Desde tiempos remotos, ya nuestros antepasados prehistóricos se sintieron impresionados y asustados por los fenómenos meteorológicos violentos. Para ellos, se trataba de manifestaciones incomprensibles, de origen desconocido y en ocasiones mortales, como eran los rayos, los truenos, los granizos y los fríos glaciales. A partir de esos temores, se desarrollaron las primeras religiones y la fe en seres superiores, como por ejemplo el dios del trueno, que persistió hasta tiempos relativamente recientes en las creencias de las tribus nórdicas europeas como dios Thor. Incluso hoy, todavía perdura en el nombre alemán del día de la semana de Donnerstag, como también Thursday en el mundo angloparlante. Como dios del trueno, Thor recorría el cielo en su carro tronante tirado por dos machos cabríos lanzando relámpagos a la Tierra con su martillo (Figura 1).

Ya han transcurrido unos 300 años desde la revolución científica de la Ilustración, y sin embargo parece que en el substrato Neanderthal de nuestra mente se mantiene todavía el temor arcaico a los fenómenos meteorológicos naturales catastróficos. Precisamente, es hacia esos sentimientos arcaicos hacia donde apunta la nueva religión del cambio climático, cuyo dogma central establece que el responsable exclusivo del calentamiento de la Tierra es el ser humano. Esta nueva doctrina ha llevado a posturas tan radicales que se atreven a mutilar obras maestras del arte universal para salvar al Planeta. O adoptar denominaciones tan ridículas (en una extraña simbiosis entre feminismo mal entendido y ecologismo radical) como petromachos, los ancianos blancos (así se les denomina en el mundo sajón), por presumir de que conducen potentes vehículos con motor de combustión, que se han convertido en chivos expiatorios, ellos tienen la culpa de todo, desde la contaminación hasta el colonialismo.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? En los años 70 del pasado siglo, cuando se empezó a hablar de forma generalizada sobre el cambio climático, no existía ningún temor sobre el calentamiento global, sino todo lo contrario. En aquellos momentos, entre 1945 y 1975, dentro de las habituales oscilaciones térmicas en la historia de la Tierra, se había registrado un acentuado enfriamiento del planeta, a pesar del incremento sostenido de las emisiones de CO2 a la atmósfera que se produjo durante esos años, correspondientes al gran desarrollo económico posterior a la Segunda Guerra Mundial y al despegue en el uso generalizado del automóvil. En el horizonte del futuro próximo se barruntaban consecuencias catastróficas asociadas a una nueva edad de hielo. Como se ha comprobado a lo largo de la historia, la humanidad es mucho más sensible y débil ante un enfriamiento global generalizado, que ante un calentamiento como el actual, máxime con una sociedad tan tecnológica como la nuestra. Durante este periodo, el postulado efecto invernadero por la absorción de calor por parte del CO2 atmosférico fue recibido como una esperanza salvadora, aunque con gran escepticismo por parte de la comunidad científica. Y, muy especialmente, por parte de los geólogos, quienes se apoyaron precisamente en argumentos muy similares a los que sostienen hoy para poner en duda el origen antrópico del cambio climático.

Sin embargo, durante las últimas décadas del siglo pasado las temperaturas volvieron a subir, del mismo modo que lo habían hecho entre las dos guerras mundiales (Figura 2), o miles de veces antes, a lo largo de los tiempos geológicos. Las subidas de temperatura de finales del siglo XX encajaban perfectamente con el monótono aumento del CO2 en la atmósfera a largo plazo. Fue entonces cuando se desarrollaron los modelos informáticos para intentar predecir el futuro de la evolución de la temperatura. Como había una relación bien visible entre el aumento de la temperatura y el aumento del CO2 durante esos años 80 y 90, el foco principal para los parámetros de los modelos climáticos teóricos era el CO2 y no los parámetros naturales como es la insolación, la termodinámica o la nubosidad de la atmósfera, las corrientes oceánicas, etc. Incluso todavía hoy día, la mayoría de los modelos climáticos se basan en este criterio parcial incorrecto.
