Hay ocasiones en que la toponimia parece estar equivocada y los nombre que se han asignado a algunos rasgos geográficos nos confunden, sugiriendo que nos encontramos en un lugar diferente a donde realmente estamos. Ese es precisamente el caso de la Peña de Francia, muy alejada de nuestro vecino país y situada en la parte meridional de la provincia de Salamanca. Según dicen los que saben de estas cosas, su nombre proviene de la época medieval, cuando esa comarca, Las Batuecas, fue repoblada con gente extranjera venida de lejanas tierras.
Un día de invierno, por esos andurriales estaba trabajando un grupo de geólogos, entre ellos, un alemán. Al mediodía, decidieron hacer una comida rápida, el día era corto y había que aprovechar la luz, encargando unos bocadillos en un bar. Teniendo en cuenta donde estaban y conocedores del prestigio de la chacina que por allí se producía, encargaron bocadillos de embutido local.
Cuando el extranjero le hincó el diente al suyo, le encantó el sabor, haciendo expresivos gestos de agrado, y preguntó cómo se llamaba lo que estaba comiendo. Le dijeron que se trataba del producto estrella, el embutido más noble y preciado que puede hacerse con la carne de cerdo, especialmente delicioso si además, como era el caso, estaba elaborado con autentico cerdo de pata negra. Para que supiese bien lo que estaba comiendo, le explicaron que se elaboraba con la parte superior del lomo, la que está junto al espinazo, y que por su forma cilíndrica y alargada, se le conocía popularmente como caña de lomo.
El alemán agradeció con gestos afirmativos tan prolijas y detalladas informaciones, aunque sin perder comba y sin dejar de atacar con voraces mordiscos el sustancioso bocadillo que tenía entre las manos. De cuando en cuando, intentando memorizar el nombre, musitaba para sí con una sonrisa:
– ¡Caña de lomo!
Pocos días después, aquel alemán tuvo que regresar a continuar su trabajo por aquella misma zona, aunque esta vez sin compañía, iba él sólo. Al hacerse la hora de la comida, no tuvo ninguna duda. Sabía muy bien lo que quería, recordaba aquel bocadillo que tanto le había gustado y se dirigió al mismo bar. Con su español rudimentario, sin caer en la cuenta de que el simple intercambio en la posición de una vocal puede tener efectos devastadores, acercándose a la barra con la mejor de sus sonrisas, pidió:
-Porrr favorrr, un bocadillo de coño del ama.
Tan sólo su marcado acento extranjero le salvó del desastre.
Ese día, yo no estaba allí, pero tal y como me lo contaron, lo cuento.
Basado en La vuelta al mundo de un geólogo
El alemán y la chacina traicionera
Por Enrique Ortega Gironés
A ver si algún día me aclaro con esto del caralibro.
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