Mitos y leyendas sobre el efecto invernadero, el CO2 y el metano

Uno de los refranes más conocido del variadísimo repertorio español dice que unos tienen la fama, y otros cardan la lana, perfectamente aplicable al CO2 y al metano, a quienes se están echando unas culpas que no le corresponden. Las temperaturas que hacen viable la vida sobre la Tierra, como es muy bien conocido, se deben esencialmente a la existencia del agua en los océanos, que cubren casi un 71% de la superficie del Planeta, y a la composición de nuestra atmósfera, que contiene como promedio un 0,4% de vapor de agua, aunque en regiones tropicales su contenido llega a ser del 4%. Sin estas características, no existiría la lluvia imprescindible para la flora y la fauna. Es decir, en definitiva, que la vida no sería posible.


El dióxido de carbono, un gas traza con injustificada mala fama

Sin embargo, cuando se menciona el efecto invernadero, es inevitable acordarse de inmediato del dióxido de carbono, del CO2, porque a este gas se le está atribuyendo la mayor parte de la responsabilidad (actualmente de forma exclusiva) del calentamiento que está sufriendo la Tierra como consecuencia de las emisiones antrópicas. No obstante, el componente atmosférico cuyo efecto invernadero es más fuerte, el que juega un papel crucial para controlar y mantener la temperatura atmosférica dentro de márgenes habitables, no es el CO2 sino el vapor de agua. Se ha calculado que el vapor de agua, en un cielo sin nubes, es responsable de unos dos tercios del efecto invernadero, y que dicho control puede llegar hasta el 90% si está muy nublado. No debe olvidarse que la nubosidad, en la capa más baja de la atmósfera, la troposfera, cubre como promedio el 60% de la superficie terrestre.

El componente atmosférico cuyo efecto invernadero es más fuerte, el que juega un papel crucial para controlar y mantener la temperatura atmosférica dentro de márgenes habitables, no es el CO2 sino el vapor de agua.

Por el contrario, el CO2 es un gas que está presente en la atmósfera tan sólo a nivel de trazas. Su concentración actual es de unas 420 ppm (partes por millón, equivalentes al 0,042%), cien veces menor que la del vapor de agua, y su incidencia real en el efecto invernadero es, en comparación, casi insignificante. Porque, ¿qué son realmente 420 ppm? Si uno no está acostumbrado a utilizar valores muy pequeños, en rangos de concentraciones a nivel de traza, puede resultar complicado imaginar lo que representa la cantidad de 420 ppm. Para ilustrar el significado real de estas magnitudes, imaginemos un cubo de 1 m3 de volumen, es decir de 100 cm de longitud en cada arista, que contiene por lo tanto un millón de cm3. En el interior de ese cubo, cabrían un millón de pequeños dados que tuviesen, cada uno de ellos, un centímetro de longitud en cada lado. Si comparamos este cubo con la composición de nuestra atmósfera, 780.000 dados corresponderían al nitrógeno (N2), 21.000 dados serían de oxígeno (O2), 4.000 dados de vapor de agua (H2O), 1.000 dados del gas noble argón (Ar), y tan sólo 420 dados de CO2. También, siguiendo con el mismo ejemplo, el contenido de CO2 correspondería a un dado de 7,4 cm de lado (aproximadamente el tamaño del famoso cubo mágico), el cubito blanco de la Figura 1.

Figura 1. Comparación gráfica entre el tamaño de un cubo de un 1 m3 de volumen, y un pequeño cubo de 7,4 cm de lado, equivalente a 420 ppm.

Se trata por lo tanto de una concentración mínima, casi despreciable, de un gas que además, por sus características, es prácticamente inofensivo. Sin embargo, las implicaciones climáticas de un contenido tan pequeño, serían mucho más significativas si, en lugar de dióxido de carbono, se tratase de aerosoles opacos emitidos por los volcanes hacia la atmósfera, que reducirían considerablemente el paso de los rayos de sol. Así se ha comprobado en numerosas ocasiones, por los descensos de temperatura que se registran después de grandes erupciones volcánicas.

