Madame de Lavoisier

La chiquilla, casi una adolescente, espiaba detrás de unos cortinajes y asistía estupefacta y horrorizada a una conversación entre su padre y un caballero mayor, viejo a su entender, de aspecto seboso, con cabellos blancos y ralos, atados con una cinta antigua y gastada. Se estaba concertando su boda como si de una vaca se tratara, estipulando la dote y todos los requisitos legales que convenían a las dos familias a la hora de concertar un matrimonio.

Muy temprano, se había puesto la casa en movimiento esperando la visita del Conde de Amerval, noble que su progenitor había elegido para ser su marido y asegurar su futuro. Todo debía estar en su lugar, limpio y ordenado, los jarrones llenos de flores frescas, aireadas las estancias, cortinajes y tapicerías (había que causar buena impresión). Su familia era acomodada y estaba acostumbrada a ciertos lujos, no en vano su padre era un financiero y abogado de prestigio, pero se aspiraba a la nobleza y eso era otra cosa.

El carruaje paró poco a poco en la puerta principal de la casa, con su padre al pie de los escalones y el servicio ataviado con sus mejores uniformes alineados en el patio, ella tímidamente apostada junto a la puerta del salón, esperaba con ansia conocer a su pretendiente del que no tenía ni una sola referencia salvo su nobleza y posición. Su mente adolescente lo había idealizado y lo imaginaba un caballero alto joven y lozano como un príncipe de esos cuentos que de niña le leía su niñera. El hombre que se apeó del carruaje era viejo, barrigudo, de corta estatura, con una calvicie incipiente que se hizo notar en cuanto se quitó el sombrero para saludar a su padre mientras ambos hacían estudiadas reverencias.
No, no lo aceptaría, no era una ternera, no era mercancía. Salió corriendo de su escondite prometiéndose a sí misma no ceder, no dejarse convencer costase lo que costase. Ese hombre desagradable le triplicaba la edad, no podía entregar su cuerpo adolescente a ese individuo que le provocaba aversión, dócilmente sin que contase su opinión.

Una mañana se acicala con todo cuidado, elige un precioso vestido de talle alto color vainilla ceñido con cintas azules al talle y se adorna con un sombrero campestre y un bouquet de flores de primavera. Va rápida y directa al despacho de su padre aprovechando que aún no se ha levantado y así poder encontrar a Antoine Lavoisier, ayudante y amigo de su padre, y sin amilanarse lo más mínimo, con todo descaro le propone matrimonio. Hace tiempo que lo conoce y le gusta. Es un noble menor, atractivo, alto, de facciones suaves y agradables, abogado, economista y químico. Un verdadero ilustrado que sólo tiene 28 años y unas buenas perspectivas… Su padre cederá.

– Buenos días, monsieur Lavoisier, ¿aún no está aquí mi padre?
– Buenos días mademoiselle – responde un sorprendido Antoine – No. Lo estoy esperando, creo que ayer tuvo un día agitado. Las doncellas no dejan de parlotear sobre la visita del conde de Amerval, según tengo entendido, para pedir su mano…
– Así es – responde Marie Anne con cierto aire coqueto– Y bien ¿cree que es posible concertar mi matrimonio sin consultarme?
– Su padre está velando por su bienestar y seguridad, mademoiselle.
– ¿Con ese ogro tonto? ¡No puede casarme con semejante hombre! ¡Puede ser mi padre, es gordo, calvo y …tiene verrugas!
– Y mucho dinero, además de posición. Su padre quiere que viva rodeada de comodidades y alcance relevancia en la corte.
– En realidad no he venido a hablar con mi padre, sino con vos, monsieur: quiero proponeros matrimonio, quiero que pidáis mi mano hoy mismo— le espeta resolutiva y segura de si misma.

Antoine se queda mudo y la mira asombrado. Hace tiempo que visita la casa, trabaja con su padre y la ha visto pasear por el jardín desde el ventanal del despacho admirando su figura, sus movimientos y fijando en su memoria la dulzura de sus juveniles facciones. Nunca se hubiera atrevido a insinuar a su progenitor una petición de matrimonio, pero la proposición de Marie le deja atónito por la audacia de la joven y al mismo tiempo abre una puerta a sus anhelos largamente contenidos.

ANTOINE LAVOISIER

– Mademoiselle… ¿lo creéis posible? – mientras pronuncia estas palabras su corazón se acelera. ¡Ha de ser posible, tiene que ser posible!
– Vos le conocéis, es vuestro amigo, nuestra edad es mas acorde… sois un hombre inteligente y me parecéis atractivo. Monsieur ¡por favor, casaos conmigo!

Marie se acerca a él, le toma los brazos y le mira fijamente, en una actitud casi suplicante, sus ojos se encuentran y seguro de sí mismo acepta el reto.

