El CO2 y el efecto invernadero: presuntos culpables del cambio climático

El efecto invernadero es un fenómeno natural ocasionado por determinados gases presentes en la atmósfera que tienen la capacidad de retener parte de la radiación térmica emitida recibida del sol y reflejada por la superficie terrestre, evitando que se escape hacia el espacio exterior. El vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el ozono (O3) y otros gases se encargan de producir ese efecto. Este proceso, que siempre había sido considerado beneficioso, ya que gracias a él la temperatura del planeta se mantiene a un nivel adecuado para el desarrollo de la vida, ha pasado en poco tiempo de héroe a villano. Y dentro de la lista de gases y vapores mencionados, el dióxido de carbono se ha convertido en el culpable principal de potenciar en exceso la capa protectora de nuestra atmósfera, hasta alcanzar niveles excesivos, y a él se le atribuye la mayor parte del calentamiento global observado. Y, aunque no todo el mundo está de acuerdo con esta hipótesis, esa es la versión mayoritariamente transmitida y aceptada por la opinión pública, hasta el punto de que está dando lugar a la firma, en diferentes conferencias internacionales, de convenios y acuerdos para conseguir la reducción de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, como por ejemplo en la reciente cumbre climática de Glasgow.

Está fuera de toda duda que la actividad humana es la responsable de buena parte del aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera. La gráfica adjunta, elaborada por la NASA, muestra en su extremo derecho cómo, a partir de tiempos muy recientes, más exactamente desde mediados del pasado siglo XX, el aumento del contenido de dióxido de carbono ha sido radical y brusco. Tanto, que es imposible atribuir una variación tan extrema a causas naturales, aunque como veremos más adelante, no todos los datos indican una evolución similar, ni tampoco que exista correlación entre la evolución del CO2 atmosférico y la variación de la temperatura global.

Del mismo modo, es lógico pensar que un aumento tan considerable no debe resultar saludable para el planeta. Está fuera de toda discusión que es absolutamente necesario controlar, no sólo las emisiones atmosféricas, sino también los vertidos tóxicos,  el abuso en la utilización de fertilizantes, el uso indiscriminado de plásticos y un largo etcétera, una extensa lista de productos que, incorrectamente utilizados, están ensuciando la naturaleza.

Pero, una vez ha quedado clara la urgente necesidad de poner freno a esa contaminación que nos rodea, el tema central de este artículo es aportar argumentos para debatir si, realmente, el dióxido de carbono es el principal responsable del calentamiento global, tal y como se le atribuye. Porque, a pesar de la aparentemente sustancial evidencia que ofrece la gráfica anterior, hay muchos científicos, muy prestigiosos (incluso alguno de ellos condecorado con el Nobel), que no reconocen una relación “causa – efecto” entre el aumento del nivel de dióxido de carbono en la atmósfera, el calentamiento del planeta y el cambio climático que dicho aumento podría generar, negando taxativamente que sea este gas el responsable del calentamiento observado. Por ello, como se analizaba en una entrada anterior (véase El discutible consenso científico sobre el cambio climático), la discusión sobre el origen antrópico del calentamiento global y del posible cambio climático, no puede darse por cerrada.

En realidad, se trata de un debate muy abierto (aunque las informaciones que nos llegan asiduamente desde los medios de comunicación indiquen lo contrario), donde los datos geológicos y el registro de lo acaecido en el planeta desde sus orígenes, tiene mucho que aportar. Podría afirmarse incluso, que deberían ser el principal elemento de contraste de las hipótesis científicas al respecto. No parece descabellado afirmar que la interpretación de la realidad actual no puede contradecir ni ser incongruente con lo ocurrido en el planeta desde sus inicios.

No parece descabellado afirmar que la interpretación de la realidad actual no puede contradecir ni ser incongruente con lo ocurrido en el planeta desde sus inicios.

Para conocer el comportamiento del CO2 en la atmósfera en épocas antiguas, recurriremos de nuevo a los sondeos realizados en el casquete glaciar de Groenlandia, donde el hielo acumulado a lo largo de miles de años está finamente estratificado en pequeñas capas, correspondiente cada una de ellas a la nieve caída durante un año, que al ir siendo enterrada por la nieve de años posteriores, se ha ido convirtiendo en hielo.

Fuente: NSF (Ice Core Facility). Doug Clark, Univ. Washington

La nieve, al caer, atrapa entre sus estrellados cristales cantidades significativas de aire, que al ir quedando enterrado, se convierten en pequeñas burbujas atrapadas dentro del hielo. Con la ayuda de la tecnología actual, es posible extraer y analizar el aire herméticamente conservado dentro de esas burbujas, y conocer su composición. El estudio sistemático del aire en cada una de esas capas de hielo ha proporcionado una valiosísima información sobre la composición de la atmósfera terrestre en tiempos pasados. Esos análisis (tal y como se representa en la figura siguiente, para el periodo correspondiente a los últimos 450.000 años) han permitido conocer la evolución de la atmósfera respecto de la  temperatura (gracias al contenido de un isótopo de oxígeno, el O18), representada con la línea roja, y del CO2 (línea azul). Debe tenerse en cuenta que la gráfica fue realizada en 2007, por lo tanto los valores del año “cero” no se corresponden con la actualidad.

En esta gráfica, donde las oscilaciones que se observan son absolutamente independientes de las interferencias de una incipiente humanidad, el paralelismo entre la evolución de ambos parámetros es evidente, sugiriendo que existe una estrecha relación entre ambos, ya que sus respectivos valores aumentan y disminuyen de forma casi simultánea. Debe recordarse que una gráfica muy similar a esta fue incluida en un famoso video sobre el calentamiento global, aquel que fue presentado en medio mundo por Al Gore en 2006 y que llevaba por título Una verdad incómoda. En este documental, del cual puede decirse que ha tenido una enorme influencia en la opinión pública, a partir del paralelismo antes mencionado, se afirmaba taxativamente que era el aumento de CO2 quien estaba provocando la elevación de la temperatura, profetizando que el cambio climático causaría millones de muertos. Sin embargo, si estudiamos la gráfica con mayor detalle, el aparente sincronismo entre CO2 y temperatura sugiere evidencias de signo contrario.

Si ampliamos el gráfico y nos centramos en el periodo comprendido dentro de los últimos 150 000 años, se puede observar cómo la línea roja de la temperatura tiende a ascender antes que la azul, correspondiente al CO2.  Debe recordarse que, igual que en la figura anterior, la gráfica fue realizada en 2007, por lo tanto los valores del año “cero” no se corresponden con la actualidad.

Todavía más evidente resulta este desfase entre ambos parámetros, si realizamos una nueva ampliación, aún más detallada, para el periodo comprendido entre los 235.000 y 245.000 años (véase la figura siguiente), donde puede observarse que el valor máximo de la temperatura se alcanza 800 años antes que el pico correspondiente al dióxido de carbono.

Estos datos sugieren que, al contrario de la interpretación postulada por Al Gore, el nivel de CO2 en la atmósfera aumentaría con posterioridad y como consecuencia del incremento de la temperatura, y no al revés. Este desfase puede explicarse fácilmente por el comportamiento del agua de los océanos, que constituye la principal fuente de emisión de dióxido de carbono. Al ir ascendiendo la temperatura de los mares, crecen las emisiones desde el agua hacia la atmósfera, aumentando así el contenido de CO2 en el aire, pero siempre con un cierto retardo respecto del aumento de la temperatura, porque la enorme profundidad de algunas zonas, hacen que se necesite mucho tiempo para calentar la enorme masa de agua de todo el planeta . Desde esta nueva perspectiva, podría afirmarse que sí existe una relación causa – efecto entre el aumento del dióxido de carbono y el calentamiento global, pero sería en sentido opuesto al que se viene preconizando desde hace décadas.

