El misterio de Liz en Segovia (Parte II de IV)

El misterio de Liz en Segovia (Parte II de IV)

Cuando Liz volvió en sí, estaba tendida en el suelo de la biblioteca, y todo parecía igual… a simple vista. Al levantarse, notó que algunos de los libros antiguos habían desaparecido de las estanterías y que las ventanas estaban tapiadas, como si nadie hubiera pisado esa sala en años. El silencio era absoluto, y el aire seguía teniendo un peso denso, opresivo. Acto seguido, miró su móvil, como siempre en un momento de crisis, y vio que no tenía señal.

Intentó abrir la puerta de la biblioteca, pero esta se encontraba cerrada, y al forzarla, se dio cuenta de que no cedería. Mientras observaba la habitación en busca de alguna salida alternativa, oyó pasos en el corredor, pasos lentos y pesados que resonaban en las paredes de piedra. Liz se agachó y tomó la postura de antes de incorporarse, miró por la rendija de la puerta, esperando ver al guardia del castillo, pero lo que vio la dejó sin aliento: una figura encapuchada, similar a la que había visto en la cripta de la catedral: caminaba por el pasillo, y se detuvo frente a la puerta de la biblioteca.

Imagen creada con IA por Carmen Nikol

Contuvo la respiración, inmóvil, mientras la figura giraba la cabeza, como si la mirara directamente a los ojos. La figura se quedó allí, en silencio, hasta que finalmente se alejó, dejando tras de sí un susurro apenas audible: «Protege el Corazón, Liz, o pierde tu alma».

Liz, tratando de mantener la calma, regresó al altar subterráneo en su mente, recordando cada símbolo, cada palabra que había alcanzado a leer antes de perder la conciencia. Comenzó a revisar de nuevo los libros en la biblioteca, buscando alguna pista. Al hojear las páginas del libro de Crónicas de la Sociedad de los Espectros, se dio cuenta de que había una sección en latín que no había leído antes, una especie de advertencia sobre un guardián de la reliquia. Las palabras le helaron la sangre: «Aquel que libere el Corazón quedará atrapado en su tiempo, condenado a vivir en el umbral de dos mundos, hasta que encuentre su sucesor».

Liz pensó que estaba soñando. Que esto era demasiado misterioso, demasiado parecido al caso anterior. De aquél, aún no tenía la certeza de si había sido un verdadero viaje en el tiempo o no. Ambas parecían haber vivido un sueño y nada material les había dejado claro que no lo fuera.

En todo caso, la advertencia era clara: al tocar la caja, ella misma se había convertido en el nuevo guardián de ese oscuro secreto. Desesperada, continuó leyendo y encontró una línea que decía: Los caminos del guardián se conectan en la torre donde se alza la ciudad. Busca la última luz del Alcázar. Entendió que su única salida era regresar a la torre del castillo, pero la figura encapuchada, probablemente, seguía patrullando los pasillos, como si fuera una sombra de su propio destino.

Liz comenzó a explorar el castillo, utilizando cada sombra y rincón para moverse sin ser vista. Su cabeza comenzaba a sufrir la densidad de aquel ambiente, cada vez más pesado; a cada paso que daba, parecía arrastrarla a un tiempo indefinido, un espacio que no pertenecía ni al presente ni al pasado. Finalmente, llegó a la torre del Alcázar y subió por las angostas escaleras de piedra, hasta alcanzar la cima. Allí, rodeada por las almenas que parecían vigilar la ciudad desde las alturas, divisó un objeto brillante en el suelo: una llave antigua, dorada y ornamentada, que yacía entre las piedras.

Mientras se agachaba para recogerla, escuchó una voz familiar a sus espaldas.

—Has llegado hasta aquí, pero el camino no ha terminado, Liz.

Era Samuel Herrera, su rostro reflejando una mezcla de tristeza y resignación. No parecía sorprendido de verla allí, como si supiera que ambos estaban condenados a encontrarse en ese lugar.

—¿Qué me has hecho, Herrera? —le gritó Liz, sosteniendo la llave en alto.

