Las semanas avanzaron en un murmullo de tensión, mientras Lena se mantenía atenta a cualquier señal de cambio en Mateo, de cualquier reacción ante la introducción de Sandra. Hasta ahora, su relación con él había seguido una línea firme, marcada por la seguridad y la rutina que Janus le había exigido. Pero ahora, la aparición de una nueva figura amenazaba con alterar esa tranquilidad cuidadosamente construida.
Cuando Janus le mencionó a Sandra por primera vez, Lena apenas mostró sorpresa. En su mundo, las personas nuevas entraban y salían según los planes de Janus, según sus necesidades de control y manipulación. Pero esta vez era distinto. Sandra no solo sería una pieza más en el tablero; representaba una prueba de fidelidad, de estabilidad y, quizá, de compromiso para Mateo. Y para Lena, eso significaba lidiar con una presencia que podría desestabilizar la relación que ella misma mantenía con Mateo, esa conexión que intentaba proteger a pesar de las complejas emociones y compromisos que la rodeaban.
Una tarde lluviosa, Janus anunció que Sandra llegaría al día siguiente. Lena se sentía intranquila, casi inquieta. Esperaba que Mateo no se encariñase demasiado con ella; al fin y al cabo, su rol con él era una fachada, una especie de teatro diseñado por Janus. Pero, con los años, habían compartido suficientes momentos, risas, cuidados y hasta secretos, como para que esa fachada se volviera en parte real para ella. Aun así, no podía cuestionar el plan, y mucho menos desobedecer a Janus.
Al día siguiente, Sandra llegó. Era una mujer de presencia imponente, de cabello rubio y muy liso, largo; con ojos azul frío cristalino, pero cercanos. Vestía con un estilo elegante y discreto. Su aspecto transmitía confianza, y había en su manera de moverse una seguridad que enseguida atrajo la atención de todos en la casa. Lena observaba desde la puerta de la cocina, pretendiendo estar ocupada con alguna tarea mientras trataba de captar cada detalle de esa primera interacción. Mateo y Sandra se saludaron de manera formal, un apretón de manos que, a pesar de ser breve, parecía contener una especie de entendimiento tácito.
—Hola, Sandra, es un placer —dijo Mateo, sonriendo de una forma que Lena no le había visto antes. No era la típica sonrisa con la que él solía recibir a extraños; había en ella una chispa de curiosidad, una especie de atención especial. Mateo, con lo discreto que era desde su apuñalamiento, con lo Mr. Segundo Plano que representaba ser en el equipo de cuatro que, hasta ahora, conformaban, había abierto una parte de sí mismo mucho más atractiva y lanzada; aquella que tanto le identificaba en su temprana juventud, antes de todo.
—El gusto es mío, Mateo. He oído mucho sobre ti —respondió Sandra, con una voz cálida y a la vez calculada, midiendo cada palabra y movimiento.
Desde la distancia, Lena sintió una punzada de incomodidad. Sabía que Sandra estaba ahí por un propósito específico, pero ver la conexión inicial que surgía entre ella y Mateo le resultaba inquietante. Con cada palabra que intercambiaban, Lena sentía que un nuevo lazo se tejía entre ellos, uno que ella no entendía del todo pero que reconocía como una amenaza potencial para la estabilidad que habían conseguido construir.
A medida que la tarde avanzaba, Janus se unió a ellos en el salón, actuando como un mediador invisible, evaluando cada gesto, cada mirada, cada pequeña señal que Sandra y Mateo pudieran intercambiar. Lena notaba cómo la observación de Janus se volvía cada vez más intensa, sus ojos analizaban a Mateo con una atención que solo significaba una cosa: que esperaba ver si caería en el juego de Sandra.
Sandra, por su parte, se manejaba con una soltura que Lena encontraba admirable, casi envidiable. Hablaba de temas triviales, intercalando anécdotas personales y bromas que hacían reír a Mateo. En un momento dado, Janus los dejó solos, excusándose bajo el pretexto de una llamada urgente, lo que obligó a Lena a seguir observando desde la distancia.
Con la salida de Janus, el ambiente en la sala cambió. Sandra y Mateo se miraron por un instante, en un silencio que parecía buscar un nuevo comienzo, una especie de conexión real.
—Así que, ¿también trabajas con Janus? —preguntó Mateo, rompiendo la pausa incómoda con una sonrisa curiosa.
Sandra asintió. —De algún modo. Digamos que colaboro con él en ciertos proyectos.
Mateo asintió, aunque parecía buscar en su respuesta algún significado oculto, alguna pista que le ayudara a comprender mejor la naturaleza de esta mujer que había aparecido de manera tan repentina en su vida.
—Es un hombre enigmático, eso es seguro —dijo él, con una risa nerviosa. Sandra lo miró a los ojos, con una expresión que no dejó a Lena indiferente.
