Al día siguiente, María seguía ingresada en el hospital, conectada a monitores que vigilaban sus constantes vitales. La tensión entre ella y Ricardo no había disminuido. Él llegó temprano esa mañana, portando un ramo de flores que dejó en la mesa junto a la cama. María apenas levantó la vista.
—¿Qué es esto? ¿Un intento de redimirte? —preguntó con ironía, con la voz cargada de resentimiento.
Ricardo suspiró y tomó asiento.
—¿Es necesario que sigas con estas insinuaciones? Estoy aquí porque me importa lo que te pase, María. Eres mi mujer, ¡hostias!
Ella soltó una risa amarga.
—¿Te importa? ¿Desde cuándo? ¿Antes o después de que empezáramos a vivir como extraños bajo el mismo techo?
Ricardo no respondió. Sus discusiones habían seguido un guion similar durante años y este intercambio no era diferente. Sin embargo, había algo más sombrío en esta ocasión, un velo de sospecha que lo hacía sentir como si cada palabra fuera un hilo más en la soga que los unía a ambos.
El doctor Hernández interrumpió la conversación al entrar. Traía consigo un informe y una expresión seria.
—Tengo novedades.
Ambos se enderezaron, tensos.
—Los análisis de la comida confirmaron la presencia de organofosforados en uno de los platos, específicamente en los restos de pollo de la señora Montes. Sin embargo, hay algo extraño: la concentración es significativamente más alta en su muestra gástrica que en los alimentos. Eso sugiere que hubo otra fuente de exposición.
María lo miró confundida.
—¿Otra fuente? ¿Como qué?
El médico dudó antes de responder: —Podría haber sido algo que tocó directamente la comida de su plato, como un utensilio contaminado o incluso un contacto directo con la piel.
El silencio se volvió sepulcral. María giró lentamente la cabeza hacia Ricardo, cuyos ojos estaban fijos en el médico.
—¿Está diciendo que alguien podría haberlo puesto allí deliberadamente? —preguntó Ricardo.
El doctor mantuvo su tono neutral.
—No estoy sugiriendo nada. Solo presento los datos. Esto es algo que la policía podrá investigar más a fondo si ustedes lo consideran necesario.
María asintió con lentitud, pero su mirada no abandonó la figura de Ricardo.
Esa misma tarde, el hospital contactó con un equipo de investigación policial para iniciar un análisis más exhaustivo. Los agentes llegaron al domicilio de los Montes, recogiendo todo lo que pudiera ofrecer pistas: cubiertos, platos, y hasta los productos de limpieza que había en la cocina.
El detective encargado, Gabriel Luján, era conocido por su precisión. Examinó cada detalle de la escena y no tardó en notar algo peculiar: había un residuo grasiento sobre el mantel que no correspondía con restos de comida.
—Llévense esto al laboratorio para la espectrometría —ordenó.
Ricardo, que había estado presente durante la recolección de pruebas, intentó mantener la compostura, pero el sudor en su frente no pasó desapercibido para el detective.
—Señor Montes, ¿alguna idea de por qué su esposa podría haber estado expuesta a un pesticida tan potente? —preguntó Luján con un tono casual, pero cargado de intención.
—La verdad es que no —respondió Ricardo rápidamente—. Ni siquiera sabía que algo así estaba en nuestra casa.
El sabueso lo observó por unos segundos antes de cambiar de tema.
—¿Han tenido visitas recientes? ¿Alguien que pudiera haber tenido acceso a la cocina?
Ricardo negó con la cabeza. —No que yo sepa.
Luján hizo una anotación en su libreta, pero su instinto le decía que había algo que no cuadraba.
De regreso en el hospital, María pidió hablar con el detective Luján en privado. Quería hacer una declaración, pero también tenía preguntas.
—Detective, no sé si esto es relevante, pero he sentido que algo no está bien en mi matrimonio desde hace meses. Ricardo ha estado más distante, más… evasivo. No sé si estoy siendo paranoica, pero siento que hay algo que no me está diciendo.
Luján tomó nota, manteniendo un rostro neutro.
—¿Ha notado algún comportamiento extraño? ¿Algo fuera de lo común en los últimos días?
María pensó por un momento antes de responder.
—Ahora que lo menciona, sí. Anoche, cuando Ricardo volvió a casa, no me dijo nada, pero traía un aire nervioso. Como si estuviera ocultando algo.
Luján agradeció la información y prometió seguir investigando. Cuando salió de la habitación, su mente ya estaba trabajando en múltiples hipótesis. Sabía que este caso requeriría tiempo, pero también intuía que la clave estaba más cerca de lo que parecía.
El sabor de la culpa
Capítulo 4: Sospechas
por Carmen Nikol
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