Los incendios forestales, el calentamiento global y el oportunismo climático

El comodín y sus antecedentes

Durante los últimos años, el calentamiento global se ha convertido en nuestra sociedad en un comodín multiusos, válido para explicar multitud de fenómenos (desde el aumento de la violencia de género hasta la disminución del tamaño del pene, como han afirmado respectivamente la investigadora Kim van Daalen y la epidemióloga Shanna Swan) o servir como excusa para esconder y justificar deficiencias en el cuidado de la naturaleza. Este es el caso de la ola de incendios que está sacudiendo España durante el verano del 2022, donde se ha atribuido al calentamiento global (y como es habitual, a las actividades humanas que supuestamente lo provocan) la relativa abundancia de incendios forestales registrados. Sin embargo, existen datos objetivos, proporcionados por la propia Administración responsable de la gestión y custodia de los bosques incendiados, lo suficientemente contundentes para sugerir lo contrario.

A lo largo de los artículos publicados durante los últimos meses en Entrevisttas.com, se han aportado evidencias de que el planeta Tierra está atravesando un ciclo de calentamiento que se inició hace unos 20.000 años, uno más de los múltiples ciclos que, por razones naturales y ajenas a la actividad humana, se vienen produciendo al menos desde hace 65 millones de años. Para el actual ciclo de calentamiento, se suele afirmar que las actividades industriales de la Humanidad y la emisión a la atmosfera de grandes cantidades de CO2, están contribuyendo a amplificar el ciclo natural. Sin embargo, existen muchas informaciones científicas que demuestran la falta de correlación entre las emisiones de dióxido de carbono y el aumento de temperatura.

La siguiente imagen, la Figura 1, es indicativa de la evolución de la temperatura durante los últimos 800.000 años: muestra que el presente ciclo de calentamiento global no es muy diferente de los precedentes procesos de calentamiento experimentados por el planeta. La gráfica ha sido elaborada mediante análisis realizados en muestras de hielo, extraídas de sondeos de investigación geológica practicados en el casquete glaciar de Groenlandia. En ella, se han reflejado temperaturas obtenidas a partir del isótopo de oxígeno O18, cuya abundancia relativa en las burbujas de aire incluidas en el hielo es un buen indicador de la temperatura de la atmósfera del momento en que la nieve se depositó.

Figura 1

Como puede observarse en la gráfica, las temperaturas globales han oscilado unos 9ºC arriba o abajo en los diferentes ciclos climáticos naturales y, en el presente, aun no se han alcanzado las temperaturas máximas de ciclos anteriores, algo que podría ocurrir en un futuro próximo (es decir, no muy lejano, pero en términos geológicos), dentro de algunos siglos o unos pocos milenios.

Sin embargo, a pesar de estas evidencias científicas, en la opinión pública se ha interiorizado, como consecuencia de noticias repetidas hasta la extenuación en los medios de comunicación, la hipótesis no probada de que el aumento de la temperatura global está directamente relacionado con las emisiones industriales humanas de gases de efecto invernadero (G.E.I.). Según esas informaciones, esos gases y en particular el CO2, serían los causantes únicos del calentamiento global y del consecuente cambio climático.

Tampoco es cierto, en contra de lo que se suele difundir por los medios de comunicación, que haya entre los científicos un consenso universal sobre las causas del incremento de la temperatura, ni tampoco sobre el grado de implicación del CO2 y otros gases G.E.I. en dicho incremento. Y lo mismo podría decirse de las supuestas consecuencias catastróficas y generalizadas que tendría el calentamiento global que está experimentando el planeta.

Por ello, el cambio climático, un fenómeno cíclico bien conocido por los geólogos y puesto en evidencia a lo largo del siglo XX por la ciencia geológica, se ha convertido en una preocupación de primer orden para nuestra Sociedad, como consecuencia de la difusión de esas informaciones sesgadas, tergiversadas o directamente falsas que se encuentran sistemáticamente por los medios de comunicación. Esas distorsiones han alcanzado tal nivel, que la problemática del cambio climático ha salido del ámbito científico y ha quedado en manos de algunos defensores radicales de su origen antrópico, practicantes de una especie de “religión climática”, que tienden a adoptar actitudes dogmáticas. Y, como ocurre en todas las religiones, los dogmas son indiscutibles. En este contexto, haciendo uso de ese comodín, sucesos geológicos y fenómenos atmosféricos naturales (como por ejemplo las tormentas veraniegas o la elevación del nivel del mar), se atribuyen por cualquiera que tenga a mano un altavoz mediático, con total ligereza y sin discusión posible, a los efectos perversos generados por el cambio climático.