Con frecuencia, se nos informa que la cantidad actual de CO2 en la atmósfera, esos 420 ppm, es muy superior a los 280 ppm que existían al inicio de la época industrial, antes de 1850. Pero en realidad, ese aumento, incluso si se llegase a duplicar el valor tomado como referencia, hasta los 560 ppm, no tendría apenas influencia en el clima terrestre, como veremos en detalle posteriormente. Por otra parte, es conocido que, a lo largo de la historia geológica de la tierra, han existido etapas en las que el contenido de CO2 atmosférico ha alcanzado valores de varios miles de ppm, por causas totalmente naturales, especialmente debidas a emisiones volcánicas asociadas a los procesos tectónicos que forman las montañas. Esa misma historia geológica muestra cómo los procesos naturales, de forma autónoma, han conseguido reducir los elevados niveles de CO2 atmosférico gracias a la intensificación de la productividad vegetal y a la capacidad de disolución del CO2 en el agua de los océanos, así como al aumento de la formación y sedimentación de rocas calcáreas, carbonosas y petrolíferas (Figura 2). Por lo tanto, si en épocas pasadas el ascenso en el contenido atmosférico de CO2 hasta valores muy superiores a los actuales nunca supuso un punto de inflexión sin retorno, ¿por qué debe serlo ahora?

Figura 2. Los bosques que formaron las capas de carbón en las cuencas carboníferas, los yacimientos de petróleo y gas, y las incontables montañas de calizas constituyen gigantescos almacenes de CO2 formados en el pasado.

Fijemos ahora nuestra atención en un producto cotidiano como es el agua mineral con gas, que contiene en disolución unos 8 gramos de CO2 por litro, equivalentes a unas 8.000 ppm, lo que representa 20 veces más que la concentración de CO2 en la atmósfera terrestre. Si se calienta el agua gasificada (por ejemplo, cuando se deja una botella al sol), aumenta la presión interior. Pero al abrir la botella, la presión disminuye de repente, el agua no puede mantener disuelto todo el CO2 presente en el líquido y éste se escapa bruscamente (es decir que se desorbe, ya que científicamente a este proceso se le denomina desorción). Algo similar ocurre con el agua de los océanos cuando se calienta, que emite a la atmósfera parte del CO2 que lleva disuelto. Este fenómeno, basado en la capacidad de disolución del CO2 en el agua (conocido en términos químicos como producto de solubilidad), y que es variable en función de la temperatura, tiene una enorme importancia climática. La Figura 3 ilustra gráficamente cómo disminuye la solubilidad del CO2 en el agua al ir ascendiendo la temperatura.

Figura 3. Variación de la solubilidad del CO2 en agua en función de la temperatura.

Como se puede apreciar en la Figura 3, al producirse el calentamiento del agua de los océanos, el CO2 se desorbe 1 gr/litro para una subida de la temperatura desde los 10 a los 25ºC. Este proceso expulsa a la atmósfera cantidades de dióxido de carbono mucho mayores que las emisiones antropogénicas.


La atmósfera terrestre no es un invernadero cerrado

Otro tema recurrente, de gran difusión, para explicar la evolución de la temperatura en la atmósfera terrestre, es la comparación del actual proceso de calentamiento con el de un invernadero. Pero en realidad, un invernadero, con sus paredes y su techo de cristal, constituye un sistema cerrado, mientras que la atmósfera terrestre es un sistema abierto, por lo que se trata de una comparación excesivamente simple, además de incorrecta desde el punto de vista físico. Debe tenerse en cuenta que las variadas y omnipresentes corrientes de aire perturban fuertemente a la atmósfera, al contrario de lo que ocurre en el interior de un invernadero cerrado, donde el aire permanece prácticamente estático. Según las leyes termodinámicas, al calentar un gas (en nuestro caso, el aire de la atmósfera), éste aumenta de volumen y disminuye de densidad, por lo que tiende a elevarse. Ese es precisamente el mecanismo que utilizan las grandes aves rapaces y los planeadores para elevarse en el aire, aprovechando las corrientes térmicas ascendentes. Es decir, que el aire caliente sube hacia los niveles más altos de la atmósfera, mientras que el aire frío, más pesado, se mantiene pegado a la superficie terrestre y en el fondo de los valles.

