Inimpugnable – Capítulo VII: Preparativos y promesas

Los meses que siguieron al compromiso fueron una vorágine de preparativos. Eudald se encargó de los detalles con una precisión casi obsesiva, ocupándose de la elección de la iglesia, los arreglos florales y hasta el más ínfimo detalle del vestido de Lolita, sin importarle lo más mínimo lo que pudieran pensar ellas sobre que él viese el vestido antes de la ceremonia.

Vicenteta, maravillada, se dejaba llevar por aquel despliegue, orgullosa de que su hija tuviera una boda tan prometedora y de que un hombre de la categoría de Eudald le diera un futuro tan seguro. Obviaba cualquier tipo de tradición ni de posible superstición. Lolita, en cambio, se sentía cada vez más abrumada. El peso de las expectativas, las miradas y comentarios de admiración y, sobre todo, el ritmo frenético de los preparativos la llenaban de una inquietud creciente. Aunque todos a su alrededor la felicitaban y le hablaban de su buena fortuna, en su interior se acumulaban emociones que no lograba descifrar. Sabía que Eudald era un buen partido y un hombre respetado, pero su atención, tan intensa a veces, le resultaba sofocante. Aquella mirada que parecía buscar dentro de ella la hacía sentirse observada, casi desarmada.

Eudald había invitado a familiares lejanos de Vicenteta y del difunto padre de Lolita. También a las mejores amigas de Senteta (como la llamaban esas amigas), para que pudiese lucirse con su futuro yerno y con las atenciones que siempre le prestaba; pero a lo grande, para que la viesen en la magnífica boda de su hija.

Cierta tarde de octubre, mientras ajustaban algunos detalles de los trajes en un exclusivo atelier de Barcelona, Eudald pidió un momento a solas con Lolita. Tras comprobar que estaban en un rincón apartado, la miró fijamente y, sin apartar la mano de la suya, le susurró:

—Lolita, sé que todo esto puede parecer abrumador. Pero quiero que entiendas que todo lo hago por ti. Mi intención es darte una vida que no te falte nada, que siempre te sientas segura. Y que tengas una boda memorable.

Lolita, con los ojos bajos, apenas alcanzó a asentir. Sentía que era su deber agradecer la dedicación de Eudald, pero algo en su tono, en la forma en que apretaba sus manos, la hacía dudar.

—Te prometo que esto solo es el inicio —continuó él, inclinándose un poco más cerca de ella—. Y si en algún momento sientes dudas, solo recuerda que yo estoy aquí, para disiparlas todas.

Las palabras de Eudald la envolvieron y Lolita, comprensiva y agradecida, se esforzó una y otra vez por sonreír. Le resultaba difícil poner en palabras el nudo de emociones que la abordaban, así que se limitó a asentir y a esbozar una sonrisa tímida cada vez que su futuro marido le sonreía. Eudald le devolvía las sonrisas, satisfecho. En un momento dado, deslizó la mano suavemente por la mejilla de Lolita, la besó inocentemente y se apartó para hablar con Vicenteta.

Días después, en otra visita a la casa de Lolita, Eudald tomó asiento en la sala, de nuevo para hablar con Vicenteta. Le indicó que todos los preparativos de boda estaban dispuestos para que se celebrara antes de que terminara el año. Quería cerrar el año con la certeza de que Lolita y él comenzarían el 1 de enero como marido y mujer; que él se ocuparía de su bienestar y, sobre todo, de su futuro.

—No hay nada que desee más que empezar nuestra vida juntos, sin esperar más tiempo —le comentó a Vicenteta, con una determinación que no dejaba espacio para objeciones.

Su futura suegra, conmovida por la seriedad y dedicación de Eudald, aceptó su petición sin reservas. No le importaban los comentarios que pudieran surgir en el vecindario sobre la velocidad de los preparativos, ni las opiniones de quienes se sorprendieran de que Lolita, tan joven aún, se casara con un hombre que casi le doblaba la edad. En su mente, no había un destino mejor para su hija. De hecho, pocos eran los que comentaban que Lolita era demasiado joven: en aquel momento, de hecho, en España aún se podían casar teniendo tan solo 14 años y ella ya tenía casi 17.

Los días pasaban en una extraña mezcla de anticipación y temor. Lolita, cada vez que Eudald estaba cerca, sentía una combinación de fascinación y desasosiego. A veces, cuando él le hablaba del futuro que construirían juntos, percibía una intensidad en su voz que le causaba una leve inquietud. Eudald parecía visualizar su vida con ella en cada detalle, con una claridad y una determinación que parecían augurar un margen muy pequeño sobre lo que ella pudiera decidir dentro de su futuro. Sabía que no podría trabajar, si él no quería, ni podría contar con su propio sueldo, en caso de conseguir un empleo. El marido era el amo de las decisiones en el hogar y en todo lo referente a la libertad de su mujer. Eso ya lo había aprendido: su madre se lo había aclarado al poco de aceptar el compromiso porque Lolita había crecido, principalmente, con una madre soltera y podría entender la vida como la había vivido su propia madre, tomando las decisiones libremente.

El día antes de la boda, mientras terminaba de probarse el vestido en su habitación, Vicenteta entró y la abrazó, emocionada.

—Lolita, no sabes cuánto he esperado verte así. Eudald es un hombre increíble, y no dudo que sabrá hacerte feliz —le susurró con una sonrisa.

Lolita, observándose en el espejo con el vestido blanco, no pudo evitar pensar en la versión de sí misma que dejaría atrás. La Lolita que era ahora —inocente, soñadora y llena de preguntas— parecía desvanecerse ante la nueva vida que la esperaba. Sabía que a partir de ahora su destino estaría ligado al de Eudald y, con un suspiro, se resignó a aceptar ese futuro desconocido, confiando en que, de alguna manera, todo se ajustaría con el tiempo…


Inimpugnable
Capítulo 7: Preparativos y promesas
por Carmen Nikol


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