ha dicho que los fuegos del verano se apagan en invierno con tareas de mantenimiento. Sin embargo, sin el menor rubor, se ha encontrado inmediatamente en el calentamiento global al culpable ideal para esconder las deficiencias de la política de gestión forestal. Y no se ha desaprovechado la ocasión para subir un escalón más en el nivel de alarma social, de emergencia climática, afirmando que el calor mata. ¿Acaso el frío extremo no lo hace? ¿No ocurren habitual y estadísticamente más fallecimientos durante el invierno que durante el verano? La realidad es que el calentamiento global se ha convertido en un verdadero comodín que, de forma esperpéntica, se presenta como responsable de multitud de fenómenos, desde el aumento de los incendios forestales hasta el crecimiento de la violencia de género, pasando por la pérdida del color de las plumas de las aves o el encogimiento del tamaño del pene en los mamíferos, como ha afirmado recientemente la Dra. Shanna Swan, epidemióloga y profesora de medicina medioambiental.

A pesar de que la contrastada historia geológica del planeta desmienta las tesis catastrofistas sobre el calentamiento global, el miedo al aumento de temperatura está asentado en la conciencia colectiva de la población. Y, en esas condiciones, la lucha contra el calentamiento global proporciona argumentos válidos para que los ciudadanos acepten con resignación sacrificios en pro de tan loable causa, que de otra forma serían inaceptables, como por ejemplo el pago de desmesurados aumentos en el precio de la electricidad o la pérdida de empleos en la minería del carbón o las centrales térmicas.

Un sector muy significativo de la población se muestra dispuesto a sustituir sus vehículos por otros eléctricos, mucho más caros aunque sus prestaciones sean menores, aunque contradictoriamente la fuente de producción de la energía eléctrica requerida provenga de la combustión de hidrocarburos. Es decir, sin contribuir significativamente a la reducción de emisiones de CO2. Mientras tanto, los países que no suscriben los compromisos de lucha contra el calentamiento global, al mismo tiempo que alientan las tendencias ecologistas más radicales fuera de sus fronteras, sonríen satisfechos al ver diferencialmente fortalecidas sus economías y su competitividad.

Durante las dos últimas décadas, la confluencia de intereses respecto del cambio climático y el calentamiento global, ha generado una sinergia tan poderosa, que es prácticamente imposible evitar sus influencias. Las propuestas ecologistas se han impuesto de tal manera en la opinión pública, que hoy ningún partido político, institución o empresa, puede permitirse el lujo de prescindir de sus dictados. Es necesario aceptar la doctrina medioambiental para garantizar los resultados en cualquier actividad, desde aumentar las ventas de las empresas, hasta conseguir subvenciones en proyectos de investigación, además de aumentar la cuota de poder en las aspiraciones de cualquier partido político, que compiten entre ellos por presentarse ante la opinión pública como adalides del medio ambiente. Lo importante ya no es promover políticas medioambientalmente correctas, es ser más verde que la competencia, a costa de lo que sea. A costa, por ejemplo, de mantener absolutamente intacto el medio natural, aunque esto le convierta en más vulnerable ante el fuego.  

Es muy difícil de creer que se haya llegado a esta convergencia de intereses de una forma casual, sobre todo cuando es tan evidente el sesgo que se imprime a las noticias climáticas mediante informaciones tergiversadas o incompletas. Entonces, la siguiente pregunta debe ser ¿por qué o para qué tanto esfuerzo? Pues nada nuevo, la misma historia de siempre, los mismos motores que han impulsado a la humanidad desde sus inicios: el poder y el dinero. La misma estrategia que llevó a algunos gobernantes a conquistar grandes territorios usando como excusa los dogmas religiosos, están operando activamente en nuestra avanzada sociedad, afortunadamente de una forma menos cruenta (por ahora), aunque con una mayor eficiencia, gracias al enorme poder de los medios de comunicación.

