Howard Fast: de comunista a multimillonario

A Howard Fast le salió muy caro ayudar a los Republicanos españoles. Pero, paradójicamente, también este acto de integridad comunista le hizo multimillonario. Y su discreción: ésta también le ayudó muchísimo, llevándole a la prisión y a su estrellato.

Fast, como mis padres, era de origen judío y comunista. Trabajador, disciplinado, sereno (excepto en cuestiones pasionales, para bien o para mal)… Un señor de pies a cabeza, lleno de sentido común. Quizá por ello fue comunista, al principio, para luego dejar de serlo al ver la corrupción dentro del seno del partido. Nunca se arrepintió de haber pertenecido a tal institución internacional: dijo que, en sus bases, los fundamentos eran los que permitían la paz internacional. En parte, por ello, en 1953, le otorgaron el Stalin International Peace Prize (el Premio Stalin a la Paz Internacional, ahí queda eso). Luego, cuando comenzó a criticar los abusos de poder de los miembros más destacados del partido, se ensañó en críticas y le echaron.

Nació en 1914 y era hijo de judíos llegados a NY. Su madre era judía de origen británico ―faltó en 1923― y su padre provenía de inmigrantes judíos ucranianos. Al faltar su madre, su padre estaba en paro y dividió a sus hijos entre familiares, quedándose él con Howard y un hermano mayor. Howard tuvo que comenzar a trabajar con tan solo 8 años, repartiendo periódicos. Me lo puedo imaginar ―y no hace falta que vaya a verle usando mis transviajes― como esos niños que aparecen en las pelis estirando el brazo para ofrecerle un diario a algún viandante o que suben a los portales de Manhattan a dejarlos en las puertas, subiendo esas maravillosas escaleras con barandas de hierro a los lados.

[Aprovecho para recordar, aquí (en este punto de mi diario) que no todos los judíos son ricos. ¡Menuda creencia ignorante y mezquina que nos ha hecho tanto daño!]

Trabajó en todo tipo de trabajos duros, en los que había toda suerte de personajes rudos, con los que, en alguna ocasión, hasta llegó a las manos. Esas manos de joven que picó piedra, trabajó en fábricas, quitó nieve de las carreteras… Un chaval muy coherente, persistente, que todo lo hacía con dos objetivos muy claros: mantener a su familia y poder devorar libros. Muchos de ellos los compraba y otros muchos los conseguía en la biblioteca de su barrio o de algún otro barrio neoyorquino.

Podemos decir que Fast era fruto de la pobreza (de ahí su espíritu comunista, como él mismo reconocería) y no por ello quiso ofuscarse y encerrarse en sí mismo. No es que fuese alegre como unas castañuelas, pero necesitaba comunicarse, expresar su sentir y sus reflexiones. Precoz como siempre fue, escribió su primera novela con tan solo 15 años. Se llamaba Being Red (Ser rojo, ya nos dice algo ¿no?). Al principio, tal y como mi padre me contó (pues ya él lo visitó haciendo un transviaje ―porque se moría de ganas de conocerle), escribía a dos dedos sólo. Y sólo dos horas al día. Lo hacía rápido, pero, sí, a dos dedos (como tanta gente de hoy en día). Luego se apuntó a una escuela de artes, que se pagaba él mismo, y mejoró en su escritura, dedicándose de 6 a 8 horas diarias a la escritura (hay que pensar lo poco que dormiría). En esa escuela, se hicieron amigos mi padre y él.

En el futuro, mi padre también conoció a su hermano menor (escritor, como Howard), y a su hijo y su nuera (novelistas también). Devoto como era de Fast, mi padre transviajó para conocerlos a todos. En casa, cuando era yo una niña, solía leerme algunos pasajes de algunos de sus libros. Yo me sentaba a su lado y le escuchaba, disfrutando de su cálida voz y pensando en todo lo que Fast relataba y en cómo fue la relación entre mi padre y él.

Como transtiempo, no puedo visitar a mi padre en ni el pasado ni en el futuro (una de nuestras limitaciones es justamente ésa… o eso es lo que me dijeron). Así que solo lo podía imaginar.

