Inimpugnable – Capítulo IV: Una visita inesperada

Lolita observaba la vida pasar desde la ventana de su habitación, en su casa de Valencia. La luz del atardecer cubría las calles con un brillo dorado, y ella sentía cómo esa calidez contrastaba con la frialdad que invadía su hogar desde que su padre había fallecido. A pesar de que habían pasado ya algunos años desde esa pérdida, la tristeza seguía instalada en su corazón. Su madre, por su parte, parecía haber llenado el vacío con las atenciones de Eudald, quien se volvía cada vez más cercano y presente en sus vidas.

Era una tarde como cualquier otra cuando un coche se detuvo frente a la casa. Desde la ventana, Lolita reconoció a Eudald al instante, su silueta elegante y segura bajando del vehículo con su talante habitual. No era una visita programada, y eso la tomó por sorpresa. Se miró en el espejo, peinó su cabello con los dedos, y se apresuró a bajar al recibidor, donde su madre ya estaba abriendo la puerta con una amplia sonrisa.

—Eudald, qué sorpresa verte por aquí —dijo Vicenteta, con una emoción apenas disimulada—. Pasa, pasa, por favor. Nos alegra tanto recibirte.

Eudald entró en la casa y se inclinó para besar a Vicenteta en la mejilla con formalidad. Luego, sus ojos se posaron en Lolita, quien se encontraba al final del pasillo, observándolo.

—Buenas tardes, Lolita —le dijo con una sonrisa que ella sintió como si fuera solo para ella—. Espero no haber llegado en mal momento.

Lolita negó con la cabeza rápidamente, tratando de ocultar el leve rubor en sus mejillas.

—No, claro que no. Es… Es un placer verte, Eudald —respondió ella, sintiéndose torpe pero feliz.

Vicenteta los dejó solos bajo la excusa de ir a preparar algo de merienda. En cuanto su madre se alejó, Eudald se acercó a Lolita, le cogió la mano algo más fuerte que las anteriores veces y la miró en silencio, disfrutando esa incómoda complicidad y, sobre todo, sus pensamientos.

—Quería verte —le dijo en voz baja, casi como un susurro—. No podía dejar de pensar en nuestra última conversación.

Lolita sintió que el corazón se le aceleraba. Notaba a Eudald algo intenso, nervioso. Un poco más cerca de ella. Sus brazos la habían intentado rodear pero acabó abrazándola para cuando regresó Vicenteta.

—Yo también… —murmuró, sin saber bien cómo había brotado de sus labios esa apresurada frase—. Es decir, pensé en lo que dijiste.

Eudald sonrió, satisfecho, como si cada reacción de Lolita fuera una confirmación de lo que él esperaba de ella. Se inclinó y le susurró con suavidad:

—Eres tan especial, Lolita. De verdad lo eres. Deseo que desarrollemos nuestra relación

Ella sintió cómo su pulso se aceleraba al escuchar esas palabras, y bajó la mirada, sin saber cómo responder. Aquel momento era demasiado intenso, pero una parte de ella deseaba quedarse en él, perderse en la admiración que Eudald le ofrecía.

De pronto, Vicenteta los interrumpió:

—¡Lolita, ven a ayudarme con la merienda! —dándose cuenta del instante que estaba interrumpiendo.

Lolita parpadeó, volviendo a la realidad, y asintió con nerviosismo.

—Voy enseguida —respondió, y miró a Eudald una vez más antes de dirigirse hacia la cocina.

Allí, su madre la miraba con una sonrisa que parecía cargada de secretos. Con la bandeja lista, se dirigieron hacia la sala, donde Eudald las esperaba, sentado en un sillón de pana. Mientras conversaban, él no dejaba de mirarla de una manera que Lolita no podía interpretar, una mezcla de ternura y algo más oscuro que le generaba un nerviosismo nuevo y recurrente.

Al final de la velada, cuando Eudald se despidió, tomó nuevamente la mano de Lolita y la sostuvo por un momento, mirándola de nuevo intensamente.

—Vendré a verte más a menudo —le dijo con firmeza—. Quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti. Tienes el número de teléfono de mi consulta. Si te apetece algo o te sientes inquieta, puedes llamarme en cualquier momento de la tarde, las tardes que no haya venido.

Lolita asintió, conteniendo la emoción y la confusión que le provocaban aquellas palabras y el carácter que había inundado el salón.

Mientras el coche de Eudald se alejaba, ella se quedó en la puerta, observándolo hasta que se perdió en la distancia, con la sensación de que algo había cambiado.

Vicenteta, tras la visita, hizo que su hija recogiese la mesa y fregase los platos. Aún no había decidido enseñarle a cocinar ni a prepararse para una futura vida que, quizá, la acechaba ya con paso firme. Una buena madre, en aquellos tiempos, se preocupaba de estas cosas. Tampoco le había hablado nunca sobre la intimidad entre hombre y mujer. ¿Para qué? Ya lo aprendería, como tuvo que aprenderlo ella, como tuvo que sufrirlo ella. Pero Eudald había tomado la iniciativa de irle comentando lo básico, algo que Vicenteta, por supuesto, no sabía. La confianza entre madre e hija, sin duda, dejaba mucho que desear. Al fin y al cabo, Vicenteta había sufrido de cierta envidia hacia su hija desde siempre. Quizá, en el futuro, podrían cambiar esas tornas.


Inimpugnable
Capítulo 4: Una visita inesperada
por Carmen Nikol


Capítulo anterior: Un helado de fresa
Capítulo posterior: La propuesta


LICENCIA: © 2024 por está bajo Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinDerivados 4.0 Internacional 

Publicado por Entrevisttas.com

Entrevisttas.com comienza su andadura sin ánimo de lucro, como el blog personal de Carmen Nikol. Se nutre, principalmente, de entrevistas y artículos realizados por ella misma y por algunos colaboradores. Con el tiempo, desarrolla su sistema de colaboraciones con autores de renombre en diferentes materias como las ciencias, el derecho, la investigación, el deporte... Y busca constituirse como una revista. ¿Quieres colaborar? No dudes en contactar. Todos lo hacemos de forma gratuita.

Un comentario en “Inimpugnable – Capítulo IV: Una visita inesperada

Deja un comentario