Geología Vs. Biblia

(o de la memoria del tiempo)

Como mencionaba en la entrada anterior (Los puntos de análisis de un geólogo suspicaz), no se pueden interpretar los procesos que la Tierra está experimentando actualmente, sin considerar su historia. Y para comprender adecuadamente una historia, es necesario tener en cuenta su duración. No es lo mismo describir lo sucedido durante un episodio breve y efímero, que analizar y evaluar los acontecimientos, con frecuencia repetidos y reiterativos, acaecidos a lo largo de un dilatado intervalo de tiempo. Hoy sabemos que la historia de la Tierra es muy larga, larguísima. Y ese dato es esencial, porque no se puede intentar comprender su comportamiento, sus hábitos y sus tendencias, sin tener en cuenta esa dilatadísima duración.

Hoy tenemos el privilegio de conocer bien cuánto tiempo lleva la Tierra, ya constituida como planeta, dando vueltas alrededor de nuestro Sol. Pero no siempre ha sido así: descifrar las claves de la verdad y conseguir que ésta se abriese paso ha costado mucho tiempo y muchos esfuerzos de muchos científicos. Durante siglos, el mundo de la Ciencia estuvo constreñido por la Biblia, considerada como el compendio de todas las verdades, nada podía contradecirla (como así lo experimentaron en sus carnes, por llevarle la contraria, algunos personajes como Galileo Galilei, Giordano Bruno, Miguel Servet y muchos otros).

A mediados del siglo XVII, el arzobispo irlandés James Usser, analizó minuciosamente los textos bíblicos y con una encomiable precisión, estableció que el universo (en aquellos momentos era obligatorio creer que la Tierra estaba en el centro de ese universo),  fue creado el 23 de octubre del año 4.004 antes de Jesucristo, exactamente al mediodía. Imagino que Su Ilustrísima debió dormir muy satisfecho después de un cálculo tan preciso. Algo más de un siglo después, en 1.770, el conde de Buffon calculó que la edad del planeta debía estar en una horquilla que oscilaba entre 75.000 y 168.000 años. Del mismo modo que Galileo, se vio obligado a retractarse inmediatamente para no ser excomulgado. Dos décadas más tarde, el escocés James Hutton introdujo un concepto básico para la geología: el actualismo, que fue posteriormente desarrollado por Charles Lyell.

Charles Lyell
Charles Lyell

Este principio, que prescindía de las grandes catástrofes como el Diluvio Universal para explicar la estructura de la Tierra, postulaba que en los tiempos pasados todo ocurrió a la misma velocidad que nosotros podemos observar actualmente. Es decir, muy, muy despacio. Y por lo tanto, si las cordilleras, valles y océanos que vemos a nuestro alrededor se han originado a la misma velocidad, totalmente inapreciable, que contemplamos ahora, debe concluirse que hace falta mucho, muchísimo tiempo para explicar su formación. Charles Darwin estaba perfectamente al tanto de estas interpretaciones, ya que la obra de Charles Lyell formaba parte de sus libros de cabecera. Sin estas ideas, sin disponer de periodos de tiempo lo suficientemente largos para albergar los lentísimos procesos evolutivos, nunca hubiese podido concebir y desarrollar su Teoría de la Evolución.

Como puede suponerse, a la Iglesia no le hacían ninguna gracia estas ideas, que consideraba tan heréticas como inaceptables, y no se quedó quieta. A mediados del siglo XIX, fueron apareciendo multitud de ensayos dirigidos a demostrar científicamente la validez de los textos bíblicos, como por ejemplo La Cosmogonía de Moisés comparada con los hechos geológicos, de Marcel de Serres, o La Teoría bíblica de la cosmogonía y de la geología, de P. J. C. De Breyne. En dichos tratados se intentaban demostrar hasta los más pequeños detalles de las descripciones bíblicas, llegando hasta buscar explicaciones científicas sobre la separación de las aguas del Mar Rojo que permitió el paso de Moisés en su huida de Egipto.

Teoría bíblica de la Cosmogonía y de la Geología.

El debate entre la Geología y la Biblia continuó durante la segunda mitad del siglo XIX. Concretamente, hasta que quien fue considerado como el científico más prestigioso de aquel momento, William Thompson (más conocido como Lord Kelvin), estableció que la Tierra tenía la escandalosa cifra de 100 millones de años de antigüedad. Aquella información fue recibida con gran beneplácito por los geólogos, ya que el frenético estudio de los fósiles que se había iniciado décadas antes, apoyando las teorías de Hutton, Lyell y Darwin,  demandaba periodos de tiempo cada vez más dilatados para explicar todas sus observaciones. Pero incluso aquellos cien millones de años, empezaban a quedarse cortos.

