Inimpugnable – Capítulo VI: La promesa de un futuro

Los días posteriores al compromiso fueron un torbellino de emociones para Vicenteta. No se cansaba de contarle a sus pocas amigas cercanas acerca del caballero que había pedido la mano de su hija con tanto respeto y devoción. Lolita, por su parte, apenas alcanzaba a comprender el cambio que estaba a punto de suceder en su vida. Eudald, el hombre que le había hablado de poesía, de viajes, y de temas que apenas comprendía, se convertiría en su marido. Aunque aún era joven, algo en ella despertaba al pensar en él: la mezcla de admiración y temor que sentía cuando lo veía le hacía sentir mariposas en el estómago y, a la vez, un nudo en la garganta.

Eudald, que había mostrado siempre una faceta amable y cuidadosa, había seguido visitando la casa con mucha frecuencia. Ahora, sin rodeos, se dirigía directamente a Lolita cuando conversaban, haciéndole preguntas y comentarios cada vez más maduros y escuchando sus respuestas con mucha atención, tanteándola para reconocer en ella cualquier atisbo de evolución hacia una madurez precoz. A Lolita le inquietaba la intensidad con la que él la miraba, pero al mismo tiempo le parecía un gran consuelo en ese mundo que le resultaba hostil. Su madre, cada vez más convencida de que Eudald era la solución a sus problemas, no perdía ocasión para alentarla, incitándola a aceptar con agrado los gestos del hombre.

Una noche de septiembre, Eudald invitó a Lolita y a su madre a una cena en uno de los restaurantes más elegantes de Valencia. Lolita, vestida con un sencillo pero hermoso vestido palabra de honor, se sentía fuera de lugar en aquel ambiente sofisticado, lleno de luces tenues y de música exquisita. Eudald la miró como si fuera una joya preciosa y tomó su mano con firmeza, guiándola hacia la mesa donde cenarían.

Durante la cena, él se inclinó hacia ella y, en voz baja, le habló de su deseo de construir un futuro juntos.

—Lolita, quiero que sepas que esto que hacemos no es solo un compromiso con tu madre. Es algo que quiero compartir contigo —dijo él, acariciándole la mano con una suavidad que contrastaba con la fuerza de su mirada—. Quiero que confíes en mí, que sepas que siempre estaré aquí para protegerte.

Lolita asintió en silencio, sintiendo cómo el peso de aquellas palabras caía sobre ella. Aún no podía articular del todo lo que sentía. Una mezcla de gratitud, nerviosismo y una pizca de miedo se entrelazaban dentro de su corazón. Pero Eudald, atento a sus gestos y pausas, parecía captar cada una de sus dudas y le respondía con sonrisas o con algún gesto para tranquilizarla.

Al final de la cena, después de un brindis discreto, Eudald se dirigió a Vicenteta, que los miraba con orgullo y pensamiento ocultos desde el otro lado de la mesa.

—Quiero que sepáis que no espero nada de ti, Lolita. —dijo, mirándola con sinceridad—. Respetaré, lo máximo posible, tus tiempos y deseos.

Vicenteta le sonrió, satisfecha y profundamente conmovida.

—Eres un hombre de honor, Eudald. No podríamos estar más agradecidas.

Después de la cena, mientras caminaban hacia el coche, Eudald se acercó a Lolita y le ofreció su brazo. Lolita, tímidamente, lo aceptó. Mientras la escoltaba hacia el vehículo, le habló con voz suave y llena de promesas:

—Lolita, sé que esto puede parecer mucho en este momento. Pero quiero que sepas que, con el tiempo, será solo el comienzo de todo lo que haremos juntos. Solo dame la oportunidad de mostrarte el mundo que quiero construir para nosotros.

Lolita asintió, sin saber qué responder. En el fondo, el poder de su voz y la firmeza de su promesa la habían conmovido, y una parte de ella deseaba entregarse a la vida que él le ofrecía, una vida que ella ni siquiera sabía que podría existir.

Esa noche, mientras se despedía de Eudald en la puerta de su casa, él se inclinó hacia ella, besándole la mano con gentileza y la mejilla con un amago de pasión. Su madre, observando ya desde el umbral, le sonrió con aprobación. Cuando Eudald finalmente se fue, Lolita quedó contemplando la noche, sintiendo que acababa de abrirse una puerta hacia un futuro incierto, pero que, por primera vez, se perfilaba ante ella con promesas de algo más.


Inimpugnable
Capítulo 6: La promesa de un futuro

por Carmen Nikol


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