– Esta misma mañana pediré su mano mademoiselle, hace tiempo que debí hacerlo, pero no me consideraba digno de ocupar su corazón, mi nobleza no es comparable con la del conde, pero mi amor lo compensará. Dedicaré mi vida a hacerla feliz.

Marie Anne suspira aliviada y se acerca a él lentamente mientras Antoine acaricia su rostro levemente y deposita en su mano un delicado beso.

– No se arrepentirá monsieur…
– Estoy seguro de ello.

La pareja contrae matrimonio rápidamente y Marie Anne se siente feliz. Está enamorada de su marido y salvada de una unión que hubiera sellado su infelicidad. París le fascina con sus múltiples posibilidades, lee y estudia con Antoine, que pasa largas horas dedicado a la química, aprende mucho y rápido. Participa en todo, debate con otros químicos y es tal su interés que Antoine al fin se aviene a que reciba clases de Jean Baptiste Buaquet y Philipp Gingembre, colegas y amigos.

Los años trascurren plácidamente entrelazados en amor, estudios e investigaciones, en las que Marie Anne se vuelca en la química junto a su marido: le ayuda en su laboratorio, a cuyo acondicionamiento se ha dedicado su dote, pone a punto lo necesario para sus experimentos, dibuja con precisión los aparatos y diagramas que idea Antoine para demostrar sus teorías y se ocupa de clasificar y compilar los trabajos.

El talento de Antoine la tiene cada día mas fascinada, es un compañero perfecto, es además su maestro, un marido solícito y apasionado, no puede sentirse más afortunada, siente temor de tanta felicidad.

París está inquieto, los vientos de una revolución acechan diariamente, solo los ahuyentan esas largas conversaciones con su esposo en las que hablan y comparten todo. Antoine le habla de sus investigaciones sobre la oxidación de los cuerpos, la respiración de los animales, sus teorías acerca de la conservación de la materia, sus estudios de botánica y como respiran las plantas, su teoría de la combustión y tantas otras cosas. Al mismo tiempo, ejerce de abogado en París y trabaja con su padre en la concesión gubernamental para la recaudación de impuestos, un cargo poco agradable dada la situación convulsa que se está viviendo en Francia, pero que intenta modificar para aligerar este sistema y favorecer al pueblo.

El laboratorio está anexo a la casa, es espacioso y ventilado lleno de estantes con matraces, embudos, morteros, campanas de cristal de diferentes tamaños, gasómetros, barómetros y balanzas de gran precisión, alambiques y un sinfín de tarros con sustancias químicas, en total reúnen unos 13.000 útiles para la investigación. Con las primeras luces del día trabajan dos horas por la mañana antes que Antoine salga para su oficina; por la tarde dedican tres horas más, montando experimentos y anotando todo minuciosamente. Marie-Anne admira la labor metódica, habilidad e inteligencia de su marido que por su parte la considera su colaboradora de mayor peso. Sus estudios de dibujo con Jean Louis David han servido para que realice dibujos de los experimentos con una precisión exhaustiva en todos los procesos y en el utillaje empleado y eso propiciará que sean documentos de un enorme valor académico para futuros químicos. Además, sus conocimientos del latín y del inglés hacen que esté en contacto directo con todas las novedades científicas que circulan por Europa.

Antoine y Marie de Lavoisier
Antoine y Marie de Lavoisier

Antoine le ha explicado que la naturaleza es como un amplio laboratorio químico, en el que tienen lugar toda clase de síntesis y descomposiciones, las plantas efectúan reacciones en las que intercambian elementos, los animales también, merced al oxigeno del aire que él ha identificado y responsabilizado de la combustión. Ahora están ambos inmersos en demostrar que la cantidad de materia es la misma al final que al comienzo de una reacción química, probando que la materia no se crea ni se destruye, sólo se trasforma; esta demostración experimental enterrará definitivamente la vieja teoría del flogisto y abrirá las puertas a la química moderna.

Corre el año de 1793 y la revolución cambia toda esa vida plácida dedicada a cultivar la sabiduría en todos sus campos. El terror se ocupará de hacer honor a su nombre, se persigue y se encarcela a personas por meras sospechas y acusaciones y se las ejecuta en farsas judiciales que hacen que nadie este a salvo de ser acusado de contra revolucionario. Sobre Lavoisier se vierte una acusación de traición por su posición, dentro de la Ferme Generale, el cobro de las contribuciones. También es acusado el padre de Marie Anne, la cual siente como la desgracia se cierne sobre ella; está desesperada pero no debe amilanarse, ha de luchar con la misma determinación que años atrás empleó para zafarse de un matrimonio que la condenaba de por vida.

