El cambio climático: comodín y cortina de humo para justificar la escasez de agua en España

Durante este verano de 2023, estamos soportando la habitual ofensiva mediática sobre el calentamiento global, que como en años anteriores, ha llegado puntualmente con los primeros calores, acompañada como siempre de las alarmas sobre la sequía y la escasez de recursos hídricos. Se nos informa con severidad (la terminología se ha endurecido, en lugar de una crisis climática ya hemos llegado a la ebullición climática, según António Guterres, Secretario General de la ONU, que estamos consumiendo más agua de la que podemos permitirnos y que, además, el cambio climático está acentuando los problemas porque, al aumentar la temperatura, están disminuyendo las precipitaciones. Pero, ¿y si estas dos premisas no fuesen ciertas y en realidad las causas de la escasez de agua fuesen otras?

¿Estamos realmente sufriendo una sequía excepcional?

Aunque no sea la expresión más adecuada, por el contrasentido que implica, en esto de la sequía, llueve sobre mojado. Cuando en los años 50 y 60 íbamos al cine, antes de la película de turno, estábamos obligados por el Régimen Franquista a ver el noticiero oficial NO-DO, a través del cual se nos proporcionaba la información que el gobierno de la Dictadura deseaba transmitir. Y en aquellas imágenes en blanco y negro, eran frecuentes las referencias a la escasez de agua, llegándose a acuñar un término que, a base de repeticiones, se hizo popular: la pertinaz sequía.

Podemos remontarnos incluso a épocas más antiguas, para encontrarnos con los mismos problemas. En la Figura 1, a continuación, se han representado gráficamente los registros de pluviosidad anual (valor total de litros/m2 acumulados en un año) en el Observatorio de El Retiro en Madrid, desde 1854 hasta 2022. Se ha elegido esta serie de datos por ser muy dilatada ya que abarca casi 170 años, y puede considerarse como representativa de la pluviosidad en la meseta peninsular, en la denominada España seca. No cabe ninguna duda de que estamos atravesando un periodo de sequía, ya que está lloviendo por debajo de la media, mientras que en Galicia y la cornisa cantábrica, al igual que al norte de los Pirineos, está lloviendo como siempre o incluso con más abundancia de lo normal. Pero las precipitaciones registradas durante los últimos años en las zonas áridas de la España peninsular, no indican que estemos atravesando una situación extrema, y mucho menos, una sequía excepcional y sin antecedentes, sino más bien todo lo contrario.

Nuevo Mundo Madrid | 28/11/1930

Como se aprecia en la misma Figura 1, en los últimos años se ha registrado un ligero aumento (hubo sequía más severa en el entorno de 2010), que a su vez, es bastante similar a la registrada durante los años duros de la Guerra Civil, y también a mediados del siglo XIX,  en el entorno de 1857. Es cierto que durante 2023, a pesar de las lluvias de primavera, que cayeron tarde y mal, se ha perdido gran parte de la cosecha de cereales, pero eso es tampoco nada nuevo. En efecto, en el periodo de sequía anteriormente mencionado, a mediados del siglo XIX y durante el reinado de Isabel II, mermaron las cosechas, llegándose a multiplicar por seis el precio del pan como consecuencia de la escasez de trigo.

Figura 1

Por lo tanto, como se puede apreciar perfectamente en la Figura 1, no estamos atravesando un periodo de sequía de gravedad inusitada. Entonces, ¿por qué se afirma que el calentamiento global y el aumento de temperatura están acentuando los problemas de sequía, cuando los datos indican todo lo contrario?

¿El Planeta se está calentando tan deprisa como nos dicen?

Es innegable que la Tierra se ha calentado durante el pasado siglo, y sigue haciéndolo en la actualidad. Pero en realidad, lo viene haciendo (aunque con notables oscilaciones, no de una forma linear y continua), desde hace 20.000 años, desde el clímax frío de la última glaciación. Pero ese aumento de temperatura, además de oscilante, es mucho más lento de lo que quieren hacernos creer. La prestigiosa organización californiana Berkeley Earth, acaba de hacer público su informe sobre la evolución de la temperatura global de 2022, donde se aprecia (ver Figura 2), que durante los últimos 6 años se registra una ralentización o incluso una disminución en la anomalía de temperatura, algo que ya ocurrió también a mediados del siglo pasado, como se aprecia claramente en el gráfico.

Figura 2

Es evidente que un cambio de ritmo, registrado durante el breve periodo de unos pocos años, debe considerarse insignificante dentro de un ciclo de cientos o miles de años. Pero, al menos, debiera ser suficiente para que no se alarme a la población con aceleraciones de calentamiento que no se están produciendo. De acuerdo con los datos publicados en el último informe de Berkeley Earth, la temperatura media global registrada durante 2022, en valores absolutos, supone un aumento de 1,24ºC respecto al promedio registrado entre 1850 y 1900. Es decir que la velocidad de ascenso de la temperatura durante un periodo de 122 años (1900 y 2022),  se ha producido a un ritmo de 0,01ºC/año. Si consideramos ahora los datos correspondientes a otro periodo más breve y más recientes, la Figura 3 (ya reproducida en publicaciones anteriores), presenta la comparación realizada en 2016 por el Prof. JOHN CHRISTY, entre las mediciones reales de temperaturas atmosféricas (líneas de círculos, cuadrados y rombos), y las predicciones basadas en diferentes modelos estadísticos (línea roja).