Este comportamiento es el mismo para todos los gases que componen la atmósfera, que están sujetos a las mismas leyes termodinámicas y es inevitable que al calentarse, asciendan. Es decir, que el CO2 no puede retener el calor y contribuir al calentamiento de los niveles inferiores de la atmósfera, porque en cuanto aumente su temperatura, ascenderá a niveles más altos. La única manera de impedir ese ascenso sería la presencia de una superficie separadora (como el cristal del techo de un invernadero), pero ese límite no existe, la atmósfera no tiene un techo de vidrio y no puede funcionar realmente como un invernadero. No obstante, ocasionalmente y como veremos a continuación, las nubes pueden ejercer esa función de tapadera en determinadas circunstancias.

Por otra parte, la estructura de nuestra atmósfera es muy compleja, integrada entre otras unidades por la troposfera y la estratosfera, que está abierta hacia arriba, hacia la ionosfera y hacia el Cosmos. Los fenómenos meteorológicos que observamos en la atmósfera, tienen lugar principalmente dentro de los primeros 10 a 16 kilómetros de altura, en la llamada troposfera. En esta zona, están las capas de nubes que pueden (hasta cierto punto) ejercer el papel de capa de cierre por encima de los niveles atmosféricos superficiales, con enorme influencia y control en las variaciones de la temperatura, como se puede apreciar bien durante el invierno. Durante la noche, cuando el cielo está cubierto, por debajo de la capa de nubes se mantiene el calor acumulado en el aire durante el día. Sin embargo, cuando no hay nubes y en el cielo invernal brillan las estrellas, se siente mucho más intensamente el frío nocturno (y es más fácil que se produzcan heladas, como saben muy bien los agricultores), porque el aire caliente se escapa hacia arriba.

Otro ejemplo del poder aislante de las nubes es la situación meteorológica conocida como inversión térmica, típica de los días fríos de invierno en zonas montañosas. Cuando un mar de nubes cubre el fondo de los valles, si el día es soleado por encima de ellas, hace más calor en las cumbres que en el fondo del valle, como consecuencia de la diferencia de insolación. Sin embargo, por la noche ocurre lo contrario, ya que el calor diurno se esfuma hacia el espacio por encima de las nubes, mientras que en el fondo del valle, el aire protegido por la capa nubosa se enfría mucho más lentamente.


Límites en la capacidad de absorción térmica del CO2

Además de las limitaciones físicas ya mencionadas, deben considerarse también otros parámetros de los que depende la capacidad que tienen los gases atmosféricos para absorber la radiación solar. Es cierto que las moléculas de esos gases (incluyendo los que aparecen a nivel de trazas) pueden absorber parte de la radiación térmica infrarroja reflejada por la superficie terrestre. Pero el calor absorbido por esas moléculas también es radiado en todas direcciones, y como resultado, entre el 70 y el 90% de la radiación térmica que devuelve la tierra hacia arriba, se escapa hacia el espacio exterior. Por lo tanto, sólo el porcentaje restante (entre el 10 y el 30%) del calor acumulado en la superficie terrestre, puede ser retenido por los gases sensibles a la radiación térmica, es decir, aquella que corresponde al infrarrojo con una longitud de onda larga, conocida como infrarrojo térmico. De entre dichos gases sensibles, el más importante cuantitativamente es el vapor de agua, que como puede apreciarse gráficamente en la Figura 4, representa la mayor parte de la absorción total, mientras que el resto de gases atmosféricos tiene un papel muy secundario. Así, la capacidad del CO2 para absorber radiación térmica está limitada a un rango muy pequeño de longitudes de onda, y la del metano es aún menor

Figura 4. Intervalos de longitudes de onda en que los gases atmosféricos tienen capacidad de absorber la radiación térmica reflejada de la superficie de la Tierra.

