Janus llegó al pequeño apartamento que compartían Lena y Mateo de madrugada. Desde la calle, apenas se veía la luz tenue de una lámpara encendida en el interior. La rutina de ambos estaba cuidadosamente planeada: debían moverse como si todo en sus vidas fuera normal, como si fueran una pareja más. Mateo estaba de viaje, visitando a sus padres, por lo que Janus entró en la finca como si fuese a su propio piso, con las llaves de la entrada principal que le habían dado hacía cierto tiempo.
Jota, como a veces le llamaban todos, había planeado cada detalle: Lena seguiría en su rol de cuidadora, como siempre, mostrándose amorosa ante los vecinos y amigos de Mateo y de su propia familia y amigos. Mateo debía recibir visitas, salir a hacer la compra y compartir paseos discretos con Lena, todo bajo la apariencia de una vida tranquila y feliz. El juego de la normalidad era esencial para que nadie sospechara, especialmente ahora que el grupo se estaba adentrando en el siguiente nivel de su plan.
Lena lo recibió en la entrada, con los ojos brillantes. Al entrar, comenzaron a besarse con la pasión que aún mantenían. Janus seguía cultivando en ella una mezcla de fascinación y control que le permitía moverla a su voluntad, quizá gracias a tenerla atrapada sexualmente. Lena lo necesitaba a diario, algo que complicaba la convivencia con Mateo. Su magnetismo y su capacidad de satisfacerla eran demasiado poderosos para conseguir centrarse, en ocasiones. Sin embargo, Janus sabía cómo asentarla cuando era necesario.
—Todo marcha bien —dijo Lena en voz baja, guiándolo hacia la cocina—. Mateo ha seguido el ritmo sin problemas. Hoy vino su madre y se sintió tan cómoda que hasta le preparó un guiso, como cuando era niño.
Janus asintió, satisfecho. —Perfecto. Esa es la imagen que necesitamos dar: que estás ahí para él y que todo sigue como siempre. Pero, Lena, recuerda: cualquier novedad, cualquier cosa que te llame la atención… me lo haces saber.
Lena asintió.
—Mateo conocerá a alguien más dentro de poco —prosiguió Janus, sin apartar la mirada—. Una mujer llamada Sandra, muy atractiva y de aspecto confiable. Pero quiero que observes cómo reacciona, cómo se maneja con ella. Es una prueba importante, tanto para él como para nosotros.
Lena, de nuevo, asintió. Le inquietaba la idea de que Mateo estuviera involucrado en una relación con otra mujer, aunque entendía que era parte del plan. Había algo en esa idea que la hacía sentirse extraña, tal vez porque, a pesar de su relación con Janus, aún sentía una lealtad hacia Mateo, un lazo que ninguno de ellos podía ignorar.
Esa misma noche, Janus, volvió a su casa en la playa, y allí estaba Luna, como siempre. Ella lo esperaba desnuda, en la cama, sin saber si regresaría. Esa noche no se lo había confirmado.
—¿Pensabas que no vendría? —dijo él, entrando sin esperar una invitación.
Luna lo miró, cruzada de brazos. —Sabía que ibas a venir. Lo que no sé es por qué has de visitarles de noche.
Janus se acercó, apoyándose en la mesa y estudiándola con una sonrisa que contenía un leve sarcasmo. —No necesitas entenderlo todo, Luna. Lo que me interesa es saber si realmente estás comprometida con esto… y si puedes manejar la presión que viene.
Ella lo miró con una mezcla de desconfianza e interés. Janus tenía cautivadas a ambas gemelas. Había sido el artífice de recuperar la confianza perdida entre ambas y se lo estaba cobrando.
—Ya me conoces, Janus. No vine aquí para jugar a medias —dijo, tratando de mantener la compostura— Aunque me ayudases y me dieses cobijo y nunca me hayas dejado de ayudar, quiero saber hasta qué punto nos conocías antes de que esto comenzara. Especialmente a Lena. Tu presentación fue extraña y, creo, más realista que misteriosa, a pesar de tus trucos.
—Todo a su tiempo —contestó él, con una sonrisa evasiva—. Por ahora, enfócate en tu parte del plan.
Sin añadir nada más, Janus la tomó sin que ella lo pudiera evitar. Luna permaneció inmóvil un momento, mientras Janus se recomponía de su anterior ejercicio (aunque ella no lo supiera). En silencio, se preguntaba qué habría hecho en casa de Lena y Mateo y hasta qué punto podía confiar en él y si, siendo lo que sospechaba, podría continuar con esa relación y con los planes que, en realidad, Janus había desarrollado para protegerla.
Los días siguientes transcurrieron bajo la rutina cuidadosamente establecida. Lena y Mateo seguían recibiendo a amigos y familiares sin levantar sospechas. Todo parecía normal, excepto por las veces en que Lena se reunía en secreto con Janus, reuniones en las que él repasaba detalles y confirmaba que no había ningún riesgo en su comportamiento. Mateo, la mayoría de las veces, dormía en una habitación contigua a la de Lena, cuando Janus y Lena compartían cama. A Mateo había dejado de interesarle Lena hacía mucho tiempo. Todo su fervor juvenil había pasado a un segundo plano. Era su mejor amiga. Nada más.
Finalmente, Mateo conoció a Sandra, la mujer que Janus había puesto en su camino. La presentación había sido casual, en un evento social en el que Mateo debía aparecer como parte de su fachada. Sandra era atractiva, inteligente, y tenía el tipo de personalidad que despertaba el interés de Mateo. En un principio, él no sospechó nada, pero con el tiempo, la constante presencia de Sandra en sus círculos comenzó a hacerle dudar.
—¿Quién es realmente? —le preguntó Mateo una noche a Lena, después de que Sandra los visitara.
Lena evitó responder directamente, recordando las palabras de Janus. —Es solo una persona con la que trabajas. ¿Por qué lo preguntas?
Mateo frunció el ceño, pero no insistió. Sabía que había algo más, pero también entendía que Lena estaba siguiendo instrucciones, igual que él. La red de Janus se cerraba alrededor de todos ellos, y ninguno podía escapar sin consecuencias, en caso de dar un mal paso. Janus, al fin y al cabo, no era alguien a quien traicionar.
Espejo roto – Capítulo 12
Movimientos silenciosos
por Carmen Nikol
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