El 15 de mayo de 2025, en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid y dentro del ciclo de Conversaciones sobre Europa, organizadas por iniciativa del eurodiputado Juan Carlos Girauta, tuvo lugar un evento dedicado al cambio climático, donde los autores de este artículo mantuvieron un diálogo improvisado sobre dicha problemática, sin guion, sin filtros y sin cortapisas. Por su interés, transcribimos aquí, los contenidos más importantes de dicha conversación, acompañado por gráficos e imágenes a título ilustrativo. Se puede acceder a nuestra conversación, así como al acto completo a través del siguiente enlace.
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José Antonio. —Bueno, pues aquí estamos… Y, ¿qué nos ha traído aquí? El cambio climático y nuestra visión geológica de los 4.500 millones de años de la historia de nuestro planeta, que por cierto está muy sano y no necesita ser salvado. Los dos somos geólogos desde hace casi 50 años y estamos indignados, lo que nos ha llevado a escribir un libro y numerosos artículos sobre esta materia. En nuestros días, al cambio climático se recurre frecuentemente como excusa para cualquier cosa. Por ejemplo, para empezar, para explicar las causas de la reciente DANA de Valencia. Enrique, como geólogo y además valenciano, ¿qué opinas sobre este tema?
Enrique. —Pues estoy indignado como tú, una indignación acumulada durante décadas por la falsedad de informaciones y la ignorancia generalizada sobre la historia geológica del planeta, que nunca es tenida en cuenta. Porque lo que está ocurriendo ahora con el clima no es nada crítico ni excepcional, sino lo mismo que ha ocurrido cientos, o incluso miles de veces a lo largo de esos millones de años de historia que tiene la Tierra. Nuestra atmósfera existe desde hace más de 3.000 millones de años y en los sedimentos, las rocas y el hielo, como si se tratase de las páginas de un libro, está escrita la historia climática del Planeta. Y esa historia demuestra que lo que estamos viviendo forma parte de la más estricta normalidad. Las temperaturas actuales no son excepcionalmente cálidas, sino todo lo contrario. En realidad, desde una perspectiva geológica, el Planeta está enfriándose desde hace unos 60 millones de años, con las oscilaciones que marcan los ritmos cósmicos. Además, ahora estamos atravesando un periodo frío, con dos polos helados, algo que ha ocurrido muy pocas veces a lo largo de la historia geológica, durante menos del 10% del tiempo transcurrido desde que nuestro planeta se formó. Nos quieren hacer creer que estamos en una situación crítica, que las temperaturas están aumentando de forma anómala, cuando realmente lo que está ocurriendo forma parte de la más estricta normalidad.
J.A. —Continuando con esta visión geológica, debe destacarse que los catastrofistas del clima concentran toda su atención en lo ocurrido durante los dos últimos siglos, ignorando incluso lo que ha pasado en el conjunto del periodo histórico de la humanidad. Es como si pretendiésemos interpretar la actualidad de nuestra sociedad, lo que está ocurriendo hoy, tan sólo con la información publicada en los periódicos de ayer, ignorando los conocimientos acumulados por la humanidad desde sus principios, almacenados en bibliotecas. Por eso, hemos titulado así nuestro libro, escrito en colaboración con Stefan Uhlig, un geólogo alemán, Cambios Climáticos, en plural, porque la evolución de clima de la Tierra es el resultado de la superposición de múltiples ciclos de diversa duración, y lo que nunca ha existido es la estabilidad climática. Los datos históricos así lo atestiguan. Tan sólo durante los últimos dos mil años han existido dos periodos con temperaturas medias varios grados más cálidas que las actuales, como fueron el máximo térmico durante el Imperio Romano y el de la Edad media, coincidiendo con la expansión vikinga que llegó hasta Groenlandia e incluso América del Norte. Posteriormente, ha llegado el máximo actual, y de acuerdo con las predicciones de Milankovitch, dentro de varios cientos de años, se iniciará un nuevo descenso térmico hacia un periodo frío. ¿Es así, cuál es tu opinión?