Así ha sucedido con la ola de incendios que se ha producido, en un corto espacio de tiempo, en nuestro país y en otros países del sur de Europa. A pesar de que los datos registrados en años precedentes indican que se trata de una situación recurrente que se presenta cada verano, las máximas autoridades políticas de nuestro país han declarado que el cambio climático mata y que el origen de los incendios es el cambio climático que estamos viviendo (sic). Estas declaraciones, alentadas y reforzadas por muchos medios de comunicación, han contribuido a que, en la opinión pública, se haya implantado la creencia de que esta ola de calor y los incendios que ha provocado, son los más graves de la historia, con una intensidad y virulencia nunca antes alcanzada.

La contradictoria distribución espacial de los incendios

Las primeras evidencias que contradicen la hipótesis del calentamiento global como causa primordial de los incendios registrados en el verano del 2022, las encontramos en la distribución de los incendios registrados durante las últimos años. La siguiente imagen (Figura 2) representa el mapa de localización de incendios correspondientes a la década 2006-2015, según la cartografía realizada por el Área de Defensa Contra Incendios Forestales y la Estadística General de Incendios Forestales (E.G.I.F.) del Ministerio para la Transición Ecológica (M.I.T.E.C.O.), tal y como fue reproducido y publicado por Europa Press.

En el mapa se observa claramente que durante la década mencionada, se produjo una gran concentración de incendios en el Noroeste de nuestro país, principalmente en Galicia, Asturias, Oeste de León (comarca del Bierzo), Norte de Zamora (comarca de Sanabria) y parte de Cantabria. El simple hecho de que la mayor parte de los incendios hayan tenido lugar en esas regiones, que en general se corresponden con la España húmeda, con temperaturas no excesivamente elevadas en el verano, indica claramente que el calentamiento global y el cambio climático no parecen ser variables importantes en el control de los incendios, mucho más abundantes en las áreas más húmedas y de menor temperatura.

Figura 2

En realidad, la concentración de incendios en la España húmeda tiene una explicación bastante sencilla y netamente antrópica, ya que es precisamente en este dominio geográfico donde existe una costumbre ancestral, que aún no ha podido ser totalmente erradicada, de quemar sistemáticamente el monte en verano para eliminar la maleza y evitar un hábitat favorable para alimañas depredadoras del ganado. Por eso, suele tratarse de incendios muy numerosos, pero de reducidas dimensiones. Así, por ejemplo, durante el decenio 1996-2005, Galicia concentró más de la mitad del total de incendios registrados en España.

Debe tenerse en cuenta, que la zona del Noroeste español es una de las más despobladas del país, donde se han abandonado muchas labores del campo y la ganadería extensiva. Casi nadie aprovecha ya los recursos del monte, la madera caída para leña, los helechos y los tojos para cubrir los establos, etc. Por otro lado, en general, los bosques de esta zona son mucho más densos que en otras áreas de España (formados por hayas, robles, castaños, además de las plantaciones de pinos y eucaliptos para las industrias papelera y maderera), como por ejemplo las dehesas de encinas y olivares de Extremadura y Castilla La Mancha, o los bosques discontinuos del Levante español.

De una manera totalmente diferente, el mapa de la Figura 3 (también basado en datos provenientes de E.G.I.F. y M.I.T.E.C.O., aunque en este caso ha sido extraído del periódico El País) muestra la distribución de los grandes incendios (más de 500 Ha quemadas) acaecidos durante el intervalo comprendido entre 1969 y 2020, es completamente distinta. En este caso, se han concentrado en el Levante español (especialmente en las provincias de Valencia y Alicante), una zona donde, por comparación con la Figura 2, el número de incendios es relativamente bajo.

Figura 3

Una razón significativa para explicar esta distribución tan diferente entre incendios convencionales y los de grandes dimensiones, además de los factores climáticos convencionales (es más fácil que se propague un incendio en zonas con menor pluviosidad, especialmente durante el estiaje), puede ser también de tipo antrópico. En efecto, no debe olvidarse la galopante especulación urbanística que se produjo a finales del siglo XX, especialmente intensa en las provincias costeras mediterráneas. En efecto, la legislación de aquella época permitía recalificar los terrenos de las zonas afectadas por un incendio forestal, hasta que una nueva legislación aprobada en 2003 prohibió el cambio de uso de suelo con posterioridad a un incendio. Esta medida fue suavizada en 2006, estableciendo que no se podría cambiar el uso forestal del terreno con posterioridad al incendio durante un periodo de 30 años. Posteriormente, en 2015, se introdujeron excepciones a esta norma atendiendo a razones imperiosas de interés público de primer orden.

