La fuga
Al principio no había criatura.
Porque lo escapado ya estaba libre.
Entonces la caja se construyó sola, como un reflejo sin espejo.
Pero la criatura aún no había nacido. No tenía cuerpo, solo un deseo inyectado en un tiempo que no sabía caminar hacia adelante.
Aún así, ya había abierto la caja.
Era inevitable, pero no necesario.
Antes de que existiera, antes de tocar la caja, lo que estaba dentro ya había huido.
La fuga no fue notada por nadie, porque la fuga no era un evento: era una condición.
La criatura, al existir, reorganizó su nacimiento para justificar la apertura.
Se miró a sí misma desde un lugar posterior.
La criatura no se preguntaba si era responsable, sino si la responsabilidad era anterior a ella.
La caja contenía un mundo:
Un mundo doblado, contenido, aún sin pasado.
Ese mundo no estaba ahí para ser liberado, sino para recordar lo que había olvidado.
Lo escapado no era materia ni idea.
Era relación pura.
Cuando escapó, el mundo se curvó hacia lo que no había sido.
Por eso, lo que ocurrió después fue siempre anterior.
La criatura, una vez completa, decidió deshacerse.
No por culpa, no por miedo.
Sino porque al ser, desconfiguraba el equilibrio entre lo escapado y lo contenido.
Así, se desformó.
Su cuerpo se volvió recuerdo.
La caja, cerrada otra vez, ya no contenía nada.
Pero seguía ahí.
Latía como una consecuencia sin causa.
Y cuando otro ser, aún no nacido, escuche el eco de esa caja, creerá que lo que está por ocurrir ya le ocurrió antes.
Porque lo que escapa nunca sale.
Solo cambia el lugar desde donde se le teme.
La rendija
Al principio solo había superficie.
La superficie no era lisa. Era constante.
Cada punto se parecía al anterior.
Nadie miraba. Pero algo notaba.
A veces la textura cambiaba:
una ondulación,
un parpadeo,
una sospecha de volumen.
Entonces apareció la caja.
No cayó, no surgió.
Simplemente estaba donde antes no estaba.
Era igual a la superficie, pero no del todo.
Tenía aristas.
Tenía dentro.
Nadie llegó hasta la caja.
Pero algo se dirigía.
No con pasos. No con voluntad.
Una especie de atención densa, que flotaba sin forma.
El primer contacto no fue visible.
La caja se alteró, sí.
Pero no se abrió de golpe.
Fue una rendija.
Un error.
Un segundo sin repetición.
De ahí salió una curva.
Una forma que no formaba.
Un resto de lo que no había sido dicho.
La caja no cambió.
Pero el espacio alrededor se estiró.
Lo que estaba lejos se hizo cercano.
Lo que estaba dentro de alguien, ahora flotaba.
No había sonido, pero algo temblaba.
No había temperatura, pero algo se derretía.
Lo escapado no parecía buscar.
Tampoco huir.
Solo alteraba.
La superficie ya no era superficie.
La caja ya no estaba.
Pero seguía presente.
Como una huella donde nunca pisó nadie.
El registro se sigue escribiendo.
Sin lengua.
Sin historia.
Solo capas que se pliegan.
Y pliegues que se convierten en tiempo.
¿Qué versión prefieres?
Caso #4: Salió de una caja.
Por Carmen Nikol