Espejo roto – Capítulo 5: Caminos divergentes

Los días que siguieron al incidente en la habitación fueron como una pesadilla en cámara lenta para Lena. Luna había desaparecido, dejando tras de sí solo una nota críptica: No me busquéis. Necesito encontrarme a mí misma. Mary y François, devastados y confundidos, habían contactado a la policía, pero sin signos de secuestro o coacción, optaron por esperar. Luna acababa de cumplir 18 años y, como tantas otras veces, optaron por pensar que había decidido irse voluntariamente, más si cabe tras saber los últimos hechos acontecidos en el hogar. Quería huir, o eso parecía…

Lena se movía por la casa como un fantasma, atormentada por la culpa y el miedo. Cada rincón, cada objeto, le recordaba a su gemela ausente. El estudio de arte en el sótano permanecía intacto, los lienzos a medio terminar de Luna como un doloroso recordatorio de su ausencia.

Mateo, por su parte, se había convertido en una presencia constante, alternando entre intentos de consolar a Lena y momentos de culpa abrumadora. Una tarde, mientras estaban sentados en silencio en el porche trasero, Mateo finalmente rompió el silencio.

—Lena —dijo, su voz apenas un susurro—. Creo que sé dónde podría estar Luna.

Lena se giró bruscamente, como siempre, con sus ojos brillando a través de una mezcla de esperanza y miedo. —¿Qué? ¿Dónde?

Mateo dudó por un momento antes de continuar. —Hace unos meses, Luna me habló de un lugar. Una vieja cabaña en el bosque, cerca del lago. Dijo que era su refugio secreto, donde iba cuando necesitaba estar sola.

El corazón de Lena dio un vuelco. ¿Cómo era posible que Luna hubiera compartido ese secreto con Mateo y no con ella? La punzada de celos que sintió la sorprendió y avergonzó a partes iguales.

—Tenemos que ir —dijo Lena, poniéndose de pie de un salto—. Ahora mismo.

El viaje al lago fue tenso y silencioso. Lena miraba por la ventana del auto, observando cómo el paisaje urbano daba paso gradualmente a densos bosques. Mateo conducía con un semblante inaudito.

Cuando finalmente llegaron a la cabaña, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados. La estructura de madera se alzaba solitaria entre los árboles, un hilo de humo salía de la chimenea.

—Está aquí —susurró Lena mientras su corazón latía con fuerza.

Se acercaron a la puerta con cautela. Lena levantó la mano para tocar, pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta se abrió de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba Luna.

El shock de ver a su gemela después de semanas de ausencia dejó a Lena sin palabras. Luna lucía diferente: su cabello, antes idéntico al de Lena, estaba teñido de un intenso color negro. Sus ojos, enmarcados por delineador oscuro, brillaban con una mezcla de sorpresa y algo más… ¿resentimiento?

—Vaya —dijo Luna, su voz fría y distante—. La pareja perfecta me ha encontrado. ¿Qué queréis?

Lena dio un paso adelante, extendiendo una mano hacia su hermana. —Luna, por favor. Hemos estado tan preocupados. Mamá y papá están devastados. Yo…

—¿Tú qué, Lena? —interrumpió Luna con los ojos brillando peligrosamente—. ¿Extrañas a tu gemela? ¿O simplemente te molesta que por una vez no puedas controlar cada aspecto de mi vida?

Las palabras golpearon a Lena como un puñetazo en el estómago. —Luna, no es así. Yo solo quiero…

—¿Qué quieres, Lena? —la voz de Luna se elevó, cargada de emoción—. ¿Quieres que vuelva a casa? ¿Qué finja que todo está bien? ¿Qué observe en silencio cómo me quitas todo lo que me importa?

Mateo respondió por Lena. —Luna, por favor. Esto es un malentendido. Nosotros…

—¡Cállate! —gritó Luna lanzando dagas por miradas hacia Mateo—. Tú eres la razón de todo esto. Jugabas con ambas, ¿no es así? ¿Te divirtió vernos competir por tu atención?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Lena miró a Mateo, buscando en su rostro alguna señal de negación, alguna explicación. Pero lo que vio la dejó helada: culpa, escrita claramente en cada línea de su rostro.

—Luna —comenzó Mateo, temblando—. Yo… lo siento. Nunca quise que las cosas llegaran tan lejos. Yo…

Pero Luna ya no escuchaba. Con un movimiento rápido, sacó algo de su bolsillo. El brillo metálico hizo que Lena contuviera el aliento: era un cuchillo.

—Luna, ¿qué estás haciendo? —preguntó Lena, con un miedo evidente en su voz.

Luna sonrió con una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Estoy terminando con esto, Lena. De una vez por todas.

Lo que sucedió a continuación pareció desarrollarse en cámara lenta. Luna se lanzó hacia adelante, con el cuchillo brillando en su mano. Lena cerró los ojos, esperando sentir el dolor del metal cortando su carne. Pero el golpe nunca llegó.

Cuando Lena abrió los ojos, vio a Mateo de pie entre ella y Luna. Su camisa se teñía rápidamente de rojo. Luna retrocedió, viendo el cuchillo cayendo de su mano temblorosa.

—¡Mateo! —gritó Lena, corriendo hacia él mientras caía de rodillas.

Luna observaba la escena con horror, como si acabara de despertar de un trance. —Yo… yo no quería… —balbuceó, retrocediendo hasta chocar contra la pared de la cabaña.

Mientras Lena presionaba desesperadamente la herida de Mateo, tratando de detener el flujo de sangre, Luna se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo, mirando fijamente la escena frente a ella.

—Llama a una ambulancia —gritó Lena, quebrándose por el pánico—. ¡Luna, por favor!

Con manos temblorosas, Luna marcó el número de emergencias. Mientras daba la ubicación con voz entrecortada, Lena sostenía a Mateo, susurrándole palabras de aliento.

—Quédate conmigo, Mateo —suplicaba Lena—. Por favor, quédate conmigo.

Los minutos que siguieron parecieron eternos. El sonido de las sirenas en la distancia fue como música para los oídos de Lena.

Justo antes de ese preciso momento, Luna, entre un abismo de dolor, culpa y chillaba desesperadamente.

Minutos después, cuando la ambulancia se alejaba, llevándose a Mateo, Lena y Luna se quedaron solas frente a la cabaña. El cuchillo yacía en el suelo entre ellas, tal que un recordatorio silencioso de lo cerca que habían estado de cruzar una línea de la que no había retorno.

—¿Qué hemos hecho, Luna? —susurró Lena, con lágrimas corriendo libremente por sus mejillas.

Luna no respondió. En lugar de eso, se puso de pie lentamente y caminó hacia el bosque, perdiéndose entre los árboles. Lena la observó irse, incapaz de moverse, incapaz de llamarla. Deseaba que se perdiera, si eso podía salvarla de una detención.

Mientras la noche caía sobre el bosque, Lena se quedó sola frente a la cabaña, el eco de las sirenas desvaneciéndose en la distancia iba acompañado del eco de las sirenas policiales que se acercaban.

En algún lugar del bosque, Luna vagaba sola, con las manos manchadas con la sangre de Mateo y su corazón destrozado por la culpa.

Ya en el hospital, Mateo luchaba por su vida, víctima de un triángulo amoroso que había llevado a dos hermanas al borde del abismo y a él mismo a vivir sus posibles últimos minutos de vida.


Espejo roto – Capítulo 5
Caminos divergentes

por Carmen Nikol


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