El inspector Luján se veía, de nuevo, caminando por el pasillo de un mercadillo. El lugar, abarrotado de vendedores, bullía de actividad: puestos de frutas, ropa de segunda mano, utensilios de cocina usados… Todo se amontonaba en desorden. Su equipo, compuesto por agentes de uniforme, se dispersó para realizar preguntas. Con todo ese alboroto visual, y a pesar del mismo, la atención del inspector permanecía enfocada en una sola cosa: el origen del misterioso mantel contaminado.
La primera media hora fue infructuosa. Los vendedores observaban la fotografía que les mostraban, pero negaban reconocerla, encongiéndose de hombros. Finalmente, un hombre de mediana edad llamado Jacinto observó la imagen más detenidamente.
—Creo que vendí uno como este hace unas semanas. Esos manteles eran parte de un lote que compré a un distribuidor.
—¿Un distribuidor? ¿Cómo se llama? —preguntó Luján, sacando su libreta.
Jacinto se rascó la cabeza.
—Le llaman César, pero dudo que ese sea su verdadero nombre. No suelo hacer muchas preguntas; compro lo que ofrecen y luego lo revendo aquí.
Luján apretó los labios. Era un comienzo, pero sabía que necesitaría más.
—¿Qué más sabe de él? ¿Tiene algún número o dirección donde podamos localizarlo?
Jacinto negó con la cabeza.
—Solo sé que suele moverse por almacenes viejos en los barrios periféricos. A veces trae cosas interesantes, pero otras veces lo que vende huele un pelín raro, como si hubiera estado almacenado mucho tiempo.
Con la información que Jacinto le había proporcionado, Luján regresó a la comisaría y organizó una reunión con su equipo. Les explicó lo que había descubierto sobre el tal César y les asignó tareas para rastrear su paradero. Además, ordenó analizar todos los datos de intoxicaciones en barrios periféricos durante los últimos años.
Mientras tanto, en el laboratorio, los forenses continuaban estudiando el mantel. Además del organofosforado detectado inicialmente, encontraron pequeñas trazas de un compuesto desconocido. El doctor López, jefe del laboratorio, llamó a Luján para informarle.
—Inspector, esto no es solo un caso de contaminación accidental. Las sustancias encontradas en el mantel no estaban presentes de manera uniforme. Parece que alguien aplicó un cóctel químico deliberadamente.
Luján sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Está diciendo que alguien intentó envenenar a propósito?
—Es una posibilidad muy plausible. Además, la combinación de químicos sugiere un conocimiento avanzado de toxicología. No parece obra de un aficionado.
El sabor de la culpa
Capítulo 7: Una investigación enredada
por Carmen Nikol
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