El enigma del reloj de arena: una detective en el laberinto del tiempo (parte II)

La Barcelona del siglo XIX era un laberinto de calles estrechas y edificios imponentes. Sofía y yo nos movíamos con cautela, conscientes de que cada paso que dábamos podría alterar el curso de la historia. Rápidamente, sentí que Sofía no iba a ser una carga en esta enigmática situación que, siendo yo tan realista, me había dejado momentáneamente medio KO, a pesar de que a una detective nada le sorprende (es parte de su trabajo).

—Liz —susurró Sofía—, ¿cómo vamos a volver a nuestro tiempo?

Miré el reloj de arena en mi mano. La arena seguía moviéndose de manera errática, formando patrones que desafiaban toda lógica.

—Creo que la clave está en estos símbolos —respondí, señalando las marcas en la base del reloj—. Necesitamos encontrar a alguien que pueda descifrarlos.

Mientras caminábamos, noté que la gente nos miraba con curiosidad. Nuestras ropas modernas destacaban como un faro en la noche. Teníamos que encontrar una manera de mezclarnos.

—Sofía, necesitamos cambiar nuestra apariencia —dije—. ¿Tienes alguna idea de dónde podríamos conseguir ropa de esta época?

Ella asintió con los ojos ofreciendo un brillo repentino. —Mi bisabuela… ella vivía en esta época. Y, si mis cálculos son correctos, su casa debería estar cerca de aquí.

Siguiendo las indicaciones de Sofía, nos adentramos más en el corazón de la ciudad. Finalmente, llegamos a una casa de aspecto elegante. Sofía respiró hondo antes de tocar la puerta.

Una mujer joven, sorprendentemente parecida a Sofía, abrió la puerta. Sus ojos se abrieron de par en par al vernos.

—¿Quiénes sois? —preguntó, su voz mezclando curiosidad y cautela.

—Somos… viajeras —improvisé—. Hemos perdido nuestro equipaje y necesitamos ayuda.

La mujer, que resultó ser la tatarabuela de Sofía, Elena, nos miró con sospecha por un momento antes de que su expresión se suavizara.

—Pasad —dijo finalmente—. No puedo dejaros en la calle vestidas así.

Una vez dentro, y vestidas con ropas de la época, comenzamos a elaborar un plan. Elena, intrigada por nuestra historia (convenientemente editada), ofreció su ayuda.

—Estos símbolos —dijo, examinando el reloj—, me recuerdan a los que vi en un libro en la biblioteca del monasterio de Pedralbes.

—¿Podrías llevarnos allí? —pregunté, sintiendo que estábamos cerca de una pista crucial.

Elena asintió, pero su expresión se volvió seria. —Puedo llevaros, pero debéis tener cuidado. Han estado ocurriendo cosas extrañas en la ciudad. Desapariciones, objetos que se mueven solos… La gente habla de brujería.

Sofía y yo intercambiamos una mirada. ¿Podrían estos eventos estar relacionados con el reloj de arena?

Al día siguiente, nos dirigimos al monasterio. El edificio, imponente y antiguo, parecía guardar secretos en cada piedra. Mientras Elena hablaba con las monjas para conseguirnos acceso a la biblioteca, Sofía y yo exploramos los alrededores.

Fue entonces cuando lo vi. Un hombre, vestido con ropas que no pertenecían a esta época ni a la nuestra, observándonos desde las sombras. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sonrió de una manera que me heló la sangre.

—Sofía —susurré—, no estamos solas en este viaje.

Antes de que pudiera explicarle, Elena regresó con buenas noticias. Teníamos acceso a la biblioteca.

La biblioteca del monasterio era un tesoro de conocimientos antiguos. Libros y pergaminos cubrían cada superficie disponible. Con la ayuda de Elena, comenzamos a buscar cualquier cosa que pudiera ayudarnos a descifrar los símbolos del reloj.

Después de horas de búsqueda, encontramos algo. Un libro antiguo, con páginas amarillentas por el paso del tiempo, contenía símbolos similares a los del reloj.

—«El Códice del Tiempo» —leí el título en voz alta—. Esto tiene que ser.

Mientras estudiábamos el libro, descubrimos algo asombroso. Los símbolos no solo eran un lenguaje, sino una especie de mapa. Un mapa de los flujos del tiempo.

—Según esto —dije, tratando de descifrar el texto—, el reloj de arena es una especie de… ancla temporal. Permite a su portador navegar por los flujos del tiempo.

—Pero, ¿por qué nosotras? —preguntó Sofía—. ¿Por qué ahora?