E. —Así es sin duda. Y lo más chocante es que de forma insistente, se ignoran las pruebas que se desprende de esta evolución. Como consecuencia del calentamiento actual, están retrocediendo los hielos glaciares y dejan al descubierto restos de flora, de fauna y también vestigios arqueológicos indicando que hace algunos milenios o algunos siglos atrás las temperaturas eran más elevadas que en la actualidad. Por ejemplo, en Noruega se han encontrado recientemente diversos utensilios (flechas, esquíes de madera, etc.) que fueron enterrados por los glaciares en su avance en épocas prehistóricas y que hoy están apareciendo como consecuencia del deshielo, mostrando que, en esa zona, hubo tiempos más cálidos que los actuales. Sin embargo, en los medios de comunicación, de estas evidencias nunca se extraen las conclusiones correctas.
Las informaciones geológicas, con la ayuda imprescindible de los datos isotópicos del oxígeno y del carbono, permiten demostrar de forma fehaciente que se están falseando las causas y los orígenes de la evolución climática. En efecto, se le asigna toda la responsabilidad al dióxido de carbono, al CO2, y muy especialmente al CO2 emitido por las actividades humanas. Pero desde el punto de vista cuantitativo, las emisiones antrópicas no representan más que una pequeña parte del total de emisiones de origen natural (alrededor del 3%), y además, el CO2 es sólo un gas muy minoritario en la atmósfera. Teniendo en cuenta esta información, ¿cuál es tu opinión sobre el papel del dióxido de carbono como controlador de la evolución climática?
J.A. —El CO2 está en la Tierra desde el inicio de su atmósfera, y no es un gas contaminante, pero se suele confundir su presencia en el aire con la contaminación atmosférica, lo que es totalmente falso. Es un gas que existe en la atmósfera de forma natural, emitido por diversas fuentes naturales, existiendo un equilibrio entre su emisión y su captación mediante la flora, la fauna y las rocas, como ocurre con los grandes macizos calcáreos como por ejemplo Picos de Europa.
Desde el inicio de la época industrial, la humanidad está quemando hidrocarburos y carbón, contribuyendo a aumentar dichas emisiones naturales. La concentración atmosférica actual CO2 es de 420 partes por millón (ppm) mientras que en 1958, cuando se iniciaron las medidas en el observatorio de Mauna Loa en Hawai era de 320 ppm. Pero la concentración actual supone tan solo el 0,042% de la atmósfera, con un efecto invernadero cuantitativamente insignificante en comparación con el que produce el vapor de agua. Además, de ese ínfimo porcentaje del CO2 en la atmósfera, la contribución humana es sólo una pequeña parte, ya que la mayor parte es de origen natural (existen 1500 volcanes activos en tierra firme, además de otros 20.000 volcanes submarinos). El mundo vegetal se encarga, en buena parte, de captar ese CO2, y por eso, como demuestran las imágenes de satélite, hoy el Planeta es más verde que hace unas décadas, por el crecimiento de vegetación inducido por el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera. Esto, además, permite aumentar la producción por fotosíntesis del oxígeno que respiramos.
Por otra parte, la evolución del CO2 en la atmósfera no tiene nada que ver con la evolución de la temperatura. Así, hace unos 250 millones de años, al final del carbonífero y durante el Pérmico, con un porcentaje de CO2 en la atmósfera idéntico al actual, hubo una glaciación intensa que afectó a todo el Planeta, con temperaturas varios grados por debajo de las actuales. ¿Responde esto a la pregunta que me has hecho?