Debe señalarse que un modelo informático es meramente una construcción humana para realizar cálculos cuyos resultados dependen de los parámetros que se consideren. Y de momento, los resultados que se obtienen solo representan aproximaciones a la realidad, a veces bastante alejadas de ella. Modelizar con exactitud la naturaleza y el clima es una tarea muy ardua y compleja que aún está por conseguir.
De este modo comenzó la politización de una cuestión que, hasta aquel momento, había estado restringida al mundo científico. La idea del desastre climático causado por el hombre al quemar combustibles fósiles emitiendo CO2 a la atmósfera, pronto trascendió fronteras. A finales del siglo XX se creó el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), el grupo de estudio sobre cuestiones climáticas promovido por la ONU, que de inmediato empezó a vaticinar los desastres que esperan al planeta como consecuencia del calentamiento global. Casi simultáneamente, Al Gore, conocido como el millonario del negocio de las bulas de carbono, promovía y participaba del lucrativo negocio de la compraventa de tasas de emisión de CO2.
Algunos científicos mostraron su asombro ante las primeras conclusiones del nuevo grupo de trabajo. Muchos de ellos manifestaron públicamente su perplejidad al comprobar que el IPCC estaba ignorando todos los trabajos científicos sobre evolución climática que hasta ese momento se habían realizado durante años. Hasta entonces, el parámetro que se había considerado como principal responsable del calentamiento era la radiación solar. Pero esta variable fue bruscamente relegada en favor del CO2 y del efecto invernadero. Y como hemos comprobado a lo largo de las últimas décadas, el ostracismo de la influencia solar en el calentamiento global continúa hasta la actualidad.
Es inevitable aceptar que, desde finales del siglo XX, el cambio climático ha dejado de ser una cuestión estrictamente científica para convertirse en un tema social, político y económico. Además, durante las dos décadas pasadas, el nivel de politización ha ido aumentando paulatinamente, de forma que el debate entre las diferentes tendencias se ha convertido en un lugar de confrontación, donde lidian argumentos ideológicos, políticos y económicos, frecuentemente camuflados como razonamientos técnicos o científicos. Y a esa intensa discusión, como no podía ser de otra manera, no han dejado de acudir los intereses particulares, sociales, económicos y geoestratégicos.
Es inevitable aceptar que, desde finales del siglo XX, el cambio climático ha dejado de ser una cuestión estrictamente científica para convertirse en un tema social, político y económico.
Consideramos fuera de toda duda que ha existido, y sigue existiendo, una ofensiva mediática, desplegada para filtrar hacia la opinión pública una visión monolítica del problema, para inducir una sola y única opinión. Y esta situación suscita la pregunta que encabeza este apartado: ¿Por qué el calentamiento global ha suscitado tanto interés, y por qué se están movilizando recursos con cifras astronómicas para solucionar un problema que no está correctamente calibrado, mediante la aplicación de soluciones cuya eficacia es muy discutible? Muchos gobiernos del mundo, con la Unión Europea a la cabeza, han hecho suyas las propuestas adoptadas en las cumbres mundiales sobre el cambio climático, aceptando que nos enfrentamos a una emergencia, poniendo en marcha planes específicos para combatirla.
¿Por qué el calentamiento global ha suscitado tanto interés?
La realidad social es que el miedo al aumento de temperatura planetaria está asentado en la opinión colectiva y, en esas condiciones, la lucha contra el calentamiento global proporciona argumentos aparentemente válidos para que los ciudadanos acepten de buen grado sacrificios que de otra forma serían inaceptables, como el aumento del precio de la electricidad, acceso a vehículos eléctricos más caros y con menos prestaciones, restricciones en alimentación y desplazamientos, pérdidas de puesto de trabajo, y un largo etcétera. Volviendo al símil entre el dogma climático y la religión, se puede decir que se aceptan sacrificios en la vida terrenal para ganar la vida eterna y el paraíso celestial. Es decir, la salvación del Planeta.