Podría afirmarse que sí existe una relación causa – efecto entre el aumento del dióxido de carbono y el calentamiento global, pero sería en sentido opuesto al que se viene preconizando desde hace décadas.

Si continuamos analizando los datos con mayor detalle, aún podemos encontrar nuevas discrepancias entre las evoluciones respectivas del CO2 y la temperatura, como por ejemplo viendo lo ocurrido durante los últimos 10.000 años. La gráfica siguiente muestra como el significativo aumento del CO2 a partir de los 7.000 años, no tiene una respuesta equivalente en la temperatura.

Otro dato interesante y muy significativo, tendente a confirmar la discrepancia entre el aumento de temperatura y el crecimiento del CO2 atmosférico, lo encontramos en una época aún más reciente, en el intervalo comprendido entre 1945 y 1975.  La gráfica siguiente, basada en informaciones proporcionadas también por la NASA, muestra como durante dicho periodo, a pesar de tratarse del momento en que se generalizó el uso del automóvil y se produjo un considerable aumento de las emisiones antrópicas de dióxido de carbono a la atmósfera (línea azul), la temperatura, representada por la línea roja, no creció paralelamente, sino que incluso descendió de una manera significativa. Es decir que el aumento del CO2 indujo en el corto plazo un enfriamiento, lo cual sugiere que existen, además del CO2, otras causas responsables de la variación de la temperatura atmosférica.

Igualmente interesante e ilustrativa, resulta la gráfica siguiente,  correspondiente al intervalo comprendido desde 1850 hasta la actualidad, a partir de datos obtenidos en Our World in Data. En ella se han representado los valores de las emisiones de CO2 a la atmósfera (línea negra) y el promedio de la anomalía térmica global (línea roja). Adicionalmente, la línea azul a trazos representa la tendencia general de la evolución térmica (unión de puntos medios de la quebrada línea roja).

Como puede apreciarse, las emisiones de dióxido de carbono y las anomalías térmicas ascienden a medida que avanza el tiempo, de forma que la curva de emisiones de CO2 (línea negra) y la del promedio térmico (línea azul) tienen tendencias similares, sugiriendo que existe una relación entre ambos parámetros a largo plazo, tal y como se ha verificado en las gráficas obtenidas con los datos de los sondeos en hielos glaciares. Sin embargo, si comparamos las líneas negra y roja, es decir, las emisiones de CO2 con la evolución de las anomalías térmicas, ese paralelismo ya no es tan evidente, porque mientras las emisiones de CO2 a la atmósfera aumentan suavemente, la temperatura acusa oscilaciones muy bruscas, sin ninguna correlación con el dióxido de carbono. Esta discrepancia es especialmente evidente durante el periodo comprendido entre 1850 y 1950, donde las emisiones de dióxido de carbono ascienden muy lentamente y con una pendiente prácticamente uniforme, mientras que la temperatura acusa subidas y bajadas muy bruscas. La disconformidad entre ambas curvas sugiere, una vez más, que los cambios de temperatura están controlados también por otros parámetros (que serán objeto de análisis en un próximo artículo) independientes del dióxido de carbono, sin ninguna relación por tanto con el efecto invernadero.

Una posible clave para entender estas discrepancias puede estar en la comparación entre las emisiones de CO2 y la evolución de los contenidos de ese mismo gas en la atmósfera. En efecto, la gráfica siguiente (cuyos datos han sido obtenidos igualmente de Our World in Data), permite comparar dichas emisiones (línea negra) con los valores atmosféricos de CO2 (línea roja), medidos anualmente en la estación de Mauna Loa, en el archipiélago de Hawái, para el intervalo comprendido entre 1960 y la actualidad.

No deja de resultar llamativo que durante un periodo de 60 años, el contenido de CO2 en la atmósfera ha aumentado a un ritmo prácticamente constante (la línea roja es prácticamente una recta), a razón aproximadamente de 1,6 ppm cada año, sin acusar los aumentos en las emisiones, que han ido creciendo a lo largo de ese mismo intervalo temporal. Es decir, que de alguna manera, la variación del contenido de la atmósfera sigue un ritmo que no está en función ni parece depender de las emisiones antrópicas.