Antes de que pudiera responder, escuchamos un estruendo proveniente del patio del monasterio. Al correr hacia la ventana, vimos algo que desafiaba toda lógica.

El cielo se había abierto, revelando un vórtice de colores imposibles. Y en el centro de ese caos, flotando como si la gravedad no existiera, estaba el hombre que había visto antes.

—Al fin os encuentro —su voz resonó con una autoridad sobrenatural—. Habéis activado el reloj. Ahora, debéis completar el ciclo.

—¿Quién eres? —grité, sintiendo que el reloj en mi mano comenzaba a vibrar.

—Soy el Guardián del Tiempo —respondió—. Y vosotras, sin saberlo, os habéis convertido en mis aprendices.

El vórtice comenzó a expandirse, amenazando con engullirnos. Elena gritó, aterrorizada por lo que estaba presenciando.

—¡Liz! —gritó Sofía, aferrándose a mi brazo—. ¿Qué hacemos?

—No nos podemos ir —dije con firmeza, sosteniendo el reloj en alto. Este es nuestro tiempo ahora, y está claro que hemos venido a arreglar el reloj.

El Guardián del Tiempo sonrió, una mezcla de orgullo y desafío en su rostro. —Sabia decisión, Liz Yébenes. Pero, ¿estáis preparadas para las consecuencias?

Con un movimiento rápido, giré el reloj de arena. Los símbolos brillaron con una luz intensa, y el vórtice comenzó a cerrarse. El Guardián del Tiempo desapareció en un destello de luz, pero su voz resonó en nuestras mentes: «Vuestra prueba comienza ahora. Resolved el enigma del tiempo o quedaos atrapadas para siempre».

—Estamos cambiando la historia —respondí, sintiendo el peso de nuestras acciones—. Y necesitamos tu ayuda, Elena. Eres parte de esto ahora.

Elena nos miraba con un rostro mezcla de asombro y miedo. —¿Qué… qué está pasando?

Sofía asintió, comprendiendo la magnitud de nuestra decisión. —Tenemos que descifrar el resto del Códice. Es la única forma de entender cómo funciona el reloj y cómo podemos arreglar las anomalías temporales.

Mientras las tres nos inclinábamos sobre el antiguo libro, sentí que estábamos al borde de algo mucho más grande que nosotras mismas. El reloj de arena pulsaba en mi mano, como un corazón latiendo con los secretos del universo.

—Esto va más allá de volver a casa —murmuré—. Tenemos el poder de cambiar el curso de la historia, de corregir errores del pasado y moldear el futuro.

—Pero, ¿tenemos el derecho? —preguntó Sofía, su voz cargada de duda y emoción.

—No se trata de derechos —respondió Elena, sorprendiéndonos con su repentina comprensión—. Se trata de responsabilidad. Si tenéis este poder, debéis usarlo sabiamente.

En ese momento, el reloj comenzó a brillar intensamente. Símbolos y ecuaciones flotaron en el aire a nuestro alrededor, formando un mapa cósmico del tiempo y el espacio.

—Es hermoso —susurró Sofía.

—Y aterrador —añadí.

Mientras observábamos el mapa temporal desplegarse ante nosotras, comprendí que nuestro verdadero viaje apenas comenzaba. No éramos simples viajeras del tiempo, éramos guardianas de la historia misma.

Con Elena a nuestro lado, una conexión inesperada entre pasado y futuro, nos preparamos para sumergirnos en el Códice del Tiempo. Cada símbolo descifrado, cada paradoja resuelta, nos acercaría más a comprender nuestro papel en el gran tapiz del tiempo.

El reloj de arena brillaba en mi mano, no como una promesa de aventura, sino como un recordatorio de nuestra nueva misión. El misterio se había transformado en una llamada al deber, y nosotras estábamos listas para responder.

Mientras la noche caía sobre la Barcelona del siglo XIX, tres mujeres de diferentes épocas se inclinaban sobre un libro antiguo, descifrando los secretos del universo. El futuro —y el pasado— dependían de nosotras ahora.

La Barcelona del siglo XIX era un laberinto de calles estrechas y edificios imponentes. Sofía y yo nos movíamos con cautela, conscientes de que cada paso que dábamos podría alterar el curso de la historia.

—Liz —susurró Sofía—, ¿cómo vamos a volver a nuestro tiempo?

Miré el reloj de arena en mi mano. La arena seguía moviéndose de manera errática, formando patrones que desafiaban toda lógica.