Parece procedente recordar aquí las ideas de Noelle-Neumann sobre la espiral del silencio, esa conducta mediante la cual los individuos tienden a adaptar su comportamiento a las actitudes predominantes. Esa tendencia conforma, como es muy bien conocido por políticos y gobiernos (el anteriormente mencionado Joseph Goebbels también podría decir algo al respecto), una eficiente forma de control social, aislando y silenciando a quienes adoptan posiciones contrarias a las de la mayoría. En la situación actual y respecto al tema que nos ocupa, esas posiciones minoritarias, por muy justificadas y lógicas que sean, son automáticamente etiquetadas de forma peyorativa y despectiva, como negacionistas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

En la actualidad existe un entramado de organizaciones ecologistas que han desarrollado una enorme capacidad para implantar sus opiniones en la sociedad. Esa red se sustenta esencialmente de subvenciones públicas y, fomentando el miedo, contribuyen activamente a canalizar el voto hacia los partidos que les son más favorables, y que les darán mayores subvenciones, como demuestra la experiencia reciente en los países nórdicos y también estamos ya experimentando en nuestro país. Los antaño todopoderosos lobbies de la industria petrolera o del sector del automóvil, han sido ampliamente derrotados por el lobby medioambiental, y ahora la elección es fácil: todo el mundo apuesta por el mismo caballo ganador, el medioambiente sostenible, al que se le invoca para todo, desde argumento para justificar el cambio de modelo energético hasta servir de slogan para la promoción de ventas. Hoy, cualquier producto que salga al mercado, está abocado al fracaso si no introduce en su publicidad consignas para demostrar que aporta su granito de arena en la lucha contra el calentamiento.

Dado su nivel de politización, es difícil de creer que el proceso de implantación de las ideas sobre el cambio climático en la sociedad haya sido un proceso espontáneo. De hecho, algunos dirigentes han dejado escasas pero significativas evidencias al respecto. Así, la exsecretaria de la ONU Christiana Figueres, la misma que desde su sillón propuso dejar de comer carne y jamón ibérico para detener el calentamiento global,  declaró durante la cumbre del clima celebrada en París en 2014, que el verdadero objetivo de las propuestas para detener el calentamiento global era “cambiar el modelo de desarrollo económico que ha estado reinando durante al menos 150 años, desde la Revolución Industrial”.

Igualmente explícita fue la ex ministra de Medio Ambiente de Canadá, Christine Stewart, cuando declaró, refiriéndose a las críticas sobre la validez de los datos y los modelos predictivos sobre el cambio climático: no importa si se trata de falsa ciencia, existen beneficios ambientales colaterales…, el cambio climático proporciona la mayor oportunidad de lograr justicia e igualdad en el mundo. Y sólo por citar un ejemplo más, Tim Wirth, ex Subsecretario de Estado estadounidense para asuntos globales y una de las personas responsables de la creación del Protocolo de Kioto, reconoció que incluso si la teoría del calentamiento global, es incorrecta estaremos haciendo lo correcto en términos de política económica y política ambiental. Es decir, el equivalente moderno de aquel aforismo de nuestra infancia cuando nos repetían en el colegio que Dios escribe derecho con renglones torcidos. O también, de la frase atribuida a Maquiavelo (aunque en realidad la escribió Napoleón): el fin justifica los medios.

Esas declaraciones son muy ilustrativas de la óptica desde la cual contemplan determinados políticos la problemática del calentamiento global, sea cual sea su tendencia ideológica, evidenciando que no les preocupan lo más mínimo los aspectos técnicos y científicos. Quizás por eso, Steven Koonin, físico teórico y ex asesor del presidente Obama, ha denunciado la falta de objetividad de la clase política en sus planteamientos sobre el cambio climático, afirmando que no existen evidencias sólidas sobre la supuesta emergencia climática, puntualizando además que las metas que la clase política propone alcanzar no son realistas. De acuerdo con él, parece cumplirse una vez más el adagio que caracteriza a los políticos como aquellas personas especialistas en buscar problemas donde no los hay y proponer soluciones equivocadas para los mismos.

Tampoco hay que perder de vista mecanismos mentales más primarios. Desde los albores de la Humanidad, cuando el chamán dominaba sentimientos, emociones y actitudes en los rudimentarios clanes del paleolítico, hasta los gobiernos actuales, al poder establecido siempre le ha venido muy bien que las poblaciones sientan un miedo colectivo a algo. No se puede negar que el temor al cambio climático y al ascenso del nivel del mar están ya incrustados en la conciencia colectiva, generando una convergencia de intereses de la que es muy difícil escapar.

