Inimpugnable – Capítulo XIV: Un encuentro en el parque

Eudald, desde temprano, había insistido en que Lolita fuese a casa de su madre para desayunar. Y quería que se quedase allí a comer también. Que fuese a almorzar y a comer todos los días de esa semana y de la semana siguiente. Comenzó pensando que dos semanas iban a ser suficientes. De hecho, él prefería desayunar y comer fuera todos los días porque, si bien la cena se la podía hacer a su gusto (cuando ella no la había hecho bien), no soportaba que Lolita no supiese cocinar como su suegra.

—Vicenteta hace la mejor paella que he probado en mi vida —dijo, ajustándose la corbata frente al espejo—. Tú deberías aprender de ella, Dolores. ¿De qué sirve que te mantenga si ni siquiera puedes igualar a tu madre en algo tan básico? ¿Cómo puede ser que no hayas aprendido a cocinar bien todavía? ¡Parece mentira que seas hija suya!

Lolita asintió en silencio, acostumbrada ya a esos comentarios y, al día siguiente, se dirigió hacia la calle Provença con una mezcla de alivio y resignación. Pasar tiempo con su madre era un respiro de la opresión diaria en casa, aunque las críticas de Vicenteta nunca faltaban.

Al llegar, su madre ya estaba en la cocina, con el delantal puesto y el aroma del sofrito llenando la estancia.

—¡Lolita, qué tarde vienes! —la recibió con su tono habitual, una mezcla de reproche y entusiasmo.

Lolita ayudó como pudo con los preparativos, pero Vicenteta no tardó en encontrar motivos para corregirla.

—No, hija, así no se pela el pimiento. ¿Es que nunca prestaste atención cuando eras niña? —dijo, mientras le arrebataba el cuchillo con un gesto teatral.

Cuando Eudald llegó, la comida estaba lista. Los tres se sentaron a la mesa, y Eudald no perdió la oportunidad de alabar a Vicenteta.

—Es que esta paella está de revista. Una auténtica obra de arte, Vicenteta —dijo, llenándose por segunda vez su plato—. Dolores, ¿Ya has tomado notas? Quizás algún día consigas acercarte a cocinar este manjar.

Lolita no respondió, aunque sintió el peso de las miradas críticas de su madre y su marido.

—Ay, Eudald, no seas tan duro con ella —dijo Vicenteta, sonriendo, pero luego añadió—: Aunque, hija, la verdad es que deberías intentarlo más. No es normal que con todo lo que tienes no hayas aprendido algo tan sencillo. Como propone Eudald, vente a desayunar y a comer todos los días. Así seguro que aprendes algo.

Tras la comida, mientras Vicenteta y Eudald se servían café en el salón, Lolita se ofreció a sacar la basura. Era una excusa para salir y tomar aire fresco, aunque fuera solo por unos minutos.

Cruzó la calle hacia el parque cercano, donde encontró un contenedor. Mientras caminaba, notó a una mujer sentada en un banco. Tenía el cabello rubio y liso, recogido en una sencilla coleta, y sostenía un cigarrillo entre los dedos. Al cruzar sus miradas, la mujer le sonrió.

—Hola —dijo, con un tono cálido que sorprendió a Lolita—. ¿Vives por aquí? No te había visto nunca antes por este parque.

Lolita titubeó un momento antes de responder.

—No, he venido a visitar a mi madre.

La mujer asintió y apagó el cigarrillo contra el banco.

—Yo me llamo Carmen. Siempre vengo aquí después de almorzar. Es mi único rato de tranquilidad en el día.

Lolita se presentó tímidamente y, poco a poco, comenzaron a conversar. Carmen era franca y directa, algo que a Lolita le sorprendió y le resultó refrescante. En pocos minutos, Carmen confesó algo que resonó profundamente en Lolita.

—Mi marido es un hombre complicado —dijo, mirando hacia el suelo—. Tiene ideas muy tradicionales, ya sabes… Y cuando las cosas no salen como él quiere, bueno, digamos que no siempre es amable. Pero, cuando regresa al segundo turno de trabajo, me tomo unos minutos para venir a este parque. Así puedo respirar aire fresco y despejar mis ideas…

Lolita sintió un nudo en la garganta.

—Entiendo bien lo que dices —respondió, con una voz apenas audible.

Carmen la miró con interés, como si percibiera que había mucho más detrás de esas palabras.

—Como te digo… Yo vengo al parque casi cada día —añadió Carmen—. Si alguna vez necesitas hablar, seguramente aquí estaré.

Al regresar a casa de su madre, Eudald ya estaba impaciente.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó con severidad.

—Solo fui al contenedor, había cola —mintió Lolita rápidamente, temiendo que cualquier indicio de su encuentro con Carmen desatara la ira de Eudald.

Vicenteta, que no había notado nada extraño, se limitó a alabar el café que había preparado Eudald mientras Lolita se quedaba en silencio, atrapada entre dos mundos.

Esa noche, al acostarse, Lolita pensó en Carmen. Por primera vez en mucho tiempo, tenía algo que esperar con ansias: el momento de volver al parque y encontrar a alguien que la entendiera. No sabía si algún día se atrevería a ir o a mencionar nada sobre su marido, pero Carmen había resultado una luz de complicidad. Al menos, deseaba escucharla y ya no le pesaba tanto la idea de ir a casa de su madre para aprender a cocinar…

Cuando estaba a punto de dormirse, Eudald la cogió del pelo y la violó. Ella opuso una primera resistencia que tuvo que diluir en cuanto su marido le dijo que le había notado el olor a tabaco al regresa a casa de su madre. Lolita le intentó hablar sobre que en la cola del contenedor de basura había un señor fumando, pero Eudald le tapó la boca y le dijo que le había gustado ese olor sobre su cuerpo. Por tal de no seguir buscando excusas sobre su inesperado perfume, derivado del cigarrillo de su inesperada amiga, Lolita aceptó que le tapase la boca y se dejó llevar. La próxima vez, de haberla, sería más precavida.


Inimpugnable
Capítulo XIV: Un encuentro el parque

por Carmen Nikol


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