Pero, iba a conocer a Howard Fast en persona, yo misma. Iba a sentir, yo misma, el honor de conocerle y de terminar la obra que mi padre comenzó sobre él. Además, pensaba escribir un artículo muy largo para El Íntegro (el periódico de Charo ―el que tanta fama me estaba dando la oportunidad de cosechar).

Howard Fast

Con Fast, tenía la intención de encontrarme en varios momentos de su recorrido vital y debía conseguir que, a pesar de las reiteraciones que se fuesen a dar, no me reconociese en ninguna de ellas. Eso sí: su ojo clínico, propio de un escritor avezado, no me lo iba a poner fácil y debía de esmerarme mucho si no quería que ocurriese.

Ya tenía claro que comenzaría visitando su vida póstuma, para luego ir a su niñez. Después, le visitaría en su etapa más importante (y degradante para su honor, aunque más prolífica también) y, tras esas visitas, comenzaría a estudiar el resto de momentos en que regresaría para saber de él, si se daba el caso. Eso ya era cuestión de irlo viendo…

Este sistema, de ires y venires, no es algo inusual entre nosotros: al contrario, más bien es necesario. En mi caso, cuanto más quiero conocer de un personaje que me resulte importante, más veces disfruto de visitarle. Por eso se hace más crucial tomar todas las medidas necesarias, ser más cauta, trabajar duro. Iba a contactar con los transtiempos ubicados en cada momento que fuese a visitar para que me diesen cobijo e informaciones clave, para aprender sobre cada detalle de mi presencia (el maquillaje, los trajes, los peinados, los lugares de reunión, etc.). Phillip, Julián y Francis me ayudarían. Sobre todo, debía buscar un periódico que me facilitase información sobre las noticias del momento y que me diese un puesto de trabajo allí, en Nueva York.

Fast había viajado mucho como corresponsal de guerra (ni más ni menos). Era un hombre de mundo que amaba sus EEUU, su nación, pero que, al regresar de sus viajes como corresponsal, no supo encajar de la mejor manera en ella: fue justo entonces cuando decidió afiliarse al susodicho partido comunista (PC). ¡Qué mal momento para tomar esa decisión! Por otra parte, una decisión lógica: como he indicado antes (en este texto de mi diario personal), Fast creció pobre, casi sin sostén familiar, debiendo trabajar desde muy joven y viendo la pobreza por doquier, en cualquier destino como corresponsal.

Aunque escribió más de 100 libros y navegó a la perfección en muchos géneros literarios (novela, cuento, poesía, teatro, memorias, ensayo, artículo periodístico, guion de cine…) no era mi objetivo realizar un trabajo más exhaustivo que el de mi propio padre en ese aspecto. Ya tenía toda esa información en mi archivo familiar y en el de nuestra logia. No, no era ese mi objetivo: quería conocerle en persona, en diferentes momentos, para conocer tanto su expresión verbal como la no verbal; para tomar ejemplo, si hacía falta, de sus modos de proceder frente a los jurados que le condenaron; para saber qué pensaba, cómo pensaba.

[Sobre eso, por cierto, hay algo que no he indicado anteriormente: los transtiempos, si tenemos la oportunidad (y no siempre la tenemos), podemos sonsacar pensamientos, entrar en la mente de nuestros transductores (los que estudiamos en un transviaje). A priori, no sabemos si se dará el caso, pero suele darse cuando lo tenemos muy estudiado, cuando nos han dejado un archivo en la biblioteca de nuestra logia y, en ese archivo, ha quedado registrado algún momento de un modo muy muy exhaustivo. Así, el siguiente de nosotros que transviaje para conocer más sobre ese transductor, en cuestión, puede contar con esa ventaja y, según su habilidad, podrá o no podrá leer sus pensamientos. En este caso, el de Fast, estaba por ver. Pero, siendo mi propio padre quien había escrito ese previo archivo tenía muchas posibilidades.]

