La relación entre Lena y Javier había comenzado como un juego de miradas y sonrisas veladas durante sus reuniones. Javier era intenso, persuasivo y, sobre todo, parecía entender perfectamente cómo funcionaba la mente de Lena. La tensión que habían cultivado entre charlas de negocios y cenas lujosas en Barcelona se transformó rápidamente en algo más profundo, más íntimo. No podían evitarlo: cada vez que sus manos se rozaban, cada vez que sus miradas se cruzaban, había algo eléctrico en el aire, algo que los atraía a pesar de las normas tácitas que ambos sabían que debían respetar.
Desde su primera noche juntos, la relación entre Lena y Javier fue todo menos un simple romance pasajero. Lena, quien había aprendido a ser calculadora y fría en el terreno profesional, encontró en Javier una chispa que hacía tiempo, mucho tiempo, que no experimentaba. Su conexión era tan intensa que parecía conseguir que olvidasen, momentáneamente, los complejos engranajes de los negocios que ambos tenían en marcha bajo las estrictas órdenes de Janus. Sin embargo, ni siquiera esta pasión era capaz de distraerla de los objetivos a los que ambos debían servir.
Al día siguiente de aquella primera noche juntos, mientras el sol despuntaba sobre Barcelona, Lena y Javier se encontraban en la oficina de éste. Javier la observaba con esa intensidad propia del conquistador, con una sonrisa en los labios, pero el tono de su voz era estrictamente profesional.
—Nuestra próxima reunión con los inversores es en dos días —le dijo Javier, repasando los documentos en su escritorio, pues aún le gustaba el papel—. Necesitamos proyectar la garantía de que este fondo de inversión en bienes raíces es más que un simple negocio. Deben ver la protección que les ofrece, tanto legal como financiera.
Lena asintió, enfocada. Sabía que el esquema planteado por Janus dependía de la confianza que lograran construir con estos nuevos contactos. El fondo de inversión en bienes raíces era la cobertura perfecta para mover los fondos de forma segura entre paraísos fiscales, utilizando a Javier y sus conexiones para afianzar la operación sin dejar rastros.
—Los informes están listos —dijo Lena, mientras revisaba los papeles que tenía delante—. Presentaremos el fondo como una oportunidad de largo plazo, una inversión blindada en zonas de expansión. Las propiedades están a nombre de terceros confiables, y ya hemos asegurado la estructura para que, en caso de alguna investigación, parezca solo un negocio local sin vinculación directa con otros activos.
Javier asintió, mirando los informes con atención, y añadió:
—Además, podemos ofrecerles la opción de mover una parte de sus capitales a través de las cuentas en Dubái que gestiona Sandra. Eso les dará más tranquilidad, sabiendo que sus inversiones no solo están seguras, sino también fuera del alcance de cualquier jurisdicción europea.
Cada paso que daban reforzaba la estructura en la que Janus, Lena y el resto del equipo habían estado trabajando durante meses. Luna y Mateo aún estaban más involucrados en las actividades de bajo perfil, pero Lena intuía que pronto las cosas cambiarían. Mientras tanto, ella y Javier se habían convertido en el equipo de avanzada, tejiendo la red que les aseguraría no solo el anonimato, sino también una posición de poder.
A medida que las reuniones avanzaban, el vínculo entre Lena y Javier se hacía cada vez más difícil de disimular. Cuando terminaban sus encuentros, aprovechaban cualquier excusa para encontrarse a solas. Sus noches juntos estaban cargadas de una intensidad que parecía alimentar su energía durante el día. Pero Lena nunca perdía de vista el propósito de su relación: aunque deseaba a Javier, no podía olvidar que también era un hombre de negocios, y que juntos estaban construyendo algo tan frágil como peligroso.
Una noche, después de una cena en un restaurante exclusivo en la ciudad, Javier la llevó a su apartamento en el centro. La conversación que habían mantenido durante la cena había girado en torno a los contactos que Lena debería hacer en Londres y París, donde potenciales inversores ya esperaban sus propuestas. Sin embargo, apenas cruzaron el umbral de la puerta, el tono cambió. Javier la abrazó y, en un susurro, le dijo al oído:
—No sé cómo lo haces, Lena. Todo esto, tu capacidad para mantener el control, para ejecutar cada movimiento como si fuera una jugada maestra. Eres… única.
