Espejo roto – Capítulo 3: Grietas en el cristal

El otoño llegó a la pequeña ciudad costera, trayendo consigo vientos fríos y hojas doradas que danzaban en las calles. Para Lena y Luna, ahora en su último año de instituto, el cambio de estación parecía reflejar la transformación en su relación. Lo que una vez fue una conexión inquebrantable ahora estaba lleno de silencios incómodos y miradas furtivas.

El beso entre Luna y Mateo en la fiesta de la playa ya había abierto una brecha entre las gemelas, una grieta que parecía ensancharse con cada día que pasaba. Lena se había vuelto más distante, sumergiéndose aún más en sus actividades escolares y su papel de líder estudiantil. Luna, por su parte, aunque encontraba refugio en su arte, con unas pinturas más oscuras y enigmáticas, había afianzado su relación con Mateo, una relación cada día más adulta.

Fue en una tarde lluviosa cuando el delicado equilibrio que habían mantenido finalmente se rompió. Lena estaba en la biblioteca, trabajando en un proyecto de clase, cuando Mateo se acercó a su mesa.

—Hola, Lena —dijo, su voz suave pero cargada de una tensión apenas contenida—. ¿Podemos hablar?

Lena levantó la vista de sus libros, su rostro una máscara de indiferencia. —Claro, Mateo. ¿Qué sucede?

Mateo se sentó frente a ella. Sus ojos buscaban los de Lena con una intensidad que la hizo sentir incómoda. —Es sobre Luna… y sobre ti.

El nombre de su hermana hizo que Lena se agitara visiblemente. —¿Qué pasa con Luna?

—Sé que las cosas han estado tensas desde la fiesta, a pesar del tiempo que ha pasado —comenzó Mateo, con una tenue voz que imitaba un susurro—. Pero quiero que sepas que lo que pasó esa noche… No significó lo que tú crees. Tampoco lo que has estado viendo entre nosotros hasta ahora.

Lena arqueó una ceja y fríamente respondió: —¿Y qué crees que creo, Mateo?

—Que elegí a Luna sobre ti —dijo Mateo apresuradamente—. Pero la verdad es que… siempre has sido tú, Lena. Siempre. No dejo de pensar en ti. Estoy con ella y pienso en ti. La beso a ella, pero te beso a ti. La amo a ella, pero te penetro a ti.

Las palabras quedaron suspendidas entre ellos, pesadas y cargadas de implicaciones. Lena sintió que su corazón se aceleraba, bajo una mezcla de emociones contradictorias agitándose en su interior.

—Mateo, yo… —comenzó, pero fue interrumpida por el sonido de libros cayendo.

Ambos se giraron para ver a Luna de pie a unos metros de distancia. Luna tenía los ojos abiertos de par en par y una expresión de dolor y traición grabada en su rostro. Les había pillado justo cuando Mateo se acercaba para besar a Lena. Por un momento, nadie se movió y el tiempo pareció detenerse en aquella silenciosa biblioteca.

Luego, sin decir una palabra, Luna se dio la vuelta y salió corriendo. El sonido de la puerta cerrándose de golpe resonó como un trueno en el silencio.

Lena se puso de pie de inmediato, lista para ir tras su hermana, pero Mateo la detuvo con su mano agarrándole suavemente el brazo.

—Lena, por favor —dijo con voz suplicante—. Necesitamos hablar de esto.

Pero Lena se soltó de su agarre, con una mezcla de ira y determinación. —No, Mateo. Ya has hablado suficiente.

Sin otra palabra, Lena salió corriendo de la biblioteca, dejando a Mateo solo con el eco de sus palabras no dichas.

Afuera, la lluvia caía con fuerza, empapando a Lena en cuestión de segundos. Miró a su alrededor frenéticamente, buscando alguna señal de su hermana.

—¡Luna! —gritó, con una voz ahogada por el rugido de la tormenta—. ¡Luna, por favor!

Pero no hubo respuesta. Luna había desaparecido en la cortina de lluvia, llevándose consigo el último vestigio de la confianza que alguna vez compartieron.

