La purga de Benito y el cajón de sastre
Según cuenta la tradición, un tal Benito, aquejado de estreñimiento, acudió a la consulta de un médico, quien le prescribió un purgante. Con la receta en la mano, se dirigió inmediatamente a la farmacia donde, nada más comprarlo y antes de tomar el medicamento, ya le estaba haciendo tanto efecto, que tuvo que ir corriendo a buscar un lugar adecuado para aliviar sus apuros. Desde entonces, se recurre a la purga de Benito para referirse a algo que produce efectos instantáneos. O también, se suele aplicar a las personas impacientes, esas que quieren obtener resultados inmediatos de un remedio que acaba de aplicarse.
Por otra parte, es también muy común que cuando se quiere hacer referencia a un conjunto de cosas diversas y desordenadas, mezcladas de forma caótica, se suele recurrir al gremio del corte y confección, a su inveterada falta de orden para guardar los útiles de trabajo, haciendo referencia al cajón de sastre. Esta expresión se utiliza también para describir la mentalidad de aquellas personas que tienen en su imaginación gran variedad de ideas, pero desordenadas y confusas.
Ambas expresiones pueden ser aplicables a muchas noticias relacionadas con el calentamiento global, porque algunas informaciones inducen a creer que, como si fuese la purga de Benito, bastará reducir las emisiones de los gases a los que se atribuye el efecto invernadero, para frenar y revertir el cambio climático, como si fuese un proceso que depende sólo de nosotros y cuyo control está a nuestro alcance. Y, además, porque las consecuencias que se le atribuyen al cambio climático, como un auténtico cajón de sastre, forman un verdadero batiburrillo de conceptos e ideas que, siguiendo con el gremio de la aguja y el hilo, lo mismo valen para un roto que para un descosido.
El carácter poliédrico del cambio climático
Se puede decir por lo tanto que el cambio climático se puede contemplar desde muchas ópticas diferentes, desde muchos puntos de vista. O utilizando una palabra de moda, al ofrecer muchas caras al observador, que tiene un carácter poliédrico. Veamos algunos ejemplos, todos ellos extraídos de la prensa escrita y publicados más o menos recientemente.
El 17 de Febrero de 2019, la plataforma Xataka Ciencia publicó un artículo en el que de forma totalmente gratuita, es decir, sin aportar una sola prueba, afirmaba que “Las olas de calor aumentan el riesgo de que se produzcan casos de violencia machista”. Mi natural querencia hacia la suspicacia ante este tipo de noticias, empezó de inmediato a darle vueltas al asunto, intentando colegir cuáles podían ser los criterios utilizados para llegar a esa conclusión. Realmente, ¿disponemos de información suficiente para establecer dicha correlación? ¿Desde cuándo tenemos datos sobre la violencia de género? Frente a los factores sociales, económicos y políticos que determinan la educación y la legislación contra la violencia, ¿el componente climático puede tener alguna relevancia? Y llevando los puntos de vista de un geólogo suspicaz hasta extremos risibles, ¿se ha podido comprobar si durante los periodos en que el clima se enfrió, como ocurrió por ejemplo durante la Pequeña Edad de Hielo en los siglos XVI y XVII, la violencia de género disminuyó? Dudo que los registros históricos de la Edad Moderna permitan establecer datos fiables al respecto. Y si los hubiese, dadas las condiciones sociales de la época, es posible que la violencia de género fuese mucho mayor que en la actualidad, por muy gélido que fuese el clima reinante.
En la misma línea, el Instituto de la Mujer, dependiente del Ministerio de Igualdad del gobierno español, ha hecho público en 2020 un informe titulado Género y cambio climático, donde se concluye que el patriarcado es perjudicial para nuestro clima, ya que de acuerdo con los hábitos de consumo y movilidad (entre otras causas), las mujeres son menos culpables que los hombres respecto al calentamiento global. De nuevo, podemos formular otra vez la misma pregunta, ¿realmente disponemos de información suficiente para establecer esa correlación? ¿Cuáles son los datos que permiten apoyar esa conclusión? También, ironizando hacia el pasado, teniendo en cuenta que los procesos de calentamiento y de enfriamiento corresponden a ciclos muy largos, ¿cómo y cuánto ha influido en el clima ese comportamiento diferencial a lo largo de los siglos? Aunque, en este caso, surge otra pregunta más fundamental, ¿puede considerarse adecuado gastar dinero público en cuestiones tan carentes de lógica como de utilidad?