El conjunto de informaciones mencionadas en los párrafos anteriores, cuyas bases científicas no son desdeñables, introducen serias dudas sobre la presunta culpabilidad del dióxido de carbono como inductor principal o único del efecto invernadero y como responsable del calentamiento global. Es cierto que en los periodos de larga duración, de cientos de miles de años, se observa un paralelismo entre aumento de temperatura y crecimiento de CO2, pero indicando precisamente efectos opuestos a los preconizados por el efecto invernadero. Y si se atiende a periodos más cortos, ambos parámetros evolucionan de forma discrepante o incluso divergente.

Además, hay otros aspectos importantes que, con frecuencia pasan desapercibidos. El proceso de demonización al que ha sido sometido el dióxido de carbono ha hecho olvidar el papel benefactor que este gas tienen para el mundo vegetal, imprescindible para que las plantas produzcan el oxígeno que respiramos. Cuanto más CO2 hay en el aire, más rápido crecen los bosques y pastizales, más oxígeno se produce y mejor se soportan las sequías. En un trabajo publicado en 2016 en Nature Climate Change, con la colaboración de la NASA, se concluyó que el aumento de los niveles de dióxido de carbono experimentado en las últimas tres décadas ha tenido un impacto muy positivo en la vegetación del planeta, que ha aumentado sensiblemente en numerosas regiones. Por esas mismas razones, en los cultivos agrícolas de invernadero (es práctica habitual en los países de Europa septentrional), suele inyectarse CO2 para mejorar el rendimiento agrícola. Esta técnica, denominada fertilización carbónica, puede aumentar la productividad hasta un 30%.

Hay científicos que consideran que reducir el CO2 en la atmósfera hasta los niveles que algunos proponen, equivalentes a los últimos periodos glaciales, tendría consecuencias muy negativas para el planeta, provocando una desertización, pero no por falta de agua, sino por déficit de dióxido de carbono. También suelen olvidarse las capacidades autoreguladoras de la propia naturaleza para controlar la composición de la atmósfera. Porque el aumento de la temperatura del agua del mar, además de aumentar las emisiones de CO2, conlleva un crecimiento muy importante del fitoplancton que tiene una enorme capacidad de actuar como sumidero de CO2, mayor aún que la selva amazónica, lo que permitiría explicar (al menos parcialmente) por qué los valores de CO2 en la atmósfera no están acusando el aumento de las emisiones.

Sería importante saber si estas variaciones en la productividad vegetal y captura del dióxido de carbono están siendo adecuadamente consideradas en los sofisticados modelos estadísticos al uso, los cuales predicen el futuro de la evolución climática. Porque todas estas informaciones sugieren la conveniencia de realizar una seria revisión de las bases técnicas que apoyan esas inversiones astronómicas (además de otros sacrificios) para lograr la disminución de emisiones de dióxido de carbono, ya que la batalla emprendida contra el CO2 puede resultar estéril para frenar el calentamiento global.

Debe recordarse aquí que las oscilaciones de temperatura registradas en los hielos glaciares durante los últimos 800.000 años, están predominantemente controladas por las variaciones de la órbita terrestre (ver El cambio climático y la mecánica celeste). Se trata, por lo tanto, de un proceso gestionado por ciclos cósmicos, inmunes a la capacidad de maniobra de los seres humanos. Si intentamos extrapolar hacia el futuro los registros de los últimos milenios, los datos sugieren que, independientemente del posible efecto de las actividades antrópicas, la temperatura global seguirá aumentando de forma natural, durante un periodo limitado pero indeterminado de tiempo, sin que se pueda hacer nada por evitarlo.

Nadie duda de que la disminución de emisiones de CO2, aunque no sea eficiente para corregir el problema que se desea solucionar, reporte beneficios para la salud medioambiental del planeta. Pero no debe perderse de vista la relación entre coste y beneficio de las acciones que se están proponiendo. El coste de las medidas que tiene en mente la Comisión Europea para (supuestamente) combatir el cambio climático, podrían superar los 500.000 millones de euros, lo que implicará necesariamente nuevos impuestos que repercutirán en el bolsillo de los ciudadanos. Además de los gastos, las nuevas normativas están ya implicando un desmedido encarecimiento de la energía, al tener que recurrir a fuentes de producción más caras, discontinuas y más inestables, con las consiguientes secuelas económicas que, además, están de plena actualidad durante estos mismos días. Por ello, ya hay muchas voces que se están alzando para reclamar que los ingentes recursos a invertir en las batallas contra el CO2 podrían ser mejor aprovechados si se dedicasen, de manera eficaz, en otros menesteres. O incluso, como ha ocurrido durante las últimas semanas, revertir el carácter de la hasta ahora denostada energía atómica, para empezar a considerarla como verde,  limpia y, al menos de momento, indispensable.

Nadie duda de que la disminución de emisiones de CO2, aunque no sea eficiente para corregir el problema que se desea solucionar, reporte beneficios para la salud medioambiental del planeta. Pero no debe perderse de vista la relación entre coste y beneficio de las acciones que se están proponiendo

No hay duda, pues: el medio ambiente de nuestro mundo está muy contaminado. Por falta de controles rigurosos en muchas naciones, especialmente en las de bajo nivel de desarrollo, se vierten a lagos, ríos y mares todo tipo de productos. Se están incendiando impunemente bosques y talando selvas sin que nadie haga nada serio por evitarlo. Se abusa de los herbicidas y pesticidas, que provocan grandes matanzas de plantas e insectos. Se infesta los mares con plásticos, cuya presencia está creciendo de forma alarmante para la salud del planeta. Y, en contraposición al cambio climático, no existe hacia esos problemas ninguna respuesta, enérgica y global, comparable a los esfuerzos focalizado en combatir al CO2

Algunas personas piensan, con criterios posibilistas, aun aceptando y asumiendo que el pánico al cambio climático esté basado en argumentos científicamente incorrectos, que se trata de un concepto ya asimilado por un sector mayoritario de la sociedad. Por lo tanto, como forma parte de la conciencia colectiva, creen que es positivo y conveniente seguir utilizándolo, si con ello se contribuye a mejorar el medioambiente.

No se puede negar la lógica de ese razonamiento, pero me inclino a pensar que se trata de un error a largo plazo, cuando el paso del tiempo se encargue de dejar las cosas en su sitio. Conviene recordar que ninguna de las apocalípticas profecías realizadas desde las últimas décadas del siglo XX sobre el agujero de ozono, el aumento de la temperatura o el ascenso del nivel del mar se han cumplido. Simplemente han sido sustituidas por otras con un horizonte temporal más lejano. ¿No sería más razonable difundir datos realistas, en lugar de las predicciones catastrofistas que suelen aparecer en los medios de comunicación, para que cada cual pueda elegir sus propias opiniones con conocimiento de causa?

Conviene recordar que ninguna de las apocalípticas profecías realizadas desde las últimas décadas del siglo XX sobre el agujero de ozono, el aumento de la temperatura o el ascenso del nivel del mar se han cumplido

Los modelos climáticos actuales tampoco permiten explicar hechos comprobados que suponen flagrantes contradicciones. Así, por ejemplo, mientras en buena parte del planeta el hielo de los glaciares está retrocediendo, en la Antártida ocurre lo contrario. En efecto, durante las últimas décadas del siglo XX (y así continúa en la actualidad) el hielo marino que rodea la Antártida ha estado aumentando, como se ha podido comprobar de forma indudable mediante las imágenes satélite y las estaciones de observación. Es decir, que el calentamiento no es tan “global” como se preconiza.