La reveladora evolución temporal de los incendios: una nueva contradicción.

Las gráficas de las figuras siguientes, igualmente elaboradas a partir de datos de E.G.I.F. y  M.I.T.E.C.O, y también de la página web www.epdata.es), muestran la evolución temporal, año por año, de los incendios habidos en nuestro país durante la última década, entre el 1 de Enero y el 31 de julio de cada año entre 2012 y 2022.

Figura 4

En la Figura 4, donde se ha representado el número total de incendios forestales, puede observarse que durante esta última década, ha habido al menos 5 años con un número similar o mayor de incendios que en 2022. A 31 de julio de 2022 se habían producido ya unos 7.000 siniestros de todo tipo, un 60% de los que se contabilizaron en la misma fecha de 2012, cuando ya se habían registrado 11.500 incendios.

En la Figura 4, donde se ha representado el número total de incendios forestales, puede observarse que durante esta última década, ha habido al menos 5 años con un número similar o mayor de incendios que en 2022

Figura 5

La Figura 5 corresponde a la contabilización tan sólo de los grandes incendios, mayores de 500 Ha quemadas, donde puede observarse que, efectivamente, 2022 es un año de grandes incendios (37 a la fecha citada) lo que constituye un registro máximo respecto a los 21 registrados en 2012. Sin embargo, como puede apreciarse en la gráfica, durante la última década, ha habido cinco años en que el número de grandes incendios fue importante (superior a 10).  

Figura 6

Por último, la Figura 6 muestra que el número total de hectáreas quemadas y puede observarse que se ajusta a las mismas pautas que en las figuras anteriores, ya que en el año 2022 se quemaron a la fecha citada unas 160.000 hectáreas, aproximadamente las mismas que en 2012. Es decir, que de acuerdo con los datos disponibles, proporcionados por la propia Administración, de ningún modo puede afirmarse que durante el verano del año 2022, exceptuando el repunte de los grandes incendios, esté ocurriendo algo excepcional o especialmente alarmante, respecto de las tendencias registradas en años anteriores.

De acuerdo con los datos disponibles, proporcionados por la propia Administración, de ningún modo puede afirmarse que durante el verano del año 2022, exceptuando el repunte de los grandes incendios, esté ocurriendo algo excepcional o especialmente alarmante, respecto de las tendencias registradas en años anteriores.

La tozudez de los datos (mejor visto desde lejos)

La falta de excepcionalidad de la situación de los incendios de 2022 es aún más evidente si se tienen en cuenta las tendencias registradas durante un periodo más largo que el analizado en las gráficas anteriores. En España existen series de datos acerca de los incendios forestales desde 1961, y si utilizamos el conjunto de datos disponibles, las conclusiones son aún más rotundas. En la Figura 7 se ha representado, año por año, el número total de incendios habidos en España entre 1961 y 2020. Como se ha mencionado anteriormente, en 2022, se han contabilizado hasta el 31 de Julio unos 6.800 siniestros, por lo que extrapolando a partir de lo ocurrido en años anteriores, se puede estimar que el año acabará con unos 9.000 ó 10.000 incendios aproximadamente. Es decir, como puede verse en la Figura 7, dentro del mismo rango de valores que los producidos en años anteriores (en la gráfica se ha introducido un punto rojo, indicativo del dato estimado para 2022), y muy inferiores a los años en que se registraron los números máximos de siniestros por año, durante el intervalo comprendido entre 1989 y 2005, que en un par de ocasiones (en 1995 y 2005) llegaron a más de 25.000 siniestros por año.

Figura 7

De nuevo, estos datos confirman que no existe nada anómalo en el número de incendios registrados en 2022. Como dice la Biblia (Eclesiastés, cap. 1, versículo 9), nihil novum sub sole: nada nuevo bajo el sol. Pero, además, la gráfica de la figura 7 indica claramente, en contradicción con los supuestos efectos del calentamiento global, que desde el año 2005 se registra una clara tendencia descendente en el número de siniestros totales, hasta alcanzar las cifras actuales de unos 10.000 incendios por año como promedio, valor que parece estabilizarse desde 2013.

Desde el año 2005 se registra una clara tendencia descendente en el número de siniestros totales, hasta alcanzar las cifras actuales de unos 10.000 incendios por año como promedio, valor que parece estabilizarse desde 2013.