—Lo es, Mateo. Pero a veces, esos enigmas… tienen sus propias respuestas —respondió Sandra, y por un segundo Lena creyó ver una chispa de complicidad entre ellos.
La charla siguió por un rato, pasando de temas superficiales a otros más personales. Lena no podía evitar sentir un ligero dolor en el pecho cada vez que Mateo reía o se mostraba animado ante los comentarios de Sandra. Había algo en la manera en que se conectaban que le resultaba como si una pequeña fisura comenzara a formarse en la relación que había construido con Mateo, por falsa que esta percepción pudiera ser.
Finalmente, cuando la tarde comenzó a oscurecer, Janus regresó al salón, terminando la llamada que había usado como pretexto para dejarlos solos. Observó la escena con una expresión tranquila, aunque Lena sabía que estaba analizando todo con meticulosidad.
—Veo que ya habéis roto el hielo —dijo Janus, sonriendo mientras se sentaba junto a ellos—. Eso es bueno. Mateo, Sandra estará aquí por unos días. Quiero que la acompañes, que le enseñes la zona. Es su primera vez aquí, y creo que puede aprovechar la compañía de alguien local.
Mateo asintió, sin percibir la indirecta oculta en la solicitud de Janus.
—Claro, será un placer. Cualquier cosa que necesites, Sandra, cuenta conmigo.
Sandra sonrió, y Lena sintió que esa sonrisa estaba dirigida no solo a Mateo, sino a Janus también, como una señal de que entendía la dinámica que ellos buscaban crear. Era una sonrisa que parecía confirmar que estaba dispuesta a jugar el rol que le habían asignado.
Esa noche, Mateo tardaba en regresar y Lena no lograba conciliar el sueño. Las imágenes de Sandra y Mateo riendo juntos le rondaban la mente, como si fueran un eco que se negaba a desaparecer. Sabía que debía ver todo esto como un trabajo, como una misión en la que debía seguir las instrucciones de Janus sin cuestionar, sin permitir que sus sentimientos interfirieran. Pero cada vez que recordaba la manera en que Mateo miraba a Sandra, una especie de celos inexplicables la invadían.
Al día siguiente, Sandra y Mateo partieron temprano para un recorrido por la ciudad. Janus aprovechó la oportunidad para reunirse a solas con Lena en la sala, sabiendo que la situación había generado un cambio en ella, un malestar que no había pasado desapercibido.
—¿Te preocupa algo? —preguntó Janus, mirándola con esa frialdad característica, como si ya conociera la respuesta.
Lena desvió la mirada, tratando de ordenar sus pensamientos.
—No es nada, Janus. Solo… nunca imaginé que sería tan difícil ver a alguien más cerca de Mateo.
Janus asintió, con una ligera sonrisa.
—Eso es bueno, Lena. Significa que te importa, y eso es lo que hará que este plan funcione. Mateo necesita sentir que todo esto es real. Que tú, Sandra… que todos somos parte de algo auténtico.
Lena lo miró, intentando comprender si él realmente entendía lo que ella sentía, o si solo lo veía como otra pieza en su juego. Aun así, asintió, sin decir nada más.
Con el paso de los días, el vínculo entre Mateo y Sandra se fue consolidando. Lena podía ver que él disfrutaba de su compañía, de su conversación; cada vez que los observaba juntos, sentía que algo en ella se desmoronaba. Su rol en el plan era mantener la fachada, y eso hacía, aunque con una creciente incomodidad que Janus percibía, pero a la que no confería mayor importancia.
Una noche, al verlos llegar juntos después de una cena que habían compartido solos, Lena sintió que ya no podía más. Se acercó a Janus y le expresó su inquietud con una franqueza que nunca antes se había permitido.
—Janus, no sé si esto va a funcionar. Mateo y Sandra… realmente se están conectando. Y si esto sigue así, no sé si podré mantener la fachada. O él. ¿Podrá él? Creo que no. Ya no pareceremos una pareja. Lo nuestro, entre tú y yo, es factible: lo hemos fraguado desde el principio, desde la cafetería, desde un origen que Mateo conocía y le beneficiaba. Pero, ¿esto?
Janus la miró con una expresión ligeramente endurecida.
—Lena, Sandra es parte de este plan, y Mateo necesita esto tanto como nosotros. Ella está aquí para cumplir un papel, y tú, como siempre, debes concentrarte en el tuyo. No dejes que los sentimientos te nublen. Esto es un juego calculado, Lena, uno en el que tú elegiste participar.
Esas palabras calaron hondo. En ese momento, comprendió que, para Janus, ella solo era otra pieza en su maquinaria. Pero, pese al dolor que sentía, sabía que tenía razón. Era un juego, un juego que había aceptado. Era la rueda que salvaba a su familia y el negocio que les podía permitir avanzar.
Espejo roto – Capítulo 16
La prueba de Sandra
por Carmen Nikol
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