El retorno a Barcelona fue apenas el comienzo de una nueva tensión que Lena no supo cómo definir. Comenzaba a estar cansada de vivir bajo tanta tensión, pero ¿qué remedio? Ya faltaba poco para conseguir que Luna pudiese liberarse totalmente de la sombra de la Ley. Las piezas del juego parecían estar encajando en sus lugares correctos, pero al mismo tiempo, cada vez era más claro que Janus movía los hilos con una precisión escalofriante. Su relación con Javier había llegado a un punto de intensidad que parecía inevitable: quería dejar a Janus para vivir con él, ASAP. Sospechaba, incluso, que Janus lo estaba formulando para que así pasase.
Apenas aterrizaron, Lena recibió un mensaje breve y directo de Janus: A mi oficina, hoy, ocho en punto. La cita no admitía excusas, y aunque su cuerpo aún llevaba las marcas de su última noche con Javier, su mente estaba fija en lo que Janus tendría que decirle.
Al llegar a la oficina de Janus, Lena intentó mantener una expresión neutral, pero no pudo evitar cierta inquietud. Él la recibió con su habitual frialdad calculadora, con esa mirada intensa sobre ella. Janus cerró la puerta tras de sí y la invitó a sentarse.
—Entonces, ¿qué tal el viaje? —preguntó con una suavidad inquietante.
Lena respiró hondo…
—Ha sido… productivo —respondió ella, manteniendo el contacto visual—. Lefebvre y Adrien han mostrado un compromiso sólido. Guillaume firmó en París, y Adrien se ha comprometido a facilitar el traslado de los fondos a través de sus contactos en el Banco de Luxemburgo.
Janus asintió, satisfecho.
—Perfecto, Lena. Has hecho un buen trabajo. —Hizo una pausa y ladeó la cabeza, observándola con algo parecido a una sonrisa irónica—. Y me han llegado rumores de que la colaboración con Javier está siendo más… fructífera de lo esperado.
El comentario dejó a Lena en silencio un instante. Entonces fue ella la que ladeó la cabeza y sonrió con cara de complicidad y picardía acotada.
—Javier y yo formamos un buen equipo —respondió con cautela, evitando ahondar en detalles.
—Lo sé —dijo Janus, como si lo supiera todo—. Esa era precisamente la idea. No pienses que no planeé cada uno de esos encuentros, Lena. No solo los negocios requieren de confianza y una base sólida; para lo que haremos después, era fundamental que fueras tú quien conectara con él. Ya sabes que yo soy muy liberal. Más aún, si cabe, cuando se trata de cerrar un negocio.
Lena se sintió atrapada entre la admiración por su carácter, la rabia por la manipulación (sin avisos) y cierta incomodidad. Si había una cosa que Janus tenía clara, era cómo manipular cada situación a su favor. Lena también lo era, con la relación de Luna y Janus, pero le hubiese gustado tener claro que Janus la quería algo más, que no se desprendería de ella así, sin comentario alguno sobre cómo podría llegar a desarrollar otras relaciones ella misma.
—¿Cuál es el siguiente paso, entonces? —preguntó, decidida a no darle a Janus más de lo que ya tenía sobre ella.
Janus deslizó un documento hacia ella.
—Luna tomará posesión de estos activos en Dubái y Abu Dabi. Es clave que el próximo viaje lo haga con Javier, y solo con él. Ya es hora de que todo este dinero tome su ruta final. Mateo y tú supervisaréis desde Barcelona; necesito que os enfoquéis en los últimos acuerdos, especialmente en Suiza y Sudáfrica. Estos fondos, que serán las principales fuentes de rentabilidad, asegurarán el anonimato y cubrirán cualquier rastro de capital proveniente de Dubái.
El papel que ella debía desempeñar en esta etapa era claro, pero saber que Luna estaría de cerca con Javier la inquietó, aunque procuró no mostrarlo. Cada vez que el nombre de Luna aparecía, Lena sentía que Janus, de alguna forma, buscaba analizar sus reacciones, observando cualquier signo de debilidad en ella. Por otra parte, quería saber cómo reaccionaria Javier con su gemela (algo modificada). Él no tenía por qué saberlo, si Janus no le decía nada sobre las operaciones estéticas. Luna contaba con nueva documentación.
Las semanas siguientes fueron una sucesión de reuniones, llamadas y cálculos complejos. Mientras Luna y Javier se sumergían en los negocios en Dubái, Javier procuraba llevársela a cenar. Tanía curiosidad porque se parecía mucho a Lena, incluso en la voz. Pero, no entendía cómo Janus había conseguido dos mujeres tan paralelas, si bien diferentes. Por otra parte, Luna se sentía especial. No había recibido aviso alguno, ni de Janus ni de Lena, sobre el tórrido romance entre Lena y Javier. De haberlo sabido, y tras las desgracias de juventud con respecto al apuñalamiento de Mateo por los celos que sentía, no se hubiese permitido salir con él ni a cenar. Sin embargo, su relación con Janus era casi parental y su cuerpo le pedía algo diferente, por fin. Javier, con su estilo directo y apasionado característico y habitual con las mujeres, le ofrecía algo que hacía mucho tiempo no sentía: cierta complicidad, una especie de refugio donde podía bajar la guardia, al menos por momentos, y sentirse deseada. Sí, se parecía a lo que le ofrecía Janus inicialmente, pero era con alguien nuevo, permitiéndose sentir algo diferente tras tantos años.