Una tendencia similar se observa en la evolución de los grandes incendios . La Figura 8 muestra su distribución anual entre 1970 y 2020, pudiendo observarse que la mayor concentración de grandes incendios se produjo entre 1985 y 1995, siendo 1994 el peor año de la historia. Ese fue un año catastrófico, que estuvo marcado por una ola de calor temprana a finales de junio, tras un duro periodo de sequía (algo muy similar a lo ocurrido en 2022), que se tradujo en 88 grandes incendios arrasando más de 335.749 hectáreas. Entre ellos, se sitúan cuatro de los 10 peores incendios de la historia de España: en Millares y Requena (Valencia), en Villarluego y Olocau del Rey (incendio producido en el límite entre las provincias de Teruel y Castellón) y en Hellín y Moratalla (en el límite entre Albacete y Murcia).

Figura 8

Atendiendo a estas series de datos y teniendo en cuenta que en 2022 se llevan contabilizados 37 grandes incendios (véase la Figura 5), se puede estimar que este año acabará con unos 50 grandes incendios aproximadamente. Esa cifra, de acuerdo con los datos expresados en la Figura 8 (donde se ha incluido una barra de color verde, con los valores estimados para 2022), supone una cantidad similar a la registrada en 2017, y muy inferior a los valores del periodo más catastrófico, el intervalo comprendido entre 1978 a 1994, cuando se llegaron a registrar hasta 160 grandes incendios en un mismo año.

Una evolución muy similar se observa en las estadísticas correspondientes a las superficies quemadas. La Figura 9 muestra su distribución anual, también para el periodo comprendido entre 1970 y 2020, donde nuevamente se puede apreciar una etapa especialmente catastrófica entre 1978 y 1995, donde hubo cuatro años con superficies quemadas superiores a las 400.000 Hectáreas.

Figura 9

Realizando una extrapolación similar a las ya descritas con anterioridad para los gráficos anteriores, se puede estimar a partir de las 160.000 hectáreas quemadas a 31 de julio de 2022, que se puede alcanzar un valor aproximado de 200.000 al terminar este año (véase el punto rojo en la Figura 9). Como en el caso anterior, estas cifras se sitúan nuevamente en la parte media de las secuencias registradas y si bien es más elevado que en años recientes, no representan ningún valor anómalo en la tendencia de los últimos años, ya que en 2005, 2012 y 2017 hubo valores similares.

Las causas reales de los incendios
(al César lo que es del César)

Las estadísticas oficiales desde 1961 son concluyentes para poner en evidencia que este año 2022 no está registrando valores excepcionales ni en número de incendios, ni en hectáreas quemadas ni en grandes incendios. Es verdad, y eso debe ser tenido en cuenta, que hoy en día se apagan antes las llamas en los montes, gracias a la disponibilidad de mejor maquinaria y preparación de los equipos de bomberos, a los esfuerzos de la Unidad Militar de Emergencias de las Fuerzas Armadas, y también gracias a las mejoras en la comunicación o la alerta temprana. Es posible por lo tanto, que el aumento en la eficiencia de los trabajos de extinción, esté ocultando (al menos parcialmente), la aparición de algunos incendios peligrosos y de grandes dimensiones.

En contraposición, debe mencionarse también la tendencia creciente, registrada durante los últimos años, de incendios provocados por pirómanos, generados en varios focos simultáneamente, aprovechando las situaciones meteorológicas de viento y temperatura más favorables para su propagación, lo que dificulta enormemente las tareas de extinción, especialmente si abunda la maleza entre los árboles, favoreciendo el desarrollo de grandes incendios. Así, según los datos de M.I.T.E.C.O., durante el decenio de 1996 a 2005, más del 80% de los incendios fueron provocados, afectando al 58% de la superficie quemada. En el decenio siguiente (2006 – 2015), el porcentaje de incendios provocados disminuyó significativamente hasta el 52%, y a pesar de ello aún aumentó ligeramente su proporción en la superficie quemada, alcanzando el 59%.

Los noticieros de todas las cadenas de máxima audiencia, en sus informaciones sobre previsión meteorológica, insisten machaconamente en la excepcionalidad climática del verano del 2022 y sus consecuencias en los incendios forestales. Ante tal avalancha informativa, cabe preguntarse: ¿cuáles son las causas verdaderas y los orígenes de esos incendios? ¿Realmente el calentamiento global tiene algo que ver? O, por el contrario ¿debe atribuirse la principal responsabilidad al estado de conservación y mantenimiento de nuestros montes? Las gráficas anteriores proporcionan algunas claves para dar respuestas a esas preguntas.