Es evidente que un cambio de ritmo, registrado durante el breve periodo de unos pocos años, debe considerarse insignificante dentro de un ciclo de cientos o miles de años. Pero, al menos, debiera ser suficiente para que no se alarme a la población con aceleraciones de calentamiento que no se están produciendo.

Además de la evidente diferencia entre la realidad observada y los distintos modelos predictivos (todos ellos erróneos, incluyendo los del IPCC, la organización para el estudio del cambio climático promovida por la ONU), la gráfica de la Figura 3 muestra cómo durante los 40 años transcurridos entre 1975 y 2015, la temperatura ha aumentado tan sólo 0,3ºC. Es decir, a un ritmo de 0,0075ºC por año, aún más lento que el promedio anteriormente mencionado, registrado desde 1900.

Figura 3

Es decir que, aún con las precauciones que deben ser consideradas sobre el valor de las cifras decimales en la temperatura media global (un artículo de próxima aparición en Entrevisttas.com tratará sobre este problema), los resultados disponibles indican que el calentamiento no se está desarrollando al ritmo veloz que se nos quiere hacer creer. Y, además, tampoco parece estar acelerándose como consecuencia de las actividades del ser humano, sino que continúa al ritmo habitual que han impuesto los ciclos naturales desde que el mundo es mundo. Incluso, podría estar ralentizándose ligeramente. Así lo sugiere la comparación entre las gráficas de las Figuras 1 y 2, ya que si durante periodos relativamente cortos, del orden de un siglo (cortos desde el punto de vista geológico), existiese una correlación entre calentamiento, sequía y desertización, la pluviosidad en la Figura 1 debiera tener una marcada tendencia decreciente, clara y neta como lo es la evolución ascendente de la temperatura en la Figura 1. Sin embargo, la tendencia de la pluviosidad durante los últimos 170 años no refleja esa disminución.

Estas informaciones contradicen frontalmente las predicciones del IPCC y de la Organización Meteorológica Mundial, que diagnostican para el presente y auguran para el futuro, aumentos de temperatura mucho más rápidos que los que realmente se están registrando, similares a los de la línea roja de la Figura 3. Y además, dichas predicciones aseguran que como consecuencia del aumento de temperatura, la atmósfera absorbe más cantidad de agua y se están produciendo más sequías, contradiciendo una vez más los datos registrados (ver Figura 1).

Para confirmar los datos estadísticos anteriormente mencionados, hay evidencias tan palmarias como incontestables, que se oponen a las informaciones alarmistas sobre el aumento de temperatura planetaria, relacionadas con la elevación del nivel del mar. Éste, lleva ascendiendo 20.000 años, exactamente los mismos que el Planeta lleva calentándose. Esta coincidencia es totalmente lógica, porque el aumento de temperatura hace que los hielos continentales se fundan y, como consecuencia, se eleve el nivel de las aguas marinas (debe tenerse en cuenta que la fusión de los hielos marinos, como los del Océano Ártico, no afectan significativamente al nivel del mar). Esta correlación, permite afirmar, que si realmente se estuviese produciendo ahora un calentamiento anómalo de nuestro Planeta, deberíamos estar detectando una aceleración en el ascenso del nivel del mar, una elevación anormalmente rápida del mismo. Y sin embargo, se está detectando todo lo contrario.

Hace aproximadamente 20.000 años, el nivel del mar estaba situado unos 120 metros por debajo del actual. Desde entonces, con altibajos y con un ritmo discontinuo, del mismo modo que ha variado la temperatura, ha estado elevándose a un ritmo que, como promedio y gracias a un sencillo cálculo, puede establecerse en 6 mm/año. Pero los datos geológicos disponibles permiten afinar todavía un poco más. Hace ahora entre 12.000 y 8.000 años, el nivel del mar subió a una velocidad que llegó a ser superior a los 10 mm por año, frenándose después hasta el ritmo actual de 2 mm por año, como promedio.

En otras palabras, que durante los últimos 20 milenios, la elevación del nivel del mar, no sólo se ha producido a un ritmo más rápido que el actual, sino también más deprisa que el ritmo vaticinado por el IPCC hasta final de siglo, como consecuencia de la emergencia climática.  Entonces, ¿por qué considerar anómala, crítica y catastrófica una velocidad de ascenso del nivel marino que es aún más lenta que la establecida por la naturaleza desde mucho antes de la aparición de la sociedad industrial?

Entonces… ¿por qué hay escasez de agua?

El registro geológico tiene innumerables evidencias de que el clima, la temperatura y el nivel del mar, han cambiado cíclicamente a lo largo de los miles de millones de años transcurridos desde que se formó la atmósfera de nuestro Planeta. Pero esos cambios se producen a una velocidad muy lenta, inapreciable dentro del ciclo vital de una persona, o incluso de varias generaciones. Y la información disponible indica que no estamos experimentando ninguna alteración de esos ciclos naturales, ya que las variaciones que detectamos están dentro de los ritmos habituales impuestos por las leyes de la naturaleza. Así, no estamos presenciando ninguna anomalía pluviométrica excepcional, si no tan sólo atravesando un periodo (como otros tantos que han ocurrido a lo largo del tiempo geológico), en el que llueve menos que la media. Del mismo modo, tampoco hay evidencias de que se esté acelerando de forma anómala el calentamiento, ni que el aumento de temperatura este afectando de una forma significativa a la pluviosidad.