Durante las dos últimas décadas, la confluencia de intereses respecto del cambio climático y el calentamiento global, ha generado una sinergia tan poderosa, que es prácticamente imposible evitar sus influencias. Las propuestas ecologistas se han impuesto de tal manera en la opinión pública, que hoy ningún partido político, institución o empresa, puede permitirse el lujo de prescindir de sus dictados. Es necesario aceptar la doctrina climática para garantizar los resultados en cualquier actividad, desde aumentar las ventas de las empresas, hasta conseguir subvenciones en proyectos de investigación, además de aumentar la cuota de poder en las aspiraciones de cualquier partido político, que compiten entre ellos por presentarse ante la opinión pública como adalides para detener el cambio climático. Lo importante ya no es promover políticas correctas para frenar el calentamiento global o proteger el medio ambiente, sino ser más verde que la competencia, a costa de lo que sea. El interés que suscita esta temática está nítidamente demostrado por los numerosos proyectos de investigación y publicaciones focalizadas sobre esta temática. A este respecto, es muy interesante la estadística que ilustra cómo desde 1988, la decisión de la ONU de respaldar al IPCC, ha dado lugar a una de las explosiones más espectaculares en la investigación científica. En efecto, como se aprecia en la Figura 3, el número de artículos publicados sobre cambio climático ha crecido exponencialmente, tanto en número (desde una cantidad insignificante hasta casi 4.000 al año, línea roja), como en porcentaje del total de publicaciones científicas (línea azul punteada). En la gráfica, es evidente un marcado punto de inflexión al inicio del segundo milenio, sincrónicamente con la elaboración del Plan de Objetivos de Desarrollo del Milenio elaborado por la ONU, precursor de la Agenda 2030. Desde entonces, el número de publicaciones científicas sobre cambio climático no ha parado de crecer.

Es difícil creer que se haya llegado en el siglo XXI a esta convergencia de intereses de una forma casual, y de nuevo, no queda más remedio que formular otra pregunta inevitable: ¿Por qué o para qué tanto esfuerzo? No parece muy complicado encontrar la respuesta, la misma que ha impulsado a la humanidad desde sus inicios: el poder y el dinero. La misma estrategia que llevó a algunos gobernantes de tiempos pasados a conquistar grandes territorios usando como excusa los dogmas religiosos, está todavía activa en nuestra avanzada sociedad, afortunadamente de una forma menos cruenta (por ahora), aunque con una mayor eficacia, gracias al enorme poder de los medios de comunicación.
En paralelo con el desarrollo de esta corriente de opinión, ha aparecido un entramado de organizaciones ecologistas y no gubernamentales, que han desarrollado una enorme capacidad para implantar sus opiniones en la sociedad. Esa red se sustenta esencialmente de subvenciones públicas y, fomentando el miedo, contribuyen activamente a canalizar el voto hacia los partidos que les son más favorables, y que les darán mayores subvenciones.
Algunas personas justifican sus actividades climáticas, esgrimiendo criterios posibilistas. Es decir, que independientemente de que sea cierto o sea falso lo que informan los medios sobre el cambio climático, se trata de un concepto ya asimilado por un sector mayoritario de la sociedad, y aunque se estén manejando los conceptos de forma incorrecta, es mejor continuar haciéndolo, si con ello se contribuye a mejorar el medio ambiente. Este tipo de posturas, recuerdan a viejos aforismos como «Dios escribe derecho con renglones torcidos», o la famosa frase «el fin justifica los medios». Sin embargo, debiera considerarse más adecuado que los ciudadanos tengan derecho a no ser manipulados y acceder a una información correcta para poder tomar las decisiones adecuadas.
En cualquier caso, las declaraciones arriba mencionadas son muy ilustrativas de la óptica desde la cual contemplan determinados políticos la problemática del calentamiento global, sea cual sea su tendencia ideológica, evidenciando que no les preocupan lo más mínimo los aspectos técnicos y científicos, y que sus intereses apuntan en otra dirección. Desde los albores de la humanidad, cuando el chamán dominaba sentimientos, emociones y actitudes en los rudimentarios clanes del paleolítico, hasta los gobiernos actuales, al poder establecido siempre le ha venido muy bien que las poblaciones sientan un miedo colectivo a algo. Y el temor al cambio climático, genera una convergencia de intereses de la que es muy difícil escapar.