Lena vagó por las calles durante horas, buscando a su gemela en todos los lugares que solían frecuentar juntas: el parque donde jugaban de niñas, la cafetería donde celebraban sus cumpleaños, el mirador desde donde observaban el mar. Pero Luna no estaba en ninguna parte.

Cuando finalmente regresó a casa, empapada y agotada, encontró a Luna en su habitación, aún compartida. Su hermana estaba sentada en el suelo, rodeada de lienzos destrozados y pinceles rotos. El autorretrato que había pintado, aquel que mostraba a las gemelas entrelazadas, yacía en pedazos frente a ella.

—Luna —susurró Lena, quebrándose—. Lo siento tanto.

Luna levantó la vista, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. —¿Lo sientes? —preguntó, cargada de amargura—. ¿Qué parte exactamente? ¿Traicionarme? ¿Mentirme? ¿O simplemente lamentas que te haya descubierto?

Lena dio un paso adelante, extendiendo una mano hacia su hermana. —No es lo que piensas. Mateo y yo…

—¡No! —gritó Luna, poniéndose de pie de un salto—. No quiero escuchar tus excusas. Siempre has sido así, Lena. Siempre tienes que tenerlo todo, ¿verdad? No es suficiente ser la mejor en la escuela, la más popular, la favorita de todos. También tenías que quitarme a Mateo.

Las palabras golpearon a Lena como un puñetazo en el estómago. —Luna, por favor. Eres mi hermana, mi gemela. Nunca haría te lastimaría intencionadamente.

Luna soltó una risa amarga. —¿Tu gemela? A veces me pregunto si realmente lo somos. Quizás solo soy un reflejo distorsionado de ti, Lena. La versión imperfecta.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Las gemelas se miraron. Eran dos rostros idénticos reflejando emociones completamente opuestas: dolor, ira, confusión y, debajo de esa amalgama de emociones negativas, un amor que ninguna de las dos podía negar por completo.

Finalmente, fue Luna quien rompió el silencio. —Quiero que te vayas, Lena. No puedo… no puedo mirarte ahora mismo.

Lena sintió que su corazón se rompía un poco más con cada palabra. —Luna, por favor. Podemos arreglar esto. Somos hermanas, somos…

—¡Vete! —gritó Luna, quebrándose en un sollozo.

Con el corazón pesado, Lena se dio la vuelta y salió de la habitación. Mientras cerraba la puerta tras de sí, escuchó el sonido de algo rompiéndose dentro. No necesitaba ver para saber que era el espejo de su tocador, aquel que habían compartido desde niñas.

Esa noche, Lena durmió en el sofá de la habitación, observando a su hermana, la cual, rota de dolor, había caído en un sueño profundo. En la oscuridad, Lena se preguntó cómo habían llegado a ese punto, cómo el amor que compartían se había torcido en algo tan doloroso y destructivo por una simple impresión, pues no había hecho nada con Mateo.

Mientras el amanecer se acercaba, Lena tomó una decisión. No importaba lo que costara, encontraría una manera de reparar su relación con Luna. Porque sin su gemela, sin su otra mitad, Lena sabía que nunca estaría completa.

Pero lo que Lena no sabía, lo que no podía saber, era que Luna estaba haciendo planes propios. Planes que cambiarían el curso de sus vidas para siempre.

En la habitación que una vez compartieron, Luna miraba fijamente los fragmentos del espejo roto. Cada pedazo reflejaba una versión distorsionada de su rostro. Y en esos reflejos fracturados, Luna vio un futuro que nunca antes había considerado. Un futuro sin Lena.

El sol comenzó a asomarse por el horizonte y sus primeros rayos iluminaron los fragmentos de cristal esparcidos por el suelo. En ese nuevo día, las grietas en el vínculo entre las gemelas prometían volverse aún más profundas y peligrosas que nunca.


Espejo roto – Capítulo 3
Grietas en el cristal

por Carmen Nikol


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Publicado por Entrevisttas.com

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