Pero además de las restricciones relacionadas con la longitud de onda, existen todavía otras limitaciones en la capacidad de absorción del calor por parte del CO2, que está ya saturada para los contenidos atmosféricos actuales, a pesar de su baja concentración a nivel de trazas. En efecto, los principios físicos de la radiación térmica prescriben que la capacidad de absorción de un gas se reduce logarítmicamente con el aumento de su concentración. Es decir, que a partir de una determinada concentración (denominada nivel de saturación), por mucho que se aumente su contenido, la capacidad de absorción ya no puede aumentar más. Para entender este fenómeno podemos recurrir al símil de las capacidades térmicas de los diferentes colores. Como es bien conocido, la pintura blanca refleja todas las longitudes de onda del espectro visible, y por lo tanto, absorbe mucho menos calor que la pintura negra, que no refleja ninguna de ellas. Pero si una superficie está ya pintada de color negro, tiene saturada su capacidad de absorción, y aunque aumentemos la cantidad de pintura con varias capas, no por ello absorberá más calor. Del mismo modo, un aumento del CO2 atmosférico por encima de los valores actuales, no puede tener consecuencias en la absorción de la radiación térmica reflejada de la superficie terrestre, porque de acuerdo con los cálculos realizados, la capacidad de absorción específica del CO2 ya ha alcanzado el nivel de saturación. Este efecto está representado en la Figura 5, donde cómo se puede apreciar en el extremo derecho de la gráfica, los valores de concentración actuales de CO2 tienen un efecto térmico insignificante.

Figura 5. Con las concentraciones actuales de CO2, su capacidad de absorción térmica está ya saturada casi por completo. Se podría decir que la saturación es ya prácticamente total a partir de las 250 ppm.

De acuerdo con esta línea de razonamiento, Paul Josef Crutzen (especialista en química de la atmósfera y premio Nobel) ha afirmado que ya hay tanto CO2 en la atmósfera, que en muchas bandas espectrales la absorción de CO2 está completa, y cualquier aumento de CO2 no tiene consecuencias. Así pues, la reducidísima presencia de este gas en la atmósfera, en combinación con su comportamiento físico, impide justificar que el dióxido de carbono pueda ejercer un control significativo sobre la temperatura planetaria. Por el contrario, si tenemos en cuenta que unos pocos metros de la capa de agua más superficial en los océanos pueden acumular más calor que toda la atmósfera en su conjunto, la supuesta influencia climática de un gas que solo existe a nivel de traza se hace aún más dudosa.


Sin CO2 no hay vida en la Tierra

Con frecuencia, en los medios de comunicación, se califica al CO2 presente en la atmósfera como venenoso o contaminante. Sin embargo, se trata de un gas químicamente inerte, inactivo, que no puede reaccionar de manera tóxica con otras substancias. Además, se trata de un gas esencial para la vida de las plantas, los hongos, las algas y el fitoplancton, que durante la fotosíntesis, convierten el dióxido de carbono (CO2) en el imprescindible oxígeno (O2). Y también, vital para el ser humano y el mundo animal en general. De hecho, como consecuencia de la respiración, nuestros pulmones contienen permanentemente unos 5.000 ppm de CO2.

Al menos la cuarta parte del CO2 presente en la atmósfera terrestre, está acumulándose continuamente en las plantas mediante la fotosíntesis, un proceso sin el que no existiría en la Tierra el oxígeno necesario para la respiración y la vida. Dicho proceso se desarrolla mediante una reacción química que convierte el agua y el dióxido de carbono en glucosa y oxígeno. Debe recordarse que la glucosa es el ladrillo básico en todas las combinaciones de la química orgánica, ya que interviene en la producción de las proteínas, los aminoácidos y otras sustancias constituyentes de los tejidos animales y vegetales. Y la fotosíntesis está controlada por parámetros muy estrictos, ya que la reacción se detiene (es decir, cesa la producción de oxígeno) cuando la temperatura del aire desciende por debajo de los 10°C y la concentración del CO2 atmosférico es menor de unas 150 ppm.

Por el contrario, se ha comprobado que cuando sube el contenido en CO2 atmosférico, aumenta también el crecimiento y expansión territorial de las plantas, que acumulan en su interior más CO2 en forma de glucosa y de uno de sus derivados, la celulosa. Es decir, que las plantas generan masa vegetal, la biomasa, retirando CO2 de la atmósfera terrestre. Y al aumentar el contenido de CO2 en la atmósfera, crece la biomasa y por lo tanto, se produce más oxígeno. Como consecuencia de este aumento, los satélites de observación han detectado un incremento del color verdoso en el agua de los océanos, asociado al aumento de su temperatura, debido al desarrollo explosivo del fitoplancton y de sus depredadores como el zooplancton y el kril. Este cambio implica un enorme aumento de la productividad vegetal y animal que constituye un importante sumidero de CO2, que no está siendo debidamente considerado en los modelos climáticos (y sus catastrofistas puntos de no retorno), con los que pretenden intimidarnos.

