A las primeras luces del alba, Luna fue despertada abruptamente por el ruido metálico de la puerta de la celda. Una guardia la miraba con frialdad mientras le indicaba que se preparara para el traslado. Apenas había tenido tiempo para reaccionar antes de que dos agentes entraran y la esposaran con un método que dejaba claro que no pensaban darle espacio para ningún movimiento inesperado.
Mientras caminaba por el pasillo, custodiada por ambos lados, trató de recordar cada detalle del código transmitido la noche anterior. Prepárate para la niebla. Sabía que tenía que mantenerse alerta, aunque los ojos cansados de los guardias a su alrededor no parecían reflejar ninguna señal de inminente cambio de rutina. Sin embargo, la presencia de un tercer guardia al final del pasillo le hizo sospechar que algo estaba a punto de suceder.
Los pasillos de la prisión parecían más fríos y oscuros que los días anteriores. A medida que avanzaban, el sonido de las llaves y las puertas resonaba como un eco hueco. Luna podía sentir la tensión en sus propios músculos, preparándose para cualquier eventualidad. Al girar en una esquina, uno de los agentes empezó a hablar por radio, y en ese instante, la electricidad en el corredor se cortó de golpe. Las luces parpadearon una vez antes de sumir todo en una penumbra inquietante.
Un susurro apenas perceptible le llegó al oído: El cuervo ha llegado al nido. Antes de que pudiera procesarlo, una figura encapuchada surgió de las sombras y en un movimiento rápido neutralizó al agente más cercano. Alessandro, que había aparecido sin previo aviso, le entregó una pequeña llave y le susurró: No tenemos mucho tiempo. Sigue mis instrucciones al pie de la letra.
Luna, aún desconcertada, asintió y en cuestión de segundos estaba libre de las esposas. La oscuridad y el caos en la prisión eran la cobertura perfecta para lo que estaba por suceder. Alessandro la condujo a toda velocidad por un conjunto de corredores que parecían haber sido estudiados minuciosamente. Los sonidos de alarma comenzaban a resonar por todas partes, lo que aceleraba el ritmo de su huida.
Mientras corrían, Luna pudo ver cómo otros miembros de seguridad, que claramente formaban parte del equipo de Janus, se encargaban de desarticular a los guardias y mantener las puertas abiertas. Todo el plan parecía milimétricamente calculado, aunque ella sabía que un solo error podría terminar con ambos atrapados y comprometidos.
Finalmente, llegaron a una salida lateral. Alessandro se detuvo y la miró con seriedad antes de darle instrucciones finales.
—Aquí es donde nos separamos. Una vez que estés afuera, un coche te estará esperando. No te detengas y sigue el protocolo sombra hasta recibir instrucciones. ¿Entendido?
Luna asintió, intentando contener la mezcla de miedo y adrenalina que recorría su cuerpo. Alessandro se despidió con un gesto de cabeza, y antes de que pudiera agradecerle lo que había hecho por ella, ya estaba desapareciendo entre las sombras. Luna cruzó la puerta y sintió la fría brisa de la madrugada golpear su rostro.
Tal como Alessandro había prometido, un coche oscuro la esperaba al otro lado del muro. El conductor, a quien no reconocía, le hizo una señal para que subiera. No dudó y se acomodó en el asiento trasero. Sin decir una palabra, el coche arrancó y se alejó rápidamente de la prisión, dejando atrás los sonidos de alarma y los gritos lejanos.
Durante el trayecto, Luna mantuvo la vista fija en el camino, pensando en cómo había llegado a este punto. Todo el plan de Janus parecía haber anticipado cualquier eventualidad, incluso aquella que ella no había previsto. Sabía que ahora debía ocultarse hasta que la situación fuera segura. Sus pensamientos la llevaron de vuelta a Sandra y a la extraña decisión de quedarse en Abu Dabi. ¿Había algo que no le había dicho? ¿Era posible que estuviera implicada de algún modo en su detención?
Mientras el coche se adentraba en una carretera secundaria, Luna revisó el sobre que Alessandro le había dado en la celda. Al abrirlo, encontró una nota breve y clara: Confía solo en Lena. La advertencia era un claro recordatorio de que la red de Janus, aunque poderosa, podía tener grietas, y en este momento su única verdadera aliada parecía ser su hermana, anteriormente gemela.
El coche finalmente se detuvo en una casa de apariencia común, en las afueras de la ciudad. El conductor la guio hasta la puerta y, sin pronunciar palabra, le entregó un nuevo dispositivo de comunicación. Luna, sintiendo el peso de la incertidumbre y la responsabilidad, entró en la casa y esperó en silencio.
Minutos después, el dispositivo vibró y en la pantalla apareció un mensaje de Lena: «Estás segura. Mantente oculta y espera nuevas instrucciones. Recuerda, la niebla sigue presente.»
Luna respiró profundamente. Lena era toda su esperanza y, pasase lo que pasase, como Janus bien sabía, era la única persona en la que podía confiar. Se tomó un whisky que le habían dejado preparado y cayó redonda casi 24 h.
Espejo roto – Capítulo 23
Prepárate para la niebla
por Carmen Nikol
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