Leonor: poder, cautiverio y corona

Nací heredera antes de aprender a obedecer. Aquitania me pertenecía como el viento pertenece al mar. Quizá Santiago de Compostela lo quiso así. Cuando mi padre murió, sentí el peso del mundo caer sobre mis jóvenes hombros, y supe que no habría para mí una vida pequeña. Me llamaron reina antes de preguntarme quién quería ser.

Me casaron con Luis, rey de Francia, un hombre de rodillas firmes y manos frías. Yo llevaba canciones en la sangre; él, salmos. Al principio creí que el amor podía aprenderse como se aprende una lengua ajena, pero pronto entendí que su Dios ocupaba el espacio que yo debía habitar. En la corte me observaban como se observa a una llama: con temor a que se extienda. No les di un hijo varón, y eso bastó para convertirme en sospecha.

La anulación fue mi primera gran caída y mi primer rescate. Me devolvieron Aquitania como quien devuelve un objeto peligroso. Pero yo partí, sin llorar. Aprendí entonces que el poder no protege del abandono, solo lo hace más visible.

Creí empezar de nuevo al casarme con Enrique. Era joven, feroz, ambicioso. Le deseaba en mis adentros. Juntos conquistamos Inglaterra y nos prometimos el mundo. Le di hijos, a él sí; tierras, consejo. Goberné mientras él guerreaba, pensé mientras él decidía. Pero los reyes no aman lo que los iguala. Con los años, Enrique me fue cercando con su autoridad y con sus amantes, hasta que me convencí de que el matrimonio era otra forma de prisión, solo que adornada. Por segunda vez.

Antes de eso, sin embargo, estuvo Oriente. La cruzada. Yo cabalgué hacia Tierra Santa tal que varón, pero con más tesón. En Antioquía respiré de nuevo: estrategia, política, conversaciones que no terminaban en órdenes. Luis me miraba como si ya no supiera quién era yo. Tal vez nunca lo supo. Cuando pedí separarme, el mundo tembló: una reina no debía querer irse. Aquel fue el inicio de mi peligrosa fama.

La peor traición llegó desde la sangre. Apoyé a mis hijos cuando se alzaron contra su padre, no por ambición, sino porque los había visto crecer bajo la sombra de un hombre que no compartía el poder. Perdimos. Y entonces vino el silencio.

Dieciséis años encerrada. Dieciséis inviernos en los que aprendí que la paciencia puede ser una forma de dominio. Pensé, recordé, aguardé. La cautiva, así me referían. pero nunca dejé de ser reina. Goberné desde la memoria y desde la espera.

Cuando Enrique murió, salí al mundo como quien regresa de un largo sueño sin haber olvidado su nombre. Fui regente, negociadora, madre de reyes. Y descubrí que la vejez podía ser una victoria si una había sobrevivido lo suficiente bien, lo suficientemente fuerte.

Ahora, al final, sé que mi vida no fue una sucesión de errores, sino de rupturas necesarias. No supe obedecer, y por eso pagué. No supe callar, y por eso perduré. Me llamaron peligrosa, orgullosa, indómita. Asumo como propios cada uno de esos nombres.

Así que fui reina, amante, prisionera, madre y escándalo. Y, sobre todo, fui yo misma en un tiempo que no estaba preparado para soportarlo.


Fuentes:
Régine Pernoud. Aliénor d’Aquitaine.
Ralph V. Turner. Eleanor of Aquitaine: Queen of France, Queen of England.
Alison Weir. Eleanor of Aquitaine: A Life.
Amy Kelly. Eleanor of Aquitaine and the Four Kings


Leonor: poder, cautiverio y corona
por Carmen Nikol


Publicado por Entrevisttas.com

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