Por otra parte, la historia geológica del Planeta demuestra que, como consecuencia de la evolución climática en tiempos pasados, se han modificado en muchas ocasiones la posición de sus zonas climáticas. Estos cambios han dado lugar a que, durante los periodos cálidos, las zonas templadas con bosques de hoja caduca se hayan desplazado hacia los polos, mientras que por el contrario han retrocedido hacia el ecuador en las etapas fría. Del mismo modo, el arbolado en las montañas alcanza cotas más altas en periodos cálidos y desciende hacia el fondo de los valles en etapas frías. Es decir, que durante los periodos de calentamiento global, aumenta considerablemente la superficie ocupada por árboles y arbustos, y como consecuencia, se intensifica la fotosíntesis, aumentando el consumo de CO2 y la producción de oxígeno. Entonces, ¿es correcto considerar que altos contenidos de CO2 en la atmósfera son perjudiciales para la naturaleza?

Los investigadores que estudian la productividad vegetal han detectado que la fotosíntesis de la mayoría de las plantas ha aumentado un 65% como consecuencia de la subida del contenido de CO2 en la atmósfera desde los tiempos preindustriales (desde el año de 1850). Incluso, se ha evaluado que, si el contenido de CO2 continuase ascendiendo hasta los 600 ppm, se podría esperar otro aumento adicional de la actividad fotosintética, del orden del 35%. En el caso contrario, si se produjese un descenso en la concentración de CO2, por ejemplo hasta el nivel de una tercera parte del valor actual (150 ppm), se perjudicaría el crecimiento vegetal en un 30-40%. Debe recordarse que el crecimiento de las plantas se paraliza durante las épocas glaciares, no sólo por la bajada de las temperaturas, sino también por la reducción asociada de la concentración del CO2 en la atmósfera terrestre.

Este hecho es muy importante para las plantas que son útiles a la humanidad (como el trigo, el centeno, el arroz, el maíz, etc.), que serán necesarias en grandes cantidades para alimentar a la vertiginosamente creciente población mundial. En muchos cultivos de invernadero, el aire está artificialmente enriquecido en CO2 (hasta 1.600 ppm), para estimular el crecimiento de las plantas. Desde hace unas décadas, desde que es posible la observación sistemática de la superficie terrestre mediante satélites, se ha comprobado que la superficie boscosa está aumentando cada año (al mismo tiempo que aumenta la temperatura y asciende el CO2) en una superficie equivalente al tamaño de Alemania (unos 350.000 km2). Tan sólo en España, las superficies de bosques han aumentado un 30% entre 1990 y 2018 y hoy, una tercera parte de la Península Ibérica está poblada de bosques.

Por lo tanto, es totalmente falso afirmar que, como consecuencia del calentamiento, se está produciendo una muerte lenta de los bosques y una desertización generalizada, porque los cálculos de biomasa realizados indican todo lo contrario. Sin embargo, los modelos informatizados que vaticinan desastres climáticos como consecuencia del aumento de temperatura minimizan o ignoran la importancia de la biosfera en el control de CO2 en la atmósfera, además de otros parámetros esenciales para la evolución del clima, como las variaciones en la radiación solar, la nubosidad de la atmósfera, las oscilaciones oceánicas y los procesos de transporte térmico entre las zonas intertropicales y los polos. Y las consecuencias prácticas de estas omisiones son palmarias ya que, hasta la fecha, las predicciones de dichos modelos han fallado estrepitosamente.

Es totalmente falso afirmar que, como consecuencia del calentamiento, se está produciendo una muerte lenta de los bosques y una desertización generalizada, porque los cálculos de biomasa realizados indican todo lo contrario


¿Qué ocurre con el metano?