Fiscalizar la información relacionada con el cambio climático, el calentamiento global y el ascenso del nivel del mar, otorga el enorme poder de controlar los miedos sociales que generan esos procesos geológicos. Por eso, hay muchos intereses detrás de ese control, evitando que los datos que llegan a la opinión pública se escapen fuera del campo de lo políticamente correcto. A la lluvia de millones que se invierten por doquier en ese control, acuden como polillas a la luz todos los que buscan alguna financiación para alguna idea o proyecto, o simplemente los que esperan obtener algún beneficio.
La politización de la denominada emergencia climática es un hecho y solo el tiempo medirá la magnitud de la equivocación que se está cometiendo. Intentar que la naturaleza se ajuste a los dictados de la política es un error a plazo fijo, que se desmontará tan pronto como haya transcurrido el periodo de tiempo suficiente para comprobar que los pronósticos emitidos no eran ciertos, del mismo modo que ha ocurrido con las proyecciones de futuro no cumplidas y realizadas desde hace 20 años hasta la fecha, y que están durmiendo en las hemerotecas. Pero eso, a los políticos, cuyo horizonte de futuro no va más allá de la próxima convocatoria electoral, les importa bien poco. Y a todos aquellos que han hecho de las subvenciones sus medios de vida, menos aún. Además, ¿Quién les va a pedir responsabilidades dentro de cien años, cuando se verifique que el nivel del mar, en lugar de las catastróficas predicciones con las que quieren asustarnos, haya ascendido algo menos de unos pocos decímetros, a un ritmo más lento que el promedio de los últimos 20.000 años, desde el final de la última glaciación? Cuando se alcance ese convencimiento, ellos ya no estarán aquí para rendir cuentas.
¿Y ahora qué?
Hay indicios más que suficientes para pensar que la estrategia de lucha contra el cambio climático que se está proponiendo no apunta hacia el camino correcto. Se está procediendo como si la correlación entre emisiones antrópicas de CO2 y calentamiento global fuese una verdad absoluta, demostrada e irrebatible, como si detener el cambio climático estuviese en nuestras manos y dependiese solo de nosotros. Como se explicó con detalle en un artículo anterior, la realidad y los hechos científicos son otros. Se hace necesaria una seria reflexión sobre la aplicabilidad y consecuencias de las bases verdaderamente científicas y las medidas adoptadas, que debe incluir también un análisis económico de la relación entre costes y beneficios de unas inversiones astronómicas, cuyos impactos climáticos serán insignificantes. Nuestros antepasados cromañones (los que habitaban en Doggerland, una tierra firme hoy inundada que se situaba entre las Islas Británicas y la Europa continental durante la última gran glaciación; o los que decoraban las paredes de la también inundada cueva de Cosquer en la costa mediterránea francesa) ignoraban que con el paso del tiempo su entorno se vería cubierto por las aguas (Figura 4). Pero nosotros sí lo sabemos, y nuestra actitud hacia el cambio climático y el ascenso del nivel del mar debiera ser similar a la que tenemos hacia procesos naturales como los terremotos o las erupciones volcánicas. Es decir, fenómenos naturales sobre los que, en cierto modo, podemos predecir su nivel de riesgo, aunque no sabemos exactamente cuándo se producirán, pero sí podemos tomar las medidas preventivas adecuadas para cuando hagan acto de presencia.

El nivel del mar está ascendiendo actualmente sólo unos pocos milímetros por año, una elevación muy moderada en comparación con el ascenso de hasta varios cm/año, registrados durante los primeros milenios después del fin de la última glaciación. Con estos conocimientos en mente, los esfuerzos debieran encaminarse hacia la adaptación de nuestro hábitat a los cambios que se avecinan, como han hecho, por ejemplo, los holandeses para defender sus costas frente a la invasión del Mar del Norte. O como se está haciendo en Venecia (Italia), donde se desarrollan proyectos ligados a la defensa de la ciudad y su patrimonio, frente a los frecuentes fenómenos de aqua alta, cuando el Mar Adriático, las mareas y los vientos se alían para invadir la laguna e inundar esta pintoresca ciudad.
