Tres semanas después de la llegada de Luna a la villa, Janus y Sandra finalmente arribaron a la isla. La llegada de su líder era, de algún modo, la señal de que aquella frenética fase de escape había terminado. A medida que Janus y Sandra cruzaban la entrada, una sensación de alivio palpable recorrió a todos los presentes.
Después de saludos y abrazos, el grupo se reunió en la terraza, donde el sonido de las olas y el calor suave de la tarde generaban un ambiente de extraña paz. Lena y Luna intercambiaron una mirada cómplice: esta vez, después de tanto tiempo, estaban todas las piezas en su sitio.
—Lo logramos —dijo Janus, mientras una sonrisa, inusual en él, asomaba en sus labios. Las palabras resonaron en el ambiente, cargadas de significado y alivio.
Sandra, que siempre había sido un personaje algo diferente y ciertamente misterioso por su pasado con Janus, los miraba a todos con ojos cálidos, transmitiendo una sensación de calma que pareció disipar cualquier resto de incertidumbre sobre ella. Lena se acercó a su hermana y, juntas, observaron a Janus mientras tomaba una respiración profunda, como si estuvieran preparándose para un último y definitivo anuncio.
—Todos hemos atravesado mucho en los últimos días, y hoy estamos aquí porque cada uno de vosotros ha seguido el plan al pie de la letra —dijo Janus, en un tono solemne—. Sin embargo, la razón por la que estamos en esta villa va más allá de un simple refugio temporal.
Se hizo un silencio mientras Janus continuaba, mirando a cada uno con intensidad.
—He decidido retirarme, empezar una nueva vida con Sandra en Oriente Medio —anunció, tomando la mano de Sandra—. Esto significa que, probablemente, nunca más nos volveremos a ver. Mi intención ha sido siempre asegurarme de que Lena y Luna estuviesen protegidas, que aprendiesen que los celos, sobre todo entre dos hermanas gemelas, reflejo idéntico en un espejo, no deben destruirlas. Que el respeto entre ellas ha de estar por encima de cuestiones de adolescencia. Y que, tampoco, ningún hombre puede estar por encima de ellas.
Esta villa va a ser su refugio común de por vida. Quienes estén con ellas deberán ser una fuente de apoyo y confianza. Y ¡ojalá seáis tú Javier y tú… Mateo! Pero, como bien sabes, Mateo, ellas merecen su lugar, su relación de hermanas que, aunque pagaste caro, intentaste quebrantar. La lección ha sido dura para todos, sobre todo para vosotros tres. Pero, ahora, con la edad, ya podemos ver, con diáfana claridad, que las relaciones no son solo pasión o deseo sexual. Yo, Janus, el que ha estado con ambas a la vez, lo que he hecho es enseñarles a ellas que eso no era importante y lo supieron sobrellevar, así como Sandra. Creo que están preparadas para poder vivir juntas, o separadas, pero siendo la una la buena hermana de la otra, la mejor tía de sus hijos, de tenerlos… el pilar con el que contar.
Los rostros de Lena y Luna escuchaban abrazándose y besándose, llorando de emoción. Y, a la vez, reflejaban asombro e incredulidad: Janus siempre había sido la figura central, el arquitecto de sus vidas, y ahora, al decidir partir de ese modo, dejaba claro que sus días bajo su liderazgo y protección habían llegado a su fin.
—Quiero que ambos —dijo Janus, mirando a Javier y Mateo— comprendáis la importancia de este momento. Si alguno de vosotros no está seguro de querer compartir el futuro con ellas, en algún momento vital, debéis respetar todo lo vivido y mantener un vínculo sano, por el bien de ellas y el vuestro propio. Si elegís alejaros, os proporcionaremos los medios para desaparecer en un país sin extradición, donde estaréis seguros. Esto ha sido demasiado gordo y nos mantendrá ligados de por vida.
Javier asintió, sin titubear, mientras sus ojos se posaban en Lena, transmitiéndole la tranquilidad y el compromiso que había demostrado en los momentos más oscuros. Ella le devolvió la mirada, reconociendo en ese gesto una promesa que ambos habían hecho en silencio. El estado de su apasionada relación daba un paso adelante, más afianzado.
Mateo, por su parte, visiblemente afectado por la magnitud de la decisión lanzó una mirada a las gemelas de plena complicidad. Sus ojos mostraron una vulnerabilidad que pocas veces había dejado ver. Después de unos segundos de reflexión, con un suspiro, expresó:
—Me quedo —dijo, en voz baja pero firme.
Luna, quien había contenido la respiración, dejó escapar una sonrisa de alivio mientras tomaba la mano de Mateo. Por alguna razón, Mateo había comenzado a ver a Luna, la que quiso abandonar en su juventud, traicionándola, como la mujer con la que quería tener hijos, compartir la vida. Ya no pensaba en Sandra: ella fue un paso en su vida necesario, pero no le dolía en absoluto que revelase que era la mujer de Janus. Al contrario, ahora solo podía ver a Luna en su vida. Y Luna, asimismo, se proyectó en él, a pesar de todo el horro vivido. La puñalada, al contrario de lo habitual, les había unido. Quizá sin ese acto, nada de esto hubiera pasado, hubiesen dejado de verse y nada más. Y, sin embargo, por el capricho del destino, había conseguido vincularlos de por vida.
—Muy bien —continuó Janus, relajando ligeramente su postura—. Esto es lo que quería asegurarme antes de despedirme. La villa está a nombre de sendas señoritas De Castro. Este refugio ha sido preparado para que puedan disfrutar de una vida tranquila, lejos de amenazas y complicaciones. Cada uno de vosotros tenéis el derecho a empezar de nuevo aquí, con vuestras nuevas identidades.
Luna y Lena intercambiaron una última mirada. Había algo agridulce en la despedida de Janus. Sabían que esta decisión era, en el fondo, su manera de asegurarse de que estarían bien incluso sin él. Tras tantos años de ser el hilo conductor de sus vidas, Janus estaba confiando en que podrían sostenerse por sí mismas.
—Esta es nuestra última noche juntos —concluyó Janus—. Quiero que sepáis que mi partida no es un adiós, sino el cierre de una etapa que nos ha definido a todos.
A medida que la tarde se convertía en noche, la villa se iluminó con suaves luces y la atmósfera se llenó de una extraña mezcla de nostalgia y libertad. Luna y Lena se quedaron junto a Janus y Sandra, compartiendo recuerdos y risas, mientras Javier y Mateo observaban, en silencio, respetando el momento.
A la mañana siguiente, antes de que el sol saliera, Janus y Sandra partieron de la villa en silencio, dejando atrás un legado de protección, lealtad y sacrificio. Lena y Luna los vieron alejarse desde la terraza, conscientes de que aquella despedida era el último acto de amor y de confianza de Janus hacia ellas.
Con la villa, ahora en sus manos, y el futuro por delante, ambas sabían que finalmente estaban libres para vivir la vida que tanto les había costado entender… aquella que siempre habían merecido.
Fin.
Espejo roto – Capítulo 25
El capricho del destino
por Carmen Nikol
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