En otras ocasiones, se llevan al límite los argumentos, distorsionando la realidad y ocultando las verdaderas causas de determinados fenómenos, con el objeto de atribuir arbitrariamente al calentamiento global, problemas que en realidad son ajenos a él. Este ha sido el caso de Yakarta, la capital de Indonesia, una de las ciudades más castigadas del mundo por la contaminación, que además sufre un problema de subsidencia (hundimiento), como consecuencia de la sobreexplotación de los acuíferos situados bajo ella. Es decir, que no solamente está siendo afectada por la subida del nivel del mar como todas las ciudades costeras del mundo, sino que es la ciudad la que se está hundiendo. Sin embargo, obviando esa realidad, las informaciones aparecidas en la mayor parte de los medios de comunicación, atribuyen los problemas de Yakarta al cambio climático, como se puede ver en el titular adjunto, publicado en El Economista el pasado 6 de febrero de 2022. Es rigurosamente cierto que el gobierno indonesio ha decido abordar una inversión astronómica para desplazar su capital hasta otro emplazamiento, pero es falso que dicha decisión tenga como causa el calentamiento global.
Incluso, hay ocasiones en que los datos obtenidos en los últimos años sobre el cambio climático permiten reescribir la historia. A la gente de mi generación nos enseñaron en el colegio que los responsable de la caída del Imperio Romano fueron los pueblos bárbaros, que llegaron desde el Norte y el Este. Sin embargo, el jueves 7 de febrero de 2019, el periódico El Mundo publicaba una información, basada en las investigaciones del historiador Kyle Harper, manifestando que fue el cambio climático, en este caso un periodo muy frio entre los años 536 y 547 d.C. (subsiguiente a un período muy cálido que se corresponde con la mayor parte del desarrollo histórico de la República y el Imperio Romano), quien desestabilizó aquella todopoderosa civilización. Lo cual permite confirmar de paso, que las alternancias de periodos cálidos y fríos, sin ayuda de la sociedad industrial, se vienen sucediendo desde tiempos inmemoriales e incluso históricos.
Tampoco deben olvidarse las implicaciones que el cambio climático puede tener para la salud humana, ya que los efectos de enfermedades estacionales como la gripe, que nos visita puntualmente cada invierno, podrían verse agravadas como consecuencia del calentamiento global, reduciendo la capacidad del organismo para combatir ese tipo de infecciones. A pesar de que soy totalmente lego en temas médicos, no deja de sorprenderme esta afirmación. Teniendo en cuenta que la gripe es una dolencia estacional que aparece durante el periodo invernal (al menos, eso nos han dicho siempre), el calentamiento debería contribuir a disminuir los efectos de la enfermedad, no a potenciarlos.
Pero todavía puede haber consecuencias más graves, ya que, si no se endereza la tendencia y no se consigue corregir el rumbo del calentamiento global, a finales del siglo XXI Asturias se habrá quedado sin manzanas para hacer sidra. Entiendo que a un lector de la orilla mediterránea o de la España meridional, esta consecuencia pueda parecerle baladí, pero puedo afirmar con conocimiento de causa que resultaría insoportable para los habitantes de la tierra de Don Pelayo.
Las ventosidades vacunas y el calentamiento global
Además de las variopintas secuelas del cambio climático ya citadas, uno de los temas de moda en los últimos años es la contribución de las ventosidades que expulsan los mamíferos, especialmente los vacunos, al calentamiento global, aunque no termino de entender bien por qué no se incluyen en el cómputo las expelidas por los casi ocho mil millones de seres humanos que pululan por el planeta. En enero de 2019, Christiana Figueres, exsecretaria de la ONU, informó al mundo que para frenar el calentamiento global, tenemos que dejar de comer carne, incluso jamón ibérico, ya que al gas metano se le atribuye un grado de responsabilidad considerable en el efecto invernadero. Sin embargo, las informaciones recientemente publicadas por Global Carbon Project, se estima que algo menos de la mitad de las emisiones de metano a la atmósfera tienen un origen natural, mientras que el resto tiene origen antropogénico. Otras fuentes, sin embargo, consideran que la naturaleza y el hombre contribuyen en dichas emisiones a partes iguales.

Los principales responsables de las emisiones con origen humano son la ganadería y la agricultura (en torno al 40%), mientras que el resto corresponden a combustibles fósiles y a residuos. Por lo que respecta al origen natural, se sitúa principalmente en ecosistemas húmedos, especialmente los humedales y las áreas con suelos congelados (permafrost). También, en las zonas donde se sitúan yacimientos de petróleo y de carbón, se emiten espontáneamente y de forma incontrolada cantidades significativas de metano a la atmósfera. Dichas emisiones suelen utilizarse como criterio de exploración para la búsqueda de nuevos yacimientos.