—Creo que la clave está en estos símbolos —respondí, señalando las marcas en la base del reloj—. Necesitamos encontrar a alguien que pueda descifrarlos.

Mientras caminábamos, noté que la gente nos miraba con curiosidad. Nuestras ropas modernas destacaban como un faro en la noche. Teníamos que encontrar una manera de mezclarnos.

—Sofía, necesitamos cambiar nuestra apariencia —dije—. ¿Tienes alguna idea de dónde podríamos conseguir ropa de esta época?

Ella asintió, sus ojos brillando con una idea repentina. —Mi bisabuela… ella vivía en esta época. Si mis cálculos son correctos, su casa debería estar cerca de aquí.

Siguiendo las indicaciones de Sofía, nos adentramos más en el corazón de la ciudad. Finalmente, llegamos a una casa de aspecto elegante. Sofía respiró hondo antes de tocar la puerta.

Una mujer joven, sorprendentemente parecida a Sofía, abrió la puerta. Sus ojos se abrieron de par en par al vernos.

—¿Quiénes sois? —preguntó, su voz mezclando curiosidad y cautela.

—Somos… viajeras —improvisé—. Hemos perdido nuestro equipaje y necesitamos ayuda.

La mujer, que resultó ser la bisabuela de Sofía, Elena, nos miró con sospecha por un momento antes de que su expresión se suavizara.

—Pasad —dijo finalmente—. No puedo dejaros en la calle vestidas así.

Una vez dentro, y vestidas con ropas de la época, comenzamos a elaborar un plan. Elena, intrigada por nuestra historia (convenientemente editada), ofreció su ayuda.

—Estos símbolos —dijo, examinando el reloj—, me recuerdan a los que vi en un libro en la biblioteca del monasterio de Pedralbes.

—¿Podrías llevarnos allí? —pregunté, sintiendo que estábamos cerca de una pista crucial.

Elena asintió, pero su expresión se volvió seria. —Puedo llevaros, pero debéis tener cuidado. Han estado ocurriendo cosas extrañas en la ciudad. Desapariciones, objetos que se mueven solos… La gente habla de brujería.

Sofía y yo intercambiamos una mirada. ¿Podrían estos eventos estar relacionados con el reloj de arena?

Al día siguiente, nos dirigimos al monasterio. El edificio, imponente y antiguo, parecía guardar secretos en cada piedra. Mientras Elena hablaba con las monjas para conseguirnos acceso a la biblioteca, Sofía y yo exploramos los alrededores.

Fue entonces cuando lo vi. Un hombre, vestido con ropas que no pertenecían a esta época ni a la nuestra, observándonos desde las sombras. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sonrió de una manera que me heló la sangre.

—Sofía —susurré—, no estamos solas en este viaje.

Antes de que pudiera explicarle, Elena regresó con buenas noticias. Teníamos acceso a la biblioteca.

La biblioteca del monasterio era un tesoro de conocimientos antiguos. Libros y pergaminos cubrían cada superficie disponible. Con la ayuda de Elena, comenzamos a buscar cualquier cosa que pudiera ayudarnos a descifrar los símbolos del reloj.

Después de horas de búsqueda, encontramos algo. Un libro antiguo, sus páginas amarillentas por el paso del tiempo, contenía símbolos similares a los del reloj.

—«El Códice del Tiempo» —leí el título en voz alta—. Esto tiene que ser.

Mientras estudiábamos el libro, descubrimos algo asombroso. Los símbolos no solo eran un lenguaje, sino una especie de mapa. Un mapa de los flujos del tiempo.

—Según esto —dije, tratando de descifrar el texto—, el reloj de arena es una especie de… ancla temporal. Permite a su portador navegar por los flujos del tiempo.

—Pero, ¿por qué nosotras? —preguntó Sofía—. ¿Por qué ahora?

Antes de que pudiera responder, escuchamos un estruendo proveniente del patio del monasterio. Al correr hacia la ventana, vimos algo que desafiaba toda lógica.

El cielo se había abierto, revelando un vórtice de colores imposibles. Y en el centro de ese caos, flotando como si la gravedad no existiera, estaba el hombre que había visto antes.

—Al fin os encuentro —su voz resonó con una autoridad sobrenatural—. Habéis activado el reloj. Ahora, debéis completar el ciclo.

—¿Quién eres? —grité, sintiendo que el reloj en mi mano comenzaba a vibrar.

—Soy el Guardián del Tiempo —respondió—. Y vosotras, sin saberlo, os habéis convertido en mis aprendices.

