Nunca pensé que un simple reloj de arena pudiera cambiar mi vida. Pero así son las cosas en mi línea de trabajo: lo ordinario puede volverse extraordinario en un abrir y cerrar de ojos. Me llamo Liz Yébenes y, como ya sabréis, soy detective privada afincada en Barcelona. Mi nombre proviene de Liz Taylor. A mi madre le encantaba y me quiso poner su nombre, sin darse cuenta de los difícil que iba a ser pronunciar esa z seguida por una y. Cabe decir, no obstante, que, creo, heredé su inteligencia y su sagacidad (me refiero a la de Liz Taylor), así como su instinto obsesivo. Mi madre faltó pocos días después de darme a luz y quizá quiso ponerme un referente en la preciosa actriz. Dicho esto, por si eres de los/as que comienza a maldecirme por la susodicha combinatoria de letras, pero también por acabar de presentarme (pues no lo hice en el anterior caso), procedo a contarte la historia de cómo me vi envuelta en el asunto más extraño de mi carrera.
Todo comenzó en una tarde de otoño. El viento arrastraba hojas por las calles empedradas del Barrio Gótico barcelonés, cuando recibí una llamada de Sofía Montero, una anticuaria conocida en los círculos más exclusivos de la ciudad. Su voz temblaba al otro lado de la línea.
—Señorita Yébenes, necesito su ayuda urgentemente. Ha ocurrido algo… inexplicable en mi tienda.
Intrigada, me dirigí a la tienda de antigüedades de Sofía, un lugar que parecía sacado de otra época y en el que ya había puesto los pies anteriormente para deleitarme con su decoración. Al entrar, tintinearon unas campanillas muy características. El aroma a madera vieja y libros antiguos me envolvió, como a todo el que entrara. Sofía me esperaba con un rostro pálido que contrastaba con su cabello oscuro. En ese momento, estaba sola.
—Es sobre este reloj de arena —dijo, señalando un objeto en una vitrina. Era hermoso, con un marco de plata labrada y arena dorada—. Lleva en mi familia varias generaciones, pero nunca… nunca había hecho esto.
—¿Qué exactamente? —pregunté, acercándome para examinar el reloj.
—Mire —susurró Sofía, dándole la vuelta al reloj.
Lo que vi me dejó sin aliento. La arena no caía. Flotaba, formando patrones imposibles, como si desafiara la gravedad misma.
—Esto comenzó hace tres días —explicó Sofía—. Y desde entonces, han estado ocurriendo cosas extrañas. Objetos que desaparecen y reaparecen en lugares diferentes. Y yo… a veces siento que estoy en dos lugares a la vez.
Escuché su relato con una mezcla de escepticismo y fascinación: como detective, estaba acostumbrada a lo inusual, pero esto era algo completamente diferente.
—¿Ha permitido que alguien más vea el reloj? —pregunté.
Sofía negó con la cabeza. —Sólo usted. Temía que me tomaran por loca.
Mientras examinaba el reloj más de cerca, noté algo grabado en la base. Eran símbolos que no reconocí, pero que me recordaban a antiguos jeroglíficos. Saqué mi teléfono para tomar una foto pero, para mi sorpresa, la cámara no funcionaba cerca del reloj.
—Esto es más que un simple truco —murmuré, más para mí misma que para Sofía.
De repente, las luces de la tienda parpadearon. Por un momento, todo se sumió en la oscuridad. Cuando la luz volvió, el reloj había desaparecido de mis manos.
—¡No! —exclamó Sofía—. ¡No de nuevo!
Comenzamos a buscar frenéticamente por la tienda. Fue entonces cuando noté algo extraño en un espejo antiguo ubicado en una esquina. Mi reflejo… no se movía al mismo tiempo que yo. Había un retraso, como si el espejo mostrara eventos que habían ocurrido segundos antes.
—Sofía —llamé, sin apartar la vista del espejo—. ¿Este espejo siempre ha estado aquí?
Ella se acercó, confundida. —Sí, por supuesto. Es una pieza del siglo XVIII.
Pero cuando miró su propio reflejo, su rostro palideció aún más. —Esa… esa no soy yo. Ni estoy en la misma postura.

En el espejo, el reflejo de Sofía no tenía el brazo en la misma posición. Mientras observábamos, fascinadas y horrorizadas a partes iguales, el reflejo cambió de nuevo. Ahora Sofía parecía mayor, con canas en su cabello y sin el collar que llevaba puesto.
—El tiempo —susurré—. De alguna manera, el reloj está afectando nuestro mismo tiempo.
En ese momento, escuchamos un ruido proveniente del sótano de la tienda. Bajamos las escaleras con cautela, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. El sótano era un laberinto de estanterías llenas de objetos antiguos, cada uno con su propia historia.
Y allí, en el centro de la habitación, flotando a un metro del suelo, estaba el reloj de arena. La arena dentro de él se movía en espirales imposibles, formando figuras que parecían contar historias de otros tiempos, en otros lugares.
—¿Qué está pasando? —preguntó Sofía. Y su voz era apenas un susurro…
Antes de que pudiera responder, sentí un tirón, como si algo me atrajera hacia el reloj. Vi que Sofía experimentaba la misma sensación. Luchamos contra esa fuerza invisible, pero era inútil.
Lo último que recuerdo es ver la arena del reloj envolviéndonos, y luego… oscuridad.
Cuando abrí los ojos, ya no estábamos en el sótano de la tienda de antigüedades. El aire olía diferente, como a humo y a algo que no pude identificar. Sofía estaba a mi lado, tan confundida como yo.
Nos encontrábamos en una calle empedrada, rodeadas de edificios que parecían sacados de otra época. La gente pasaba a nuestro lado vestida con ropas que reconocí de libros de historia. De hecho, su librería estaba igual, pero estábamos en la Barcelona del siglo XIX.
—Liz —susurró Sofía, aferrándose a mi brazo—. ¿Qué hemos hecho?
Miré a mi alrededor, tratando de mantener la calma. En mi mano, aún sostenía el reloj de arena. La arena dentro de él seguía moviéndose de manera antinatural.
—No lo sé. No lo sé —respondí—, pero vamos a averiguarlo. Y vamos a encontrar la manera de volver a casa.
Así comenzó nuestra aventura a través del tiempo, una búsqueda para descubrir los secretos del reloj de arena y encontrar nuestro camino de regreso al presente. Poco sabía yo entonces que este caso no solo desafiaría todo lo que creía saber sobre la realidad, sino que también me enfrentaría a peligros más allá de mi imaginación.
El misterio apenas comenzaba y yo estaba a punto de embarcarme en la investigación más extraña y peligrosa de mi vida.
(Continuará)
El enigma del reloj de arena: una detective en el laberinto del tiempo (parte I)
(Los misterios de Liz)
por Carmen Nikol
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