Algo similar a lo mencionado para el dióxido de carbono, puede decirse del metano (CH4), al que se tilda también de contaminante, a pesar de que su origen es mayoritariamente natural. Se trata de un gas que emiten los seres vivos y al que se le atribuye (especialmente al proveniente del ganado vacuno rumiante, de otros animales domésticos o salvajes e incluso del ser humano) graves consecuencias climáticas por su supuesta contribución al efecto invernadero. Sin embargo, la concentración del metano en la atmósfera terrestre es de unas 1,9 ppm (0,00019%), algo menos de 2 dados en el ejemplo anterior del cubo de un millón de dados (Figura 1). Aunque en algunos casos, para esconder ante la opinión pública una cifra tan ridícula, magnificándola y hacer que parezca más importante, se cambia la unidad de medida, presentándola como 1.900 ppb (partes por billón). Esta forma de presentar el dato puede impresionar a quienes no están habituados a manejar este tipo de cifras, pero en realidad el contenido atmosférico del metano sigue correspondiendo a un insignificante 0,00019%.

Además, el período de persistencia del metano en la atmósfera es sólo de unos 10 años. Es decir, que este gas traza (en realidad, casi ultra-traza), no se concentra acumulativamente y para siempre en la atmósfera, sino se descompone en relativamente poco tiempo, pasando a CO2 y H2O. Por ello, afirmar que el metano es un gas con efecto invernadero peligroso, incluso más peligroso que el CO2, es absolutamente equívoco y falso. Y no sólo por el ínfimo porcentaje de su presencia, sino también porque su capacidad de absorción para la radiación térmica está restringido a un rango de longitud de onda limitadísimo, como está claramente expresado en la gráfica de la Figura 4.

Afirmar que el metano es un gas con efecto invernadero peligroso, incluso más peligroso que el CO2, es absolutamente equívoco y falso

También en este caso, la ayuda de las imágenes satélite permite corroborar la insignificancia de las emisiones de metano derivadas de la actividad ganadera, como se aprecia en la Figura 6, que representa la distribución de metano en el aire en la Península Ibérica, captada por el satélite Sentinel el 1 de Mayo de 2022.

Figura 6. Contenido de metano superficial detectado por el sensor orbital CAMS (Copernicus Atmosphere Monitoring Service) de la Agencia Espacial Europea.

La imagen muestra claramente como las zonas de máxima concentración de metano, coloreadas en rojo, se sitúan precisamente sobre las áreas urbanas o densamente pobladas, y no sobre las zonas donde existen explotaciones ganaderas extensivas. Y precisamente, la zona de donde se concentra la crianza del cerdo ibérico (Huelva, Cáceres, Badajoz, Córdoba y Salamanca, junto a la frontera portuguesa) o la ganadería extensiva de vacuno en Galicia, Cantabria y Asturias, aparecen en la imagen totalmente libre de metano. De lo cual debe deducirse que o bien que la generación de metano derivado de la ganadería es despreciable, o bien que la producción ganadera se concentra en las áreas urbanas de Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao.

Por otra parte, los sondeos de hielo, ya mencionados por nosotros en publicaciones anteriores de Entrevisttas.com, proporcionan información sobre la composición de la atmósfera en épocas pasadas. Si estudiamos la correlación entre el metano y la temperatura, se observa que existe una estrecha correlación entre ambos, que aumentan y disminuyen de forma simultánea. Por lo tanto, no puede extrañar que el contenido medio de metano en la atmósfera haya aumentado de cerca de 1 ppm a casi 2 ppm en el curso del siglo XX, al mismo tiempo que subieron las temperaturas, al iniciarse el ciclo de calentamiento cuando a mitad del siglo XIX concluyó la Pequeña Edad de Hielo.

Tampoco debe olvidarse que las concentraciones de metano en la atmósfera se están analizando sistemáticamente tan sólo desde los años 80 del siglo XX. En consecuencia, las afirmaciones que se están haciendo sobre la influencia climática del metano están basadas de informaciones de un periodo muy breve. Es decir, que se está cometiendo el mismo error que con otras variables climáticas, como la temperatura o el CO2, al no considerar espacios de tiempo lo suficientemente dilatados para apreciar debidamente la ciclicidad y las causas de su evolución.

