Cuando el joven geólogo, novato e inexperto, se incorporó a la empresa, le incluyeron en el equipo responsable de planificar, supervisar e interpretar la campaña de sondeos que se estaba desarrollando en un nuevo depósito mineral, recientemente descubierto. Se trataba de un yacimiento de plomo y de cinc, y en aquellos momentos, los sondeos estaban en plena efervescencia, con cinco máquinas trabajando ininterrumpidamente, a tres turnos consecutivos, día y noche, para estudiar y evaluar en profundidad aquella nueva mina, en la que se habían depositado muchas esperanzas. De acuerdo con la información que le proporcionaron, se trataba de un yacimiento de los denominados estratiformes. Es decir, que el depósito estaba contenido y delimitado por los estratos donde el mineral estaba encajado.
Por aquellos días, el joven geólogo estaba lejos de ser un experto en temas mineros, estaba aprendiendo. Pero, en cambio, sí creía saber algo de geología estructural, de la geometría de las estructuras geológicas, la especialidad a la que se había dedicado hasta que se incorporó a aquella empresa. Y, poco a poco, lo que iba observando, tanto en los sondeos como en las rocas que podían verse en superficie, empezó a no cuadrar bien con el origen que se le había asignado a aquella mineralización, y día a día, las dudas fueron creciendo en su cabeza. Pero reconstruir la geometría del mineral de forma precisa y detallada, con la escasa información que aportaban los estrechos cilindros de roca extraídos de cada sondeo, era extremadamente difícil.
Al mismo tiempo que avanzaba la campaña de sondeos, se estaba realizando también un reconocimiento geológico de una zona muy grande, de varios cientos de kilómetros cuadrados de extensión, en el área circundante. Dicho trabajo, permitió poner de manifiesto relaciones geométricas entre diferentes estratos, que en el entorno del yacimiento habían pasado desapercibidas por falta de posibilidades de observación, allí las rocas estaban en gran parte escondidas, cubiertas por el suelo o por la vegetación. Pero integrando los datos de superficie obtenidos en toda la comarca, con los que podían deducirse de los sondeos, le fue resultando más evidente que la geometría de aquella mineralización no era coherente con la dirección ni la inclinación de los estratos de roca donde estaba encajada. Él conocía que, en geología, este tipo de situaciones son relativamente frecuentes, era muy posible que la clave de un problema, la interpretación correcta de una estructura determinada, estuviese en una observación realizada en otro lugar lejano, incluso a cientos o miles de kilómetros.
Cuando sus ideas estuvieron consolidadas, ya convencido de se estaba investigando el yacimiento siguiendo un modelo erróneo, el joven geólogo se vio en el brete, en la desagradable obligación profesional, de tener que elevar su opinión a instancias superiores, lo que no resultó ni sencillo ni plácido. En primer lugar, por tener que contradecir las interpretaciones de personas con una experiencia mucho más dilatada que la suya, y que además, llevaban mucho más tiempo en la empresa. Y en segundo lugar, porque su hipótesis no era una buena noticia, sino todo lo contrario. Si el yacimiento no era estratiforme, como se creía hasta ese momento, sino un filón, una veta, aunque fuese de gran tamaño, el cambio implicaba importantísimas mermas económicas, ya que las toneladas de mineral que se podrían extraer, las reservas explotables, y por lo tanto el beneficio económico, eran considerablemente menores.
En la práctica de la geología, como en todas las ciencias empíricas, es muy frecuente que una misma observación pueda interpretarse de formas diferentes. Del mismo modo que, un mismo síntoma, puede corresponder a enfermedades diferentes, y varios médicos pueden emitir diagnósticos distintos sobre un mismo paciente. El problema de los geólogos, es que mientras varios médicos tienen la seguridad de estar reconociendo al mismo paciente, los geólogos pueden estar basando sus argumentos en observaciones realizadas en lugares muy diferentes. Y esa posible dispersión contribuye a que las discusiones geológicas tengan prestigio consolidado como enconadas y contumaces. No en vano se suele decir que dos geólogos, tres opiniones.
Se suele decir que dos geólogos, tres opiniones.
Las diferencias sobre la interpretación de aquel yacimiento, teniendo en cuenta además las enormes consecuencias económicas, no fueron una excepción, y se hizo inevitable que la cúpula directiva de la empresa tomase cartas en el asunto. El joven geólogo fue convocado en las oficinas centrales de la empresa, en la capital, para que explicase al Comité de Dirección sus razones para cambiar la hipótesis sobre el origen del yacimiento. Y allí fue, nervioso y azorado, novato en aquellas lides, equipado con todo su arsenal de planos y diagramas que, a su modo de ver, justificaban de forma contundente e inapelable su interpretación.
Le impresionó la majestuosidad y elegancia de las oficinas , tan diferentes de las funcionales y ascéticas instalaciones donde estaba habituado a trabajar. Y aún le impresionaron más los pares de ojos que, con miradas inquisidoras, se fijaron en él cuando entró en la imponente sala donde iba a desarrollarse la reunión. Intentando aparentar una tranquilidad que estaba lejos de sentir, se esmeró en explicar con palabras precisas, evitando cualquier ambigüedad, las bases y los conceptos técnicos de su hipótesis. Con un tono de voz progresivamente más firme, conforme iba avanzando su exposición y ganando en seguridad, habló de la existencia de una discordancia angular, de zonas de deformación por cizalla, de elipsoides de deformación.
Pero, a pesar de su inexperiencia, pudo captar en los rostros de los concurrentes, que algo no iba bien, caras de extrañeza, gestos de duda… Pero no se desanimó y siguió explicando, con argumentación rigurosa, la existencia de direcciones preferentes de dilatación para permitir la entrada del mineral, las lineaciones de intersección, la necesidad de utilizar la esquistosidad como superficie de referencia… Al llegar a este punto, le interrumpió una voz airada en tono poco amable:
― ¡Por favor, déjate de elipsoides y de esquistosidad, y busca plomo, que es lo que nos interesa y para eso te pagamos.
Y así acabó la reunión.
Aunque con el tiempo se llegó a demostrar que el joven e inexperto geólogo tenía razón (eso, ahora ya da igual, nadie se acuerda de esta historia), lo más importante para él fue la lección que aprendió aquel día y que no ha olvidado a lo largo de su vida: las palabras más exquisitas, las más correctas, las más precisas, son totalmente inútiles si no pueden ser comprendidas por las personas a las que van dirigidas.
Las palabras más exquisitas, las más correctas, las más precisas, son totalmente inútiles si no pueden ser comprendidas por las personas a las que van dirigidas.
Lenguaje Exclusivo
por Enrique Ortega Gironés
Cuando me ha tocado trabajar con geólogos jóvenes, y no tan jóvenes, lo primero que les dicho ha sido que me comenten todas la ideas que se les ocurra sean lo peregrinas que sean. Y he salido muy sorprendido y agradecido por muchas de ellas. Incluso en una mina de las grandes grandes un geólogo bachiller, ni siquiera licenciado, cambió la interpretación de una zona cercana cuando había sido visitada por unas cuantas eminencias. Escuchar con interés y modestia puede abrir muchos caminos.
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Imposible expresarlo mejor, muchísimas gracias. Una pena que ese binomio, interés y modestia, sea tan raro.
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