Lena se ruborizó, un gesto inusual en ella, pero permitió que Javier la besara, dejando de lado por un momento las tensiones de su vida diaria. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor intimidad, de mayor intensidad, no podía evitar la sensación de que Janus estaba de alguna forma presente, como si supervisara cada paso que daba. Cada vez tenía más claro que esta misma relación con Javier formaba parte del plan de Janus. De nuevo, una pieza más en su tablero.
A medida que los días pasaban, la red de contactos que Lena y Javier estaban formando en Europa se consolidaba. En Londres, Adrien Dubois, el tío de las gemelas y director de un fondo de inversión, se mostró particularmente interesado en sus propuestas. Lena había tenido que utilizar toda su persuasión y diplomacia para convencer a Adrien de los beneficios de participar en el esquema. Adrien, aunque familiar, era un hombre muy severo, muy frío. Al principio,se mostró reticente, pero terminó accediendo al ver la estructura segura y legalmente hermética que ella y Javier ofrecían. En este punto, le daba igual quien era Lena.
Una noche, mientras ella y Javier revisaban algunos documentos en el apartamento donde solían pasar las noches, un mensaje de Janus interrumpió el silencio de la habitación. La pantalla del teléfono mostraba una notificación urgente. Lena lo leyó en voz baja, sintiendo una mezcla de respeto y cautela hacia el hombre que parecía conocer cada movimiento antes de que siquiera ella lo considerara.
—Janus quiere que tengamos todo listo para la próxima semana —dijo Lena, mirando a Javier con seriedad—. Luna tomará el control de los fondos cuando estemos preparados. Es crucial que dejemos todo perfectamente atado antes de que ella entre en juego.
Javier asintió, observando el rostro de Lena con una sonrisa leve, pero sin apartarse del propósito de la conversación.
—Será un trabajo rápido, pero puedo asegurar que cuando Luna tome el control, todo estará en su lugar —respondió Javier, con esa misma confianza que lo caracterizaba—. De hecho, ha quedado claro en el último Teams. Ya tenemos la aprobación de los contactos en Dubái, y en los próximos días nuestros inversores en Londres y París terminarán de consolidarse.
Esa misma semana, los dos viajaron a París para cerrar el trato con el contacto francés más importante, un empresario llamado Guillaume Lefebvre, quien controlaba varios activos en Europa del Este. La reunión con Guillaume fue discreta pero intensa; Lena y Javier debían convencerlo de que su inversión estaría protegida y de que los beneficios superarían cualquier riesgo. Durante la cena, Javier se encargó de explicar con detalle la solidez del plan, mientras Lena estudiaba las reacciones de Guillaume, asegurándose de que captara la seriedad de la operación.
A pesar de los desafíos, Lena y Javier lograron cerrar el trato con Guillaume y varios inversores más. La red estaba casi completa, y las piezas encajaban con precisión. Todo estaba listo para el siguiente paso: la fase en la que Luna tomaría el control. Pero Lena no podía evitar sentir una inquietud creciente. Había algo en su relación con Javier, algo en la forma en que él la miraba en los últimos días, que la hacía dudar de sus propios sentimientos. Estaba claro que ambos compartían una atracción innegable, una pasión indómita, pero ¿hasta qué punto sus sentimientos eran parte de los negocios?
El regreso a Barcelona fue silencioso. Mientras viajaban de vuelta, Lena comenzó a comprender la magnitud de lo que habían construido. Había logrado enredarse en una trama de contactos que la protegía, pero también la mantenía atrapada en el juego de Janus. Sabía que, en el fondo, Javier también era parte de ese juego, aunque su papel era el de un socio y no el de un simple amante.
Sentía que Janus, aunque distante, controlaba cada movimiento, cada susurro, cada roce que ella y Javier compartían. Que era él quien había deseado separarla y brindarle esta nueva aventura. ¿Tan seguro estaba de que no le fallaría?¿De que no perdería el control? O… ¿quizá empezaba a darle igual? ¿Qué motivos tenía?
Espejo roto – Capítulo 19
Entre el deber y el deseo
por Carmen Nikol
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