Durante el último tercio del pasado siglo, cuando el calentamiento global aún no estaba tan de moda, no saturaba titulares de prensa ni telediarios y el planeta, supuestamente, aún no se había calentado como consecuencia del efecto invernadero. Y, sin embargo, los incendios fueron mucho más numerosos y virulentos que en la actualidad, incluyendo algunos de los más catastróficos desde que se tienen registros.

Como es bien conocido, los incendios pueden tener un origen natural (los rayos asociados a las tormentas) o provocado, ya sea de forma intencionada por pirómanos, o por descuidos causados por colillas, quemas incontroladas de rastrojos, chispas producidas en las líneas de Alta Tensión o el uso de indebido de maquinaria agrícola. Según datos de la Guardia civil, casi el 80% de los incendios corresponden a este segundo grupo, producidos por la mano del hombre, y al menos en un 15% de los mismos, constituyen actos delictivos, incendios deliberados, provocados por malhechores cuyo único interés es hacer daño.

Pero independientemente de la causa que provoque el incendio, en todos los casos, es el calor, sostenido durante los meses de primavera y verano, quien produce la sequedad del monte y provee las condiciones básicas para que cualquier chispa genere un incendio y éste se propague con rapidez. Entonces, para buscar una relación entre el número y la virulencia de los incendios con el calentamiento global, debe establecerse con claridad que, durante las últimas décadas, las condiciones de temperatura han aumentado suficientemente para justificar dicha interpretación.

Sin embargo, los datos disponibles no sostienen esa hipótesis. Aunque es indudable que el planeta se está calentando (recordemos, lleva veinte milenios haciéndolo), los aumentos de temperatura registrados en los últimos años son tan sutiles e insignificantes (tan sólo unas décimas de grado durante las últimas décadas), que difícilmente pueden servir de justificación, y en nuestro país, desde tiempo inmemorial, durante el verano se sobrepasan habitualmente los 40º C en muchas regiones. La Figura 10 muestra la evolución de la temperatura media en España desde 1986, con un perfil prácticamente plano, que pasó de 15.6 °C en los años posteriores a 1986 a 16.2 °C en 2021,según datos de  www.datosmundial.com/europa/espana/clima.

Figura 10

Algo similar puede decirse de la pluviosidad, que como muestra la Figura 11 (obtenida de https://es.statista.com/estadisticas/935483/evolucion-anual-de-la-precipitacion-media-en-espana/), expresada en litros por metro cuadrado, tampoco muestra variaciones significativas durante la última década.

Figura 11

Es evidente pues, que las condiciones climáticas no han sufrido un cambio brusco y acusado que permitan atribuir al calentamiento global una incidencia significativa en los incendios. Además, es muy difícil responsabilizar al cambio climático de los incendios, cuando su número está atravesando una tendencia netamente regresiva, como se ha visto en los gráficos de las figuras anteriores.

Por lo tanto, hay que buscar en otra dirección para encontrar las posibles causas de la virulencia que se está preconizando para los incendios del verano de 2022. Desde hace varias décadas, el campo se está despoblando en grandes zonas de nuestro país, la España vaciada. La falta de población campesina y ganadera se traduce, en un gran desarrollo de vegetación de sotobosque, que no está siendo reducida por los trabajadores del campo o por la práctica de la ganadería extensiva. En general, siempre hay excepciones, la situación de nuestros montes y bosques ha sufrido un deterioro notable durante las últimas cuatro décadas, como puede ser apreciado sobre el terreno por cualquiera de los profesionales, como nosotros los geólogos, que desarrollan su trabajo en el campo. Sobre el terreno se puede observar cómo han crecido por doquier arbustos de gran tamaño, (piornos, tojos, zarzales, etc.), que incluso llegan a sobrepasar en altura a los árboles jóvenes y hacen muy difícil caminar entre los mismos. Lo que antes era un paseo monte a través, se ha convertido en un deporte difícil y no exento de riesgos, algo desconocido para quienes, como muchos otros, llevamos más de 40 años monte arriba y monte abajo desarrollando nuestro trabajo.

