Cada cosa a su tiempo

Hace años que no tengo contacto con el mundo estudiantil, mis nietos aún no han llegado a la edad universitaria y no sé cómo están las cosas ahora. Desconozco si persiste todavía el tipo de estudiante profesional que frecuentaba las aulas hace algunas décadas. Aunque lo de la profesionalidad y lo de frecuentar las aulas es un decir, porque se trata más bien de todo lo contrario, de alumnos matriculados que, de estudiantes, sólo tenían el nombre. Que habían hecho de la vida estudiantil su verdadera profesión, suspendiendo (o no presentándose) convocatoria tras convocatoria, prolongando al máximo la alegre y desenfadada vida estudiantil, mientras sus familias lo consistiesen.

Por un espontáneo proceso de selección natural y adaptación al medio, en las tunas y estudiantinas solía haber una buena representación de aquellos ejemplares.

Pero no siempre era así. También había tunos que eran buenos estudiantes y alumnos aplicados a quienes, por una razón o por otra, se les atravesaba una asignatura, que terminaba convirtiéndose para ellos en una obsesiva barrera infranqueable, donde se estrellaban irremisiblemente convocatoria tras convocatoria.

Este era el caso de Marcelino (llamémosle así por aquello de la política de confidencialidad), residente en el mismo Colegio Mayor donde yo me alojaba, que cursaba también estudios de Geología, y que desde hacía varios años estaba pendiente de aprobar la única asignatura que le quedaba pendiente, considerada por aquellos días como el hueso de la carrera: la Tectónica.

Marcelino, un tipo simpático, llano, campechanote y buen deportista, era el defensa central del equipo de fútbol del colegio, que competía en el campeonato universitario. Dentro del calendario escolar, había una fecha marcada en rojo, el partido contra el equipo del vecino colegio mayor, a pocos metros del nuestro, con quien se rivalizaba en todo, desde raigambre y tradición universitaria hasta en relumbre de los festejos, pasando (por supuesto) por el fútbol. No es fácil explicar la intensidad y la vehemencia con que se vivían aquellos duelos, pero baste decir que (a pesar de las diferencias en nivel y categoría deportiva), no tenían nada que envidiar a un derby Madrid-Barça, a un Sporting-Oviedo o incluso a un Boca-River.

A mediados del segundo trimestre, llegó el día señalado para el encuentro y, un poco antes del descanso, llegó hasta las gradas, donde se apretujaba la vociferante hinchada, un colegial alborozado. Venía sofocado, corriendo desde la Facultad, donde habían salido las notas de la convocatoria de febrero, y traía una gran noticia: Marcelino, ¡por fin!, había aprobado aquella maldita asignatura. Algo tan importante no podía esperar a la media parte y se acercó a la línea de banda. Cuando las circunstancias del juego lo permitieron, en un momento en que el balón estuvo alejado del área, le dijo al defensa lateral:

– ¡Dile a Marcelino que ha aprobado la Tectónica!

Diligente, el chaval se aproximó hacia el centro de la cancha para transmitirle la buena nueva. Y la respuesta de Marcelino, acompañada de una mirada fulminante, fue rápida y rotunda:

– ¡Calla cabrón y marca al extremo!

Cada cosa a su tiempo…


Cada cosa a su tiempo
por Enrique Ortega Gironés


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

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