Inimpugnable – Capítulo XVIII: La semilla de la venganza


Lolita se despertó con el corazón agitado. Había pasado semanas planeando cada detalle, cada posibilidad, cada riesgo. La idea de hacer algo contra Eudald la llenaba tanto de miedo como de una pequeña chispa de esperanza. Sabía que Carmen sería la única en entenderla, así que aprovechó uno de sus encuentros en el parque para contarle lo que tenía en mente.

Esa mañana, Lolita fue a visitar a su madre para, posteriormente, ir a tirar la basura y encontrase con Carmen. Estaba allí, en el parque, junto a los contenedores, afortunadamente. No iba a tener tantas posibilidades de hablar con ella.

—Carmen, necesito que me escuches —dijo Lolita mientras caminaban juntas, tratando de no parecer sospechosas para los curiosos que pasaban cerca.

Carmen, siempre atenta, notó la seriedad en el rostro de su nueva amiga y asintió.

—Dime, Lolita. ¿Qué ocurre?

Lolita se detuvo y miró alrededor, asegurándose de que nadie las escuchara.

—He decidido que no puedo seguir así. Eudald… —hizo una pausa, con los ojos llenos de lágrimas— …me está matando, Carmen. Poco a poco, pero lo está haciendo.

Carmen apretó los labios con fuerza, enfurecida, pero dejó que Lolita continuara.

—Llamé a la doctora. ¿Te acuerdas de la tarjeta que me dejó aquella noche? —Carmen asintió—. Le expliqué todo. Me escuchó, no me juzgó. Me dijo que conoce a una mujer, una mujer extraordinaria, Carmen.

—¿Quién es? —preguntó Carmen, intrigada.

—Se llama Nuria. Fue maltratada durante años por su marido, hasta que un día él murió de forma natural. Poco después, le tocó la lotería y, en lugar de disfrutarlo para ella sola, decidió ayudar a mujeres como nosotras.

—¿Y qué te propuso?

Lolita bajó la voz hasta casi un susurro.

—Un plan para huir. Nuria puede ayudarme. La doctora me dijo que ella organiza todo: un lugar seguro, documentación falsa si es necesario, incluso dinero para empezar de nuevo.

Carmen la miró con asombro y admiración, pero también con preocupación. Ella no era capaz de abandonar a su propio maltratador.

—¿Estás segura de que puedes hacerlo? ¿Y Eudald? ¿Qué pasará cuando note tu ausencia?

Lolita esbozó una sonrisa amarga.

—No voy a irme sin antes hacer algo, Carmen. Eudald me ha encerrado demasiadas veces en ese baño, humillándome, viéndome sufrir. Ahora será él quien pruebe lo que se siente. Voy a encerrarlo en ese maldito baño y no se lo voy a decir a nadie. Solo lo vas a saber tú. A ver si se pudre ahí dentro. Está tan loco que lo ha insonorizado y, aunque chille tanto como he chillado yo, no va a poder oírle nadie. El otro día, averigüé dónde escondía la llave que tanto me ha hecho sufrir.

Carmen abrió los ojos como platos.

—¿Estás hablando en serio?

—Más que nunca. Sé cómo hacerlo. Conozco sus rutinas, sé cuándo baja la guardia. Tengo que planearlo bien, pero voy a hacerlo.

Esa misma tarde, Lolita salió con una excusa para ir al mercado. En realidad, se dirigió a una cabina telefónica situada en una esquina poco concurrida. Marcó el número de la doctora con las manos temblorosas.

—¿Doctora? Soy Lolita.

—Lolita, querida. Qué alegría escuchar tu voz. ¿Estás bien?

—Estoy… sobreviviendo —respondió, tratando de controlar el temblor en su voz—. He decidido hacerlo. Quiero salir de aquí.

La doctora no necesitó más explicaciones.

—Perfecto. Te pondré en contacto con Nuria. Ella es increíble, Lolita. Ha ayudado a muchas mujeres. Pero, por favor, hazlo todo con cuidado.