Otro fenómeno del mismo tipo, conocido desde la más remota antigüedad (1.800 AC) es el caso del lugar donde se emplaza el templo del Oráculo de Delfos. Según Diodoro Sículo, un pastor observó cómo sus cabras se comportaban de un extraño modo cuando se aproximaban a una grieta existente, una fractura en el macizo calcáreo, de donde se desprendían emanaciones de metano que causaban la borrachera de los animales. En ese lugar se edificó el recinto sagrado, al que accedían las pitonisas para hacer sus profecías. Las emanaciones continúan hoy en día. También, en muchas cuencas carboníferas explotadas desde antiguo, se tiene noticia de emanaciones naturales del gas metano contenido en las capas de carbón que, utilizando fracturas como vía de escape, alcanzan la superficie. Así, por ejemplo, en la Cuenca Carbonífera Central de Asturias existe uno de estos fenómenos, conocido popularmente con el expresivo nombre de Mecheru de Saus (Figura 7C y D). Estas emanaciones naturales son también frecuentes en muchas cuencas petrolíferas.


Conclusiones

A pesar de los conocimientos y de los hechos científicamente comprobados de los que disponemos, se sigue pregonando y difundiendo la culpabilidad del CO2 y del metano en relación con el calentamiento global como consecuencia del efecto invernadero. Para ello, se llegan a utilizar imágenes tendenciosas sobre las emisiones antrópicas, y no es infrecuente que, en documentales referidos al clima, para mostrar las enormes cantidades del peligroso CO2 que envían a la atmósfera las actividades industriales, se suelen mostrar imágenes de torres de enfriamiento de diversas centrales o plantas, que en realidad están emitiendo «humo blanco», es decir, inofensivo vapor de agua. Pero haciendo gala de una gran habilidad fotográfica, con el adecuado encuadre a contraluz del sol vespertino, aparece en la imagen como una venenosa nube amenazante de color gris oscuro a negro (Figura 8).

Figura 8. Presentación manipulada y tendenciosa de chimeneas industriales emitiendo vapor de agua.

A la vista de todo lo expuesto, cabe preguntarse ¿por qué se inició todo este esfuerzo desinformativo desde hace casi medio siglo? No parece disparatado pensar que el objetivo sea inducirnos una mala conciencia y un complejo de culpabilidad en relación con el cambio climático, favoreciendo la docilidad hacia el fabuloso negocio de tasas e impuestos a las emisiones de gases traza a la atmósfera, además de la ingeniería social asociada a posturas ideológicas. Y todo ello, pregonado como política de defensa y protección medioambiental, para salvar al planeta, aunque la naturaleza y la Ciencia nos estén indicando todo lo contrario.

Pero además de los datos anteriormente expuestos, no debe olvidarse que tan sólo una parte muy pequeña del CO2 atmosférico (menos del 3-4%) es de origen antrópico. Es decir, que si el 0,042% de dióxido de carbono que contiene actualmente nuestra atmósfera no puede tener una influencia climática significativa, es imposible que la contribución antrópica de CO2, un ridículo 0,00168% (es decir, el 4% del 0,042%) merezca ser tenido en consideración.

Por otra parte, para evaluar debidamente los datos que se están utilizando, no debe olvidarse que las gráficas y tablas que se publican periódicamente sobre los volúmenes o CO2 antrópico emitidos por año o por región por región carecen de seriedad científica, ya que dichas emisiones no pueden ser medidas directamente y son estimadas a partir de modelos matemáticos que no están libres de controversias.

Por último, la información disponible permite extraer otra importante conclusión. Como medida paliativa para detener las emisiones antrópicas, se está promoviendo el uso de energías alternativas, entre ellas el uso como combustible del hidrógeno verde que apenas existe en la naturaleza, por lo que hay que producirlo mediante procesos intensivos de energía, por ejemplo por electrólisis, que en la actualidad cuestan hasta cuatro veces más que las energías tradicionales.

Si tenemos en cuenta que el resultado de la combustión del hidrógeno es precisamente vapor de agua, y que la capacidad de este vapor para absorber calor atmosférico es mucho mayor que la del CO2 y el metano, el uso generalizado de esta fuente de energía produciría un aumento significativo (ahora sí, de verdad) del efecto invernadero.

Regresando de nuevo al sabio refranero español, debemos reflexionar si no estaremos haciendo un pan como unas tortas


Mitos y leyendas sobre el efecto invernadero, el CO2 y el metano
por Stefan Uhlig
Enrique Ortega Gironés
y José Antonio de Sáenz Santa María Benedet


Publicado por Stefan Uhlig

Estudio de Ciencias Geológicas en la Universidad Técnica de Karlsruhe (Alemania) especializándose en Geología Aplicada y Geoquímica. Trabajé en la minería en España y en proyectos geocientíficos en Méjico y en el África Austral, como también en proyectos de sondajes profundos onshore y offshore. Los trabajos de campo para la tesis doctoral se realizaron en Namibia cooperando con el Servicio Geológico de este país. Más tarde desarrollé mis actividades en el área de la analítica de rayos-X que me llevó de nuevo, entre otros destinos, a América Latina y a África Austral. Ahora hago participe a los lectores de mis conocimientos y experiencias geocientíficas.

8 comentarios sobre “Mitos y leyendas sobre el efecto invernadero, el CO2 y el metano

  1. Extraordinario artículo, sobre todo por su carácter compilatorio y clarificador para quiénes no hayan estudiado Física o Química de cierto nivel. El carácter regulador de la capa de nubes siempre fue patente, como dice el texto, para quiénes crecimos cerca del campo y podíamos comprobar en fríos amaneceres de invierno cómo las habas o las alcachofas amanecían erguidas y normales o cubiertas de escarcha blanca e incluso marchitas con lo que se llamaba una helada negra. Un apunte al contenido referente al aumento de la superficie vegetal y sobre todo, boscosa. Aunque indudablemente tenga que ver una mejoría en la eficiencia fotosintética de las plantas al subir el umbral de CO2, que es uno de sus limitantes, el rápido incremento está mucho más relacionado con el uso de las energías fósiles y el carbono petrolífero o gaseoso en sustitución del clásico que tradicionalmente aportaba la biomasa. El consumo leñoso en la etapa industrial inicial del siglo XIX (industria azucarera y textil) fue la principal causa de la deforestación sufrida en España y en otros lugares. El carbón mineral tuvo destino metalúrgico. El cambio de suministro por hidrocarburos y gases supuso una liberación a ese respecto que ha generado un aumento progresivo de la superficie forestal en cada uno de los Inventarios Nacionales que se han llevado a cabo a partir de la segunda mitad del siglo XX.
    Muchas gracias por la labor impagable que estáis llevando a cabo. Este en concreto, le viene de perlas al sector ganadero.

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    1. Muchísimas gracias a todos Ustedes, granjeros y agricultores, oponiéndose al cáncer ideológico, irracional e ignorante de una administración reglementaria central europea!

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    2. Muchas gracias, «Puli», una vez más, por tus comentarios. Tienes razón, es un componente importante de la deforestación (y actual recuperación) que debe ser tenido en cuenta como efecto aditivo al del aumento del CO2 atmosférico. Tomamos nota para tenerlo en cuenta en el futuro.

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  2. Gran y muy instructivo escrito !
    No quisiera pasar de puntillas y despedirme con una simple mueca carnavalesca o sonrisilla de ‘lo sabía’, sino que deseo apuntalar y romper todo un ato de lanzas en pos de la realidad natural.
    Amén de cuestiones de laboratorio, tenemos ‘macrocuestiones’ o ‘exocuestiones’ basadas en la mecánica y la electromagneto dinámica celeste, desde el Sol … hasta el centro de la Galaxia …
    Son ciclos, que cuando coinciden mínimos – máximos o extremos arriban tiempos y épocas de ‘reseteo’ o un ‘volver a empezar’ …
    Nuevas eras ‘geologicas’ con origen ‘celeste’…
    Paso de orbes, conjunciones gravitacionales, … ionizacion interplanetarias (por saturación de iones tras el paso de cometas y sus restos ionicos, cual tubo fluorescente…) intercambio de materiales (soldadura dd arco electrico) …
    Fomenko, Velikovsky ….

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