El crimen del galerista granadino (parte II)

La mañana siguiente, aún con las palabras de Ana resonando en su mente, volvió a su hotel para analizar la información recogida. La declaración final de Ana era tan oscura como reveladora: «Hay más muertes… porque una vez que se empieza, no hay manera de detener el derramamiento de sangre». ¿A qué se refería? ¿Acaso estaba insinuando que había otros crímenes o que alguien estaba dispuesto a seguir matando para mantener un secreto?

Liz empezó a organizar su plan para el día. Su primera parada sería la morgue, donde el cuerpo de Joaquín Robles aún estaba en proceso de autopsia. Quería revisar los informes preliminares para entender mejor cómo había muerto y, tal vez, descubrir alguna pista adicional. La idea de que alguien en su círculo más íntimo, o incluso múltiples personas, estuvieran involucradas en su muerte, era inquietante, pero también un camino que cada vez cobraba más sentido.

Al llegar a la morgue, la recibió el forense, un hombre de complexión delgada y aspecto fatigado. Le indicó que venía de parte de Tomás, el jefe del Dpto. de Homicidios, pero forense ya tenía constancia de ello por parte del propio Tomás Pacheco, amigo suyo desde hacía varios miles de años.

—Quisiera darle la bienvenida, Srta. Yébenes. Pero ya sabe que, en estos lares, nunca se dan. Le comento: es un caso extraño, detective —dijo él, extendiéndole los informes iniciales—. No fue una muerte rápida. Los golpes y el estado del cuerpo sugieren que intentaron hacer que pareciera un ataque brutal, algo impulsivo. Pero… los cortes, el ángulo de las heridas… todo esto fue demasiado metódico. Al quitarle la máscara dorada, su cara estaba completamente aplastada. Parecía que habían usado el machacador de patata para hacer pures. Eran círculos pero con pinchos. Y sus labios estaban rajados para que pareciera una sonrisa de joker.

Liz examinó el informe: el nivel de crueldad indicaba una saña que no encajaba con un simple impulso. Esto era algo personal. «Las máscaras siempre caen», pensó. ¿Quién odiaba tanto a Joaquín como para orquestar una muerte de este tipo y luego convertirla en un espectáculo macabro?


Después de la morgue, Liz fue directamente a la casa de Inés. Era una mansión imponente en las afueras de Granada, rodeada de jardines descuidados. Al llegar, la encontró esperándola en el umbral, con una calma inquietante. Ya no iba de luto, no parecía la mujer que encontró en aquella cafetería.

—No esperaba su visita tan temprano —dijo Inés, cerrando la puerta detrás de Liz cuando esta entró.

—Supongo que tiene sentido, dada su falta de coartada —respondió Liz, observándola con atención—. ¿Esperaba a otra persona, entonces?

Inés esbozó una leve sonrisa, como si le agradara esa observación.

—No soy la única sin coartada, detective. La policía debería mirar más de cerca a Andrés Hidalgo. Creo que ya le mencionaron la pelea que tuvieron. Joaquín era… implacable. Si Andrés estaba en su camino, no dudo que él fuera capaz de cualquier cosa —respondió la viuda, obviando la pregunta directa de Liz—. Debería ir a visitarle también.

Liz ya había escuchado esta teoría, pero sabía que podría ser una estrategia de Inés para desviar la atención de sí misma. Lo típico. Sin embargo, la fría tranquilidad de Inés la desconcertaba. ¿Podría ser tan buena actriz, o de verdad era inocente?

Inés le sirvió un café a Liz, la cual estuvo a su lado mientras lo preparaba, pero no respondió claramente a ninguna pregunta y, cuando se disponía a marcharse, Liz notó un cuadro en el salón: una pieza de arte abstracto, con trazos en espiral y colores oscuros. Algo en la pintura le resultaba inquietante, como si hubiese visto esas formas antes.

—¿Es de Joaquín? —preguntó, señalando el cuadro.

—Sí. Lo pintó hace unos meses, durante la época de… nuestras dificultades —respondió Inés, con una sombra en los ojos—. Decía que pintar lo ayudaba a liberar su rabia.