Lord Kelvin William Thompson
Lord Kelvin William Thompson

Medio siglo más tarde, la edad de nuestro planeta dio un considerable estirón, todo un salto, cuando en la década de 1940 Arthur Holmes, uno de los precursores de la Tectónica de Placas, estableció que su edad era de 4.500 millones de años. Una edad tan desmesurada que le pareció excesiva a casi todo el mundo y fue inmediatamente rechazada por la comunidad científica. ¿Era imposible que fuese tan vieja? ¿Cómo iba a ser la Tierra más antigua que la edad aceptada en aquellos momentos para el Universo? Sin embargo, la rápida evolución de la astronomía permitió pronto encajar el origen del planeta en la historia del universo que, de acuerdo con el Big Bang, tenía un origen aún mucho más anterior.

Clair Patterson
Clair Patterson

Pocos años más tarde, Clair Patterson, confirmó y aumentó la precisión de estas estimaciones. Calculando la edad de meteoritos llegados del espacio exterior y comparándolos con las rocas más antiguas encontradas en nuestro planeta, estableció que la corteza de la Tierra se había formado hace 4.550 millones de años, una edad que prácticamente, con mínimos cambios, hoy sigue considerándose válida. Pero de forma totalmente imprevista, sus cálculos tuvieron una importante consecuencia colateral. En sus análisis, encontró que algunas muestras tenían un contenido de plomo demasiado elevado. Después de comprobar dónde estaban situadas las rocas con esos valores extraños, concluyó que la causa de ese exceso era la contaminación producida por la combustión en motores de explosión. Fue él mismo quien inició las reclamaciones contra las compañías petroleras que, décadas después, han llevado a la obligatoria producción de gasolinas sin plomo. No deja de ser sorprendente que, si hoy disponemos de combustibles menos contaminantes, sea debido (algo que casi nadie sabe) a las investigaciones de un geólogo que buscaba cómo determinar de la edad del planeta.

No deja de ser sorprendente que, si hoy disponemos de combustibles menos contaminantes, sea debido (algo que casi nadie sabe) a las investigaciones de un geólogo que buscaba cómo determinar de la edad del planeta.

Pero no nos desviemos del tema. Lo importante es que, gracias a esos conocimientos, hoy sabemos que la historia de la Tierra es muy extensa. Y conocemos también que a lo largo de esos miles de millones de años, muy despacio, muy lentamente, han ocurrido muchas cosas que han quedado inscritas y grabadas en la composición química de los minerales que constituyen las rocas, en las características de los sedimentos, en los fósiles, en el relieve de los valles y de las montañas…, todo un registro de acontecimientos que ha quedado almacenado como una verdadera memoria del tiempo desde los orígenes del planeta.

Volviendo al principio, recordemos una vez más que no puede interpretarse correctamente el presente sin tener en cuenta el pasado. Incluso hoy, hasta para desentrañar pequeños detalles de nuestra vida cotidiana, es necesario a veces remontarse hasta los tiempos de la dominación árabe, la época romana o la Grecia clásica, como ocurre por ejemplo con la toponimia o con algunas costumbres y tradiciones. Un caso muy simpático para ilustrar este tipo de situaciones lo refiere con mucha gracia Nieves Concostrina en su libro Pasado Imperfecto, cuando describe cómo los romanos celebraban el Año Nuevo degustando un postre específico, la torta saturnalis, un dulce redondo que, casualmente, tenía un haba seca escondida en su interior. El paralelismo con nuestro roscón de Reyes es más que evidente y entonces, si para entender el origen de un dulce tan tradicional debemos retroceder dos mil años y remontarnos a una celebración romana dedicada al dios Saturno, ¿cómo vamos a interpretar correctamente lo que está ocurriendo ahora ignorando los registros de lo sucedido en el planeta durante los últimos 4500 millones de años?

Geología Vs. Biblia (o de la memoria del tiempo) | Por Enrique Ortega Gironés


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Publicado por Enrique Ortega Gironés

Soy, por ese orden, geólogo y escritor. O simplemente, un geólogo al que le gusta escribir. Primero, docente e investigador en el Departamento de Geotectónica de la Universidad de Oviedo. Luego, en las minas de Almadén (Ciudad Real), y durante los últimos 20 años, consultor independiente.

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