—Sí, lo haré bien. Solo necesito un poco más de tiempo.

La doctora le dio las instrucciones para contactar con Nuria y acordaron mantenerse en comunicación.

Los días posteriores, Lolita comenzó a observar a Eudald con más atención que nunca. Sabía que, con el ego que lo caracterizaba, jamás sospecharía que ella podría darle la vuelta a la situación. Solo necesitaba que, el día que fuese a hacerlo, Eudald tuviese que entrar en el baño por un grifo estropeado o una gotera… Por lo que fuera, pero durante unos minutos (los suficientes para poder sacar la llave de su escondite. Eudald cometía no solo error de descubrirlo, sin percatarse de que Lolita lo había visto, sino de llevársela consigo. Ella no lo cometería.

Una mañana, cuando Eudald se fue a trabajar, Lolita volvió a ir hacia casa de su madre, con el permiso de su marido, por tal de seguir aprendiendo a cocinar. La había vuelto a humillar diciéndole que fuese más a menudo, que aún le faltaba mucho. De camino, paró en un zapatero para hacer una copia de la susodicha llave. También dejó los mejores zapatos de Eudald. Él mismo se lo había pedido.

Por la tarde, regresó y se guardó la llave en el bolsillo de la bata que solía usar estando en casa. Tenía dos y cada una la usaba a semanas alternas. Ambas eran preciosas, del gusto de Eudald, hechas con estilo capitoné. No quería que luciese demasiado estando en casa. Era martes, así que le quedaba casi toda una semana para buscar el momento. Le dejó los zapatos en el zapatero y, al llegar a casa, Eudald la abrazó, inusualmente, para agradecerle que se los habían dejado perfectos. Ella casi tembló cuando puso la mano tocando el bolsillo donde tenía la llave. Pero, tanto sufrir, la había dejado los nervios de piedra, bien preparados para no tener reacciones inapropiadas cerca de Eudald.

Días después, volvió a coincidir con Carmen en el parque.

—Todo está listo —le dijo, con una mezcla de nervios y determinación en la voz—. Ahora solo tengo que esperar el momento adecuado.

Carmen la miró con seriedad.

—Lolita, por favor, ten cuidado.

—Lo tendré, Carmen. Pero por primera vez en años siento que tengo el control de algo. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Si me ve antes de lo previsto, probablemente, no me dejará salir nunca más. Y, de conseguirlo, no sé si podré acercarme a agradecerte que me hayas escuchado y hayas sido la amiga que necesitaba. Si alguna vez necesitas tú ayuda, si te animas a dejar a tu marido, usa esta tarjeta. Lolita no dudó en dejarle aquella pequeña pieza de papel que tanto había supuesto para ella misma.

Lolita sabía que estaba arriesgándolo todo, pero también sabía que no tenía nada iba a mejorar. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que su destino estaba en sus propias manos. Y estaba dispuesta a luchar por él.


Inimpugnable
Capítulo XVIII: La semilla de la venganza
por Carmen Nikol


Capítulo anterior: Una noche para recordar
Capítulo posterior: El renacer de Lolita


LICENCIA: © 2024 por está bajo Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinDerivados 4.0 Internacional 

Publicado por Entrevisttas.com

Entrevisttas.com comienza su andadura sin ánimo de lucro, como el blog personal de Carmen Nikol. Se nutre, principalmente, de entrevistas y artículos realizados por ella misma y por algunos colaboradores. Con el tiempo, desarrolla su sistema de colaboraciones con autores de renombre en diferentes materias como las ciencias, el derecho, la investigación, el deporte... Y busca constituirse como una revista. ¿Quieres colaborar? No dudes en contactar. Todos lo hacemos de forma gratuita.

3 comentarios sobre “Inimpugnable – Capítulo XVIII: La semilla de la venganza

Replica a Enrique Ortega Gironés Cancelar la respuesta