Sin embargo, en lugar de cuestionar los principios que constituyen la base de las interpretaciones actuales y buscar explicación para las incuestionables contradicciones que ofrecen los datos, se está educando a las nuevas generaciones con las mismas informaciones sesgadas que inundan periódicos y noticieros, presentando como verdades absolutas y hechos comprobados, meras hipótesis que están lejos de estar demostradas. A modo de ejemplo, se adjuntan a continuación un par de párrafos que aparecen en un libro de texto actual de Enseñanza Primaria (corresponde al curso académico 2021 – 22), suficientemente ilustrativos.

A pesar de la aparente asepsia y objetividad de un texto tan breve y conciso, pueden detectarse en él serias distorsiones de la realidad:

  1. Es cierto que en las últimas décadas ha aumentado la temperatura terrestre, pero no como consecuencia exclusiva de la emisión de gases contaminantes a la atmósfera, sino que muy probablemente la causa principal es un ciclo natural que se inició hace 18.000 años y que se ha repetido cientos de veces a lo largo de miles de millones de años, de acuerdo con los ritmos cósmicos que rigen la órbita de nuestro planeta. Además, en sentido estricto, el CO2 no puede considerarse como gas contaminante, ¿realmente puede calificarse así a algo que todos exhalamos con nuestra respiración y que forma parte de la composición natural de la atmósfera?
  • Es cierto que en las últimas décadas ha aumentado la temperatura de la Tierra, pero no puede considerarse como un hecho excepcional o aislado, como deja entrever el silencio respecto de lo ocurrido durante miles de millones de años, durante los cuales el planeta ha experimentado una larguísima sucesión de ciclos de calentamiento y enfriamiento.
  • Los ciclos de calentamiento y enfriamiento no se restringen sólo al periodo de la Historia de la Humanidad, como dice el texto, la historia del Hombre es muy breve en comparación con la historia de la Tierra. Dichos ciclos se vienen sucediendo desde los orígenes de nuestro planeta, muchísimo antes de la aparición del Hombre, hace miles de millones de años.
  • Es cierto que a lo largo de la historia del planeta ha habido periodos mucho más fríos que los actuales. Pero no puede silenciarse (al hacerlo, se sugiere implícitamente que estamos atravesando un periodo excepcionalmente cálido), que también ha habido etapas muchísimo más cálidas que la del presente.
  • Es totalmente falso que, en los últimos 100 años, la temperatura haya aumentado lo mismo que en los 18.000 años anteriores, no hay ninguna evidencia que apoye esa afirmación.
  • No es cierto que en la actualidad la Tierra se esté calentando más rápido que nunca. Los registros geológicos demuestran que ha habido periodos en que la temperatura ha aumentado de forma más rápida, brusca y extrema que en la actualidad.

Al observar como este tipo de mensajes distorsionados se repiten por doquier, es inevitable preguntarse: ¿qué dirán de nosotros dentro de varios siglos, cuando nuestros descendientes juzguen la época que nos ha tocado vivir? Tengo la convicción de que no van a ser muy benevolentes, del mismo modo que nosotros no lo somos con los que nos precedieron. Siempre que volvemos la vista hacia el pasado, tenemos tendencia a mirar por encima del hombro a las generaciones anteriores, donde pudo brillar de forma aislada algún genio individual de los que siempre han existido (como Einstein, Newton, Galileo y un larguísimo etcétera), pero que en su conjunto, pensamos que estaban lejos de nuestro nivel de progreso. Estamos convencidos de que representamos el punto culminante en el desarrollo tecnológico de la humanidad. Por eso creemos que están superadas las batallas que se iniciaron durante el Siglo de las Luces y continuaron durante todo el siglo XIX, para que la luminosa realidad propugnada por la razón y la ciencia se abriese paso a través del oscurantismo. Pero, ¿es realmente así?


El CO2 y el efecto invernadero: presuntos culpables del cambio climático
Por Enrique Ortega Gironés


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.