Así, no estamos presenciando ninguna anomalía pluviométrica excepcional, si no tan sólo atravesando un periodo (como otros tantos que han ocurrido a lo largo del tiempo geológico)

Hemos de aceptar que, de acuerdo con ese comportamiento normal de la naturaleza, exceptuando la cornisa cantábrica y Galicia, no estamos viviendo en un país húmedo. Por ello, dentro de los ciclos climáticos milenarios, nos ha correspondido vivir en un lugar y en un momento donde el clima, atendiendo a su meteorología, se puede considerar como semi-árido, y por lo tanto, con recursos hídricos limitados. Pero esas condiciones climáticas de nuestro territorio son bien conocidas desde hace milenios, ¿por qué ahora, desde hace unas décadas, existe una permanente preocupación por la insuficiencia de los recursos hídricos? Si, en sentido amplio y con los altibajos habituales, está lloviendo lo mismo que siempre, ¿por qué parece que cada vez haya más escasez de agua? La respuesta es sencilla, no tiene nada que ver con el cambio climático ni el calentamiento global, y ha sido ya esbozada al inicio de este artículo: porque estamos consumiendo más agua de la que podemos permitirnos. Y ese exceso no es debido a ningún cambio significativo que se hayan producido en la naturaleza, si no al radical aumento en la demanda de agua, especialmente durante el último medio siglo. En el momento actual, la inmensa mayoría del agua que se consume en España (80,4%), se destina a regadíos y usos agrarios, un 15,6% a uso urbano, y el 4% restante a usos diversos, incluyendo los industriales. Es decir, que es en el abastecimiento doméstico y agropecuario donde se centran los principales problemas de suministro.

Figura 4

La Figura 4 muestra la evolución de la población española desde finales del siglo XVIII (10.000.000 de habitantes), con un despegue considerable a partir de 1940 (24.000.000 habitantes), que ha llegado a duplicar prácticamente la población en la actualidad (47.000.000 habitantes). Estas cifras son más que ilustrativas, para poner en evidencia el formidable aumento en la demanda de agua asociada al crecimiento de la población. Pero además de los estrictos datos poblacionales, hay que considerar también los cambios en los hábitos y la evolución social que se produjeron en paralelo. Porque coincidiendo con el crecimiento demográfico, tuvo lugar un desarrollo económico que permitió la modernización de las viviendas, introduciendo el uso generalizado de sanitarios y cuartos de baño, especialmente en zonas rurales. También, un sector significativo de la población, pudo acceder a poseer una segunda vivienda, al mismo tiempo que cambiaba el estilo urbanístico de las ciudades, desarrollándose áreas de viviendas unifamiliares en su entorno. Ambas circunstancias trajeron consigo un incremento considerable en demandas de agua para piscinas y riego de jardines. Y por último, la avalancha de turistas extranjeros, que en algunas localidades costeras, durante el verano, suelen multiplicar por diez la población habitual. En el cómputo anual de 2019, antes de la pandemia, el número total de turistas alcanzó los 83 millones, casi el doble de la población española.

No es fácil cuantificar de forma precisa el impacto que, de forma combinada, han tenido los factores descritos en el consumo de agua. Pero de acuerdo con la información anterior, no es difícil estimar que, a lo largo de las últimas décadas, el gasto total de agua en áreas urbanas se ha multiplicado por un factor muy considerable.

Una evolución similar, pero aún más importante desde el punto de vista cuantitativo que la del consumo urbano, se ha producido con la agricultura. Como se ha mencionado anteriormente, la agricultura de regadío es con mucho la principal consumidora de agua en España, lo que no es de extrañar ya que nuestro país ha sido tradicionalmente agrícola. Pero el estilo de producción ha cambiado radicalmente durante las últimas décadas, en paralelo con la evolución de la población reflejada en la gráfica de la Figura 4. En efecto, desde la década de los años 50, cuando se inicia el despegue demográfico, la superficie de regadíos en España se ha multiplicado por tres (según declaraciones recientes a la prensa de Sergio Vicente, miembro del IPCC, véase el periódico El Mundo del 31 de Julio de 2023), y en el momento actual, un tercio de la superficie total de regadío de Europa la tenemos en España.

Un cálculo estimativo, combinando la evolución de la población y de las actividades agrícolas, indicaría que la demanda total del agua en el país se ha multiplicado por tres, aunque posiblemente se trate de un cómputo conservador y el aumento sea aún mayor. Pero en cualquier caso se trata de un dato lo suficientemente esclarecedor para responder, con rotundidad, a la pregunta planteada, ¿por qué hay déficit de agua? Si tenemos en cuenta, como hemos visto anteriormente, que la pluviosidad es la misma de siempre (dentro de la escala temporal que estamos considerando), pero gastamos tres veces más, es evidente que la culpa no la tiene el calentamiento global, el problema es simplemente que ahora gastamos mucha más agua que hace unas décadas, más de la que cae, y no se han actualizado las infraestructuras para aumentar la capacidad de suministro proporcionalmente al consumo.

¿Tenemos la infraestructura adecuada para hacer frente a la situación?

El imparable aumento en la demanda de agua, asociado al crecimiento de la población, que se viene registrando desde el siglo XVIII, y que se ha acelerado de manera significativa durante las últimas décadas, ha necesitado de la construcción de infraestructuras que proporcionasen soluciones a las necesidades existentes. Así, ya a mediados del siglo XVIII, se abordó la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas, como el Canal de Castilla y el Canal Imperial de Aragón, con el objetivo inicial de facilitar el transporte, pero que en la práctica sirvieron (al abandonarse su uso inicial por la aparición del ferrocarril) para aumentar la superficie de regadíos. Un siglo más tarde, se inició una obra emblemática para el abastecimiento de uso urbano, el Canal de Isabel II, todavía responsable del abastecimiento hídrico de la ciudad de Madrid.