Comencé mi primera visita, para conocer a Howard Fast, transviajando a su entierro. Quería conocer a Mimi, su viuda: una persona sencilla (a pesar de ser heredera de una fortuna) y serena que, junto a su hijo, iban a dedicarse a brindar la obra de su marido y padre, respectivamente, con el mayor de los cuidados, realizando una labor importante para dejar una memoria realista del mismo.

En aquel momento, Mimi estaba destrozada, a pesar de su buen temple. Y me miró con aquella cara de pena que consiguió destrozarme a mí también: también a pesar de mi necesaria frialdad (pues, si no la tuviese, cada viajecito me dejaría hundida ―veo morir a muchas personas a las que admiro).

Nos miramos sólo un momento, pero se quedó extrañada de verme allí. No conseguía reconocerme y fue un entierro bastante íntimo (aun cuando Fast ya gozaba de una inmensa popularidad por aquellos años).

Publicó la esquela en el Greenwich Time. Nada más. Era el diario en el que el autor había estado publicando sus artículos justo antes de faltar (por ello, lo elegí como el diario en el que trabajar como freelance ―de manera que tenía una excusa para conocer a Mimi otro día, tras el entierro). Así fue: nos conocimos en la cafetería de la universidad de periodismo de Nueva York. Mimi recibió mi invitación por teléfono: la llamaron del Greenwich. Y accedió a venir para hablar sobre su difunto marido y, concretamente, sobre los seudónimos que utilizó a lo largo de su carrera y de por qué escogió cada uno de ellos, así como de la fama que con cada uno recaudó. Estuvimos juntas en la clase de último curso. La ponencia fue relativamente corta, a pesar de las preguntas de los estudiantes. Y fue muy emocionante, tanto por el tono de los estudiantes, que preguntaban con avidez de conocimientos, como por el de Mimi (que fue tierno y sereno, condescendiente, con todos ellos).

Sentí el tacto de la mano de mi padre cuando ella posó la suya sobre la mía para despedirse tras la ponencia.

Al cabo de unos días, me invitó a conocer el despacho de Howard. Fast tenía un despacho lleno de papel: suyo, tenía más de 200 entregas (entre prensa y libros de su puño y letra). Y, en total, tenía más de 1.000 (solo contando con los de su despacho, pero la casa estaba llena…). Fui tocando, uno por uno, todos aquellos que me dejó Mimi sacar de su estante. Al irme, le prometí que escribiría una artículo en el Greenwich: otro más, pues de él ya habían escrito varios de sus propios compañeros, los cuales le admiraban enormemente.

Cuando publicaron mi artículo, Mimi me llamó para agradecerme cómo lo había redactado. Y así terminó mi primera visita a la vida (y muerte) de Howard Fast.

La siguiente visita fue a la etapa en la que lo metieron en prisión, justo antes de que escribiera su gran éxito editorial Espartaco (el gran libro en el que se basó la gran película de Stanley Kubrick ―si bien, con bastantes diferencias respecto al propio libro). Esta novela, Spartacus, salió a la luz con grandes dificultades: ni siquiera su editor habitual quiso publicársela. Acababa de salir de la cárcel (donde estuvo tres meses y donde la escribió), y aún permanecía en la lista negra hollywoodiense. Pero, ya por entonces, y como en todos los tiempos, había gentes cobardes y gentes valientes. George Hecht, el director de la cadena de librerías Doubleday, harto de tanta cobardía entre el mundo editorial para con Howard, decidió proponerle que la autopublicase. Si lo hacía, él mismo se comprometía a venderla en sus tiendas. Y lo hizo: Fast autopublicó 600 ejemplares (de los que tenía garantizada su compra y distribución) pero llegó a vender más de 48.000. Como digo, siempre hay gente valiente que, incluso con los vetos, se arriesga para conseguir lo que quiere (y más nos vale tomar ejemplo si cuando llorando es de veras que mamamos).

Entré en la sala del tribunal y fui directa al asiento más cercano a Fast, de entre todos los que quedaron libres (que eran pocos). En España ni se sabe, pero Howard Fast pagó una pena de cárcel por haber ayudado a un hospital francés que acogía a los Republicanos españoles de la posguerra. Hizo donativos y no quiso dar ninguna información sobre ese tema, como tampoco quiso revelar los nombres de sus colegas comunistas en esa labor.