E. —Está clarísimo… Este último dato es muy importante porque los datos isotópicos de carbono y oxígeno permiten verificar que a lo largo de los ciclos de calentamiento y enfriamiento, tienen tendencias opuestas, es decir que mientras el dióxido de carbono aumenta la temperatura disminuye y viceversa. Es cierto que en algunos periodos parecen ser coincidentes y evolucionar en paralelo, pero esta coincidencia es debida fundamentalmente al papel del agua del mar, que es el principal reservorio de CO2 del Planeta. Porque, al contrario de lo que ocurre con la mayoría de las sustancias, la solubilidad del CO2 en el agua disminuye al aumentar la temperatura, y por lo tanto, a medida que el agua de los mares se va calentando, el CO2 disuelto escapa a la atmósfera y aumenta su contenido en el aire.
J.A. —Mucha gente se pregunta y nos pregunta: ¿Cómo se puede saber la temperatura o el CO2 que había antes? Uno de los métodos más eficaces es el estudio de los miles de metros de hielo acumulado durante el último millón de años en los casquetes glaciares de Groenlandia y de la Antártida. Dicho hielo, recuperado mediante sondeos, tiene una textura en finas bandas que representa la nieve caída cada año (además de las cenizas de las erupciones volcánicas de grandes dimensiones), donde el aire atrapado en los copos de nieve se conserva en forma de burbujas. El estudio de los gases contenidos en dichas burbujas permite conocer cómo ha evolucionado la composición de la atmósfera y su temperatura media durante todo ese periodo.

Es además muy importante saber que la reconstrucción climática realizada a partir de los hielos de Groenlandia es coincidente con la de la Antártida, o sea que se trata de ciclos a escala global, perfectamente correlacionables en ambos hemisferios. Por eso sabemos que en el último millón de años ha habido once cambios climáticos, en cada uno de los cuales la temperatura planetaria ha subido y ha bajado, con oscilaciones del orden de 10 ºC, con aumentos rápidos (como el que está ocurriendo ahora) y descensos mucho más lentos. Y aunque en las gráficas, aparentemente, el dióxido de carbono y la temperatura, ascienden y descienden al unísono, en realidad, ampliando las gráficas y mirándolas en detalle, se observa que primero asciende la temperatura y luego, unos cientos de años después, el CO2 como consecuencia de la mencionada variación en la solubilidad del CO2 en el agua del mar. Es decir, que no se produce un calentamiento como consecuencia del efecto invernadero inducido por el CO2, sino que, por el contrario, el CO2 aumenta como consecuencia de un calentamiento que tiene causas naturales.
En la mayor parte de las etapas de la historia de la Tierra, como hemos dicho anteriormente, las curvas de evolución respectivas de CO2 y temperatura tienen trayectorias diferentes o incluso divergentes. Tan sólo en algunos periodos, como por ejemplo las dos últimas décadas, evolucionan de forma paralela. Pero esto no quiere decir que tengan una relación de causalidad, sino simplemente que es una relación de casualidad.
E. —Si verdaderamente existiese una relación causa-efecto entre la temperatura y el contenido atmosférico del CO2, su paralelismo debiera ser continuo, en todo momento, y no tan sólo en algunos intervalos temporales. Aprovechando que has descrito los hielos de los casquetes glaciares, podemos mencionar también otro problema con el que frecuentemente se nos pretende asustar: la subida del nivel del mar. Como es lógico, el nivel del mar varía conjuntamente con la evolución climática y al aumentar la temperatura, como está sucediendo ahora, se funde el hielo de los glaciares, el agua aumenta de volumen al dilatarse y sube el nivel del mar. Pero este proceso se debe sólo a la fusión de los hielos continentales, no de los hielos flotantes. Como es bien sabido, el agua al congelarse aumenta de volumen y en consecuencia, disminuye su densidad. Por eso, el hielo flota y una parte de los icebergs sobresale por encima del nivel del agua. En el proceso contrario, cuando el hielo flotante se funde, el agua recupera su volumen sin afectar al nivel del mar.