El vórtice comenzó a expandirse, amenazando con engullirnos. Elena gritó, aterrorizada por lo que estaba presenciando.

—¡Liz! —gritó Sofía, aferrándose a mi brazo—. ¿Qué hacemos?

—No nos vamos a ninguna parte —dije con firmeza, sosteniendo el reloj en alto—. Este es nuestro tiempo ahora, y tenemos que arreglarlo.

El Guardián del Tiempo sonrió, una mezcla de orgullo y desafío en su rostro. —Sabia decisión, Liz Sánchez. Pero, ¿estáis preparadas para las consecuencias?

Con un movimiento rápido, giré el reloj de arena. Los símbolos brillaron con una luz intensa, y el vórtice comenzó a cerrarse. El Guardián del Tiempo desapareció en un destello de luz, pero su voz resonó en nuestras mentes: «Vuestra prueba comienza ahora. Resolved el enigma del tiempo o quedaos atrapadas para siempre».

Elena nos miraba, su rostro una mezcla de asombro y miedo. —¿Qué… qué está pasando?

—Estamos cambiando la historia —respondí, sintiendo el peso de nuestras acciones—. Y necesitamos tu ayuda, Elena. Eres parte de esto ahora. Tenemos que descifrar el resto del Códice. Es la única forma de entender cómo funciona el reloj y cómo podemos arreglar las anomalías temporales.

Mientras las tres nos inclinábamos sobre el antiguo libro, sentí que estábamos al borde de algo mucho más grande que nosotras mismas. El reloj de arena de nuevo pulsaba en mi mano, como un corazón latiendo con los secretos del universo.

Durante días que se convirtieron en semanas, trabajamos incansablemente para descifrar el Códice. Cada símbolo revelado nos acercaba más a la comprensión de los misterios del tiempo. Elena resultó ser una aliada invaluable, su conocimiento de la historia local y su aguda intuición nos ayudaron a conectar piezas que de otro modo habrían permanecido dispersas.

Finalmente, en una noche de luna llena, los últimos símbolos del Códice cobraron sentido. El reloj de arena brilló con una intensidad cegadora, y sentimos como si el mundo entero se detuviera por un instante.

—Lo hemos logrado —susurró Sofía con una mezcla de asombro y alivio.

En ese momento, el Guardián del Tiempo apareció ante nosotras. su figura era etérea y brillaba con una luz suave.

—Habéis superado la prueba —dijo, su voz resonando con un eco de eternidad—. El reloj está reparado, y con él, el tejido del tiempo. Es hora de que regreséis a vuestro tiempo.

Miré a Elena, sintiendo una punzada de tristeza. —¿Qué pasará contigo?

Elena sonrió con una sabiduría antigua reflejándose en sus ojos. —Mi papel en esta historia ha terminado, pero el vuestro apenas comienza. Id, y llevad con vosotras la sabiduría que habéis ganado.

Con un último abrazo a Elena, Sofía y yo nos tomamos de las manos. El Guardián del Tiempo extendió su brazo, y el mundo a nuestro alrededor comenzó a disolverse en un torbellino de luz y color.

Cuando la luz se disipó, nos encontramos de nuevo en la tienda de antigüedades de Sofía, como si apenas hubiera pasado un instante desde que tocamos el reloj por primera vez. Pero algo había cambiado. El reloj de arena, ahora quieto y en apariencia ordinario, descansaba en la vitrina.

—¿Fue real? —preguntó Sofía angustiada.

Antes de que pudiera responder, noté algo en mi bolsillo. Al sacarlo, vi que era una página arrancada del Códice del Tiempo, con un mensaje escrito en una caligrafía elegante que reconocí como la de Elena:

«El tiempo es un río con muchos afluentes. Habéis aprendido a navegar sus corrientes. Usad este conocimiento sabiamente, pues ahora sois las nuevas Guardianas del Tiempo».

Sofía y yo nos miramos, comprendiendo que nuestra aventura, lejos de terminar y aun cuando podríamos vivir en puntos dispersos, apenas comenzaba. El reloj de arena podría parecer arreglado, pero sus secretos, y nuestra responsabilidad con ellos, perdurarían para siempre. ¿Cuántos guardianes del tiempo existirán? ¿Serás tú un guardián del tiempo?

Con esas dos preguntas, me desperté en mi cama. Como si todo hubiera sido un sueño…


El enigma del reloj de arena: una detective en el laberinto del tiempo (parte II de II)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol


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Publicado por Entrevisttas.com

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