En mi opinión, España no tendrá memoria histórica, pero debería: le debe mucho a muchos. Y no solo a españoles: ingleses, americanos, franceses, rusos… y tantos otros que nos echaron una mano merecen el pago de esa deuda, de la moral (al menos), la del reconocimiento. Todos ellos merecen agradecimiento, presencia en nuestra memoria histórica. Y también que dejemos de fomentar esta amarga pátina desatinada que es la falta de esa valiente y merecida memoria. Yo, en mi diario y con mi artículo, así como mi padre ―que lo vivió más de cerca―, rindo mi homenaje a todos ellos. A todas ellas.


Anonadada, estuve observando a Howard desde detrás, pero de perfil, pudiendo ver su cara perfectamente. Y me impactó. Me impactaron su fuerza, su atrevimiento, su tesón, sus palabras. Y su mente: estaba leyendo lo que él pensaba. Efectivamente, como sospeché, podía leerle el pensamiento. Poco, pero suficiente para tener mi titular en el artículo que escribiría sobre él: «Howard Fast to McCarthy: “Oh, yes! I will write a book and you’re family will buy it in the future”». O lo que es decir: «¡Oh, sí! Escribiré un libro… ¡Y tu familia lo comprará en el futuro!». Como fue el caso, pues se vendió en muchísimas escuelas (como libro de lectura, complementario al de texto).

Esa misma noche le tuve que enviar una carta a Ruth, la cual ya estaba al corriente de cómo me había ido la anterior visita, de cómo conocí a Mimi, y de que iba a estar allí, en ese juicio. Quería contarle cómo me apasionó su enfrentamiento al macartismo (de cara, a viva voz…). Tenía que contárselo a alguien ese mismo día porque me estaba hirviendo la sangre. Y, aunque Ruth no se considera muy ducha en Historia (y no lo es, aunque aprende cada día más), sé que le encanta que le escriba y que le cuente qué siento y cómo lo estudio. Vamos, que le cuente todo lo que le pueda contar en primera persona y antes de que lo publique. Y yo me fío de ella: es mi mejor amiga y jamás me ha fallado. De normal, cuando sé que duerme, transviajo y le dejo en la mesita (en silencio) alguna carta. Así fue esta vez también.

Carta a Ruth:

«Ruth, en la sesión del Congreso de los EEUU, Joe McCarthy, en un momento dado, le ha dicho a Fast: Escríbalo en un libro. Y Howard le ha contestado: I shall (lo haré). Pero con un temperamento, una fuerza… Me ha dejado petrificada y, a la vez, me ha impregnado con más impulso del que la testosterona que 1.000 hollygans podrían haberme rociado.

Y es que… McCarthy no le estaba dejando hablar, no le estaba dejando defenderse.

Fast había entrado en la Black List (lista negra) de comunistas que trabajaban en la industria del cine. Son 151 profesionales del género y, Fast, entraba en esa lista como guionista fascista y rojo. Es una lista que ha facilitado la Asociación Cinematográfica de EEUU. ¡Imagínate! La propia industria le echa a los leones.

Walt Disney y Ronald Reagan (que ahora es el Presidente del Sindicato de Actores ―y gana una pasta con ello) han hecho esa lista como una caza de brujas: en el ‘47 (o sea, tres años antes de la vista de hoy) ambos, junto con otros presidentes de compañías de cine y demás poderosos, escribieron una especie de manifiesto y se quitaron el muerto de tener que responsabilizarse ellos de ciertas contrataciones a comunistas. Ese manifiesto se llama Declaración Waldorf, por si quieres buscarla.

Yo, desde luego, a esos empresarios del mejor cine de todos los tiempos, con dolor y a partir de ahora, los recordaré de un modo distinto. ¡Con lo que me gusta el cine clásico! Y tú lo sabes…

De hecho, buscando, me he dado cuenta de que los jefes de la industria (la MGM, Disney y otras compañías) ya llevaban dos décadas metidos en trifulcas con el sindicato de guionistas. Es decir, desde los años ‘30 a algunos se la tenían jurada. Así que era de esperar que se aprovechasen para quitárselos de encima. Con lo paranoicos que son aquí, en estas fechas, recién pasada la la Segunda Guerra Mundial (como aquél que dice), los judíos rusos y los comunistas estaban generando paranoias de todo tipo. A los judíos rusos, por cierto, les acogieron por ser aliados, pero lo hicieron con mucho recelo.

