La noche estaba tranquila, casi demasiado tranquila. Eudald había salido con sus amigos y, como siempre, había dejado a Lolita encerrada en el baño. Pero esta vez, ella no tenía miedo. Con el plan en marcha, se permitió sentir algo que había olvidado hacía tiempo: esperanza.
Cuando Eudald regresó, tambaleándose por el alcohol, no notó nada extraño. Lolita fingió estar dormida en el baño, mientras él terminaba de quitarse los zapatos y se preparaba para su propio ritual nocturno. Luego, Eudald intentó entrar en su propio baño pero, esa vez, Lolita había estropeado la puerta para que no pudiera entrar. Eudald, preguntándole a gritos qué había hecho para estropear la puerta, entró irremediablemente en el baño en el que la tenía encerrada porque no podía aguantar más, de tanto que había bebido. Lolita esperó unos segundos y, con un movimiento rápido, cerró la puerta desde fuera y giró la cerradura modificada. Ni siquiera hizo falta maquinar un plan sobre un problema en un grifo o una fuga de agua…
La sensación de victoria fue casi abrumadora. Respiró hondo, sintiendo un extraño alivio. Por primera vez, Eudald estaba atrapado.
—¿Lolita? —gritó él al darse cuenta de que no podía salir—. ¡Ábreme la puerta ahora mismo! Lolita creyó oír eso, pero la verdad es que no se oía nada de nada.
Lolita se quedó en silencio, apoyada contra la pared del pasillo, pensando en cómo él comenzaría a golpear la puerta, cada vez más fuerte, como tantas veces había hecho ella.
No respondió a sus quejas, las que ella ya presuponía. No quería darle el placer de saber que aún estaba cerca. Simplemente tomó la bolsa que había preparado con ropa y documentos, junto con un pequeño sobre que contenía dinero que había estado escondiendo durante dos meses.
Una vez en la calle, caminó con pasos rápidos hacia la cabina telefónica más cercana. Allí marcó el número de Nuria, la cual le había dado la dirección del lugar de acogida.
—Soy Lolita. Estoy lista.
Nuria no hizo preguntas innecesarias. Le dio las instrucciones finales para llegar al refugio y le aseguró que alguien estaría esperándola.
Lolita tomó un taxi hacia la dirección que Nuria le había indicado. Le resultó fácil por ser víspera de Fin de Año. Circulaban sin parar. Durante el trayecto, apenas podía contener las lágrimas. Había dejado atrás todo lo que conocía, pero también todo lo que la había destruido. No volvería a ver a su madre nunca más y se aseguró de quitarle las llaves de casa, una de las tantas veces que había estado allí, aprendiendo a cocinar.
Mientras tanto, en casa, Eudald seguía atrapado. Los golpes en la puerta continuaban hasta que se quedó sin fuerzas. Al darse cuenta de que Lolita no regresaría, comenzó a buscar una salida.
A PARTIR DE AQUÍ, OS DEJO 2 FINALES POSIBLES PARA QUE ME DIGÁIS CUÁL PREFERÍS. ¡GRACIAS POR TU LECTURA!
FINAL #1
Finalmente, utilizó una de las herramientas que guardaba en el baño, un viejo destornillador, para desmontar la cerradura desde dentro. Tardó más de una hora en liberarse. Cuando salió, sudoroso y furioso, la casa estaba en silencio y Lolita no estaba.
—¡Hija de putaaa! —rugió.
Se sirvió un vaso de whisky y se sentó a pensar en su próximo movimiento. Estaba decidido a encontrarla. Nadie lo dejaba a él, y menos una mujer como Lolita.
Lolita llegó al refugio a altas horas de la noche. Era una casa sencilla, ubicada en un barrio discreto. Nuria la recibió con una sonrisa cálida y un abrazo que le hizo sentir, por primera vez en mucho tiempo, que estaba a salvo.
—Bienvenida, Lolita. Aquí estarás protegida.
El refugio estaba lleno de mujeres de diferentes edades y contextos. Todas compartían algo en común: habían sufrido, pero ahora estaban reconstruyendo sus vidas.
Nuria le mostró su habitación, un pequeño espacio con una cama, un escritorio y una ventana que daba al jardín trasero.
—Es humilde, pero es tuyo. Aquí nadie puede obligarte a nada.
Lolita asintió, agradecida, y se dejó caer en la cama. Por primera vez en años, durmió profundamente, sin miedo a lo que pudiera pasar al día siguiente.
En los días siguientes, Lolita comenzó a integrarse en la dinámica del refugio. Conoció a otras mujeres, como Rosa, una madre joven que había escapado con sus dos hijos, y Clara, una mujer mayor que había vivido décadas de maltrato antes de dar el paso para salir.
Lolita y Clara conectaron de inmediato. Clara tenía una energía calmada, casi maternal, que la hacía sentir segura.