En plena efervescencia revolucionaria, aristócratas y recaudadores de impuestos son declarados enemigos del pueblo. Presiente que tendrá que recurrir a las amistades para buscar influencias y poder liberar tanto a su marido como a su padre. Visita a su marido en la cárcel con regularidad y lucha contra todos para lograr su libertad. Sabe que ha sido denunciado por un individuo al servicio de Marat, un médico y encendido revolucionario, que es como una hiena cargado de resentimiento. Este individuo pretendió seguir los caminos de la ciencia y se aventuró a presentar unos ensayos sobre la luz, que refutaban las teorías ópticas de Newton esperando que la Academia de las Ciencias de París lo admitiera. Pero la comisión para su evaluación, en la que estaba su marido, determinó que los experimentos no probaban lo que su autor imaginaba. Marat furioso, prometió venganza y ahora, en medio de esa revolución que lo había erigido en señor de vidas y almas, iba a cobrársela.

Marie-Anne apela a todos los personajes importantes que pueden ayudarla y que
hacen todo lo posible por él. Ella misma se presenta al tribunal para defender a su
marido y expone toda la aportación científica de inmenso valor a la que ha dedicado su vida entera, estudio y experimentación, nada más; pero el tribunal opina en un acto despreciable y sectario que la república no precisa ni científicos ni químicos, no se va a detener la acción de la justicia. Es guillotinado el 8 de mayo de 1794 a los cincuenta años, el padre de Marie-Anne le sigue a la guillotina.

Algunos alumnos de Antoine le han visitado en los últimos momentos y le llevan a su viuda sus últimas conversaciones que demuestran su espíritu de científico curioso.

– ¿Qué dijo en el último momento? – pregunta Marie-Anne, mientras su mirada acuosa se pierde en la niebla del jardín, en esa mañana terrible y lluviosa.
– Madame Lavoisier, no lo creerá… se preguntaba cuánto tiempo movería los parpados después de ser decapitado.
– Siempre esa maravillosa curiosidad – murmura Marie-Anne– ¿Y lo habéis averiguado?
– Si madame, algo más de un minuto.
– Estaría feliz de saberlo, lo anotaré.

Al año de su muerte, el nuevo gobierno exoneró a Antoine en una nota dirigida a su viuda admitiendo que fue injustamente condenado. Pero ella también desea venganza. Su dolor al unir las muertes de su marido y de su padre la deja en un estado de postración del que le cuesta salir, solo la compilación de todos los trabajos de su marido así como los dibujos de los experimentos que realizaron juntos, perfectamente detallados, la mantienen viva. Trabaja sin cesar para que nada se pierda, allí hay muchas aportaciones suyas, que se comprobaron experimentalmente y está decidida a que todo pase a la posteridad para mayor avance de la ciencia. Ha de luchar para sobrevivir, se le confiscan sus bienes, su laboratorio y todas sus notas, el terror no cesa y arrasa con todo. Y lo que hace pone en riesgo su propia vida.

Marie-Anne quiere que no se pierdan las investigaciones de su marido y de ella
misma y consigue publicar Memorias de Química de Lavoisier. Allí están los trabajos sobre el calor, combustión, calcinación de metales, composición del agua y tantas otras teorías que serán en el futuro, la base de la química moderna, y ha participado en todas ellas. Pero esas memorias, van precedidas de un prefacio en el que ataca sin piedad a esos revolucionarios responsables de la muerte de su marido y de su padre, a quienes culpabiliza de su cambio de carácter, de su depresión, de sus pesadillas…

Traité élementaire de chimie

¡Echa tanto de menos a Antoine! Fue su amor, maestro, confidente, amigo y compañero, le abrió los caminos del saber, le enseñó a observarlo todo y a cuestionarlo todo, a hacerse preguntas buscando respuestas lógicas y demostrables, puso ante ella el mundo de la ciencia experimental que no abandonaría nunca.

Unos años más tarde intentó asegurar su situación con un nuevo matrimonio del
estilo que hubiera concertado su padre, pero con alguna diferencia: un noble con
posición pero un ilustrado como Lavoisier, el Conde de Rumford, uno de los físicos más importantes de su tiempo. Pensaba que la ciencia podía unirles pero no fue así, el amor no quiso hacer acto de presencia y se separaron al poco tiempo.

Llevó hasta su muerte el apellido Lavoisier y gracias a ella, la química moderna
avanzó a pasos agigantados al ser la colaboradora y difusora de la obra de su marido
mereciendo un lugar en la historia por méritos propios.


Madame de Lavoisier | Por Mª Asunción Vicente Valls


Publicado por asuncionvicente

Licenciada en Farmacia, es especialista en Análisis Clínicos, especialista en Nutrición y Dietética por la Universidad de Granada, Certificat et Diplome de la Nutrition Humaine por la Universidad de Nancy, facultad de Medicina. Vocal de Alimentación y Secretaria del ICOF de Castellón. Actualmente, es Vicepresidenta del Ilustre Colegio Oficial de Farmacéuticos de Castellón. Directora del Aula cultural de ICOF para la difusión de Ciencia y Humanidades.

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