Espejo roto – Capítulo 7: El laberinto de Escher

En las sombras de la ciudad, donde la realidad se difumina y los sueños cobran vida, un hombre observaba. Sus ojos, de un gris metálico inquietante, seguían el caos que se desarrollaba como si fuera una sinfonía perfectamente orquestada. Se hacía llamar Janus, y su presencia era como un eco en una habitación vacía: imperceptible, pero innegablemente presente.

Luna, con el corazón latiendo al ritmo de sus pasos frenéticos, se internó en un callejón que parecía doblarse sobre sí mismo. Las paredes, cubiertas de grafitis que parecían moverse en la penumbra, susurraban secretos que solo ella podía entender. O eso creía.

—Las gemelas separadas son como un espejo roto —murmuró una voz a sus espaldas—. Siete años de mala suerte, dicen. Pero, ¿qué pasa cuando el espejo siempre estuvo destinado a romperse?

Luna se giró, enfrentándose a Janus. Su rostro, mitad en sombras, mitad iluminado por un neón parpadeante, parecía cambiar con cada parpadeo.

—¿Quién eres? —preguntó Luna con un susurro ronco.

—A veces me llaman el guardián de las puertas —respondió Janus con una sonrisa enigmática—. ¿Y tú?

—Luna Dubois. Necesito ayuda… Mi hermana me estará buscando… Por favor, ¡ayúdame!


En la farmacia, ahora desierta, el farmacéutico miraba fijamente el lugar donde Luna había estado. En el mostrador, donde debería haber estado el abrecartas, solo quedaba una mancha de sangre con forma de mariposa.

—Las coincidencias son el alfabeto con el que Dios escribe el destino —murmuró para sí mismo, mientras observaba la mancha que parecía palpitar. Esta chica no tenía pinta de ser mala persona. ¿Me pregunto si la abran atrapado ya? No creo que haya venido a mi farmacia por casualidad. Es la única del barrio que tiene puerta trasera…


Justo en ese momento, en el callejón, Luna sentía que el mundo a su alrededor se desdibujaba. Las palabras de Janus resonaban en su mente, mezclándose con los ecos de su pasado. Le ofrecía ayuda pero hablaba de un modo extraño. No sabía si apoyarse en él o seguir corriendo.

—El tiempo no es una línea recta —continuó Janus con una voz como salida del roce de páginas antiguas—. Es un laberinto, y cada decisión crea una nueva bifurcación.

—No entiendo —susurró Luna, su mente un torbellino de imágenes y sensaciones.

Janus extendió su mano, revelando un pequeño espejo de mano. —Mira —ordenó.

Luna, como hipnotizada, se acercó. En el reflejo, vio una imagen que parecía Lena, pero algo estaba mal. Podría ser ella misma delirando. Su estado mental comenzaba a decaer.

—¿Qué es esto? —preguntó Luna, temblando.

—La verdad detrás del espejo —respondió Janus—. En otro mundo, en otra línea de tiempo. La pregunta es: ¿cuál es la realidad y cuál el reflejo? Te veo mal. Deja que te ayude.


En el hospital, Lena había llegado a la habitación 307. La puerta, de un blanco inmaculado, parecía vibrar con una energía propia. Con mano temblorosa, giró el pomo. El interior de la habitación era un vórtice de imágenes y sonidos. En las paredes, creyó ver proyecciones de momentos de su vida junto a su hermana que se entremezclaban y se superponían. En el centro, colgado de un hilo, un espejo idéntico al que Janus le mostraba a Luna en el callejón. Una coincidencia desconocida por ambas.

—Bienvenida al nexo —creyó escuchar de una voz familiar. Lena se giró para encontrarse cara a cara con… ¿ella misma? ¿Era Luna? Lena misma estaba decayendo. Parecían sentir lo mismo, quizá por la conexión propia entre hermanos gemelos.

La Lena del espejo sonrió, pero era la sonrisa de Luna. —Hemos estado esperándote. Es hora de que entiendas la verdadera naturaleza de tu existencia. Lena salió corriendo de allí despavorida. Sabía que desvariaba y se acercó a un doctor en el pasillo para comentárselo, a lo cual le indicó que necesitaba descansar.

Mientras tanto, en algún lugar entre la realidad y la ficción, Mateo creía abrir los ojos en la habitación de al lado, la 305. Pero el mundo que percibía no era el del hospital que esperaba, sino un paisaje imposible de escaleras que subían y bajaban en ángulos imposibles, como en una litografía de Escher.

—El sueño es el espejo del alma —escucharon decir, a una voz que sonaba como la de Janus, Luna y Lena al mismo tiempo—. Y en este sueño, todas las realidades convergen.

Este espejo estaba roto, sí, también, pero cada fragmento reflejaba una realidad diferente, un camino no tomado, una posibilidad inexplorada, una fantasía paralela. Y en el centro de este caleidoscopio de existencias, tres almas perdidas buscaban una verdad que amenazaba con destruir la frágil tela de la realidad misma.

En ese momento, un viaje se iniciaba que desafiaría los límites de la percepción y la identidad. El laberinto se desplegaba ante ellos, infinito y mutable, prometiendo respuestas que quizás ninguno estaba preparado para enfrentar.

Un laberinto que, finalmente, resultaría muy real y les confrontaría con una vida imposible de imaginar.


Espejo roto – Capítulo 7
El laberinto de Escher

por Carmen Nikol


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