Quien manda, manda

La sala de reuniones, funcional y luminosa, estaba al completo. Alrededor de la impresionante mesa ovalada, una docena de ejecutivos encorbatados, sentados en unas sofisticadas sillas de diseño inverosímil, seguían atentamente las explicaciones sobre una nueva tecnología, que había despertado el interés de la institución donde trabajaban. Era un organismo dedicado a la promoción de emplazamientos para la ubicación de polígonos industriales, aquellas urbanizaciones relámpago que aparecían de repente en medio de la nada, asfaltadas, con farolas y sin ninguna edificación (muchas de ellas permanecieron así muchos años), y que proliferaron como setas a finales del siglo pasado.

En aquellos momentos, acababa de iniciarse la década de los 90, habían hecho su irrupción fulgurante los ordenadores personales, que facilitaban un acceso a la informática, hasta ese momento restringida a consumados especialistas, como por ejemplo los denominados Sistemas de Información Geográfica. Aquellos programas, de una forma casi mágica, eran capaces de almacenar y procesar cantidades ilimitadas de datos, representándolos gráficamente en una pantalla y conservando su localización precisa. Frente al grupo de ejecutivos, el técnico que daba las explicaciones se esforzaba en glosar sus maravillosas prestaciones, describiendo con detalle un ejemplo práctico que traía preparado de antemano.

– Imaginemos (decía señalando la pantalla) que estamos buscando el lugar idóneo para el emplazamiento de un polígono industrial, donde deseamos atraer empresas cuyas actividades requieren cantidades importantes de agua, un clima determinado, facilidad de transporte pesado, y un etcétera tan largo como queramos…

Hizo una pausa y escrutó los rostros de su audiencia, que con ojos muy abiertos, algunos con cara de sorpresa, seguían atentamente sus explicaciones. Satisfecho con lo que observó, el lenguaje corporal de los asistentes le indicaba verdadero interés y una actitud favorable, reanudó su charla.

– Pues bien, toda la información que necesitemos, se puede almacenar en el ordenador, asignándole coordenadas, para saber en qué posición exacta se sitúa cada dato. Y luego, podemos pedir al sistema que seleccione el lugar que cumple los requisitos que necesitamos. Por ejemplo…

Con muchas tablas en aquellos menesteres, hizo una pausa para aumentar la expectación,  antes de abordar el punto culminante de su presentación.

– Imaginemos que necesitemos un lugar que deba estar a menos de 10 km de una estación de ferrocarril, donde el clima sea seco, pero que haya abundante agua disponible, que el terreno sea llano, que esté a menos de 500 metros de un tendido eléctrico, y que el precio medio de la hectárea esté por debajo de un determinado nivel. Si hemos almacenado adecuadamente toda la información que necesitamos, basta introducir en el sistema estos requisitos y apretar un botón, para que…

Tras unos segundos tecleando instrucciones en el ordenador, con una sonrisa triunfante, echó una mirada circular a la concurrencia y presionó con estudiada parsimonia el botón de intro. Y, como por arte de magia, entre murmullos de admiración, apareció en la pantalla un mapa donde, nítidamente delimitados, estaban representados los contornos de las zonas que cumplían las condiciones exigidas.

Satisfecho, escuchó los comentarios aprobatorios que intercambiaban entre sí los asistentes y, amablemente, los animó a que formulasen preguntas. Uno de ellos, señalando la pantalla, dijo:

– Y, en ese mapa, ¿se podrían también incluir datos de población?

Con una sonrisa suficiente, las respuesta llegó inmediata, neta y tajante:

– ¡Claro que sí! Se pueden introducir parámetros socioeconómicos relativos a la población, como por ejemplo: edad media, promedios de renta per cápita, nivel de educación, porcentajes de población por rango de edad…, todo lo que pueda interesar.

Siguieron a continuación preguntas obligadas sobre costes del sistema, plazos de instalación, formación necesaria para su utilización y otras cuestiones prácticas, hasta que el Director, desde la cabecera de la mesa, quiso dar por concluida la reunión. De forma sorprendente,  sus palabras cayeron como un jarro de agua fría, echando por los suelos las expectativas optimistas que habían flotado en el ambiente hasta ese momento.

– ¡Excelente! ¡Magnifico! Me parece una herramienta formidable, que puede tener muchísimas aplicaciones prácticas. Pero desgraciadamente, no la podemos utilizar en esta institución.

Algunos de los ejecutivos, sorprendidos, volvieron sus ojos hacia su Director, con mirada interrogante. Y el técnico responsable de la exposición, totalmente desmarcado por aquella inesperada reacción, hizo esfuerzos por mantener el tipo. Intentando mantener una sonrisa que estaba muy lejos de ser espontánea, preguntó:

– Pero…¿por qué? ¿Hay algo que no ha quedado claro? Podría explicar con más detalle algunas de las capacidades del sistema si Vds. lo consideran necesario…

– ¡No hace falta!, cortó el Director. Lo que es capaz de hacer ese maravilloso artilugio ha quedado meridianamente claro. Y es una verdadera pena, pero a nosotros no nos sirve, sería una inversión inútil, tirar el dinero.

El técnico no entendía nada. Si el sistema le había parecido tan excelente, ¿por qué se negaba a aceptar que pudiera serles de utilidad? Con un hilo de voz, preguntó:

– Pero…¿por qué?

– Pues porque por muchos datos que almacenemos en la memoria de ese ordenador, y por muchas combinaciones que hagamos entre ellos, salgan los resultados que salgan en la pantalla, los polígonos hay que emplazarlos siempre… ¡donde diga el señor alcalde!

Y dio por concluida la reunión.


Quien manda, manda
por Enrique Ortega Gironés


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

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