La construcción sistemática de embalses se inició a principios del siglo XX, teniendo un impulso definitivo a partir de los años 50, aunque algunos de ellos representaron la ejecución de proyectos más antiguos. Así, por ejemplo, el Plan Badajoz, quizás el más emblemático y ambicioso para poner en regadío una enorme extensión de tierras de secano, fue ya planteado a principios del siglo XX, bajo el nombre de Plan Gasset. Pudo haber sido llevado a término por la IIª República, pero no fue aprobado por las Cortes y su ejecución se inició mucho más tarde, a partir de los años 50, siendo culminado por los primeros gobiernos de la Transición, dos décadas más tarde. En conjunto, el denominado Plan de Transformación y Colonización, desarrollado durante la dictadura franquista, supuso la construcción de 615 embalses. El mismo noticiero al que se ha hecho antes referencia, el NO-DO, el que acuñó el término de sequía pertinaz, ofrecía sistemáticamente, con una frecuencia que fue motivo de chistes y chascarrillos, información sobre las inauguraciones de nuevos embalses por Francisco Franco. La presa de La Serena, en Badajoz, culminada en 1990, representó la última gran obra hidráulica de aquel programa, que no ha tenido continuidad hasta el presente, a pesar de que las demandas de agua han seguido creciendo.

Es imprescindible aclarar, que después de la construcción de tantos embalses, el aumento del consumo de agua no se ha debido sólo al crecimiento demográfico, sino también a la expansión de los regadíos, especialmente mediante la utilización de aguas subterráneas extraídas mediante bombeo. Así, durante las dos últimas décadas, entre los años 2000 y 2016, el uso de aguas subterráneas para agricultura ha aumentado del 4,08% al 22,4%, según declaraciones recientes a la prensa de Julia Martín – Ortega, catedrática de Economía Ecológica en la Universidad de Leeds en el Reino Unido (véase el periódico El Mundo del 31 de Julio de 2023). Lo cual, en términos absolutos, significa que del agua que extraemos del subsuelo, la gran mayoría, el 73%, se utiliza para la agricultura, dedicándose el 27% restante al abastecimiento urbano y usos industriales.

Este aumento impresionante en la extracción de aguas subterráneas, está generando situaciones problemáticas que pueden ser muy graves a medio o largo plazo, con situaciones muy diferentes según las circunstancias, contextos y características geológicas de cada lugar. Veamos un par de ejemplos representativos.

El primero, por antonomasia, debe ser el del famoso acuífero Sistema 23, en La Mancha Occidental, el acuífero más importante de la Cuenca Alta del Guadiana y también del Júcar. Abarca una superficie de 5.500 km² repartidos entre las provincias de Ciudad Real, Albacete y Cuenca, y está situado a una profundidad, relativamente somera, de 70 m. Debe tenerse en cuenta que cualquier bombeo de un pozo, modifica localmente los esquemas de circulación del agua subterránea y además, si se extrae agua por encima de la capacidad de recarga del acuífero, se deprime el nivel freático, haciendo que las aguas subterránea desciendan a una cota más profunda.

Como consecuencia de este tipo de situaciones, innumerables fuentes han desaparecido en toda España a lo largo de las últimas décadas, pero no porque haya disminuido la pluviosidad, sino porque ha descendido el nivel del agua en los acuíferos. Y por lo tanto, inexorablemente, también ha disminuido el volumen de escorrentía. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en las partes altas de las cuencas del Guadiana y del Júcar, donde los bombeos han sustraído una cantidad significativa del agua que circula por los cauces fluviales.

Figura 5

Pero además de afectar al balance hídrico, los bombeos excesivos en el acuífero del Sistema 23, también tienen graves efectos medioambientales, dejando en seco el humedal conocido como Ojos del Guadiana, permitiendo la entrada de aire en el subsuelo y favoreciendo que la capa de turba acumulada durante siglos entrase en combustión espontánea y haya estado ardiendo durante años, quedando el ecosistema totalmente destruido. Incluso, las mismas Tablas de Daimiel se han llegado a ver afectadas en algunos años críticos (ver Figura 5), al reducirse seriamente la extensión del humedal y las zonas de nidificación de aves acuáticas.

Como segundo ejemplo, podemos mencionar la costa mediterránea, donde un porcentaje significativo del abastecimiento de agua para las saturadas áreas turísticas, se realiza mediante pozos. Además, durante las últimas décadas, aprovechando el benigno clima que tiene la franja litoral, los cultivos tradicionales de secano (olivo, vid, algarrobo, etc.), han sido sustituidos por frutales y cítricos de regadío (naranjos, caquis, aguacates, etc.), que se abastecen también por bombeos. En algunos casos, si se trata de pozos someros relativamente cerca del mar, el bombeo excesivo ha dado lugar al fenómeno, bien conocido por los hidrogeólogos, de salinización del acuífero por la intrusión del agua del mar. En otros casos, se han buscado desesperadamente nuevos caudales perforando pozos cada vez más profundos, que con frecuencia llegan a centenares de metros, explotando aguas subterráneas que tienen periodos de recarga muy largos, y que no podrán mantener indefinidamente el ritmo actual de explotación.

Puede concluirse entonces que, independientemente de una evolución climática que está muy lejos de ser tan rápida y crítica como algunos quieren hacer creer, no disponemos de la infraestructura necesaria para garantizar a largo plazo el abastecimiento de agua que requerimos.