El caso es que, con esa lista negra, han procurado buscar información de los propios de la lista y también de los que éstos conociesen: comunistas, rojos, judíos,… Van a ser estudiados y quieren chivatazos. Los juicios están para eso: para atosigar y conseguir que se chiven todos los que no quieran ir a prisión.

Ya sé que tú no conoces nada de esto y que, igual, te resulta algo bregoso aunque te encante que te mande cartas, ¡jajaja! Te encanta, que lo sé, que te esté explicando lo que siento y voy aprendiendo sobre cualquier viaje o misión. Pero, es que hoy lo necesito yo: necesito escribirte. Y quiero hacerlo antes de dejar nada escrito en mi diario: prefiero soltarlo en papel y llevártelo en un momento, para que lo leas mañana.

Por favor, esta vez deja que Liz me lea también. Así seguro que le queda aún más claro que soy una transtiempo: te acabará creyendo antes ti que a mí (y más si le muestras esto). Por cierto, le voy a dirigir unas palabras a ella (pásaselas mañana si la ves, por favor):

Liz, estoy en 1950 y en EEUU. ¿Cómo se te queda el cuerpo, americana? Jajaja… No me lo tomes a mal. Sé que te encantaría estar aquí haciendo tú este trabajo. Pero, ya que no es el caso te tendré al corriente para que comiences a creerme y puedas preguntarme tus dudas por mail (llevo mi tablet y el pincho). Así, en estos días, iré aclarándotelas tal y como vaya pudiendo. ¡Lástima que no seas una transtiempo tu también!

Te tengo que decir, Ruth, que Fast, en el juicio de esta mañana, se ha negado a responder cuando le han preguntado sobre nombres de otros comunistas, de colegas del gremio, de compañeros del pasado. Se ha negado a responder nada y solo quería leerle al tribunal lo que se había llevaba escrito. Ha intentado, todo el tiempo, demostrar su amor por la nación americana. Pero, nada… no le dejaban hablar. McCarthy ha sido desdeñoso, arrogante, agobiante y, hoy en día, no podría formar parte de ningún tribunal (con esas formas que se gasta). A Fast se le notaba que sentía vergüenza ajena, que no podía creerse que sus compatriotas fuesen tan estrechos de miras. Él, que había sido corresponsal de guerra, que había procurado el bien de muchos desgraciados: él era de los que creía en que los valores del Comunismo se acercaban más a los ideales originales de esta magnífica nación americana que los ideales propios del Capitalismo. Estaba sufriendo, pero no ha perdido su amor propio ni su dignidad en ningún momento. Me ha encantado presenciarlo.

Fast forma parte del Comité de Ayuda al Refugiado Antifascista. Y no lo ha negado, claro que no. Si querían saber más sobre ese comité… que lo buscasen por otro lado.

Lo mandan a la cárcel y me gusta decir que le han regalado estos tres meses de prisión que se le avecinan porque allí va a escribir Spartacus.

En fin, he salido de allí con muy mal cuerpo, a pesar de saber qué iba a ocurrir (ya lo había visto en vídeo). Pero, es que no es lo mismo estar en la sala. Leer sus pensamientos, oir los tonos represivos del tribunal, su voz autoritaria, también, en sus respuestas… Ha sido una experiencia que, a partir de mañana, me va a motivar a seguir investigando para hacer este artículo que me debo a mí misma, a mi padre y a él, a Fast, sobre todo a él y a los suyos: por su persistencia y por el referente que ha resultado ser para algunos periodistas y corresponsales, además de para humanistas, escritores y demás gentes de buen hacer editorial.

Me despido, cariño. Buenas noches y buenos días, mi querida niña (sí… ya sé que eres más mayor, pero para mí eres una niña)».