—No te he hecho nada. Tú elegiste descubrir la verdad. Y ahora esa verdad es tu carga. El Corazón necesita un guardián, y tú has sido elegida. Pero aún tienes una salida, aunque sea arriesgada.

—¿Cuál es esa salida? —preguntó, con la voz cargada de desesperación.

Herrera señaló una pequeña puerta que ella no había visto antes, una puerta que se abría hacia el exterior de la torre y que daba directamente a un estrecho balcón que se asomaba al vacío.

—Debes entregar la llave en el último altar, más allá del castillo. Allí encontrarás la única manera de cerrar el círculo y de desatarte de este destino. Pero no será fácil… y no estás sola en esta búsqueda. Hay quienes protegerán el Corazón con su vida.

Liz comprendió que no tenía otra opción. Fuera un sueño o no, iba con su carácter: siempre necesitaba resolver los misterios que se le presentaban. Así que, sosteniendo la llave con fuerza, salió al balcón y descendió cuidadosamente por una escalera lateral que la condujo a un sendero escondido entre las murallas del castillo. Sin embargo, a medida que avanzaba, sintió que algo o alguien, nuevamente, la seguía.

El camino la llevó al pie del castillo y luego hacia las afueras, donde se encontraba la Casa de la Moneda de Segovia, una antigua fábrica del siglo XVI, ahora musealizada, pero antaño un lugar de poder y misterio. La leyenda contaba que, en los cimientos de esa casa, se habían realizado rituales ancestrales para proteger los secretos de Segovia. Al entrar en el edificio, Liz notó que la atmósfera se volvía aún más pesada y opresiva, como si las paredes susurraran advertencias antiguas. Y a no tenía claro si era que tenía un fuerte dolor de cabeza o es que, realmente, a cada estancia que se dirigía el ambiente se cargaba respecto a la anterior.

Siguió los pasillos hasta un salón subterráneo, y allí encontró un altar similar al que había visto en el Alcázar. Al acercarse, sintió un extraño calor emanar del objeto, como si una energía invisible latiera en su interior. Colocó la llave en la cerradura y, al girarla, el suelo tembló, como anteriormente, y una luz dorada se extendió por la sala. Sin embargo, en lugar de liberarla, sintió una fuerza que la atraía hacia el altar.

Un último susurro resonó en su mente: «Has abierto la puerta, pero el Corazón aún necesita un guardián. Elige, Liz: toma el lugar que te corresponde o cierra el ciclo y permite que otros lo custodien».

En ese momento, un peso en el pecho, una opresión que la anclaba al suelo y la obligaba a decidir se apoderó de ella. Sabía que, si permanecía, asumiría el rol de guardiana, atrapada entre las sombras de la ciudad y no había llegado a Segovia para eso (o eso pensaba ella). Pero también intuía que, si abandonaba su tarea, el secreto podría caer en manos de alguien que no comprendiera su importancia o, peor aún, que lo usara para propósitos oscuros. Y Liz tenía muy claro que su intuición era la de un buen sabueso.

Con la luz dorada envolviéndola, cerró los ojos y tomó una decisión. Cuando volvió a abrirlos, el altar estaba vacío, y el pasadizo, desierto. El temblor había cesado, y el lugar parecía haber vuelto a su calma ancestral. Sin embargo, notó que, en su muñeca, una marca dorada en forma de llave había quedado grabada en su piel, como un recordatorio de la elección que había hecho.

Afuera, la ciudad de Segovia parecía inmutable, tranquila bajo el cielo estrellado, pero Liz sabía que algo había cambiado. Con la marca en su muñeca, como símbolo de su conexión inquebrantable con el Corazón, abandonó la Casa de la Moneda sientiendose más ligera, sin pesadez.

Esa misma noche, en un rincón oscuro de la catedral, la figura encapuchada la observaba desde las sombras, esperando el momento en que, inevitablemente, Liz regresara a completar el destino que la había unido a Segovia.

(Continuará)


El misterio de Liz en Segovia (Parte II)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol


Publicado por Entrevisttas.com

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