¿Soluciones?

El problema que se le plantea a las próximas generaciones no es baladí. No existen expectativas realistas que auspicien un aumento significativo de la pluviosidad para el futuro a medio o corto plazo. Tampoco es factible reducir de forma drástica el consumo de agua, mediante la disminución de la producción agrícola o la rebaja de la actividad turística, ya que ambas actividades son auténticos pilares de nuestra economía. El sector turístico español es clave en la economía nacional y demanda muchísima agua. Por otra parte, nuestros invernaderos hortofrutícolas abastecen de frutas y verduras a toda Europa y son, nuevamente, una fuente importante de riqueza y trabajo.

Debe reconocerse que se han hecho esfuerzos para reducir el gasto doméstico de agua mediante campañas de concienciación, dirigidas a la población, que han conseguido que disminuya el consumo de agua. La línea negra en la Figura 6, representa la evolución desde 1997 hasta la actualidad del consumo medio de agua de los hogares españoles, que desde 2018 está estabilizado en torno a 133 litros/habitante-día, según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), habiendo disminuido aproximadamente un 22% durante las dos últimas décadas.

Figura 6

Sin embargo, ese ahorro, aún siendo importante, no llega a ser suficiente si la población sigue creciendo y si además, no mejora la infraestructura disponible para aumentar la capacidad de suministro y para evitar pérdidas. Porque, ¿de qué sirve pedir a los ciudadanos que ahorren agua, si los sistemas de conducción y suministro tiene importantes pérdidas de caudal? En la Figura 6, la línea roja representa la evolución de dichas pérdidas, también expresadas en litros por habitante y día, que como promedio, suponen un tercio del agua consumida.

Por lo que se refiere a la agricultura, también se han hecho esfuerzos para reducir el consumo sin afectar a la productividad, en algunas ocasiones con considerable éxito. Este es el caso de la comunidad de regantes de la Acequia Real del Júcar (Valencia), que ha modernizado recientemente su sistema tradicional de regadío por inundación, sustituyéndolo por goteo, reduciendo el consumo de agua casi a la mitad, de 392 hm3 anuales en 1998 a 214 hm3 en la actualidad. Pero desgraciadamente, los resultados no han sido igual de satisfactorios en todos los sitios, porque estas reformas no son aplicables en todas las zonas ni a todos los tipos de cultivo. Además, no todas las comunidades de regantes están dispuestas a realizar las inversiones necesarias, ni en todos los agricultores ha calado suficientemente la cultura de ahorro del agua. Esta falta de sensibilidad hacia el problema, puede constatarlo cualquier viajero que atraviese los extensos campos de cualquiera de las dos Castillas, cuando en pleno estiaje y a las horas de máxima insolación, se ven en funcionamiento pivots por aspersión, con escasísima eficiencia del agua utilizada, dadas las enormes pérdidas que se producen por evaporación.

También, en algunas zonas costeras, se ha recurrido a la desalación del agua marina, pero los costos del proceso y el precio del agua resultante hacen inviable con frecuencia su utilización agrícola, por falta de rentabilidad, y en consecuencia, su utilización es muy minoritaria.

Puede concluirse entonces que, dada la situación actual y las perspectivas de futuro, si no cambia radicalmente nuestra estructura productiva y la tendencia socio-económica de la población, los problemas de escasez de agua, no sólo persistirán, sino que se irán agravando con el tiempo. Las medidas de ahorro y optimización son necesarias, pero no son suficientes, y las únicas soluciones reales pasan por acometer la ampliación y modernización de las infraestructuras requeridas, bien para almacenar agua, bien para hacerla llegar a donde se necesita desde las zonas donde existen excedentes, y sin que existan fugas por el camino.

Sin embargo, la realidad política actual, hace muy difícil que los argumentos técnicos, por evidentes y contundentes que sean, se impongan a los imperantes criterios ideológicos, regionalistas, sectoriales y partidistas. Hace ya más de dos décadas que el proyecto de trasvasar agua desde el Ebro hasta el Segura fue bloqueado por los criterios antes mencionados, aduciendo dudosas razones ecológicas.

Uno de los argumentos más utilizados en aquellos momentos fue criticar que el destino principal del agua del trasvase, sería la irrigación de campos de golf. Pero en realidad, cuantitativamente, el agua a utilizar para ese uso, hubiese sido absolutamente minoritaria respecto del consumo humano y la producción agrícola.

Además, el golf, como ocurrió con el tenis en la década de los 60, ha dejado de ser un deporte estrictamente clasista y elitista y ya se ha convertido en una actividad asequible para sectores de la población cada vez más amplios, además de constituir un gran atractivo turístico. Sin embargo, esos argumentos siguen aún utilizándose. De forma recurrente, en periodos de sequía, reaparecen las demandas ecologistas para no regar los campos de golf y cerrar las piscinas, sin considerar que esas propuestas afectan gravemente a una de las principales fuentes de riqueza y trabajo de la economía española.

A lo largo de las dos últimas décadas, los problemas de abastecimiento hídrico en el sureste peninsular han seguido aumentando. Y mientras tanto, se siguen vertiendo estérilmente al mar millones de litros de agua que nadie aprovecha, muy por encima de los caudales ecológicos definidos en nuestros ríos. Pero durante los últimos años aún hemos llegado más lejos. No sólo no se actualiza y amplía la infraestructura hidráulica necesaria, sino que se destruye parte de la que existe. De acuerdo con el informe elaborado en 2021 por Dam Removal Progress, ese mismo año fueron destruidas en España 108 barreras fluviales, incluyendo presas y azudes, casi la mitad del total de 239 que se han desmantelado en toda Europa. En algunos casos, se trata de acciones totalmente justificadas por la obsolescencia o la inutilidad de las estructuras. Pero en otros casos, las únicas razones han sido de empecinamiento ecológico, similares a las que se han aplicado para las recientes voladuras de varias centrales térmicas de generación de electricidad, como las de La Robla, Velilla del río Carrión, Soto de la Barca y Andorra.

Esta especie de furor por la demolición de unas estructuras, que algún día podemos volver a necesitar, son una auténtica aberración estratégica, que sólo se puede explicar por razones radical y estrictamente ideológicas, sin justificación técnica o económica. Así lo ha demostrado la tozuda realidad, cuando pocos meses después de las demoliciones mencionadas, del mismo modo que ha ocurrido en Alemania como consecuencia de los problemas de suministro de gas derivados de la guerra de Ucrania, donde después de haber apagado sus tres últimas centrales nucleares, ha sido necesario volver a poner en funcionamiento la central térmica de As Pontes (provincia de La Coruña), que llevaba años apagada. Si hubiese sido destruida como sus homólogas anteriormente mencionadas, no habría sido posible reactivarla cuando fue necesario.

En el caso de las presas y embalses, las razones que se aducen para su justificar su inutilidad, es que como consecuencia del cambio climático, al aumentar la evaporación, los embalses no pueden guardar las reservas de un año para otro y no es posible acumular agua en periodos lluviosos para utilizarla en periodos secos. Si tenemos en cuenta que, desde su construcción en la segunda mitad del pasado siglo, las presas y embalses han venido prestando un excelente servicio, cuesta creer (volviendo a los datos reflejados en la Figura 3) que un aumento de 0,3ºC en la temperatura planetaria, registrada a lo largo de 40 años, sea razón suficiente para que el aumento de evaporación convierta a los embalses en infraestructuras inútiles. Porque, ni tan siquiera aplicando la ley del embudo, se puede justificar la cuadratura del círculo.


El cambio climático:
comodín y cortina de humo para justificar la escasez de agua en España

por Enrique Ortega Gironés,
José Antonio Saénz de Santa María Benedet y Stefan Uhlig


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

16 comentarios sobre “El cambio climático: comodín y cortina de humo para justificar la escasez de agua en España

  1. Está claro que quieren que vayamos en una dirección cuyo objetivo es lograr el temor y la angustia de la gente para hacerla mas dócil y obediente y para esto nada mejor que el miedo apocalíptico. Muy bien por su articulo D. Enrique

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    1. Muchas gracias y totalmente de acuerdo, todas las informaciones en los medios mayoritarios apuntan en la misma dirección, ignorando datos y evidencias concluyentes

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  2. Muchas gracias por su comentario. Realmente, parece increíble que datos tan simples y contundentes, pasen desapercibidos en todas las informaciones.

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  3. Enhorabuena por el artículo.
    Solo unos comentarios acerca del «empecinamiento ecológico».
    Las centrales de carbón españolas que se cierran y algunas de ellas también se están demoliendo pertenecen a unos propietarios que lo han solicitado y el Gobierno les ha autorizado. Las razones son muy claras, se requerían nuevas inversiones para hacer nuevas instalaciones de reducción de emisiones (NOx, SOx, partículas), inversiones necesarias para conseguir reducir los límites de emisiones de la UE y para alargamiento de vida (son instalaciones con más de 40 años). Por otro lado la competitividad del kWh eléctrico que producen frente al de las renovables y ciclos combinados de gas no les daban juego.
    En cuanto a la eliminación de obstáculos en los ríos, son eso obstáculos no presas. La única que es algo más que un azud es la represa de la antigua nuclear de Valdecaballeros, siendo Iberdrola y Endesa concesionarias. Estas empresas han solicitado el demoler la ya que no les es útil y han venido haciendo su mantenimiento. Si algún municipio o la Cuenca hidrografica estuvieran interesados en su permanencia deberían asumir su mantenimiento por la seguridad de todos. La eliminación de obstáculos en las ríos también es un mandado de la UE. Adelante con las presas existentes, se necesitan tambien más de bombeo reversible.
    Saludos

