El sabor de la culpa – Capítulo 3: La primera grieta

Los resultados preliminares del laboratorio llegaron dos días después. Un toxicólogo, el doctor Hernández, se reunió con ellos en una sala privada del hospital.

—Hemos identificado una sustancia tóxica en la muestra gástricas de la señora Montes —anunció, mientras deslizaba unas hojas sobre la mesa.

—¿Qué sustancia? —preguntó María, intentando mantener la compostura.

—Un organofosforado. Es un tipo de compuesto químico utilizado en pesticidas. La concentración encontrada sugiere que la exposición fue reciente.

María y Ricardo intercambiaron miradas, pero esta vez el silencio fue más pesado. Finalmente, Ricardo habló:

—¿Y en mi muestra?

El doctor Hernández negó con la cabeza.

—No hemos encontrado nada significativo.

María se inclinó hacia adelante, enfadada.

—¿Cómo es posible? Comimos lo mismo.

El médico parecía elegir sus palabras con cuidado.

—Eso es lo que intentaremos determinar. Las muestras de la comida que trajeron están siendo analizadas. También sería útil saber si estuvieron en contacto con alguna otra sustancia antes de cenar.

La conversación quedó en pausa mientras ambos procesaban la información. María estaba inmóvil, pero su mente iba a mil por hora. Ricardo, por su parte, intentaba mantener la calma, aunque un leve temblor en su pierna lo delataba.

De regreso en la habitación, el clima entre ellos se había vuelto irrespirable. María rompió el silencio: —Esto no tiene sentido. Si fue la comida, ¿por qué tú estás perfectamente bien?

Ricardo no respondió de inmediato. Se levantó de la silla y empezó a caminar de un lado a otro. —Tal vez no comí suficiente. O tal vez… no sé, María. No soy médico. No lo sé, francamente no lo sé.

—Pero sí eres muy bueno esquivando responsabilidades —espetó ella, con una dureza que sorprendió incluso a Ricardo.

Se giró hacia ella con los ojos llenos de una furia contenida.

—¿De verdad crees que tengo algo que ver con esto? ¿Estás insinuando que te hice daño a propósito?

María no respondió, pero su mirada fue suficiente para confirmar lo que Ricardo temía.


Al caer la noche, mientras María dormía en el hospital, Ricardo regresó a casa. La soledad en la mansión era abrumadora. Encendió la luz de la cocina y se quedó mirando la mesa donde habían cenado. Algo en la escena lo incomodaba.

Se acercó a los cubiertos que se habían quedado en la mesa y notó algo extraño en una de las cucharas. Había un residuo casi imperceptible en el mango, como una mancha grasienta. Tomó la cuchara con cuidado. Algo en su interior le decía que debía guardarla. La envolvió en un paño y la escondió en un cajón.

—Esto no puede ser lo que creo… —murmuró para sí mismo, con el corazón latiendo con fuerza.


El sabor de la culpa
Capítulo 3: La primera grieta

por Carmen Nikol


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