Como aclaración, en este punto de mi diario, he de decir que siempre distribuyo bien los días en que transviajo al pasado o al futuro porque, si una fecha importante se monta sobre otra igual de otro año, no puedo asistir a ambas. Como transtiempo, también tenemos esa limitación: sólo podemos viajar a las fechas que existen o que existirán y, si hace falta (porque ya estamos ubicados en ese día de un año en concreto), mandamos a otro transtiempo para que pueda colaborar y ayudarnos con nuestros objetivos. Yo cuento con varios de confianza: son buenos captadores de datos pero pésimos escritores. Así no competimos.


Al final, he decidido no transviajar más, no abordar más a Fast y no conocerlo en persona, de tú a tú. Con lo que tengo, me basta. Sé que Diego de Rivera, Picasso y Pablo Neruda (entre otros) expresaron su admiración por Howard Fast. Y yo, siendo menos que ellos, voy a dedicarle (si me lo permite Concha) un artículo de al menos 10 páginas en Carácter Sincrónico, el especial dominical de El Íntegro.

Howard decía que no era prolífico, era que solo que había estado aquí mucho tiempo. Y yo digo que ambas cosas. Admiro a ese hombre y a todos los que que nos dedicamos a escribir. Porque como decía Cayo Tito: verba volant, scripta manent (la palabra -dicha- vuela, lo escrito permanece).

Fast murió a los 88 años el 12 de marzo del 2003. Y hubo algo que le quedó pendiente de escuchar. En uno de sus últimos artículos, Fast expresaba lo mal que le sentó que Eleanor Roosevelt picase a su marido para cambiar el himno de USA. Esa mujer… ¿Cómo podía haber tergiversado el sentido de su himno, de la grandeza del mismo?

Al respecto de esto, Fast escribió, en un artículo del Greenwich Time:

«I write the above in the forelorn hope that I may live to see a day when the national anthem is a song of hope and vision and brotherhood, rather than the parody of a barroom ballad that it is today”

Traducido: «Escribo lo anterior con la desesperada esperanza de que pueda vivir para ver un día en que el himno nacional sea una canción de esperanza, visión y hermandad, en lugar de la parodia de una balada de bar como hoy en día es». Y escribió este artículo porque, en su niñez, en la escuela donde estudió sus primeros años, el himno se cantaba con un sabor de amor y respeto que ensalzaba su amada nación americana.

Una parte del himno de su infancia se cantaba con esta letra:

Oh beautiful, for spacious skies, for amber waves of grain, 
(Oh hermosa, para cielos espaciosos, para olas de grano de ámbar,)
For purple mountains' majesty above the fruited plain. 
(Para la majestuosidad de las montañas púrpuras sobre la llanura fructífera.)
America, America, God shed His grace on thee, 
(América, América, Dios derramó su gracia sobre ti,)
And crown thy good with brotherhood, from sea to shining sea. 
(Y corona tu bien con hermandad, desde el mar hasta el mar resplandeciente.)

Sí, poético y nada bélico (como, finalmente, ha acabado perdurando en las carnes del tiempo).

Desde que lo retocó la Sra. Roosevelt, se sigue cantando así:

Oh, say, can you see by the dawn's early light 
(Oh, digamos, ¿puedes ver a la luz del amanecer?)
What so proudly we hailed at the twilight's last gleaming 
(Qué tan orgullosamente saludamos en el último resplandor del crepúsculo)
Whose broad stripes and bright stars through the perilous fight, 
(Cuyas rayas anchas y estrellas brillantes a través de la lucha peligrosa,)
O'er the ramparts we watched were so gallantly streaming. 
(Sobre las murallas que vimos estaban fluyendo tan gallardamente.)

Lo lamento, Howard. Lo lamento. Hasta los más grandes han de sufrir por las palabras necias de algún político corrupto. Descansa (si puedes descansar en paz).


Las carnes del tiempo | Capítulo X: Howard Fast: de comunista a multimillonario
por Carmen Nikol
Continuación de Las carnes del tiempo
Capítulo IX: Adorando a Clota: pinceladas sobre Sorolla


Publicado por Entrevisttas.com

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