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    1. Muchas gracias por sus comentarios, nos alegra saber que el artículo le ha resultado interesante.
      Si en el texto introducimos el calificativo de “empecinamiento ecológico”, es porque consideramos que en nuestro territorio están ocurriendo cosas que no ocurren en otros países o, con una intensidad diferente, como consecuencia de la puesta en práctica de criterios más ideológicos que técnicos o prácticos.
      En relación con las centrales de generación, debe tenerse en cuenta en primer lugar que muchas de las centrales que se han cerrado, tenían ya instalados sistemas de desulfuración, eliminación de partículas, etc., ya que se trata de una exigencia antigua que se venía cumpliendo con anterioridad a su cierre.
      Respecto de sus comentarios sobre el precio de la energía y la rentabilidad de las renovables, es cierto que, con los precios actuales, las energías renovables son rentables en España (no ocurre lo mismo en otros países europeos), pero se trata de una rentabilidad aparente, ya que en el balance no se ha considerado la amortización de las subvenciones recibidas (las hemos pagado entre todos los consumidores). Además, ¿seguiría siendo tan rentable si a las térmicas de carbón no se le hubiesen aplicado las artificiosas penalizaciones asociadas a la emisiones del CO2, aún más gravosas que las aplicadas para el gas? Como hemos argumentado en diferentes artículos, ya publicados en ENTREVISTTAS.COM, las justificaciones técnicas que apoyan dicha penalización por ser el dióxido de carbono el supuesto responsable del calentamiento global, son más que discutibles. Y, como consecuencia de esas penalizaciones, se ha elevado el precio de la energía eléctrica, permitiendo o favoreciendo que las renovables alcancen el umbral de rentabilidad. Pero, dejémoslo aquí, porque esta discusión nos llevaría muy lejos, fuera del alcance y del objetivo de este artículo, centrado esencialmente en las causas de la escasez de recursos hídricos. El precio de la energía es un tema complejo, que requeriría un análisis cuyo contenido excede del espacio de una breve respuesta a su comentario. Quizás podamos en un futuro próximo, preparar un artículo específicamente focalizado en estas cuestiones que, muy oportunamente, Vd. ha suscitado.
      Por lo que se refiere a la voladura de las centrales térmicas, si una instalación ha concluido su ciclo operativo, es lógico que el propietario solicite su desmantelamiento, para evitar gastos de mantenimiento. Y de paso, como ha sido el caso de Iberdrola, amplificar y remarcar el carácter “verde” de la empresa. Sin embargo, aunque de conformidad con la ley del sector eléctrico (art. 53), el titular de la instalación tiene la obligación de proceder al desmantelamiento de la misma tras el cierre definitivo (salvo que la autorización de cierre establezca otra cosa), la Administración tiene la opción de manifestarse en sentido contrario, atendiendo al interés general. Y, en las condiciones actuales, con la guerra de Ucrania y la crisis de suministro energético, ¿desmantelar tan rápidamente las centrales era realmente la mejor opción? Si se hubiese desmantelado también la de As Pontes, no se hubiese podido reactivar cuando ha sido necesario. Y esa necesidad puede plantearse en España a corto o medio plazo.
      Quizás por ello, en otros países las térmicas no están siendo demolidas. Incluso, en Alemania, se han llegado a desmantelar dispositivos eólicos de generación para ampliar una explotación carbonífera y reactivar una central térmica. Conviene recordar aquí la propuesta que había realizado, hace ya algunos años, la CNE (Comisión Nacional de la Energía), sugiriendo la posibilidad de hibernar algunas centrales térmicas. Es decir, como se hace en otros países europeos, detener temporalmente la actividad de la central sin obligar a su desmantelamiento, manteniendo su operatividad potencial durante varios años por si fuese necesaria su reutilización.
      Sobre la demolición de presas, como se menciona en el artículo, está justificada en algunos casos, por razones de obsolescencia o la inutilidad de las estructuras, pero no es cierto que la única relevante sea la de Valdecaballeros, hay otros casos, como la de Torrelodones, en los que la Administración se ha empeñado en demoler, en contra de la comunidad local. Además, en el caso de Valdecaballeros, es la Confederación Hidrográfica quien se ha empeñado en su demolición, en contra Endesa e Iberdrola, que conjuntamente con los habitantes de la zona, están peleando por su mantenimiento.
      Por otra parte, el hecho de que se trate de “barreras” y no de presas, no les resta relevancia, hay azudes que prestan importantísimos servicios a pesar de ser “simples barreras”. A modo de ejemplo, la Acequia Real del Júcar nace de un simple azud, y desde el siglo XIII, consigue regar más hectáreas que el propio río Júcar.
      Por último, es cierto que la eliminación de obstáculos en los ríos es un mandato de la UE, pero como todas las órdenes, deben ser cumplidas con sentido común y sensatez. El dato aportado en el artículo, informando que durante 2021 se han demolido en España casi la mitad de barreras que en todo el conjunto de la UE, es suficientemente indicativo del empecinamiento que ha dirigido las correspondientes decisiones. Además, no todas las instrucciones que llegan desde Bruselas (y lo mismo puede decirse de la ONU, la OMS, etc.), especialmente las que se refieren a temas medioambientales y al cambio climático, tienen el adecuado soporte científico o sanitario, ya que imponen disminuciones arbitrarias y exageradas de umbrales contaminantes, como ocurre por ejemplo para el óxido de nitrógeno (otro tema posible para un artículo específico sobre esta cuestión). En cualquier caso, ¡ojalá nuestros gobiernos tuviesen el mismo exceso de celo y entusiasmo por cumplir otras normativas que vienen de la UE, como la que se refiere al déficit y la disminución del gasto público, por ejemplo!

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      1. Muchas gracias por su respuesta. Veo que en algunos casos podemos estar de acuerdo, en otros no. SaludosJosé María Garcia

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  4. «Los resultados disponibles indican que el calentamiento no se está desarrollando al ritmo veloz que se nos quiere hacer creer. Y, además, tampoco parece estar acelerándose como consecuencia de las actividades del ser humano, sino que continúa al ritmo habitual que han impuesto los ciclos naturales desde que el mundo es mundo». Otra vez EL PRINCIPIO DEL ACTUALISMO, algo que se estudiaba en el segundo trimestre de Ciencias Naturales de 1º de B.U.P. (año 1980) y que se supone debiera conocer la mayor parte de quienes tienen estudios puesto que era común a la entonces separación entre Ciencias y Letras que operaba por entonces a partir del tercer curso.
    La colección de artículos que están generando aquí el Sr. Ortega Gironés y colaboradores es apabullante, tanto por la cuantía como por la calidad que imprime el rigor incontestable de los datos que aporta. Es por ello de agradecer tanta sinceridad y tanta valentía en un tiempo de nuevo inquisidor donde se persigue la disidencia con nuevos métodos de represión y aislamiento social que nada tienen que envidiar a los ejercidos durante siglos anteriores.
    Por ello mis felicitaciones a los autores de esta serie y agradecimiento a la editora de la revista por no cercenar ni una sola coma de lo que aquí se expresa.

