Dos días después de aquella noche en la Casa de la Moneda, Liz no podía dejar de pensar en lo ocurrido. La marca dorada en su muñeca, en forma de llave, no desaparecía, y la sensación de ser vigilada se había vuelto una constante. No importaba en qué rincón de la ciudad se encontrara, la sombra de aquella figura encapuchada parecía seguirla a cada paso, como una advertencia o una amenaza velada.
Su intención de regresar a Barcelona se veía cancelada cada vez que se metía en alguna plataforma para comprar su billete. No se podía ir de Segovia sin averiguar cómo podía eliminar esa marca dorada. La Yébenes, como la conocían sus colegas, no dejaría jamás un caso inconcluso. Había intentado retomar su vida normal y aceptar que el caso estaba cerrado, pero sabía, en el fondo, que no era así. A veces, en el silencio de la madrugada, cuando la ciudad dormía y todo estaba en calma, Liz sentía una fuerza inexplicable que la atraía de vuelta a los lugares donde los Espectros habían dejado sus huellas. La catedral, el Alcázar, la Casa de la Moneda… Cada uno de esos lugares, custodiado por sus propios secretos, parecía llamarla, como si Segovia no estuviera dispuesta a dejarla ir.
Un día, mientras caminaba por la Plaza Mayor, frente a la catedral, notó algo que no había visto antes: un símbolo tallado en una de las piedras de la fachada. Era una marca idéntica a la de su muñeca. Se detuvo, contemplándola, y por un momento, se sintió atrapada en una especie de trance. Sin pensar, colocó la mano sobre la piedra, y para su sorpresa, una voz profunda y resonante invadió su mente: El tiempo no es tu enemigo, Liz. Aún tienes la oportunidad de descubrir lo que has desatado, pero cada secreto tiene un precio.
La voz se desvaneció y Liz retiró la mano, retrocediendo en shock. Nadie a su alrededor parecía haberse dado cuenta de nada. Miró alrededor, intentando captar alguna presencia extraña, pero la plaza seguía llena de turistas y ciudadanos comunes, ajenos a lo que ella había experimentado. Sin embargo, en su interior, una fuerza desconocida crecía, alimentando una mezcla de temor y curiosidad. ¿Qué quería decirle la ciudad? ¿Por qué la seguía llamando?
Esa noche, mientras repasaba antiguos libros y notas en su oficina, descubrió algo peculiar en el diario que había encontrado en la biblioteca del Alcázar. Había una página que antes estaba en blanco, pero ahora contenía un mensaje escrito a mano. Reconoció la letra de Samuel Herrera: «Nos volveremos a ver, Liz. Cuando estés lista, el Corazón revelará su verdadero propósito, y tú serás su única protectora. Segovia ha elegido a su guardiana, y no puedes huir de lo que eres».
Liz sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Acaso también él había sido un guardián? ¿Por qué la había contratado si ella era tan solo una detective con sede en la ciudad condal?
Finalmente, decidió regresar a la catedral una vez más. Al llegar a las criptas, notó una inscripción en el suelo que antes no había visto: un círculo con símbolos que formaban un patrón. La marca en su muñeca comenzó a brillar suavemente, y antes de que pudiera retroceder, el círculo emitió una luz intensa que la envolvió.
Cuando la luz desapareció, Liz se encontró en un lugar oscuro y frío, un espacio que parecía ubicarse fuera de todo tiempo. Frente a ella, la figura encapuchada emergió, con su rostro oculto en las sombras.
—Has venido, Liz —dijo la figura, con una voz suave pero firme—. Es el momento de que tomes tu lugar en el círculo. La ciudad te ha llamado y el Corazón depende de ti.
—¿Por qué yo? —preguntó Liz, al borde de la desesperación—. No pedí esto. Solo quería conocer la ciudad, aprovechando que me habían contratado para trabajar sobre unos planos.
—La verdad nunca es solo una respuesta —respondió la figura, acercándose lentamente—. Es una carga. Tú eres la elegida porque eres capaz de soportarla, porque eres lo suficientemente fuerte para protegerla. Ahora tienes una decisión que tomar: proteger Segovia desde las sombras o permitir que otros intenten obtener su poder.
Liz sintió el peso de la responsabilidad que la figura le imponía. Sabía que si aceptaba, su vida cambiaría para siempre, y que la ciudad siempre estaría conectada a ella, en vigilia y en sueños.
—Y si acepto, ¿qué sucederá conmigo? —susurró Liz, apenas audiblemente.
La figura esbozó una sonrisa enigmática.
—Solo el tiempo lo dirá, guardiana.
La luz comenzó a rodearla de nuevo, y antes de que pudiera decir nada más, Liz se encontró de vuelta en la cripta de la catedral, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, su mano temblaba, y la marca en su muñeca parecía arder como un fuego interno.
Mientras salía de la catedral, comprendió que su vida ya no le pertenecía del todo. Ahora era parte de Segovia y de sus secretos, para bien o para mal. Las sombras, las leyendas y los Espectros la acecharían, esperando el momento en que necesitara enfrentarse a ellos una vez más.
Y, en el horizonte, una tormenta se avecinaba sobre la ciudad, como un presagio de lo que aún estaba por venir.
(Continuará)
El misterio de Liz en Segovia (Parte III de IV)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol