Lena tamborileaba los dedos en la mesa de la cafetería, observando cómo la gente iba y venía entre las mesas con un ritmo que casi la adormecía. No se sentía tranquila, y el murmullo incesante del local solo acentuaba el cansancio acumulado. Las últimos dos años habían estado llenos de silencio, de incomodidad, de miedo por lo que podría haberle pasado a Luna y de agotamiento por ocuparse del cuidado de Mateo.
Justo cuando se levantaba para marcharse, Janus apareció, deteniéndose junto a su mesa. Llevaba una chaqueta de cuero oscuro y un par de vaqueros que parecían haber sido diseñados para él. Sus ojos la observaron con una mezcla de interés y algo que no intentó esconder.
—¿Escapando? —preguntó, sonriendo de lado y tomando asiento sin esperar permiso.
Lena frunció el ceño, pero no podía ignorar la atracción que emanaba de él. Janus era un enigma palpable, alguien que resultaba intrigante con su simple presencia. Además de misterioso.
—¿Y tú? —respondió ella con una pizca de sarcasmo—. ¿Siempre llegas sin avisar?
Él inclinó la cabeza, mirándola con esos ojos oscuros y seguros. —Cuando veo que alguien está a punto de marcharse… prefiero no perderme el momento.
Lena arqueó una ceja, dejando escapar una risa suave y seca. —¿Ah, sí? Pues espero no decepcionarte.
—No lo has hecho hasta ahora —replicó él, su voz grave haciendo que el ruido de la cafetería pareciera desvanecerse a su alrededor. —Tampoco tu hermana.
El juego de palabras cargado de insinuación la sorprendía, pero había algo en Janus que le impedía ponerse a la defensiva. Sabía que no era como el resto de hombres que había conocido; su energía iba más allá de la apariencia. Janus tenía una forma de leerla, esa forma de provocarla… y ella no podía evitar caer en el juego.
—¿Qué quieres, Janus? —preguntó Lena finalmente, sin rodeos.
—Tal vez conocer un poco más de ti. Siento que hay algo detrás de todo eso —dijo, señalándola con un gesto que recorría su cuerpo de manera nada disimulada—, algo que no te atreves a mostrar y que me va a ayudar con Luna.
—Tú no sabes nada de mí —respondió ella juguetona, sin poder evitar sonreír ante la intensidad de su mirada. Janus tenía una presencia que lograba incomodarla de la manera más atractiva.
—¿Ah, no? —La sonrisa de Janus se ensanchó, y Lena sintió un leve escalofrío cuando él se inclinó sobre la mesa, acortando la distancia entre ambos—. Quizás sabes tú menos de ti misma, Lena. Sin duda sabes menos de Luna de lo que siempre has creído.
Ese desafío la tentaba. No se lo podía creer, tras la experiencia con Mateo ¿nuevamente una atracción hacia alguien que está con Luna? Quería ignorarlo, pero algo en ella la empujaba a responder, a dejar de lado la compostura. Janus era peligroso, en el sentido más seductor de la palabra, y Lena podía sentir cómo los límites de su autocontrol empezaban a disolverse.
Antes de que pudiera responder, la puerta de la cafetería se abrió, y allí estaba Luna, de pie en el umbral, con la mirada clavada en ellos. El rostro de su hermana reflejaba algo más que sorpresa; era una mezcla de rabia contenida y resentimiento.
Su herida en la mano ya estaba curada, Janus se había ocupado de ella.
Lena se enderezó, tratando de ocultar cualquier rastro de la conversación con Janus, pero el daño estaba hecho. Luna avanzó hacia ellos con una expresión que no dejaba lugar a dudas.
—¿Interrumpo algo? —preguntó Luna con voz cortante, mirando directamente a su hermana.
—No tienes por qué —respondió Janus, devolviendo la mirada desafiante de Luna, sin inmutarse en lo más mínimo.
Lena sintió cómo la tensión aumentaba, consciente de la frialdad con la que su hermana la miraba.
—Luna, te persigue al justicia. ¿Qué haces aquí? ¿No te has preocupado de cómo dejaste a Mateo? ¿No sabes si tu apuñalamiento está curado? ¿Si sigue en el hospital? ¿Cómo están papá y mamá? —comenzó Lena, intentando mediar la situación.
Luna se giró sin esperar respuesta y salió de la cafetería, dejando a Lena con una sensación de vacío. Lena se iba a levantar, quería correr detrás de ella, pero Janus la frenó. Le arrebató un beso apasionado y ella se entregó, como si no pudiera evitarlo. Luego, la cogió de la mano y la sacó de la cafetería para meterla en su ranchera negra. Allí estaba Luna, esperando.
Luna, tras el incidente, había decidido retomar la relación con Lena y con Mateo y Janus quería ayudarla. Desde el día en que apuñaló a Mateo no había podido descansar. La culpa le corroía. Quería perdonar a su hermana. Janus le había hecho entrar en razón. Tras dos años, Janus había investigado qué había pasado y había sonsacado informaciones a través de amistades de Lena y de Mateo para hacerse a la idea de qué sentía Lena, y de si habían estado juntos o solo fue por haberles pillado en una confesión de Mateo, tan confundido e incluso enamorado de ambas. La juventud les había jugado una mala pasada.
Cuando Lena vio a Luna en la ranchera se agitó. Quiso gritarle y, a la vez, abrazarla. Pero Luna le puso un dedo sobre los labios y se calmó, increíblemente. Arrancaron y se fueron a la casa de Janus. Ya buscarían a Mateo.
Espejo roto – Capítulo 8
El giro
por Carmen Nikol
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