Durante una de esas noches en el apartamento de Javier, mientras discutían sobre los contratos que debían revisar en Suiza, él se acercó a ella con una mirada ambigua.
—Sé que Janus tiene su propia agenda, Luna —murmuró—. Lo veo en la forma en que nos dirige. Pero quiero que sepas algo: para mí, esto va más allá de sus planes. Quiero que Lena forme parte de mi vida. Tú la conoces desde hace muchos años, me consta. Y me gustaría saber qué opinas. ¿Crees que Janus lo verá bien?
Luna sintió una punzada en el pecho. ¿Cómo se podía haber confundido tanto con él? Luna, por respuesta, lo besó. Por primera vez, le costó distinguir si su lealtad era hacia Janus, hacia Lena, el equipo o hacia ella misma. Javier se retiró y se fue a dormir.
Al día siguiente, Javier llamó a Janus y le dijo lo que había pasado. Janus se lo tomó bien. Le dijo que Luna llevaba muchos años apartada del mundo, bajo su ala; que probablemente estaba confundida por eso. Que no le diese importancia.
Una semana después, mientras supervisaban los últimos detalles de la transferencia de fondos en una reunión en el centro financiero de Barcelona, Janus convocó a todos en una videollamada. Al otro lado de la pantalla, Luna estaba seria y enfocada, como si nada hubiese pasado. Sandra, Mateo, Javier y Lena estaban centrados, como siempre.
—Lena, Mateo —comenzó Janus—, estamos en la fase final. Luna ha asumido el control de las operaciones en Oriente Medio. Gracias a Javier y a las operaciones previas de Sandra, va todo viento en popa. Ahora, necesito que vosotros os enfoquéis en cerrar el último frente en Suiza. Adrien ya ha acordado facilitarnos las cuentas, pero necesito a alguien en el terreno. Lena, será tu tarea viajar allí.
La instrucción la tomó por sorpresa. Aunque su relación con Javier había sido intensa, los viajes de negocios hasta entonces los habían unido. Pero Janus estaba claramente reestructurando el equipo, dándoles tareas individuales, como si intentara quebrar las alianzas que él mismo había propiciado.
—Lena viajará a Zúrich y Lucerna —prosiguió Janus, con un tono que no admitía réplica—. Necesito que te asegures de que las transferencias se ejecuten sin problemas. Javier, en Barcelona, se unirá a Mateo para gestiona las reuniones con nuestros socios en Sudamérica. Desde ahí, ambos mantendréis contacto constante y reportaréis cualquier novedad. Esto es crucial: si no funciona en Suiza, lo de Dubái habrá sido en vano.
Nadie se atrevió a preguntar qué haría Sandra. Tampoco ella preguntó. Pero, todos sospechaban que estaría en la casa de la playa, con Janus.
Lena asintió, con incomodidad y expectativa. La distancia con Javier no le hacía gracia, pero comprendía la importancia de lo que se le encomendaba. Por primera vez desde el inicio de su relación con él, tendría que trabajar sola, sin la red de apoyo que Javier le había ofrecido en los últimos meses. Y lo peor era saber que Luna, mientras tanto, estaría cada vez más cerca de Javier. Quiso hablar con ella sobre el tema pero ella le dijo que le llamaría más tarde.
Cuando se despidieron, Lena notó una frialdad en la mirada de Janus, algo que antes había pasado desapercibido. Era como si, al separarlos, estuviera colocando otra pieza en su tablero, preparando un nuevo movimiento que ella aún no comprendía.
Antes de partir hacia Suiza, Lena pasó una última noche con Mateo, en el piso fachada que compartían desde hacía tanto tiempo. Su amistad se había afianzado, aún más, durante esa semana. Mateo le había confesado lo bien que se sentía desde que Sandra había aparecido en su vida. Se sentía capaz de superar su dependencia hacia ella. Lena le escuchó con cierta alegría y, por supuesto, con cierta pena: alegría por ver que podría vivir una nueva vida como un hombre más resuelto y menos temeroso; y pena por sentir que ella ya no tendría sobre el lugar que hacia tanto que había ocupado. Aquella noche fue intensa, como si ambos supieran que su lazo se resbalaba y lloraron abrazados, olvidándose del resto del equipo y de los negocios.
Ya en el aeropuerto, un mensaje de Janus apareció en su móvil: Cuídate, Lena. No olvides que todo esto es solo una parte de mi plan. Mateo necesitaba volar. Nos vemos pronto.
Lena sonrió y cerró el teléfono.
Espejo roto – Capítulo 20
Entre sombras y promesas
por Carmen Nikol
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