Pecados higiénicos

Las reflexiones científicas no tienen por qué ser siempre tediosas y aburridas, y a veces (aunque sea muy de cuando en cuando), ayudan a rescatar del olvido alguna historia divertida. Ahora que está en el candelero el problema de la sequía, me viene a la memoria una chistosa anécdota que puede ilustrar adecuadamente una de las causas principales de la escasez de agua. Porque la realidad es muy tozuda y las estadísticas, si ampliamos adecuadamente el intervalo temporal de datos, nos indican que está lloviendo más o menos lo mismo que antes, y que la sequía actual no es más drástica ni más severa que las registradas durante el siglo pasado. Y lo mismo puede decirse de los siglos anteriores,  hasta remontarnos a la dominación árabe y al Imperio Romano, cuando los habitantes de la península se vieron obligados a la construcción de embalses y acueductos para paliar la escasez.

Pero dejando aparte farragosas cuestiones estadísticas, está fuera de toda duda que cada vez somos más personas las que necesitamos agua. Durante las últimas décadas, la superficie de regadío se ha multiplicado por tres, nos visitan anualmente 80 millones de turistas y la población se ha duplicado. Pero no es sólo que seamos muchos más españoles, es que cada uno de nosotros consume hoy mucha más agua que nuestros antecesores. Además de los cambios en el esquema urbanístico (más viviendas unifamiliares, más jardines, más piscinas y más segundas viviendas), las costumbres higiénicas también han cambiado.

A pesar de que en días estivales aún es relativamente frecuente encontrarse con ejemplares a los que canta el alerón (encuentros especialmente insufribles en recintos cerrados como transportes públicos o ascensores), debe reconocerse que la instalación generalizada de cuartos de baño en las viviendas mejoró notoriamente la higiene corporal de la población hispana. Este cambio fue especialmente sensible en zonas rurales, donde a mediados del siglo XX, dispositivos muy primitivos (a veces una simple tabla de madera con un agujero, elevada de forma rudimentaria sobre el suelo del corral) fueron sustituidos por modernos inodoros. Y del mismo modo, los arcaicos aguamaniles dejaron paso a lavabos, bañeras y duchas.

Es precisamente en este contexto donde transcurre la anécdota que me ha venido a la memoria, una historia que me fue relatada hace ya varias décadas por un sacerdote, conocido de la familia y profesor del Seminario de Oviedo. Durante unas vacaciones estivales, por enfermedad del titular, tuvo que sustituir temporalmente al párroco de una pequeña localidad del occidente de Asturias. Entre sus obligaciones, figuraba administrar, antes de la misa dominical, el sacramento de la penitencia para perdonar los pecados de la feligresía. Uno de aquellos domingos, se arrodilló ante la rejilla del confesionario un endomingado aldeano, estrujando la boina entre sus manos. La conversación entre el sacerdote y el pecador se inició de acuerdo con el protocolo habitual.

— Ave María purísima.

— Sin pecado concebida.

Después de unos segundos de silencio, en tono avergonzado, murmurando las palabras rituales, dijo:

— Padre, me acuso de que… ¡me he duchado con agua caliente!

El sacerdote, haciendo esfuerzos por ocultar su sorpresa, respondió:

— Pero hijo, eso no es pecado…

Después de un largo suspiro, con evidentes muestras de alivio, el penitente se excusó diciendo:

— ¡Como se estaba tan bien…!

Sus razones tenía para sospechar que todo lo placentero estaba prohibido.


Pecados higiénicos
por Enrique Ortega Gironés


Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

2 comentarios sobre “Pecados higiénicos

  1. Me acuerdo que en casa de mis abuelos, cuando era muy pequeño en Ferrol, había un armario en la sala con un retrete dentro, un agujero y un bacín debajo. Total que el armario no se cerraba y tenías que hacer tus cosas al aire. Lo que nunca supe es donde vaciaban el bacín. Que tiempos.

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  2. En efecto, los tiempos han cambiado mucho y estas cosas, que parecen de la prehistoria, no ocurrieron hace tanto… Pero aún que lo del bacín en el armario era salir al corral en pleno invierno. Afortunadamente, como dijo Mr. Dylan (Bob), los tiempos están cambiando.

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