J.A. —Aprovecho para sugerirles que pueden ganar apuestas y tomar tapas gratis, como hemos hecho nosotros, gracias a este cambio de volumen del hielo al fundirse, gracias a lo que hemos dado en llamar el efecto gin-tonic, apostando a que el nivel del agua en el vaso no cambia al fundirse el hielo. Así pues, aunque desapareciese el hielo ártico, el nivel del mar no aumentaría. Pero es que, además, ese hielo no está desapareciendo, porque las medidas realizadas por satélite han demostrado que, tanto el hielo ártico como antártico, están actualmente estabilizados o incluso aumentando. Y, el nivel del mar está subiendo a un ritmo promedio de 2 mm al año (es decir, que en el año 2100 habrá subido 20 centímetros), a una velocidad muy inferior a la que nos quieren hacer creer.

E. —Con ese ritmo de ascenso del nivel del mar, pretenden atemorizarnos afirmando además que se está acelerando, cuando en realidad está ocurriendo todo lo contrario. Hace 20.000 años, al final de la última glaciación, cuando se inició el ciclo de calentamiento actual, había muchísimo más hielo que ahora y el nivel del mar se situaba 120 metros por debajo del nivel actual. En ese momento se podía ir andando desde París hasta Dublín, no existía el canal de la Mancha ni el Mar Báltico, que eran tierra firme.

En el Banco de Dogger, situado a unos 20-30 metros de profundidad entre Escocia y Holanda, los pescadores encuentran en sus redes con cierta frecuencia huesos de mamut y útiles de piedra, porque hace unos 10.000 años era todavía tierra emergida y hábitat adecuado para nuestros ancestros cromañones. Los mismos que decoraron con pinturas rupestres la gruta de Cosquer, en la costa mediterránea francesa, y cuya única entrada está hoy situada 20 metros por debajo del nivel del mar.
Estas variaciones del nivel del mar fueron un fenómeno global. Así, el actual Golfo Pérsico, fue tierra emergida hace unos miles de años, la prolongación de los valles del Tigris y el Éufrates llegaba hasta el Estrecho de Ormuz, y algunos antropólogos consideran que el rápido ascenso del nivel de mar que se produjo en aquellos momentos, muchísimo más rápido que el actual, dio lugar a la leyenda del Diluvio Universal. Ese ascenso continuó y sigue produciéndose en la actualidad, pero no acelerándose como nos quieren hacer creer, sino que se ha ralentizado. Hace miles de años se producía a 8 mm por años, o incluso más, y ahora es cuatro veces más lento, ya que los registros actuales de los mareógrafos indican que son de unos 2mm por año.
Esta misma evolución se puede constatar en las costas españolas. Hace unos miles de años, en Alicante, se podía ir andando desde Santa Pola hasta Tabarca, y la línea de costa en la Malvarrosa, en Valencia, estaba varios kilómetros mar adentro respecto del litoral actual. Y lo mismo ocurría en la playa de San Lorenzo en Gijón, o en el Sardinero en Santander, que en tiempos remotos se situaba a unos 40 Km de la presente línea de costa. Lo que está ocurriendo, y nos quieren vender como anómalo y crítico, es lo que ya ha ocurrido cientos, miles de veces, y forma parte de la más estricta normalidad.
J.A. —Dentro de este periodo interglaciar en el que estamos viviendo, entre los años -20.000 y -10.000, la subida de las temperaturas fue muy rápida, llegando a un máximo en que se alcanzaron valores varios grados superiores a la temperatura actual. Desde entonces, en todo el periodo histórico (los últimos 6.000 años), las temperaturas se estabilizaron y con alternancias de periodos fríos y cálidos (óptimo minoico, óptimo romano, época fría medieval de las grandes migraciones, óptimo medieval, pequeña edad del hielo), se ha registrado una tendencia descendente hasta que a mediados del siglo XIX se inicia el calentamiento actual. Durante el último periodo frío, la Pequeña Edad del Hielo, se produjeron grandes hambrunas por falta de comida, epidemias de peste, grandes migraciones desde Europa a América. Las épocas frías siempre conllevan grandes problemas para la humanidad. Pero es que durante los miles de años en que la temperatura ha tenido tendencia descendente (como promedio, 4ºC en 6.000 años), el porcentaje de CO2 en la atmósfera se ha mantenido constante en 270 ppm. Es difícil de entender por qué, con estos antecedentes y cuando (afortunadamente) la temperatura empieza a remontar a mediados del siglo XIX, se adopta como ideal para la humanidad la temperatura final de este periodo frío, que había sido catastrófico para Europa.