En la figura anterior, la línea verde representa la evolución del contenido de metano en la atmósfera durante el último milenio (según los datos publicados por Etheridge et al. en 1998) y la línea roja corresponde a la evolución de la temperatura durante ese mismo periodo, de acuerdo con las publicaciones del Grupo de Estudios sobre el Cambio Climático promovido por la ONU, el IPCC. El paralelismo (especialmente a partir del siglo XVI) entre ambas líneas, sugiere que debe haber una estrecha relación entre ambos procesos, lo cual tampoco debería extrañarnos si tenemos en cuenta que al aumentar la temperatura aumente también la evaporación y el deshielo. Es lógico por lo tanto que, a medida que el planeta se va calentando, crezca el contenido de metano en la atmósfera proveniente de humedales y zonas de permafrost descongeladas.
Si tenemos en cuenta que prácticamente la mitad del metano atmosférico tiene un origen totalmente espontáneo y natural (y es por lo tanto incontrolable), y considerando además que la otra mitad, la de origen antropogénico proviene mayoritariamente de los combustibles fósiles, y que la parte restante debe repartirse entre el origen animal y vegetal, debemos concluir que las aportaciones de metano a la atmósfera con origen animal no pueden suponer más del 10% del total. Si a estos datos añadimos (de acuerdo con las tesis mayoritariamente defendidas por el supuesto consenso científico sobre el cambio climático), que el principal protagonista del efecto invernadero es el CO2 y el papel del metano es minoritario, debemos concluir que la contribución del metano de origen animal al calentamiento global es prácticamente insignificante o poco relevante.
Debemos concluir que la contribución del metano de origen animal al calentamiento global es prácticamente insignificante o poco relevante
Una clara evidencia de esa insignificancia la aportan los datos que periódicamente obtiene el satélite SENTINEL, dentro del programa COPERNICUS, que mide (entre otros parámetros) el contenido de metano en la atmósfera. En la imagen siguiente, coloreadas en rojo, pueden observarse las zonas de máxima concentración de metano en la península ibérica, que coinciden con exactitud sobre las áreas urbanas e industriales, siendo nulas las concentraciones apreciables en áreas rurales típicamente ganaderas.
Por otra parte, no debemos olvidar que si se reduce el consumo de carne, la humanidad necesitará seguir alimentándose, y para compensar esa carencia, deberá aumentarse la producción agrícola con lo cual aumentarían las emisiones de metano de origen vegetal y el resultado sería nulo, más o menos equivalente a hacer un pan con unas tortas. A no ser, claro, que se pretenda matar de hambre a medio mundo, en coherencia con los antinatalistas radicales, quienes sostienen que no se deben tener hijos por el bien del medioambiente, llegando a calificar a las mujeres embarazadas como asesinas climáticas.
Si se reduce el consumo de carne, la humanidad necesitará seguir alimentándose, y para compensar esa carencia, deberá aumentarse la producción agrícola con lo cual aumentarían las emisiones de metano de origen vegetal y el resultado sería nulo
Tampoco se quedan atrás en sus mensajes algunas celebridades en sus declaraciones contra el consumo de carne. Bill Gates ha llegado a decir que si no comemos carne sintética moriremos todos. Ante estos denostados ataques, un equipo de científicos de la Universidad de Adelaida ha estudiado las consecuencias del consumo de carne para la salud. Después de analizar la información correspondiente a 175 países y el 90 % de la población mundial, han llegado a la conclusión de que existe una relación positiva entre el consumo de carne y la esperanza de vida. Lo cual, no deja de ser coherente con los mensajes que nos envía la propia naturaleza, porque de acuerdo con los que entienden de estas cosas, los paleontólogos, la dentición de los humanos es bunodonta. Es decir, con ese tipo especial de muelas de cúspides redondeadas que caracterizan a los omnívoros. A no ser que consideremos que millones de años de evolución se han equivocado al configurar el organismo humano preparándole para comer de todo, incluyendo (por supuesto) la carne.