Fiscalizar la información relacionada con el cambio climático, el calentamiento global y el ascenso del nivel del mar, otorga el enorme poder de controlar los miedos sociales que generan esos procesos. Por eso, hay muchos intereses detrás de ese control, evitando que los datos que llegan a la opinión pública salgan del campo de lo políticamente correcto. A la lluvia de millones que se invierten por doquier en ese control, acuden como polillas a la luz todos los que buscan alguna financiación para alguna idea o proyecto, o simplemente los que esperan obtener algún beneficio.

Para esos políticos, el cambio climático representa simplemente una palanca en la que apoyarse para conseguir sus objetivos, independientemente de los problemas medioambientales que realmente están afectando al planeta. Sólo así puede explicarse que los dirigentes de los países más poderosos de la Tierra, reunidos en la cumbre climática de Madrid en 2020, dejasen las múltiples ocupaciones de sus recargadísimas agendas para asistir a uno de los mayores montajes publicitarios de la historia, escuchando impertérritos y aparentemente complacidos, el artificioso discurso de una niña adolescente de dieciséis años, sin formación, llamada Greta Thunberg.

Ante tanto despropósito, no pueden extrañar las declaraciones que realizó Richard Lindzen, miembro de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos, quien no dudó en afirmar que las ideas que se están propagando sobre el calentamiento global son “conjeturas inverosímiles, respaldadas por una falsa evidencia que, repetida sin cesar, se ha convertido en un conocimiento políticamente correcto que se utiliza para promover el vuelco de la civilización industrial. Lo que vamos a dejar a nuestros nietos no es un planeta dañado por el progreso industrial, sino un registro de estupideces insondables así como un paisaje degradado por la oxidación de parques eólicos y paneles solares en descomposición.

Dejando aparte las exageraciones formales de esta declaración, no puede negarse el trasfondo de certeza que encierra. La politización de la denominada emergencia climática es un hecho y sólo el tiempo medirá la magnitud de la equivocación que se está cometiendo. Intentar que la naturaleza se ajuste a los dictados de la política es un error a plazo fijo, que se desmontará tan pronto como haya transcurrido el periodo de tiempo suficiente para comprobar que los pronósticos emitidos no eran ciertos, del mismo modo que ha ocurrido con las proyecciones de futuro no cumplidas y realizadas desde hace 20 años hasta la fecha. A este respecto, conviene recordar que en los primeros informes del I.P.C.C. se afirmaba que, para 2020, Amsterdam y Venecia estarían ya sumergidas bajo las aguas.

Pero eso, a los políticos, cuyo horizonte de futuro no va más allá de la próxima convocatoria electoral, les importa bien poco. Y a todos aquellos que han hecho de las subvenciones sus medios de vida, menos aún. Además, ¿quién les va a pedir responsabilidades dentro de cien años, cuando se verifique que el nivel del mar, en lugar de las catastróficas predicciones con las que quieren asustarnos, haya ascendido algo menos de medio metro, al mismo ritmo (unos 6 milímetros al año) al que, como promedio, lleva haciéndolo desde el final de la última glaciación, hace unos veinte mil años.

Normalmente, solemos considerar a la ciencia y a la poesía como dos mundos aislados, sin conexión, pero hay veces que tienen una perfecta complementariedad. La ciencia busca sentido y explicaciones al mundo que nos rodea, al marco natural que encuadra nuestra existencia. Pero en algunas ocasiones, unos cuantos versos de un poema explican mejor ese marco existencial que toda una colección de tratados científicos. Por eso, aún a fuer de ser repetitivos (ya se ha hecho uso de este mismo texto en otro de los libros de uno de los autores de este artículo), no se nos ocurre mejor manera de explicar la situación que recurriendo de nuevo a los peculiares versos de León Felipe, quien describió de forma magistral y asombrosamente sintética, la historia de la Humanidad, de una manera válida para todas las culturas y civilizaciones. Este poema, perfectamente aplicable al caso que nos ocupa, puede dar respuesta a la pregunta inicial de este apartado, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos.


El calentamiento global, ¿una cuestión económica, política o medioambiental?
Por Enrique Ortega Gironés y José Antonio Sáenz de Santa María Benedet


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

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