Desde varios años, tanto en Europa como en ultramar, se están formando asociaciones nacionales de realistas climáticos, integradas por científicos independientes de la financiación pública e industrial, independientes de cargos políticos y libres de estar pendientes de sus respectivas carreras o promociones académicas. Ya son muchos miles de profesionales, que en gran parte de su vida han trabajado en temas relacionados con el clima, y que han llegado a la conclusión de que ya es hora de informar a la sociedad y a los ciudadanos sobre el verdadero contexto y la complejidad de la evolución climática. Y cada año, su número está aumentando. Pero estas informaciones todavía no están siendo tomadas en consideración por las agencias de prensa ni por la mayoría de los políticos. Simplemente, se marginan y desprecian estas opiniones con la simple calificación de negacionistas climáticos. Aunque en sentido estricto, podría decirse que los verdaderamente negacionistas son lo que utilizan ese término, ya que en contra de las evidencias, niegan las causas naturales del omnipresente cambio climático.
Para demostrar de manera forzada de qué lado está la verdad, se han hecho verdaderos malabarismos estadísticos, dirigidos a confirmar que el mundo de la ciencia, al unísono, está de acuerdo, postulando la existencia de un supuesto abrumador consenso sobre las conclusiones del IPCC. Hace unos años, por ejemplo, se realizó una encuesta online que fue enviada a 10.257 geo-científicos, preguntando si el cambio climático era debido a las emisiones antrópicas de CO2. Tan solo respondieron 3.146, lo que significa que el 70 % no tuvo interés en el tema. Y del 30% restante, un 96,2 % fueron respuestas procedentes de los EE.UU. Es decir, que los geo-científicos del resto de América, Europa, Asia, Australia y África, se quedaron sin estar representados. Como los resultados no fueron concluyentes, se seleccionaron 77 científicos expertos en cambio climático, de los cuales el 97,4 % afirmaron estar convencidos sobre su origen antrópico. Y ese dato, previamente filtrado y escasamente representativo, es al que repetidamente se ha hecho mención para citar la abrumadora mayoría de científicos que confirman que el cambio climático está causado por el hombre. Debe mencionarse que estas encuestas han sido muy criticadas por su metodología y por sus limitaciones, tanto por la baja tasa de respuesta, como por su sesgo geográfico. Ambos factores han afectado sin duda a la representatividad de la muestra y, por lo tanto, a la validez de los resultados. Sin olvidar otro aspecto esencial, ya que la encuesta se centró en las opiniones de los científicos, no en las evidencias científicas sobre el tema. Otro método para demostrar el supuesto consenso ha sido realizar contajes sobre las publicaciones, como por ejemplo el estudio que fue publicitado en periódicos de gran tirada, informando de que una revisión de 88.125 estudios publicados entre 2012 y 2020 en revistas científicas, más del 99,9% de los artículos coinciden en que el cambio climático está causado principalmente por actividades llevadas a cabo por los seres humanos. Se ha resaltado en negrilla la palabra principalmente porque ese calificativo es muy importante, ya que está admitiendo implícitamente que además de la actividad humana, hay otros factores que están interviniendo en el proceso de cambio climático. Pero, como se puede apreciar en el ejemplo adjunto (Figura 5), la prensa no hace caso de esos matices y en los titulares los seres humanos no son los autores principales, sino que tienen la responsabilidad única y exclusiva del calentamiento.