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  5. Estimado Antonio,

    Muchas gracias por tus comentarios, que nos animan a seguir escribiendo en la misma línea. Estamos totalmente de acuerdo, hay conocimientos elementales que (teóricamente) debían estar en mente de todos, y que de forma misteriosa parecen haberse esfumado.
    Y también de acuerdo en el agradecimiento a la editora de la revista, que compartimos, por permitirnos una total libertad para expresar nuestras ideas.

    Un cordial saludo,

    Jose Antonio Saénz de Santamaría
    Stefan Uhlig
    Enrique Ortega

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  6. Muchas gracias por esta visión disonante y documentada que permite formarnos un espíritu crítico frente a las teorías catastrofistas del calentamiento global a los que somos legos en ciencias. Se agradece mucho. Ánimo.

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  7. Muchas gracias por sus comentarios. Ciertamente esa ha sido y sigue siendo nuestra intención, transmitir una visión diferente del cambio climático, basada en datos científicos que normalmente no trascienden a la opinión pública. Sus comentarios nos animan a seguir en la misma línea.

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  8. Sólo deseo referirme a la interpretación que hace usted de las gráficas de las figs 2 y 3:

    En la 2 usted escoge el período deliberadamente largo: 1900-2020 para concluir que el calentamiento de 1,2 es relativamente pequeño. Podría obtener la conclusión menos partidaria de su posición (negar sin hacerlo el calentamiento) si fijara el período entre 1975 y 2020, lo cual le llevaría a un calentamiento de un grado en 45 años.
    En la figura 3 usted escoge un período y una gráfica que le vuelven a convenir: inicio en el año 1985 y final en 2015 (máximo relativo en el inicio y grafica de rombos).
    Una pregunta: Cuánto calentamiento le parece a usted que es aceptable? Si no me han engañado un enfriamiento de 4 grados fue suficiente para una glaciación

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  9. Muchas gracias por sus comentarios. Ciertamente, la selección del intervalo de datos a considerar es uno de los métodos más socorridos para arrimar el ascua a la sardina de las propias conclusiones, pero le puedo asegurar que no es esa nuestra intención.
    En la gráfica de la Figura 2, no seleccionamos el periodo 1900-2020 para minimizar el calentamiento, al contrario. Se elige el inicio en 1900 porque es el periodo en que termina el intervalo temporal sobre el que se ha basado la media, es decir el promedio para establecer la anomalía térmica que es 1850-1900, como se indica en la parte inferior de la Figura. Si hubiésemos pretendido minimizarlo, hubiésemos tomado el periodo 1850-2020, ya que se obtendría un rimo de calentamiento es aún menor.
    Para la Figura 3, el intervalo no lo elegimos nosotros, no hay ningún filtro, son los datos recopilados por el Sr. Christy cuyo objetivo esencial es comparar los datos reales observados, que tienen un aumento relativamente constante a lo largo del tiempo, con las predicciones de los modelos informáticos, que son exageradas como la realidad ha demostrado. En este caso, no tiene sentido llevar la gráfica más hacia atrás porque con anterioridad a 1975, no existen prácticamente los modelos predictivos informatizados. Y además, de nuevo, si se llevase la gráfica más hacia atrás, hasta 1945 (compárese con la Figura 2), el promedio del aumento de temperatura aún sería más lento. Le anticipo, que los fracasos de los modelos predictivos serán específicamente tratados en un nuevo artículo de próxima aparición.
    En cualquier caso, el contenido de este artículo no puede considerarse aisladamente, sino que debe ser leído dentro del contexto de la serie que sobre esta temática se viene publicando en Entrevisttas.com. Por ello, le sugerimos que lea también

    ¿Está el planeta en peligro?

    El cambio climático y la mecánica celeste

    El CO2 y el efecto invernadero: presuntos culpables del cambio climático

    Mirando al cielo para entender el cambio climático

    ¿Cómo detener el ascenso del nivel del mar?

    El discutible consenso científico sobre el cambio climático


    En ellos se aportan datos adicionales sobre el aspecto que Vd. mencionaba, la selección de los intervalos de interés. Muchos geólogos, consideramos que las conclusiones que se están obteniendo a partir de las observaciones meteorológicas de los dos últimos siglos, no son representativas. Cuando se contempla la historia de la Tierra con la perspectiva de miles de millones de años, el calentamiento que está experimentando actualmente el Planeta (le recomiendo que eche un vistazo a las gráficas de los artículos arriba sugeridos) no es excepcional ni tiene nada de dramático, sino que forma parte de la más absoluta normalidad.
    Por último, sobre su pregunta en relación con la disminución de temperatura media del Planeta que debe registrarse para que aparezca una glaciación, en las últimas glaciaciones, las registradas durante el último millón de años, las temperaturas llegaron a descender hasta más de 10-11°C por debajo de las actuales. ¿Cuál es el límite térmico para que se inicie o termine una glaciación? Es un límite convencional, ya que como se aprecia en las gráficas de los artículos sugeridos, se trata de un proceso continuo y cíclico. Suele admitirse que la última glaciación terminó hace unos 12.000 años, cuando la temperatura media del Planeta era, efectivamente, unos 4ºC por debajo de la temperatura actual.

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