El misterio de Liz en Segovia (Parte IV y última)

Liz abandonó la catedral bajo el cielo encapotado, con el peso del destino que la ciudad le había impuesto. Aun así, algo en su interior le decía que aún no había visto todo, que su papel en esta historia estaba lejos de estar claro. Decidió que, si de verdad estaba destinada a ser la guardiana del Corazón de Segovia, tendría que entender hasta el último rincón de este secreto.

Siguió su instinto y se dirigió hacia el barrio de la Judería, uno de los lugares más antiguos y misteriosos de Segovia. Allí, entre callejones angostos y muros cargados de historia, se encontraba la antigua Sinagoga Mayor, un edificio discreto y antiguo que había sido restaurado para el turismo. Pero Liz sabía que no todo estaba a la vista. La ciudad misma le decía que había algo más en ese lugar.

Cruzó las puertas del edificio, apenas iluminado por los últimos rayos de sol, y empezó a recorrer cada rincón. Finalmente encontró una puerta escondida en la pared trasera, disimulada bajo un viejo tapiz. Al abrirla, se encontró ante una escalera que descendía hacia la penumbra. Encendió la linterna de su móvil y comenzó a bajar, sintiendo una creciente tensión que le oprimía el pecho.

Al llegar al final, se encontró en una cripta. En el centro, sobre un pedestal de piedra, yacía el mismo cofre tallado que había visto en la Casa de la Moneda, el supuesto Corazón de Segovia, pero esta vez estaba abierto y vacío. Junto al pedestal había alguien más: Samuel Herrera, con la misma expresión indescifrable.

—Te dije que nos volveríamos a ver, Liz —dijo Herrera sin mirarla, contemplando el cofre vacío—. Esto no es lo que parece.

—¿Entonces? ¿Qué significa todo esto, Samuel? —preguntó Liz, tensa, observando el cofre abierto con recelo.

Samuel suspiró y, por primera vez, Liz vio algo de vulnerabilidad en él.

—Creías que estabas buscando una reliquia, un objeto con poder, ¿verdad? Pero el Corazón de Segovia no es algo que puedas ver o tocar. Es un pacto, una conexión con el alma misma de la ciudad, que solo los guardianes comprenden.

Liz sintió que la sangre se le helaba. La marca en su muñeca empezó a arder intensamente, como si resonara con las palabras de Herrera. En ese momento, una sombra salió de las paredes de la cripta, tomando la forma de la figura encapuchada que la había seguido desde la catedral. La figura avanzó hasta quedar entre ellos, y entonces, con un lento movimiento, retiró la capucha.

Liz contuvo la respiración. Frente a ella estaba su propio rostro, idéntico al suyo en todos los detalles, pero con una expresión fría y desprovista de emoción. Era como un reflejo sombrío, una versión de sí misma marcada por la carga que acababa de aceptar.

—Yo soy el verdadero Corazón de Segovia —dijo la figura con su misma voz, en un tono helado—. Soy la sombra que lleva el peso de todos los secretos de esta ciudad, la guardiana que nunca muere, el alma que vigila. Ahora tú eres parte de mí, Liz, y yo soy parte de ti.

La revelación cayó sobre Liz como una losa. Comprendió que, al aceptar su papel como guardiana, se había unido de manera irreversible a la ciudad, hasta el punto de convertirse en una extensión de ella. Esa figura sombría, su doppelgänger, era el verdadero rostro de la responsabilidad que había asumido: una manifestación física de la vigilancia eterna de Segovia.

—No puedes deshacer lo que has hecho —continuó la figura, acercándose hasta quedar cara a cara con Liz—. Ahora llevas conmigo el secreto de la ciudad. Pero recuerda: mientras tú existas, yo también lo haré. Y cuando tú no estés, alguien más tomará tu lugar. Este es el precio de la verdad, el ciclo que no puede romperse.

Liz escuchaba aterrorizada cada palabra y Herrera, desde un rincón, la observaba con una mezcla de lástima y aceptación.

—Lo siento, Liz —dijo él suavemente—. Yo fui guardián, como tú lo serás ahora. Pero no pude soportar el peso y busqué un sucesor. Esa es la verdad del Corazón: nunca es una elección; siempre es una herencia que se transmite. Sabía que podrías con esta tarea y con tu labor como detective. Y necesitaba a alguien que, como tú, tenga las ganas de conocimiento y el ansia de rebuscar entre lo imposible, cuando es necesario. Serás una buena guardiana.

Sin una palabra más, la figura de sombra se desvaneció, dejando a Liz sola en la cripta, con Herrera a su lado, el cual parecía estar perdiendo el aliento y tiñendo su piel de un color cetrino. Ahora comprendía por qué todos sus intentos de escapar habían sido en vano. Segovia ya no era solo una ciudad para ella; era una parte de su ser, una conexión imposible de romper.

Llamó a urgencias para que atendiesen a Herrera, pero cuando llegaron ya había perdido la vida. Pero, tal cual salía, una luz muy brillante, cegadora, la despertó en su cama. ¿Acaso, nuevamente, había sido todo un sueño?


El misterio de Liz en Segovia (Parte IV y última)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol


Publicado por Entrevisttas.com

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