E. —Sí, es muy difícil de entender. Además, insisten en decirnos que el cambio climático y el calentamiento mata, cuando las estadísticas son muy explícitas al respecto, la mortalidad es mucho más elevada en invierno que en verano. También, quieren hacernos creer que el cambio climático está causando un aumento de la frecuencia y de la intensidad de catástrofes naturales como incendios o sequías, cuando un análisis detallado de las estadísticas oficiales, disponibles de las páginas web del gobierno de España, indica exactamente lo contrario. Este tipo de argumentos fue utilizado recientemente para explicar las causas de la reciente DANA de Valencia en octubre de 2024, cuando la documentación disponible (Llibres del Consell de Valencia, descripciones geográficas antiguas, datos climáticos directos e indirectos desde la época romana, etc.) muestra que lo ocurrido no es más fuerte ni más violento que otros episodios similares acaecidos durante los dos últimos milenios. Lo que ocurre realmente es el que el cambio climático se ha convertido en un comodín, una especie de capote para esconder la incompetencia y la falta de gestión eficaz ante las crisis.
J.A. —En esa misma línea, en el verano de 2013, falleció un bombero que participaba en las tareas de extinción de un incendio en Zamora, y se afirmó textualmente que el cambio climático mata. Sin embargo, en un artículo que escribimos sobre ese mismo tema , utilizando los datos públicos del Ministerio de Agricultura, puede demostrarse que desde la década de los 80 del pasado siglo, el número de incendios se ha reducido a la mitad, y que lo que realmente mata es la falta de gestión forestal. Los geólogos, como otros profesionales que desarrollan su actividad sobre el terreno, sabemos que hay muchas áreas boscosas impracticables si no se entra con machete, porque nadie cuida de limpiar el bosque de maleza y de madera muerta. Lo mismo puede decirse de los cauces de los arroyos y barrancos (como ocurrió recientemente en el tristemente famoso Barranco del Poyo). En definitiva, nadie está haciendo nada para evitar que estas tragedias produzcan un número de víctimas muy superior al de épocas anteriores, y la excusa del cambio climático es fantástica, vale para todo.
E. —Además, en otro artículo reciente en Entrevisttas.com, realizamos una comparación entre la evolución de la temperatura (desde el óptimo climático medieval hasta la actualidad) y las inundaciones catastróficas acaecidas en la zona costera mediterránea de España. Casualmente, los datos demuestran que las inundaciones han sido más frecuentes durante los periodos en los que el planeta se está enfriando, que cuando se produce un calentamiento. En las riadas graves acaecidas desde finales del siglo XIX, no se detecta ningún aumento en frecuencia ni en intensidad. No guarda ninguna correlación con la elevación de la temperatura.