La ciencia climática debe volver a una discusión científica abierta, a un dialogo entre científicos, sin exclusiones. Desde el punto de vista científico es inaceptable que un grupo, por mayoritario que sea, decrete que el debate está cerrado, que la discusión se ha acabado, porque afirman saberlo todo. Viene al caso recordar las palabras del filósofo griego Sócrates Yo sólo sé que no sé nada. Porque incluso suponiendo que el supuesto consenso fuese cierto, su existencia no puede considerarse como demostrativo de la validez de una hipótesis o una interpretación. La ciencia no se rige por criterios democráticos y, que exista una mayoría de publicaciones a favor de una hipótesis, no implica necesariamente que esa sea la interpretación correcta. La presentación, ante la opinión pública, de la opinión de un grupo de científicos como abrumadoramente mayoritaria, no significa necesariamente que deba considerarse como una verdad absoluta. Así se ha comprobado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la ciencia, como demuestran los conocidos ejemplos de Galileo Galilei, Albert Einstein o Alfred Wegener, entre muchos otros. Como dijo Pascal Richet, famoso investigador adscrito al Institut de Physique du Globe de Paris, la noción de consenso no es pertinente, porque la historia de la ciencia no es más que un largo paseo por el cementerio donde descansan en paz las ideas aceptadas sin discusión durante mucho tiempo. Aplicando el mismo símil a una época más antigua, si a finales del siglo XV se hubiese realizado una encuesta a los científicos europeos sobre la posibilidad de llegar a las islas de las especias, las Indias, navegando hacia el oeste desde España, la respuesta hubiese sido un rotundo y unánime ¡NO!
Mientras sigue la discusión… Si extrapolamos los ciclos climáticos anteriores hacia el futuro, puede predecirse que durante los próximos siglos, la Tierra se estará acercando a otro pésimo climático, similar al que tuvo lugar durante la Pequeña Edad de Hielo (Figura 6), encaminándose dentro de unos pocos miles de años hacia una nueva glaciación cuya duración será de varias decenas de miles de años. En paralelo con esta evolución de la temperatura, el nivel del mar seguirá ascendiendo lentamente durante (aproximadamente) el próximo milenio, hasta que la tendencia se invierta e inicie un nuevo descenso. Hasta que llegue ese momento, en las regiones costeras puede esperarse una elevación del nivel del mar de un metro, que en algunos aspectos puede ser crítica para sus ribereños, quienes se verán obligados a adaptarse a las nuevas condiciones.

Con una visión realista a medio y largo plazo, es evidente que se hace imprescindible planificar adecuadamente el uso del suelo, especialmente en la proximidad de la línea de costa. Pero en realidad, no se están dedicando recursos para prever la adaptación de las zonas costeras ante el ascenso del mar. Aunque la elevación del agua sea mucho más limitada que la pronosticada por el IPCC, es indudable pueden llegar a producirse problemas en los asentamientos litorales. Esa planificación previsora, debería hacerse con la misma mentalidad con la que preparamos nuestra casa o nuestras ropas cuando vemos que se acerca el verano, sabiendo que no podemos hacer nada por evitar su llegada. Sin pausa, con visión de futuro, pero también sin las prisas con que nos azuzan unos modelos climáticos incompletos y especulativos, que no incluyen todas las variables necesarias y están basados en premisas insuficientes.
Es relativamente fácil juzgar los tiempos pretéritos a toro pasado, con la perspectiva y el conocimiento que dan los años o los siglos. Pero entraña muchas más dificultades, precisamente por falta de perspectiva, juzgar equilibradamente lo que está ocurriendo en la actualidad, sin el apoyo de ningún libro de Historia. O incluso, lo que es aún peor, modificando deliberadamente la historia según los intereses políticos o ideológicos del momento. Estamos convencidos de que representamos el punto culminante en el desarrollo de la humanidad. Consideramos superadas las batallas que se iniciaron durante el Siglo de las Luces y continuaron durante todo el siglo XIX, para que la luminosa realidad propugnada por la razón y la ciencia se abriese paso a través del oscurantismo imperante. Pero ¿es realmente así? A los autores les gustaría recordar que la dura batalla que se dirimió entre ciencia y religión, para establecer la edad y el origen del planeta, contradiciendo los dictados de la infalible Biblia. ¿No sería posible que estemos presenciando una confrontación similar entre científicos críticos y dogmáticos en el tema del cambio climático? ¿No estará cometiendo la humanidad otro gran error global de su historia?
Además, es casi seguro que los neandertales hubiesen estado encantados de poder disfrutar de las temperaturas actuales.
Raíces neandertales del cambio climático
por Stefan Uhlig,
Enrique Ortega Gironés,
y José María Sáenz de Santa María Benedet
