Inimpugnable – Capítulo I: Dolores

Lolita había nacido un 21 de noviembre, en Valencia, en un día gris y lleno de viento que parecía anticipar el infortunio. Su madre la bautizó con el nombre de Dolores, como si su destino ya estuviera marcado, y fue su padre quien, con cariño y ternura, empezó a llamarla «Lolita» para suavizar la dureza de ese nombre. «Mi Lolita», decía, como si fuera su tesoro más preciado, un resplandor cálido en medio de un hogar lleno de silencios y sombras.

A los siete años, Lolita perdió a ese hombre que era todo para ella. Su padre, un empresario en la industria de hilaturas, falleció inesperadamente, dejando un vacío insuperable en el hogar. Para Lolita, el mundo cambió de un día para otro. La risa de su padre y su olor a tabaco mezclado con algodón desaparecieron, y en su lugar quedó un silencio sofocante que su madre, Vicenteta, intentaba llenar con palabras que sonaban huecas. Nada lograba consolar a Lolita; ni los abrazos, ni las historias de consuelo que su madre intentaba contarle al pie de su cama cada noche.

Para Vicenteta, aquella pérdida fue también una liberación velada. Su esposo había sido un hombre autoritario, y ella, resignada a ser una mujer de pocas opciones en una época en la que las mujeres ni siquiera podían tener cuentas propias, asumía que viviría en la sombra de su hija. Pero, al mismo tiempo, resentía el dolor inquebrantable de Lolita, la devoción que mostraba hacia un padre que ya no estaba y la mirada ausente que tanto la irritaba, como si le dijera que ella nunca podría llenar su vacío.

Aquel duelo silencioso no era solo por la pérdida de su padre; era la transición de una niña a una especie de estatua, una belleza helada a la que nadie lograba arrancar una sonrisa verdadera. Lolita no se sentía en su lugar en el mundo; se limitaba a observar desde las esquinas, y su mirada clara y serena escondía un dolor profundo que los demás no comprendían. En la escuela, las burlas se volvieron cotidianas: los chicos la molestaban por su apariencia, y las chicas, por su belleza. Pero la pérdida de su padre la había endurecido. Aguantaba en silencio, sin rebelarse, mientras el tiempo pasaba y su tristeza se convertía en parte de ella.

Así, su infancia se fue desvaneciendo sin que nadie hiciera algo para salvarla de ese vacío. En un trato que no supo nunca cómo ni cuándo sucedió, la fábrica de hilaturas, el legado de su padre, pasó a manos del encargado, un hombre sin escrúpulos que engañó a Vicenteta con una paga mensual insignificante. La madre de Lolita, resignada, aceptó el trato para poder seguir adelante, sin comprender el alcance de lo que había perdido.

Las tardes en Valencia se volvieron monótonas y solitarias. Vicenteta no podía permitirse muchas cosas y el dinero apenas alcanzaba para lo básico. Lolita pasó los años encerrada en su propio mundo, soñando con algo que ni ella misma podía describir, como una especie de refugio secreto al que nadie tenía acceso.

Su belleza crecía sin que ella misma se diera cuenta, y en su interior se fortalecía una especie de tristeza inmóvil, como si la vida le hubiera quitado la capacidad de sentir plenamente. Los niños la llamaban «rara», y los adultos simplemente desviaban la mirada, incapaces de enfrentar la intensidad de esa niña que parecía ausente.

Lolita cumplía cada año con el peso de una tristeza que se hacía más profunda, y su madre, incapaz de entenderla, comenzó a distanciarse de ella. Con el tiempo, Vicenteta apenas reconocía a su hija, esa joven de belleza helada, tan distinta a la niña que había nacido en un noviembre ventoso.

El 21 de noviembre de 1975, Lolita cumplió dieciséis años. La celebración fue silenciosa, apenas un par de palabras de felicitación de su madre, quien en el fondo miraba a su hija con resentimiento y admiración, como si albergara un deseo oculto de poseer aquella juventud y belleza que Lolita exhibía sin saberlo.

Ese mismo año, en Barcelona, alguien que cambiaría su vida para siempre se preparaba para un encuentro que marcaría el destino de ambos.


Inimpugnable
Capítulo I: Dolores
por Carmen Nikol


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