La casa de los Montes era un monumento al buen gusto y la discreción. Un jardín impecable rodeaba la fachada blanca, y los ventanales ofrecían una vista envidiable de la ciudad de Córdoba.
A simple vista, María y Ricardo parecían la pareja perfecta. Él, un empresario de renombre; ella, una restauradora de arte con un nombre consolidado en el mundo cultural. Sin embargo, detrás de esas paredes se libraba una guerra fría que ni los cuadros ni los muebles caros podían disimular.
Aquella noche, María había preparado una cena especial. O al menos, eso aparentaba. Había encendido las velas y dispuesto la mesa con una precisión quirúrgica. Los cubiertos de plata relucían, y las copas de cristal brillaban bajo la luz tenue. Aun así, el ambiente estaba cargado de tensión.
—¿Otra vez pollo? —comentó Ricardo al sentarse, lanzando un suspiro exagerado.
María, con una sonrisa contenida, respondió:
—Es lo que teníamos en la nevera. Si quieres algo diferente, tal vez deberías aprender a cocinar y comprar algo más.
El intercambio de miradas fue breve pero cargado de resentimiento. A pesar de las pullas, ambos comieron en silencio. Ricardo apenas probó su plato, mientras que María terminó el suyo con pequeños bocados. La discusión estaba al caer, como siempre sucedía después de compartir una comida.
Cuando terminó de cenar, María comenzó a sentirse extraña. Un sudor frío perló su frente, y su visión se tornó borrosa.
—No me siento bien… —murmuró, tambaleándose al intentar levantarse.
Ricardo, ipso facto, se levantó y la sujetó antes de que cayera al suelo. A pesar de su frialdad habitual, quiso que María viese que estaba preocupado por ella.
El inicio de un enigma
En urgencias, el personal médico actuó rápidamente. A María le administraron antihistamínicos y la sometieron a diversas pruebas, mientras Ricardo permanecía en la sala de espera. Horas después, un médico salió a hablar con él.
—¿Es alérgica a algún alimento? —preguntó el doctor.
—Que yo sepa, no —respondió Ricardo.
El médico lo miró con cautela antes de continuar.
—Los síntomas sugieren una reacción tóxica. Queremos analizar lo que comió antes de llegar aquí.
El médico no perdió tiempo y ordenó lavados gástricos tanto para María como para Ricardo, aunque este último no había mostrado ningún síntoma de malestar.
—Es un procedimiento estándar cuando hay sospecha de toxicidad —explicó el médico al notar la protesta de Ricardo.
—¿Sospecha? ¿De qué? —preguntó, sintiendo cómo el pánico comenzaba a instalarse.
—Todavía no lo sabemos con certeza. Pero, considerando que ambos comieron lo mismo, es mejor asegurarnos.
Las enfermeras procedieron rápidamente, extrayendo y etiquetando cuidadosamente el contenido gástrico de ambos. Mientras trabajaban, María recuperaba poco a poco la conciencia. Al ver a Ricardo siendo sometido al mismo procedimiento, su mirada se llenó de desconcierto.
—¿Qué… qué está pasando? —logró murmurar.
—Están verificando si fue la comida —respondió Ricardo, evitando el contacto visual.
El médico guardó las muestras en recipientes esterilizados, etiquetándolos con números de identificación. Luego añadió:
—Enviaremos estas muestras al laboratorio para un análisis toxicológico. También necesitaré una muestra de lo que cenaron esta noche. ¿Puede traerla, señor Montes?
—Por supuesto —respondió Ricardo, aunque su mente estaba en otra parte.
Con ambos estabilizados y bajo observación, la noche se volvió extrañamente silenciosa. Sin embargo, ninguno podía ignorar el peso del enigma que acababa de instalarse entre ellos.
El sabor de la culpa
Capítulo 1: Sin apariencias
por Carmen Nikol
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