—Tú tienes algo que nosotras no tuvimos a tu edad —le dijo Clara una tarde mientras tomaban té en el jardín—. Tienes tiempo. Puedes construir una vida diferente.
—Eso espero, Clara. Ya no quiero volver a ser la misma.
—No lo serás. Aquí aprendemos a ser nosotras mismas, sin permiso de nadie.
Con el paso de las semanas, Lolita comenzó a asistir a sesiones de terapia en grupo. Cada historia que escuchaba la fortalecía. Había mujeres que hablaban de cómo habían sido engañadas para creer que no valían nada, de cómo habían perdido su identidad en manos de hombres que se creían dueños de todo.
Una tarde, mientras escuchaba a Rosa hablar sobre su miedo a enamorarse de nuevo, algo hizo clic en Lolita.
—Yo no quiero volver a amar a nadie —dijo de repente, interrumpiendo la conversación.
Todas la miraron con curiosidad.
—No quiero correr el riesgo de entregar mi vida otra vez. Mi corazón… no es algo que esté dispuesta a dar.
Clara asintió, comprendiendo el sentimiento.
—No tienes que hacerlo, Lolita. Amar a alguien no debería ser una obligación. Puedes ser feliz sola, si eso es lo que deseas.
Lolita lo sabía. Había decidido que nunca más sería conquistada. Su corazón sería suyo, y solo suyo. Que sería inimpugnable.
Aquella noche, mientras miraba la luna desde su pequeña ventana, sintió algo nuevo: libertad. Y, por primera vez, la certeza de que podía construir una vida que no dependiera de nadie más.
Final #2
La mañana siguiente, la luz del sol de despertó. Había pasado casi toda la noche gritando, pero no pudo evitar dormirse allí, como el desgraciado que era. Había bebido demasiado para aguantar despierto. Al despertarse no encontró nada con lo que intentar salir del baño. Sentía un dolor terrible de cabeza, fruto de la resaca, y no podía ni pensar en nada más que maldecir a Lolita. Ese día, entero, estuvo gritando e insultando a su mujer. De haberse podido escuchar, «Dolores» y «Lola» era lo que se hubiese oído más que otra cosa.
Al día siguiente, se despertó cuando comenzaron a llamar a la puerta insistentemente. A través de los altavoces lo escuchaba perfectamente. Los compañeros del hospital estaban intentando averiguar si estaba bien. Entre ellos, se encontraban Joan y Esther (la doctora que le había dejado la tarjeta y puesto en contacto con Nuria, su rescatadora). Y, así, Esther lo tuvo claro: Lolita había escapado. Pero no sabía que estaba encerrado en el baño, pues ella no era consciente del plan de Lolita, ni siquiera de la opción que tenía de hacer esta estratagema.
Los médicos y enfermeros que habían ido, al cabo de dos días más (los que pidió la policía para comenzar a moverse), fueron a hacer una denuncia a la Guardia Civil y, por fin, consiguieron abrir la puerta del piso. Pero no escucharon a Eudald, que chillaba tras verlos por el cristal espía que él mismo había instalado. Tardaron un día más en abrir la puerta del baño. Eudald estaba eufórico y lloraba como un niño. Había bebido agua, mucha agua, porque Lolita no había cerrado los suministros. Así que no estaba deshidratado, pero estaba famélico y sin fuerzas.
Se lo llevaron al mismo hospital donde tanto había trabajado: la Maternitat de Barcelona. Allí le dieron todos los cuidados que necesitó hasta que se repuso. Luego, fue a ver a Vicenteta y le contó lo que había ocurrido. Ella no se lo podía creer. Esa semana habían estado algo ausentes, pero le pareció normal tras lo que le había comentado Lolita en su última visita. Le comentó que se iban a ir a Andorra unos días con unos amigos.
Cuando Vicenteta le contó esto a Eudald, vio como su cara se desencajaba y enfurecía. Ella le suplicó que entendiese que por esa razón ella no había intentado ponerse en contacto y quedó a la espera de la llamada de Lolita, si bien le extrañó que Eudald mismo no la hubiese llamado.
Eudald, tras esto, decidió que viviría con Vicenteta, ella le cocinaría y cuidaría, no le cabía ni la más mínima duda. Y decidió que sería inimpugnable: jamás, ninguna otra mujer conseguiría entrar en su casa ni en su vida. Pasados dos meses, comenzó buscar a Lolita…
Hasta aquí el segundo final de Inimpugnable. ¿Cuál de los dos finales te ha gustado más?
Este Fin de Año, acuérdate de Lolita.
Si conoces a alguien que esté pasando por una situación de maltrado o estás pasando por una situación en la que corre peligro tu vida, toma nota:
en España, marcando el número 016 te podrán ayudar y sin dejar registro de la llamada. Si te encuentras en otro país, probablemente contarás con algún número con las mismas características. Por favor, no dudes en pedir ayuda. De ello puede depender una vida.
Inimpugnable
Capítulo XIX: El renacer de Lolita
por Carmen Nikol
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