J.A. —Razonamientos similares pueden hacerse respecto de la sequía. Los datos de pluviosidad de los observatorios más antiguos de España, como el del jardín botánico de Madrid, muestran que desde mediados del siglo XIX existe una variabilidad constante, sin ninguna tendencia creciente ni decreciente. En cualquier caso, es evidente que el clima, del mismo modo que lo ha hecho siempre, está cambiando. Entonces, ¿qué actitud debe adoptar la humanidad ante esos cambios? El problema no está en la variación de la temperatura, de la pluviosidad ni del nivel del mar; el problema está en la adaptación a esos cambios. Es decir, lo mismo que ha venido haciendo el hombre desde sus inicios. Es incomprensible que si, como nos están diciendo, se avecinan grandes sequías, ¿por qué no se están construyendo embalses para almacenar agua y en su lugar se están destruyendo presas? Si va a subir el nivel del mar, ¿por qué no se están protegiendo las costas o retranqueando las urbanizaciones para evitar problemas futuros? Es totalmente contradictorio alarmar a la población por problemas inminentes y no emprender las acciones necesarias para evitar los impactos de esos problemas, construyendo embalses, canales, limpiando el monte y los cauces de los ríos. Si hubiese más embalses y más centrales hidroeléctricas, hasta se hubiese podido evitar el reciente apagón, ya que ese tipo de energía es la única renovable que tiene inercia y hubiese podido evitar los desajustes que se han producido en la red eléctrica.
E. — Como nos suele suceder, pues nos conocemos hace tiempo, acabado yéndonos un poco por las ramas y se nos está acabando el tiempo. Pero no podemos terminar sin responder dos preguntas que consideramos esenciales. En primer lugar, si no es el CO2 el responsable del calentamiento global, ¿cuáles son las causas de los ciclos climáticos? Pues el factor fundamental es el calor que nos llega del Sol, que no es constante y está sujeto a muchas variaciones. Por lo tanto, son los parámetros que pueden modificar esa energía los que controlan el clima. En primer lugar, las variaciones de la órbita solar, que con ciclicidades de miles de años, tal y como fueron descritas en el siglo pasado por Milankovitch, cambian el ángulo de incidencia de la radiación respecto de la superficie de la Tierra, y por lo tanto, la cantidad de calor recibida por unidad de superficie.
En segundo lugar, la radiación cósmica, que llega del espacio exterior y que interfiere con la luz solar, estimulando la generación de nubes y dificultando que el calor solar llegue a la superficie.
En tercer lugar, las variaciones de la propia actividad solar, relacionada con las manchas solares, de cuyo número depende la cantidad de radiación y el calor que recibimos del Sol. El estudio de las manchas solares ha permitido interpretar las evoluciones climáticas de corta duración que se superponen a los ciclos solares y cósmicos de mayor duración. Estos son los parámetros que realmente controlan la evolución climática y en comparación con ellos, los efectos del CO2 emitido por el hombre a la atmósfera tienen un papel insignificante. Entonces, si los parámetros que dirigen la evolución climática están fuera de nuestra capacidad de control y no tienen nada que ver con el CO2, te pregunto, Jose Antonio, ¿qué sentido tiene la Agenda 2030?

J.A. —Pues ninguno… La energía que consume actualmente la humanidad, una cantidad enorme de dimensiones inimaginables, se produce en un 80% a partir del gas, del petróleo y del carbón, y tan sólo un 5% proviene de energías renovables. Esto va a seguir siendo así porque en 2050 la población mundial habrá crecido en 1.500 millones de personas, la esperanza de vida de la humanidad y el PIB mundial habrán aumentado y necesitaremos un 50% más de energía que hoy. Para ello, las energías renovables sólo podrán aportar el 10 % de ese consumo y, por lo tanto, las emisiones de CO2 aumentarán proporcionalmente a estas cantidades y porcentajes. No hay vuelta de hoja porque en realidad, no hay una transición energética, sino una adición energética, porque necesitaremos todo tipo de fuentes de energía que se puedan desarrollar (con costes aceptables y con garantía de suministro para evitar apagones y otros problemas). Toda la energía que seamos capaces de producir con las diversas tecnologías será consumida. El gas, el petróleo y el carbón son hoy insustituibles, y lo van a seguir siendo, porque en 2050 representarán, como hoy, entre el 70 y el 80% de nuestro mix energético mundial.
Conversaciones sobre la tragicomedia del cambio climático
por los geólogos Enrique Ortega Gironés
y José Antonio Sáenz de Santa María Benedet