La promoción de campañas globales como esa que apoya Bill Gates promocionando filetes veganos, deja siempre un cierto tufillo a intereses económicos ocultos. La situación recuerda a la campaña de acoso y derribo de los años 60 contra el aceite de oliva (hoy considerado como estandarte de la dieta más sana y saludable, la mediterránea), con el único objetivo de promover el consumo de aceite de girasol y aumentar las ganancias de sus productores. La coincidencia en el tiempo de la salida al mercado de los filetes vegetarianos con la campaña climática contra el consumo de carne, hacen surgir la pregunta sobre quien fue antes, ¿el huevo o la gallina? ¿Ese sustitutivo de la carne sale al mercado como respuesta a una demanda social, o se ha estimulado su consumo escondiendo intereses comerciales bajo el manto todopoderoso de la salud planetaria?
El impacto publicitario del calentamiento global
El impacto del calentamiento global y su atribución exclusiva a las actividades humanas, está tan consolidado en la conciencia colectiva de la sociedad actual que, como hemos visto en los ejemplos anteriores, se recurre a él como recurso infalible cuando se desea reforzar una determinada línea argumental. O para expresarlo en lenguaje llano y directo: para obtener beneficios explotando el cargo de conciencia que apesadumbra a la humanidad por su supuesta responsabilidad en el calentamiento del planeta. Así se explica el uso indiscriminado que se hace en la publicidad de esa sensación de pecado y culpa, incitando al consumidor a comprar productos que contribuyan a la lucha contra el cambio climático, aunque en realidad, en el proceso de fabricación de dicho producto, no exista ningún parámetro relacionado con el calentamiento global.
Así se explica el uso indiscriminado que se hace en la publicidad de esa sensación de pecado y culpa, incitando al consumidor a comprar productos que contribuyan a la lucha contra el cambio climático, aunque en realidad, en el proceso de fabricación de dicho producto, no exista ningún parámetro relacionado con el calentamiento global
Por citar un ejemplo, se puede mencionar el caso de una conocida cadena alemana de supermercados, que en sus productos ha disminuido el porcentaje de sal y de azúcar para contribuir a la lucha contra el cambio climático.
Los políticos tampoco resisten la tentación de sacar réditos de esta sensibilidad social hacia la salud del planeta, incluso a nivel municipal. Durante los últimos años, han proliferado campañas en muchas localidades, para limpiar y recoger plásticos en áreas ajardinadas o rurales, con el objetivo de contribuir a la lucha contra el cambio climático. La buena intención de esta iniciativa queda fuera de toda duda, y los beneficios que reporta al suelo y al paisaje, también. Pero la relación entre la indeseable suciedad del suelo o de los mares y el calentamiento del planeta… es inexistente. El efecto motivador que tiene la llamada a la batalla contra el cambio climático, como eslogan para estimular la movilización ciudadana, es tremendamente efectivo. Y por ello se usa y abusa indiscriminadamente de su impacto, a todos los niveles.
Veamos otro ejemplo: como es bien sabido, la investigación en muchos centros universitarios y científicos de tipo público suele desarrollarse mediante proyectos que, para ser financiados, necesitan ser aprobados por una comisión evaluadora; es decir, que todo científico que desee emprender una determinada línea de investigación, debe presentar una propuesta detallando el plan de trabajo y los objetivos que se pretenden alcanzar. Una vez evaluados, tan sólo aquellos proyectos que son calificados satisfactoriamente, acceden a la subvención para poder ser llevados a la práctica.
Conozco el caso de un investigador de cierta universidad, que presentó una propuesta para el estudio de un determinado proceso natural (los detalles no vienen al caso, no son esenciales para la moraleja de la historia) y su propuesta no obtuvo la suficiente calificación por lo que fue rechazada. En la convocatoria del año siguiente, el mismo investigador presentó de nuevo el proyecto, mejorando la argumentación técnica y explicando con mayor detalle tanto el plan de trabajo como los objetivos prácticos del estudio. Sin embargo, obtuvo el mismo resultado y fue rechazado de nuevo. Pero no se rindió, sin desanimarse por los fracasos previos, pensó que a la tercera va la vencida y presentó otra vez su propuesta. Y aunque no modificó ni una coma en el voluminoso dossier, introdujo un único y pequeño cambio en el título del proyecto, añadiendo una pequeña coletilla, “…y su influencia en el calentamiento global”. Casualmente, ese año su propuesta recibió la deseada subvención. Utilizando esta discreta técnica de filtrado para seleccionar los proyectos que deben ser subvencionados, no es de extrañar que se pueda alardear luego de que existe un consenso científico sobre el calentamiento global.
Las mil y una cara del calentamiento global | Por Enrique Ortega Gironés