De vuelta en su habitación de hotel, Liz empezó a repasar las notas, las grabaciones y transcripciones de sus entrevistas con todos los allegados de Joaquín. Sabía que las respuestas estaban ahí, enterradas bajo capas de rencor, celos y rivalidades. Pero, cuanto más analizaba, más le parecía que cada uno de los sospechosos tenía motivos suficientes para quererlo muerto. La red era tan amplia que se preguntaba si acaso Joaquín había creado un círculo de autodestrucción a su alrededor, un ciclo de tensiones y odio que, finalmente, había cobrado su vida.

Al día siguiente, decidió reunirse con Ana de nuevo. Tenía preguntas que solo ella podía responder, especialmente en relación con Andrés Hidalgo y sus conflictos en la galería. La encontró en la casa familiar de los Robles, una antigua casona en el Albayzín, el barrio más pintoresco de la ciudad. Pero cuando llegó, encontró a Ana en un estado de shock evidente.

—Han atacado a Manuel —le dijo Ana, con los ojos enrojecidos—. Anoche. Lo encontraron en su taller, inconsciente. Está en el hospital ahora mismo. Creen que puede estar relacionado con la muerte de Joaquín.

Liz sintió una oleada de preocupación. Esto complicaba aún más el caso, pues podía indicar que el asesino aún estaba activo y dispuesto a silenciar a cualquiera que pudiera revelar algo importante. Para nada, por ser inusual, iba a pensar que Manuel se pudiera haber autolesionado. Se dirigió de inmediato al hospital para intentar hablar con él. Cuando llegó, el artista estaba en una cama, cubierto de vendajes y visiblemente afectado.

—Quisieron matarme… —dijo Manuel, apenas en un susurro—. No… no vi su rostro, pero sé que era alguien que… que quería que guardara silencio.

—¿Silencio sobre qué? —Liz se inclinó hacia él, intentando que no se asustara.

Manuel cerró los ojos un momento, luchando por mantenerse despierto.

—Hay… algo en la galería. Algo que Joaquín descubrió… y que los demás querían ocultar. No puedo decirte más. No aquí…

Antes de que pudiera continuar, comenzó a toser violentamente, y Liz supo que no podría obtener nada más de él por el momento. Se retiró con más preguntas de las que tenía cuando había llegado: ¿Qué podía haber descubierto Joaquín que fuera tan peligroso? ¿Qué guardaba la galería?

Liz sabía que debía regresar a la galería y explorarla en profundidad. Cuando llegó, la policía seguía allí. Se habían encontrado pruebas adicionales que sugerían que Joaquín había estado investigando una red de corrupción en el mundo del arte local, una trama de tráfico de obras de arte falsificadas y lavado de dinero. Era posible que alguien en su círculo supiera que Joaquín estaba a punto de destaparlo todo y que había decidido eliminarlo antes de que pudiera exponerlos.

Sin embargo, mientras observaba la escena, algo en su intuición le decía que aún había piezas ocultas en este rompecabezas. La crudeza del asesinato, la máscara veneciana… Esos detalles no encajaban con un simple ajuste de cuentas. Alguien en ese círculo había manipulado los hechos, alguien que aún estaba jugando con ellos.


Esa noche, Liz regresó al Mirador de San Nicolás. La ciudad brillaba bajo la luz de la luna. Desde allí podía observar la Alhambra, tan imponente como siempre. Analizó el lugar donde había sido hallado el cuerpo de Joaquín, intentando imaginar lo que había ocurrido esa noche.

De pronto, una voz detrás de ella la sacó de sus pensamientos. Era Ana, que la había seguido de nuevo hasta el mirador.

—¿Por qué sigues buscando? —preguntó Ana en un susurro—. ¿No te das cuenta de que no se trata de encontrar justicia, sino de proteger ciertos secretos?

—¿Qué secretos, Ana? —preguntó Liz, volviéndose hacia ella algo asustada y muy sorprendida. Ana le había contratado para investigar la muerte de su hijo, pero parecía estar perdiendo la cabeza, pues le preguntaba tal cosa.

Ana la miró fijamente, con una expresión enigmática, antes de susurrar:

—A veces, proteger significa silenciar.

Antes de que Liz pudiera reaccionar, Ana le pidió que no la mirara mientras se alejaba, dejándola sola una vez más, con la certeza de que la muerte de Joaquín la había trastocado profundamente. Liz decidió, en ese mismo instante, que si Ana dejaba de pagarle sus honorarios, muy probablemente, continuaría investigando este enigmático caso.

(Continuará).


El crimen del galerista granadino (parte II de III)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol


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El crimen del galerista granadino (parte I)


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