En este contexto, es imposible no recordar las numerosas y abrumadoras disposiciones legales relativas al medio ambiente. La declaración de grandes zonas de nuestro país como parques nacionales, zonas protegidas, reservas o áreas pertenecientes a la red Natura 2000, ha permitido que los montes hayan sido abandonados a su suerte, y que las personas capacitadas (especialmente agricultores y ganaderos) no puedan intervenir para contribuir a su limpieza. Además, dichas normativas han impedido mantener abiertos algunos caminos o abrir otros nuevos, y es necesario recordar que esas vías cumplen, en el monte, dos funciones fundamentales: hacer de cortafuegos y permitir el acceso para poder transitar y cuidar el ganado (llevar sal, bajar terneros, controlar los pastos, etc.). También, llegado el caso, facilitar el acceso para la extinción de los siniestros que pudieran producirse.

La legislación medioambiental de nuestro país es muy prolija (todas las administraciones públicas a nivel nacional, autonómico y municipal, emiten abundantes normativas específicas) y en su filosofía subyace la idea, equivocada, de que el Ser Humano no debe intervenir en el desarrollo de la Naturaleza, lo que contribuye significativamente a favorecer la formación de grandes incendios. Tampoco debe olvidarse que, especialmente en las áreas mediterráneas y a mayor abundamiento, que la forma natural que tiene la Naturaleza de regenerar los montes, es precisamente mediante los incendios forestales producidos por causas naturales, los rayos, lo que sucede cuando los montes están muy maduros, llenos de abundante materia orgánica muerta y en descomposición. Evitar ese comportamiento natural siempre ha sido un trabajo del Ser Humano que vive y trabaja en contacto con los montes. Tampoco debe olvidarse que, en realidad y de un modo general, nuestros montes no son primitivos y vírgenes, sino que están ya moldeados desde hace milenios por la mano del Hombre y, en este sentido, no pueden ser calificados como naturales.

Los datos expuestos indican que debe descartarse una relación causa-efecto entre el calentamiento global y los violentos incendios del 2022, cuyas causas deben atribuirse fundamentalmente a la despoblación en el entorno de muchos bosques y la falta de aprovechamiento de sus recursos en madera, a la deficiente planificación con equipos de prevención que mantengan los montes limpios de maleza todo el año, así como al exceso de burocracias y de legislación medioambiental para la gestión forestal. En otras palabras, que son las políticas forestales mal concebidas y ejecutadas las que han conducido a la situación actual.

Son las políticas forestales mal concebidas y ejecutadas las que han conducido a la situación actual

La falta de mantenimiento y la despoblación de grandes zonas no tienen nada que ver con el calentamiento global, son problemas de carácter estrictamente político, cuyas soluciones, por lo tanto, han de serlo también. Atribuir la responsabilidad de los incendios al cambio climático no es más que una disculpa, un reconocimiento de facto de la incapacidad política para resolver problemas reales. Por ello, parece razonable sugerir la necesidad de realizar una revisión profunda de las políticas actuales. Y, sobre todo, de interpretar correctamente la realidad mediante la adecuada utilización de la abundante información existente. Lo cual, dicho sea de paso, no parece muy complicado, todos los gráficos y datos mencionados en este artículo están disponibles en la red y proceden de la propia Administración General del Estado.


Los incendios forestales, el calentamiento global y el oportunismo climático
Por Enrique Ortega Gironés
y José Antonio Sáenz de Santa María Benedet


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

4 comentarios sobre “Los incendios forestales, el calentamiento global y el oportunismo climático

    1. Muchas gracias, es siempre una satisfacción saber que los datos que intentamos transmitir son útiles. Tienes razón, hace ya tiempo que intentan sistemáticamente asustarnos.

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    1. JOUZEL,J. ; MASSON-DELMOTTE, V.; CATTANI, O.; DREYFUS, G.; FALOURD, S. ; HOFFMANN, G.; MINSTER, B. ; NOUET, J.; BARNOLA, M; CHAPPELLAZ, J.; FISCHER, H.; GALLET, J.C.; JOHNSEN, S.; LEUENBERGER, M.; LOULERGUE, L.; LUETHI, D.; OERTER, H.; PARRENIN, F.; RAISBECK, G.; RAYNAUD, D.; SCHILT, A.; SCHWANDER, J.; SELMO, E.; SOUCHEZ, R.; SPAHNI, R.; STAUFFER, B.; STEFFENSEN, P.; STENNI, B.; STOCKER, T.F.; TISON, J.L.; WERNER, M. AND WOLFF E.W. (2007). – Orbital and Millennial Antarctic Climate Variability over the Past 800 000 Years. Science 317, 793. DOI: 10.1126/science.1141038

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